WORK IN PROGRESS

jueves, 28 de febrero de 2008

NOTA

Me voy unos días a Normandía, luego tengo trabajo intensivo, y después un viaje corto a Venecia. Puede que no cuelgue nada en un par de semanas.
Saludos cordiales,

Armando Luigi

sin titulo: fragmento

Para seguir con mi plan de huida he comenzado a buscar trabajo en hoteles decentes. Hace unos días fui a una entrevista en uno con cinco estrellas, llevando el currículo recortado, por supuesto. Nada de estudios universitarios ni pendejadas de estas que no sólo son inútiles, sino dañinas. Hace un año mi vida cambió gracias a un argentino de una empresa de trabajo temporal que me mandó a la mierda diciendo “Che, con este currículum no te va a dar trabajo nadie; doctorado, libros publicados, maestrías… ¿quién te va a contratar?, ¿para que trabajes sin ganas?, ¿para que cuando puedas los dejes colgados?”. Joder, tenía razón, y yo, gilipollas, no me había dado cuenta. Para encontrar trabajo no hay que ponerse sentimental, hay que ser guarro, pragmático. Si metes la autoestima o la identidad te vas al carajo, te quedas desempleado. En el hotel cinco estrellas me ofrecieron comenzar como botones. El broche de oro, para mi historia laboral, de puta madre: arranco como abogado interno de una trasnacional británica y ahora aspiro a botones, después de ser propietario de un pequeño bar y copy publicitario, entre otras payasadas. Pero ahora lo que busco es flexibilidad, tengo que irme de Barcelona, rápido. Aquí me ahogo. No sé si es la presencia de mi ex, la conexión de las calles con estos años pesados, insípidos, apagados, o simplemente que ya la ciudad no me dice nada, después de casi una década. He oído que, si tienes idiomas, puedes encontrar trabajo fácilmente en los hoteles de las grandes ciudades, que la oferta de puestos supera a la demanda. Y yo sigo con mi monotema de París. Así que, como base, vivir del dinero que gano como recepcionista, y viajar y respaldar mis mudanzas con los ingresos espasmódicos que saco como redactor freelance; parece una buena idea. Poner en el Cv que he trabajado en hoteles grandes se verá bonito. El salto de un hotel de cuatro o cinco estrellas a uno de dos o tres es mucho más fácil que al revés. De hecho, creo que al revés no hay salto. Lástima, porque ya casi me estaba gustando el hotelito pequeño. Es como si me pagaran por hacer esto, porque encerrado tras la barra de la recepción sólo tengo dos opciones: o leo, o escribo. Y a veces, claro, un par de horas al día, hay que trabajar.

*

Me dices que no entiendes mis libritos, que te pierdes, que no distingues lo que es chiste y lo que es serio, que nunca se sabe. Pero no, es al revés, conmigo siempre se sabe. Sólo hay una fórmula, sencilla, que repito monotemáticamente: cuando escribo, nunca digo lo que digo; y no le des más vueltas, no digo nada más.

*

Y al carajo con las esperas, uso el formato anuncio publicitario, aunque se mezcle con los epigramas, para la huida de nuestro héroe, ¡oh ilustres lectores!

Publicidad para televisión: con música animada sonando en el fondo (quizá algo retro, un éxito pop de los años sesenta, algo que refiera a los movimientos libertarios hippies en formato light) un hombre, con movimientos exagerados, se levanta de su silla frente al ordenador y se acerca a la barra de un cybercafé; coge una jaula, le abre la puerta, la sacude, hasta que el lorito se va volando, frente a la mirada incrédula del propietario del lugar. El hombre sale saltando, la cámara lo sigue calle abajo, hasta que se agacha junto a un caniche que orina el tronco de un árbol, desata la correa que enlaza el caniche a una viejecita, y el caniche escapa corriendo asustado. El hombre continúa, acelerado, y vemos que, en la misma acera, mete las manos en un cochecito, saca a un bebé, y lo pone sobre el suelo, cuidadosamente, mientras la madre lo mira aterrada. El hombre entra a una bodega, sale protegiendo algo entre las manos, no sabemos qué es. La cámara lo sigue por detrás, cruza calles, avenidas, entre coches que frenan para no atropellarlo. La carrera enloquecida del hombre sigue hasta que, finalmente, llega al mar (a la Barceloneta, por decir algo, aunque también puede ser el Sena, o cualquier sitio con agua, en realidad). El hombre se inclina y la cámara, por fin, enfoca sus manos: está abriendo una lata de sardinas, que lanza, con movimientos toscos, al agua. Voz en off: “Para quienes aman la frescura de lo natural, sardinas equis”. Logo sobre fondo blanco.

