WORK IN PROGRESS

domingo, 30 de noviembre de 2008

tiemposmodernos

Nunca te dejes montar la pata en la escuela. Escupe, araña, grita y traga tierra. Encuentra un protector. Haz lo que te diga. No te le despegues. Jode siempre a los pequeños. Rómpeles la boca. Entra a una pandilla. Maltrata, sé agresivo, no tengas miedo. Ráspate las rodillas con la bicicleta. Mata iguanas. Pégale candela al monte. Orínale la cama al vigilante de la construcción. Quiébrale los vidrios al vecino. Dale con el palo al perro callejero. Espíchale los cauchos a los carros de los estacionamientos. Sácale dinero a tu madre. Si no te da, quítale de la cartera. Dile a tus amigos lo que has hecho. Repite conmigo «todos los pobres son mierda, todos los negros son mierda». Cállate si tienes familiares pobres o negros. Ignóralos, desprécialos. Aprende a decir mentiras. Haz creer a tus padres que te maltrata la maestra. Culpa a tu madre, frente a la maestra, de tu pobre desempeño. Envidia, pon tus mierdas sobre los otros. Nunca mires para adentro. Maltrata a los pendejos. Haz que la gente se pelee. Sé violento. Practica kárate. Mantente a la moda. Cuida tu corte de pelo. Emborráchate. Aprende a bailar. Rómpele la cara al bonito de la fiesta.
Cógete a la mujer de servicio. Dile a tus amigos lo que has hecho. Llévate escondido en la noche el carro de tu madre. Quítale plata y vete de putas. Compra drogas. Compártelas. Roba reproductores de carro y véndelos. Acostúmbrate a tener dinero. Cógete a las changas mostrándoles el dinero. Rómpele la cara al bonito de la fiesta. Empátate con alguien de tu clase social, aunque sea fea. Métele mano. Cógetela si puedes. Dile a tus amigos lo que has hecho, aunque no lo hayas hecho. Haz que tus padres te compren un carro nuevo. Deja a la tipa fea. Vete a la capital a estudiar la carrera que tu padre elija. Sácale todo el dinero que puedas. Estudia poco. Emborráchate. Fuma y esnifa toda la mierda que encuentres. Cógete a quien se resbale. Haz saber que tienes dinero. Rómpele la cara al bonito de la fiesta. Utiliza a la gente. Desprecia a los pendejos. Aprende de tu padre. Fíjate mejor en tu tío, el que trabaja con el gobierno. Búscate una novia rica. Escucha a tu madre, ella sabe quién te conviene. Acaba la carrera.
Olvídate de las palizas. No destruyas más carros. No uses tanta droga. Acomódate el pelo. Usa corbata. Trabaja donde te ponga tu tío. Encuentra a un protector. Haz lo que te diga. No te le despegues. Jode siempre a los pequeños. Rómpeles la boca. Entra a una pandilla. Maltrata, sé agresivo, no tengas miedo. Compra un carro grande. Busca la ganancia rápida. Relaciónate con gente del gobierno. Persigue algún contrato público. Mójale la mano a quien convenga. Mueve tus contactos, no pierdas el tiempo. Cásate. Sácale a tus suegros un tremendo piso. Abre una empresa. Pide préstamos bancarios. Mójale la mano a quien convenga. Quiebra la empresa. Cómprate una casa grande. Reprodúcete. Monta una venta de motos. Lava narcodólares. Compra un carro importado. Abre cuentas en el extranjero. Busca una amante. Construye un centro comercial. Lava narcodólares. Entra en el negocio de la multipropiedad. Lava narcodólares. Deja a medias los proyectos. Quiebra la empresa.
Regresa a la coca. Deja a tu mujer y lárgate con la modelo. Alquila un apartamento de lujo. Emborráchate. Vete cada noche de fiesta. Pelea con tus hijos. Recórtales el dinero. Monta un restaurante. Desatiéndelo. Quiebra. Busca otros negocios. Mira cómo los amigos te cierran las puertas. Amenázalos, insúltalos, maldícelos. Vende tu carro importado. Esnifa toda la coca que puedas. Deja de pasarle dinero a tus hijos. Gástate lo que te queda. Sobregira las tarjetas de crédito. Pide dinero prestado. Vende tu reloj de oro. Usa películas porno ahora que no puedes pagar mujeres. Empléate. Trabaja mal. Acepta las condiciones del despido. Arruínate. Enférmate. Olvida a tu familia, que no te quiere. Muere solo, pero muere ya, porque se te ha acabado el tiempo.