paris: boulevard raspail



miércoles, 27 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

Agra. Terminaba de amanecer cuando entramos. Sobre el azul suave del cielo (atrás está el amplio espacio vacío del río), el edificio de mármol blanco como una escenografía en technicolor. Aunque había visto cosas parecidas en Estambul y en Delhi, aquí había algo inhumano, a lo Bach. Si la idea fue reproducir una fantasía de paraíso, les quedó de puta madre. De entre los iconos manoseados por la televisión y las revistas cutres que he visitado (Torre Eiffel, Estatua de la Libertad, Coliseo, Muralla China, Torre de Pisa, Partenón, Pirámides de Egipto, Domo de Florencia, Sagrada Familia de Gaudí, etc.) me quedo con el Taj Majal, seguro. Pero no soy el único: en media hora el Paraíso se llenó de turistas. Indios, casi todos. Discretos, como son ellos, pero multitudinarios. Entramos al mausoleo, la turba nos sacó rápido. Paseamos por los jardines, le dimos vueltas al edificio; nos sentamos por detrás, mirando a la ciudad, al río, a una familia india, ropas coloridas y matriarcado. Cuando nos estábamos levantando una pareja de chavales me preguntó si podían hacerse una foto con mi ex. Les dije que le preguntaran a ella. Le preguntaron. Ella aceptó, fastidiada, porque esto era a cada rato (los indios no soportan ver a una occidental guapa, comienzan a darle vueltas, como a una perra en celo). Cuando la pareja de chavales se despedía se acercaron otros cuatro. Me preguntaron. Les dije que sí, pero pagando, cinco rupias por cabeza. Se rieron y me preguntaron si hablaba en serio. Les dije que sí. En vez de largarse se metieron las manos en los bolsillos y sacaron la pasta. Mi ex me preguntó qué hacía, le expliqué. Se preparó para la foto, ahora sí, alegre sonrisa. Creo que sacamos, en media hora, lo que habíamos pagado por las entradas. Unas treinta fotos, más o menos.

agra: taj majal






martes, 26 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

Ocupando toda la pantalla los ojos enrojecidos de un hombre con muy mala cara. La cámara baja hasta su boca. Vemos que repite frases, compulsivamente, aunque sólo escuchamos un susurro que parece pronunciado en una lengua extranjera (¿rumano, quizá?). Pantalla en negro. Voz en off: "¿nerviosismo, estrés, problemas con el sueño?". Vemos la cara del mismo hombre, duerme plácidamente. Pantalla en negro, logo. Voz en off: "Policía del Estado, trabajamos para tu tranquilidad". El plano se abre y nos damos cuenta de que el hombre de la mala cara duerme dentro de un calabozo.

*

Se supone, ¡oh generosos lectores!, que tendría que haber escrito la huida de nuestro héroe en formato guión para televisión, pero no he podido, no se me ha ocurrido nada. He pensado hacerlo en la forma de una publicidad de veinte segundos, plagiando a un amigo. Me ha salido otra cosa. Imaginé la mirada angustiada de nuestro personaje y, en vez de sacarlo del cybercafé, lo he puesto en una celda. No es mi culpa, es un niño que le da con una pelota a la silla de al lado (recordar evitar los Jardines de Luxemburgo los domingos soleados). Cuando comienzo a buscar opciones, no sé, hacer que a nuestro héroe, con la muerte en los talones, se lo lleve la policía por alguna estupidez,¡toma ya!, la pelota. Lo de la estupidez me ha hecho recordar a un gran tipo. Le ponía el mechero en el culo a los vecinos de barra en el bar cuando quería pelea. Los vecinos de barra se volteaban con el calor y el tipo escondía el mechero y la mirada, haciéndose el pendejo. Era joven, decía, y esas eran sus historias. Cuando lo conocí tenía unos cincuenta años, era corredor de seguros, compartía oficina con su sobrino, el abogado para el que yo trabajaba. Bailaba, cantaba, perseguía sonriente y libidinoso a las secretarias que entraban a la oficina, no se quedaba nunca tranquilo. Tenía dos caras, la que usaba en los campos de golf, con su mujer y sus clientes ricos, y la suya. Me contó que una vez quemó la plaza de un pueblo porque no lo habían dejado entrar a no sé qué fiesta. El Bolívar de la plaza ardiendo y el tipo gritando ¡Hijos de puta! ¡Muéranse todos!, rociando con gasolina. Como ésta, un par de historias cada día. Me decía que debía escribir un libro sobre él. Y tenía razón, sería mucho mejor que seguir con la mamonada de la huida. Pero parece que no va bien desmadrar la línea principal, porque el lector primero se pierde, y después se aburre. No sé, a ver quién se lo explica al niño de la pelota, el futbolista. Es su culpa, todo este fragmento. Si se quedara tranquilo con la madre nuestra novelita avanzaría, torpemente, como los barquitos de vela de la fuente, pero avanzaría. Pero no, patada a la pelota, silla, apaga y vamonós. Y los comerciales de televisión, mejor, para el próximo capítulo.


rambouillet: perspectiva



sábado, 23 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

Pushkar. En la calle turística, alrededor del lago, un garabato de lo que, en la cabeza de un hippie trasnochado, tendría que ser la India. Cada vez que me levantaba del water había convertido, milagroso, cristiano, el agua en sangre. Tarantines con ropa mal teñida, pulseras flojas, collares largos, discos rayados, pinturitas del Ché, mamonadas; las cenizas de Ghandi, que según la guía flotaban en el lago, se revolvían, efervescentes, como una pastilla de vitamina C. Los ácidos estomacales de mi diarrea continua se habían comido las paredes de mis hemorroides, por eso la sangre; pero no lo sabía, pensaba que podía tener un agujero en algún sitio, por dentro. Frente a la puerta del hotel estaba sentado un tipo con una cobra en una cesta; para tomar una foto le tiré unas monedas a la cesta, rebotaron en la cobra; ya estresada (porque esta era, justamente, la función del tipo, mantener a la cobra de mala leche, para que, levantada, abriera las alitas, que es como gusta), mordió la mano que la alimentaba; no pasó nada, le habían arrancado los dientes. A mi ex no le dije lo de la sangre, claro, no quería cagar, literalmente, el viaje, pero estaba acojonado, perdiendo kilos, y prefiriendo morir antes que visitar, como cliente, un hospital indio. Después de subir por los frescos psicodélicos, motivo hojas de marihuana, las escaleras, las vistas de la calle y del lago, y de un templo en lo alto de una montaña. Cuando mi ex me dijo que quería ir el templo intenté resistirme, pero puso mala cara y acabé cediendo; mareado, atontado, con nauseas, después de muchos escalones y árboles y viento y vistas, casi llegamos arriba, le dije que acabara ella, que la esperaba aquí (justo donde estaba a punto de caerme), pero abandonó, se había cansado, menos mal. Una vaca orinaba con un chorro largo sobre la tierra de una callejuela, un tipo que venía caminando se mojó los dedos en la orina y se los llevó a la frente, como persignándose con agua bendita. En el día mareado y tonto, en la noche tembloroso y sudoroso; trataba de que no se notara y mi ex, apoyándome, seguía el juego, hacía como que no sabía de mi enfermedad. Un tipo venía dibujando con cal una línea para separar, de un lado, a los votantes, y del otro, al Mercedes Benz negro que vendría cargando a un político avispado; el tipo se encontró con una vaca sentada; intentó espantarla, nada; a la vaca, como no votaba, no le importaba un carajo ni la línea de cal ni el Mercedes, mucho menos el político avispado; el tipo interrumpió la línea, antes de la vaca, y la continuó después. Cada vez que podía me sentaba, en los muritos, en las escaleras, en el suelo de los templos, me sentaba; mi ex se paseaba entusiasmada, por fin era ella la que me dejaba atrás.

pushkar: varios




lunes, 18 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

Te ofende que me gastara mi herencia viajando, en vez de montar un pequeño negocio, como has hecho tú. Te digo por qué: yo sonrío, tú trabajas.