*

El primer día de trabajo pasó entre trocitos de conversación y tropezones de tetas y nalgas provocados por la hija del dueño, casi siempre, y acabó con una despedida sonriente y una mirada de "a ver cuándo nos metemos mano más seriamente".
El día siguiente comenzó más o menos igual, hasta que en algún momento, cuando estábamos en el mostrador, puse la mano suavemente sobre su costado y le fui haciendo cariñitos a una espalda que, poco después, se volvió culo.
Primero pareció cortada, y después soltó una sonrisita de "no sé si debas pero si quieres sigue", hasta que vinieron unos clientes a interrumpir el manoseo con la excusa de un plato de pollo y dos refrescos.
Me moví a la cocina para comunicar el pedido y:
--Ven acá.
--Sí, ¿dime?
--No te metas con la hija del dueño.
--¡Y yo qué he hecho?
--Te vi... no vuelvas a meterte con ella.
--¿Y tú qué tienes que ver con eso?
--El dueño me puso aquí para cuidar el negocio.
--No jodas... Prepara un pollo con papas fritas.
No había terminado de entregar la bandeja cuando ya la cocinera me estaba llamando:
--Primero vas a limpiar estos escaparates. Después sacas le basura. Después te vienes a limpiar los pollos. Cuando acabes pasas el coleto y después ya te diré lo que vas a hacer.
--A mí me contrataron para atender a los clientes, no para...
--A esta hora no hay clientes y vas a hacer lo que yo digo.
La hija del dueño estaba detrás, mirando muda.
Cogí el trapito guarro y me arrodillé frente a los escaparates. No tardé en saber que a esos escaparates del carajo nunca los habían limpiado. Estaban llenos de cucarachas muertas. Metía el trapito y salían los cadáveres. Trapito, cadáveres. Más trapito, más cadáveres. Después de varias rondas estaba a punto de vomitar.
Me levanté. Dejé el trapito sobre los escaparates. Me quité la gorrita con el logotipo cutre del local. La puse junto al trapito. Di algunos pasos hasta llegar a la puerta trasera del local. La abrí, y me largué para siempre.
Había pensado que dormiría con los dedos oliendo a los fluidos de la hija del dueño y, en cambio, mis dedos cogieron una pestecilla a cloaca que duró casi una semana, gracias al trapito guarro de la cocinera.
Esta es la historia de mi primer empleo.

nueva york: calle




sábado, 29 de noviembre de 2008

tiemposmodernos

A las diez de la noche, mientras mi mamá me acariciaba la cabeza sacándome trocitos de vidrio como si fueran liendres, mi papá entró al cuarto gritando:
--¡Qué bolas tienes tú! ¡¿Estás loco?! ¿Y ahora qué pasa si alguien choca contra la camioneta y me demanda? ¿Y si hay heridos? ¿Y si hay muertos? ¿Me van a meter preso por tu culpa?, (parece que el embotellamiento se disolvió y otros carros se reventaron contra la ambulancia, que había quedado atravesada en una curva de la autopista).
"Por lo menos podrías preguntarme si estoy bien, cara de culo". Pensé, pero no dije nada, pendejo yo.

*

Aún no se me habían inmovilizado los dientes cuando ya llevaba en la cabeza qué vehículo/apellido iba a tener: un rústico descapotado; viejo y barato, porque sabía que mis padres no me ayudarían a comprar un tipo de carro fabricado, según ellos, para que la gente se mate.
Para completar el dinero del coche comencé a trabajar en una venta de hamburguesas de un centro comercial al norte de la ciudad. Estuve sólo dos días porque me fastidiaba la prohibición de sentarse durante las ocho horas del turno y, sobre todo, no aguantaba el espíritu solidario de los compañeros de trabajo. Era demasiado fuerte tener que escuchar sus historias y sentir sus risas, inventar excusas para evitar sus invitaciones, porque sentía vergüenza de estar entre ellos. Por eso, apenas supe de una vacante en un puesto de comida vecino, salté, feliz, al otro empleo. Ni siquiera me molesté en cobrar las horas que pasé abriendo en zigzag los panes de las hamburguesas.

*

El nuevo local, con un nombre que tenía algo que ver con lo "criollísimo", o el "criollismo", o algo así, vendía, casualmente, comida criolla.
El trabajo tenía dos cosas buenas: el horario diurno (después de la universidad); y la encargada, y jefe inmediato, hija del dueño, que aunque era pequeñita tenía buenas tetas.
Pero también había una cosa mala, que yo no vi: la verdadera autoridad del sitio era la cocinera, escondida en la parte de atrás del tugurio porque tenía cara de oler mal.
En algún momento, no sé por qué, la hija del dueño decidió tener una historia conmigo, entonces siguió el método clásico: la estimulación sexual. Primero me mostró las instalaciones. Me señaló la escalera que llevaba al depósito y comenzó a subir:
--Ven a ver --dijo, y cuando levanté la cara tenía todo el contenido de la falda corta de jean a un metro de los ojos. La ropa interior blanca se hundía entre sus nalguitas redondas y una zona oscura servía para imaginar un monte sin afeitar, porque eso fue a finales de los ochenta y todavía no se habían puesto de moda los afeitados.
Claro que no me fijé en la cocinera, parada a mi lado, oliendo el próximo intercambio de fluidos.