Me preguntas por qué son ácidos casi todos mis escritos. Es que de niño me hicieron beber glucosa líquida en una consulta médica. Desde entonces, lo muy dulce me repugna, me afloja las tripas. Para escribir dulce tendría que hacerlo sentado en el baño, y esto, dicen, alimenta las hemorroides. Ya me operaron una vez y tengo que decir algo: duele, no sabes cuánto, duele, la primera noche, cuando aprietas, por instinto, es como si te metieran un tubo de hierro caliente. No quiero volver a vivirlo. Y por eso, aunque no miro mucho lo que como, sí me cuido bien en lo que escribo. De pastelitos y dulzuras, mejor, casi nada.

Piensas que si fuera rico tiraría mi fortuna alquilando un piso en París, junto a los Jardines de Luxemburgo, y otro en Nueva York, frente al Central Park; supones que compraría una galería de arte, aunque sólo dé pérdidas, y que haría de mecenas de más de un músico con genio; que construiría viviendas vistosas en Orcha, en Basha, en Ouidá, aunque no las ocupe y se las coma la selva, la nieve o el mar; que compraría un palacio renacentista en Ravello, aunque se esté cayendo; que celebraría fiestas exquisitas casi cada noche, allí donde me de la gana de estar. No, si fuera rico no haría nada de esto. Simplemente lo escondería todo, cuidadosamente, para que no me vengas a mendigar.

Me dices, a mis treinta y muchos años, que me he convertido en un hombre de recursos. Eso está bien. Ahora sólo falta saber cuántos más necesitaré, para tenerlos.

domingo, 17 de febrero de 2008

paris: cafes




sábado, 16 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

El autobús nos dejó en un sitio apartado, lejos del centro turístico, del lago, comenzando a anochecer. En el autobús yo había empeorado, sudaba, temblaba, me mareaba. Le dije a mi ex que cuidara las mochilas y me fui a buscar un taxi. Hice lo de siempre: pregunté cuánto, escuché el precio, puse cara de sorpresa, de ofendido, dije que estaba loco, por pedirme ese precio, que más atrás alguien me había ofrecido el mismo viaje por un tercio, vi la sorpresa del taxista y, con ella, medí cuánto era el mínimo que podía pagar, me alejé, le dije a otro taxista que no pagaría más de tanto (entre un tercio y la mitad del precio del primer taxista), le dije que no pensaba negociar, que ese era mi precio final, me dijo que no, pasé al siguiente, que tampoco, y así hasta que encontré al bien dispuesto, pero no me había dado cuenta de que el primer taxista se había venido detrás de mí, y comenzó a pelearse con el que había aceptado mi precio. Yo, mareado y tembloroso, acabé aceptando que el primer taxista me llevara pagando la mitad del precio original. Nos regresamos a buscar a mi ex. En el camino, el taxista sacó su rickshaw, no sé cómo, de entre doscientos estacionados. Cuando encontré a mi ex estaba rodeada de gitanitas (supongo que intocablemente hijas de dios), que le pedían dinero, que la habían comenzado a rasguñar, por su cara acojonada. Se alejaron corriendo con los gritos del taxista. Subimos las mochilas, nos embutimos entre ellas. Me recosté temblando, sudando. Mi ex me preguntó cómo estaba. Bien. Sin poder comer porque, no sé cómo, todo lo que entraba por mi boca se volvía mierda líquida en diez segundos; una máquina de diarrea, perfecta, eso era yo. Disentería, según la guía. Si en tres o cuatro días no se pasaba, había que empezar a preocuparse. Llevaba dos así. Me quedaban dos. Estaba bien.



*



Escena: lo primero, las dos al suelo. Una sobre la otra. Los pies de la de abajo son las manos de la de arriba, que apoya o esconde la cara en las plantas mugrientas. Alrededor, Picasso, época Guernica, figuras torcidas, simples líneas, reformadas. El juego de taparse la cara con los pies sucios de la compañera sigue, hasta que las dos se levantan y comienzan a entrecruzarse: brazos, piernas, corbatas, nudos, en una especie de lucha grotesca que recoge bien las formas de los cuadros. Picasso, virulento, las ha contagiado. Ellas buscan, pero él, póstumo, aún encuentra.


pushkar: ecosistema








miércoles, 13 de febrero de 2008

un articulo

“Let’s call the whole thing off”

Armando Luigi Castañeda

Una amiga me propuso escribir un artículo sobre la interculturalidad. Para saber qué se cocina, cuáles son los temas actuales, aproveché, por supuesto, una de las herramientas por excelencia de la interculturalidad: la web. Entré a la Wikipedia, escribí “interculturalidad”, pasé al artículo en inglés, y allí encontré un link perfecto, al Journal of Intercultural Communication (http://www.immi.se/intercultural/). Una montaña invisible de información de la que escogí cuatro breves estudios que me interesaron. Los guardé en el ordenador de bolsillo, abrí la puerta y salí, que ya era tarde.

Sentado en el metro, escuchando en el Mp3 al nigeriano Fella Kuti, comencé a leer el primer estudio (Nixon Y., y Bull P.: “Cultural communication styles and accuracy in cross-cultural perception: A British and Japanese study”. www.immi.se. Journal 11 abril 2006). Dedicado a las diferencias entre la manera de percibir las reacciones emocionales entre distintas culturas. Proponiendo imágenes a dos grupos de culturas lejanas (ingleses y japoneses), se les pregunta las relaciones entre los personajes (¿son madre e hija?, ¿quién ha ganado el partido de tenis?, ¿están casados o son una pareja reciente?). Según las conclusiones, existe una especie de lenguaje corporal común, reconocible por ambos grupos, aunque luego, en relación con los detalles, hay notables diferencias en función de la cultura (por ejemplo, para los japoneses, que se reafirmaron como colectivistas y jerárquicos, al distinguir las posiciones de poder entre los personajes fueron mucho más acertados que los ingleses, quienes, en cambio, reafirmando su fama de individualistas, reconocieron mejor las relaciones humanas de amor o amistad). Levanté la vista, al frente tenía, en el vagón del metro, a un subsahariano; al lado, a una pareja de turistas latinoamericanos; en diagonal, a un francés, y detrás, a un grupo familiar árabe. Sonreí, pensando en el artículo, sintiendo que todos nos enviábamos, allí sentados, en silencio, mensajes de convivencia pacífica.

A la salida del pequeño concierto (chanson francaise mezclada con mil cosas, y era esta mezcla, justamente, lo que más me interesaba), regresando a casa caminando, me senté a tomar un té de menta con piñones, nostálgico, quizá, de los viajes a Túnez y Marruecos. Acabando con el té leí el segundo estudio (Fraghal, M.: “Accidental Humor in International Public”. www.immi.se. Journal 12 agosto 2006), un divertido, aunque seriamente académico, estudio sobre malentendidos lingüísticos entre diversas culturas que llevaban a bromas, muchas veces de carácter sexual, capaces de transformar en algo ridículo el contenido original del mensaje. Aunque en este caso los ejemplos llevaban a consecuencias “cómicas”, quedaba claro que el desconocimiento de la cultura del receptor puede tener, también, consecuencias trágicas (recordé la desacertada utilización de la palabra “cruzada” para una ofensiva militar norteamericana en el mundo islámico; un error que, seguramente, despertó una ola de indignación traducida en varias decenas o centenas de muertos, para ambos bandos).

Después del té decidí usar el metro, había sido un día activo, con un atelier de caligrafía china en la mañana y una película rusa en la tarde. Antes de dormir, acabé al tercer estudio (Willians K.: “Rules and regulations: is culture-learning like language-acquisition?”. www.immi.se. Journal 8 enero 2005) dedicado a la imposición de políticas de terror y la ruptura de los canales de comunicación intercultural. El estudio dejaba clara la relación entre la violencia y el desconocimiento del otro y, por argumento en contrario, entre el reconocimiento del otro y la convivencia pacífica. Es habitual que grupos de poder capaces de estimular la violencia para alcanzar sus objetivos políticos o económicos se nutran de la ignorancia por lo distinto, base del rechazo, la exclusión, la condenación y, finalmente, la persecución. Por desgracia, hubo un largo antes, y ha habido un después, para la ideología nazi.

Hoy en la mañana, finalmente, me dediqué al cuarto y último estudio (Desavelle H., y Makinen S.: “Addressing the Consumer in Standardised Advertisements: Linguistic Cues in French and Finnish Technology Products’ Advertising Texts”. www.immi.se. Journal 12 agosto 2006). A través del lenguaje utilizado en determinadas campañas publicitarias, los investigadores descubren diferencias de cultura normalmente desapercibidas. La adaptación de las campañas, un ejercicio “obligatorio” para las grandes agencias de publicidad, tiene una traducción inmediata en las ventas. Adaptaciones desacertadas han costado millones. Por eso, el tema intercultural es visto, cada vez más, como algo muy serio, en la publicidad.

La sensación que me queda, después de leer los cuatro estudios, es de sorpresa ante la importancia de lo “intercultural”. Para mí se trababa, sobre todo, de un ejercicio de comunicación individual, útil para hacer amistades en los viajes; disfrutar los productos, materiales y culturales, de países lejanos; facilitar la integración de los inmigrantes (yo mismo, uno de ellos) o, en el mejor de los casos, para vivir una historia de amor con alguien de una cultura distinta. No me había dado cuenta del impacto que los canales de comunicación intercultural tienen sobre la geopolítica o la economía. Está claro que, en el mundo actual, quien no maneja, o no es capaz de entender, correctamente, los códigos del “otro”, se encuentra en una posición de inferioridad clara. En el mundo globalizado, de mercados integrados y flujos de migración cada vez más fuertes, la interculturalidad ha dejado de ser una opción filantrópica para convertirse en una necesidad pragmática. Sin embargo, persisten fuerzas que se benefician de la ruptura del diálogo, de la negación, del rechazo; nuestra función, como voces, tendría que ser, estoy seguro, la de intentar fosilizar a estas fuerzas lo antes posible; convertirlas, rápidamente, en cosa del pasado. Y mientras escribo esta frase me interrumpe, sonando en una emisora de radio bajada de internet, aquella simpática canción que juega con las diferencias, en las voces de Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, “you say tomatOES and I say tomatOOs”, se me sale la sonrisa, agradezco al viejo espíritu del jazz (el de la aceptación, la mezcla, la improvisación, la bienvenida, el entendimiento), que al final es esto, claro, la interculturalidad, y nada más.

rambouillet: bosque




domingo, 10 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

De Udaipur, también, son las historias del adolescente listo, la montaña de los monos, el templo sonoro, y el comienzo de mi enfermedad.

El adolescente listo: apareció en una calle del otro lado del lago seco, le preguntamos algo, se quedó hablando no sé qué, y ahora no puedo decir por qué era tan listo, pero allí están las fotos, los ojos brillantes, la sonrisa maligna, esas cosas que tiene la gente inteligente, ¿pero por qué lo dices, cómo sabes que era listo?, por lo que decía, ahora no me acuerdo, y el sentido del humor, tampoco importa, era listo y ya, y eso, en realidad, tampoco importa, hará lo que tenga que hacer, como todo el mundo, el tiempo que le toque, y después lo de siempre, nada más.

La montaña de los monos: también los monos eran listos, escogieron, para vivir, una montaña con cascadas y palacio de verano real, un lugar convertido en parque natural. Creo que todo el mundo era listo, por allí. Pero ese no es el tema, sino los monos, unos bichos grandes, del tamaño de un perro, y con cara de mordisco y de maldad. Treinta o cuarenta personajes, sentados en la carretera, y uno sin saber si, al pasar, se pondrían cabrones. Y claro, a ver cómo lo averiguas, si ni siquiera les puedes preguntar. Andaba el líder por allí, haciéndose el importante, y los otros machos, cuidando a las mujeres y a los monitos. Lo ideal hubiera sido mandar a mi ex primero, claro, por aquello que nos diferencia de los animales, la cultura y la civilización, la revolución tecnológica, la medicina, los transportes, la igualdad de los sexos y esas cosas, sobre todo por la igualdad de los sexos, pero mi ex no quiso, no entendía de qué iba el rollo de esta igualdad, para algunas cosas nunca lo entendió, para otras, perfectamente, así que nada, tuve que pasar yo primero, no sé por qué.

*

Ayer, aburrido en el hotel, estuve escribiendo sobre un papelito la estructura del capítulo:

Línea 1. Autobiografía: mudanza; espacio; sueño; territorio; cotidianidad; fin de Castelldefels; huída del amor recurrente; trabajo; acabar el capítulo con el cambio de empleo.

Línea 2. Novelita: compradores; miedo, ¡oh, lectores queridos!; transacción; amenaza; acabar el capítulo con la huída.

Línea 3. Recuerdos: la historia de mi ex y el viaje a la India, acabar el capítulo con el overbooking y los dos días de hotel cinco estrellas.

Línea 4. Fragmentos: continuación de los juegos: Europa en imágenes: Antigüedad Clásica, Edad Media, Renacimiento, Barroco, Romanticismo (Louvre), Vanguardias (d'Orsay), Arte contemporáneo (Pompidou). Tendré que pagar la entrada del museo de Orsay, habrá que esperar un par de semanas, ahora no puedo, por la crisis de liquidez. Asia, sacada del Quai Branli, o no, cambiar la vaina visual por la auditiva, y usar el viaje a la India, que estará por allí rondando, y algún recuerdo de Turquía y China; acabar el capítulo con alguna otra mamonada fragmentaria.

Línea 5. Discursos. El guión de cine. El encargo de la TV movie (mejor, con tanta vaina, esto lo dejo para después). Seguir, más bien, con los epigramas, hasta la mitad del capítulo, más o menos, y la segunda mitad, hasta el final del capítulo, usar algún otro modelo de texto corto, ya veré.

No sé dónde carajo dejé el papelito con la estructura del capítulo. He revisado todos los bolsillos. Debo haberlo tirado quién sabe dónde. Pues nada, sin el papelito la cosa está jodida, no me queda más que improvisar.

*

Juego: con cuero de rinoceronte fabricarse un escudo. Nudos, protuberancias, arrugas. Una cosa más bien fea, pero funcional, que se pueda llevar en la cabeza para sentarse a esperar los viejos tiempos, esos que caen de golpe, por sorpresa, desbaratándote la cabeza si no estás preparado. Exhibir, un rato, el escudo de cuero de rinoceronte en la vitrina, y mirarlo, y escribir esto en el ordenador de bolsillo, y ver que se acerca el vigilante de sala, con ganas de joder, por tu maquinita, el ordenador de bolsillo, y sacarte un audífono, y oír, de Non credo, sólo la mitad. Quoi?, le preguntas. J'ai rien dit, monsieur, responde. Ah... Bien. Y que cada quien siga su camino, como mejor pueda.

Juego: aplanarse las orejas, darle y darle hasta que queden chatas y circulares. Después trabajar los caninos, afilarlos hasta que sobresalgan, largos, como los de un elefante. Ahora mírate fijamente en el espejo. ¿Sientes miedo? Al menor movimiento, echa a correr.

udaipur: monos






jueves, 7 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

En Udaipur, viendo a un tipo espantar a vergajazos a una vaca que quería entrar a un templo, creo que comencé a entender cómo funcionaba la vaina. Eso que desde lejos podía parecer misticismo pendejo, impráctico, irracional, resulta que era una fórmula cojonuda para convivir, millones de personas, desde siempre, apretadas, con un mínimo de recursos, en el mismo espacio; porque si algo tenía la India, diferente al resto del mundo no industrializado que había pateado, era la abundancia de gente, por todos lados. Siendo vegetarianos se ahorraban los mataderos, la pestilencia de la carne, la podredumbre de la basura, la defensa de la tierra de pastoreo, la lucha por la posesión de los animales. Siendo borregos, con las castas, se ahorraban las revueltas, el odio social, las guerras civiles, los genocidios, el malestar, la cagada. Siendo fatalistas, con el mundo en general, se ahorraban el resto: pintura, jabón, gasolina, asfalto, luces de neón, escobas y trapitos; todo estaba bien como estaba, que era a punto de caerse a pedazos, por supuesto, pero qué carajo, la cosa anda, a medias, pero anda: escaleras centenarias resbalosas, perfectas para romperse el hueso del culo; ranas milenarias bañándose en la piscina como todo el mundo; un lago que se había quedado sin agua desde hacía varios años… bueno, esto sí los tenía acojonados: con el lago seco, los turistas se habían alejado, y las siembras no rendían como antes. Por allí se paseaba un elefante aburrido, cargado con algún blanco flaco y mal afeitado; los barcos, en cambio, en vez de pasearse, se mantenían ridículamente inmóviles, en un suelo que ya tenía pasto; mientras las vacas, felices ellas, mordían sin apuro ese pasto que crecía alrededor de los barcos, en la tierra negra del lago.

Y así, en Udaipur, los años de vacas flacas se recuerdan, más bien, por sus vacas gordas.

*

Querías una excusa y la has encontrado. Te leíste en mi novela y ya no me quieres ver más, desapareces. ¿No hubiera sido mejor, entonces, no darte a leer nada? No, porque haciendo mal, cosas buenas salen de mis textos: lejos de mí, te recupera tu familia.

india: udaipur








sábado, 2 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

En Jaisalmer mi ex superó la crisis. Quizá porque, al ser un pueblo turístico, tenía un aire televisable, con la ciudad encerrada en las murallas, la antigua casa del visir recaudador de impuestos donde ahora uno de sus descendientes vendía cacharritos de bronce y perfumes, los restaurantes tibetanos, los templos janseístas reconvertidos en máquinas tragaperras, y los brahmanes deambulando, también, como máquinas tragaperras; o quizá, simplemente, porque después de una semana de viaje ya se estaba acostumbrando a todo el pedo. Me parece que sí, que es lo segundo, porque en un cuchitril donde vendían excursiones en camello por el desierto, mientras el dueño nos explicaba un cartel colgado arriba, una publicidad de cigarrillos donde aparecía él, treinta años más joven, pero con los mismos bigotes, una rata enorme, negra, de cañería, se subió a una cama que estaba a dos pasos de nosotros y mi ex, en vez de saltar asqueada, me la señaló discreta, para que el marlboro man no la mirara. Yo, en cambio, se la señalé. El marlboro man dijo que sí, que siempre viene como a esta hora, buscando comida, y yo, ah... okay, boquiabierto, higiénicamente culturalshockeado.

india: jaisalmer





sin titulo: fragmento

Caminando por la exposición de un pintor bien pensante modernista catalán mi amor recurrente me contó un sueño: que estaba en una casa vieja, de techos altos y espacios amplios, vestida de enfermera. En un pasillo largo abrió una de muchas puertas. Dentro de la habitación más de una docena de hombres desnudos, quietos, con los ojos cerrados, no sabía si dormidos o muertos; hombres de distintas edades, de distintas etnias, me repitió varias veces que había hombres negros. Salió de esa habitación y continuó caminando por el pasillo. Abrió otra puerta y encontró, otra vez, a un grupo de hombres desnudos, quizá dormidos, quizá muertos, con la expresión calmada, aunque ella, en cambio, sentía angustia, mucha. Otra puerta e igual. Así, muchas veces, hasta que su angustia se volvió pánico.
Por fin encontró la puerta que daba al exterior, a una carretera solitaria. Alrededor sólo había casas vacías o abandonadas. Entonces se despertó.
¿Qué crees tú que signifique ese sueño? No sé, ibas de enfermera, ¿no? Sí, era enfermera, creo. Tenías que cuidar a los tipos, supongo, y si estaban desnudos es porque los sentías vulnerables, pero no te querías acercar porque no sabías si estaban dormidos o muertos, ¿no? Sí, me daba miedo que estuvieran muertos. ¿Ayer te pasó algo raro, algo anormal? Nada, sólo saber que te iba a ver, ¿tendrá que ver con eso? No sé, quizá yo sea el equivalente, en tu sueño, a los tipos en bolas; quizá tienes el instintos protector alborotado, viéndome vulnerable con la separación, y quizá no sabes lo que yo estoy sintiendo, si estoy vivo o muerto por dentro, y no lo quieres averiguar, quizá te angustia pensar en mí a cada rato, y estás buscando la puerta por donde huir, no sé… Hombre, cómo inventas, qué imaginación. Bueno, fuiste tú la que me preguntó, yo, de todos modos, no me creo una mierda de lo que digo, nunca.

india: jaisalmer