*

Una amiga dirá, un par de capítulos más adelante, que no le gustan mis escritos porque siempre hablan de mí, y no sabe qué interés puede tener mi vida; que eso de hablar de sí mismo está bien para la gente importante, pero un tipo como yo, ¿para qué?, ¿a quién puede interesarle?… ¡Claro!, tiene razón, el juego es intentar engañar a la peña con historias vistosas. Con gesto travestido, convertirse en creador de personajes de cartón. Usar frases que suenen a libro y escribir "bien", novelas que parezcan novelas, cuentos que parezcan cuentos, cosas así. Nada de textos "poco literarios", como dicen los editores de España.
Desaparecer, como autor. Dejar que el libro sea, simplemente, un vehículo de información, siguiendo el catálogo de no sé qué artista plástico. Alejarse uno todo lo posible. El espectador recibe el código con el mensaje, sin mezclarse con el emisor. Esterilización autoril, supongo, algo así:

ontario





viernes, 28 de noviembre de 2008

tiemposmodernos

En el embotellamiento de mirones que se formó al otro lado de la autopista venían unos amigos de mi hermana. Reconocieron a la ambulancia, se bajaron, me preguntaron si era el hermano de mi hermana, les dije que sí, y me llevaron a casa, donde mi mamá, después de balbucear y moverse de un sitio a otro, acabó llevándome a la clínica menos desprestigiada de la ciudad, donde un colega y condiscípulo de uno de mis tíos (pimpollo también, dueño de la clínica veterinaria menos desprestigiada de la ciudad), estuvo tratando de cerrarme el labio leporino que me había salido con el choque, usando hilos plásticos y una aguja que era más bien un anzuelo.

*

Más justificaciones: he llegado hasta aquí, dondequiera que esté (no sé bien), por pura comodidad, por negligencia. Por mis ganas de no hacer, de ir tirando, de seguir el camino fácil. Fácil para mí, digo, particularmente. Cada quien lo tiene, su camino fácil. Viene con las opciones donde caes directamente, sin grandes dudas ni luchas interiores. No tiene nada que ver con la firmeza o el heroísmo aunque, a veces, por pura casualidad, puede coincidir. El camino fácil del mártir, por ejemplo, es una atrocidad para el timador de las bolitas de La Rambla. Y al revés, supongo. Entonces, lo heroico, creo yo, sería invertir los destinos. Lo bonito, lo jodido, lo admirable, sería hacer eso que no nos nace, apostar por lo que nos incomoda, por lo que va contra nosotros mismos, contra nuestras creencias, nuestros principios; violar nuestra moral, cagarnos en nuestra ética, si es que la tenemos, o si no, si es lo contrario, si jamás usamos eso que llaman creencias, principios, moral o ética, y nos mueve el simple y concreto oportunismo egoísta, entonces mejor aún, actuar como si tuviéramos valores etéreos, seguir el ejemplo de los santos, a ver qué se siente, sabiendo que sólo nos nace ser cabrones y deambular como grandes hijos de puta cada día. No sé si me explico, hablo de hacerlo de verdad, negarnos, sintiendo que estamos siendo otros, sin ninguna intención final, sin objetivo ni metas, porque eso sería volver a caer en el camino fácil, el del sacrificio actual por el bien futuro, proyectos y pendejaditas, cosas así. No. Hacerlo a lo burro, desmadrar nuestra esencia, por puro destrozar, por gusto absurdo, por hacer la gracia, por descolocarnos, emborronar nuestra fama, sea cual sea, pegarle cuatro palazos a lo que se espera de nosotros, incendiar nuestro lugar en el mundo.
Es muy jodido, de verdad, practicar esta piromanía existencial. Sólo imaginarlo me viene un repeluz, suponiendo la contradirección, el descolocamiento. Imaginarme fundando una Asociación de Amigos del yo qué sé, o trabajando como voluntario en un jardín de infancia, o enrolándome en el ejército, así, por puro ser malparido contra mí mismo. Por puro gesto final, por gran atentado, por espina enorme hundida junto al ojo del culo, por puro eso. Sería demasiado, volverse, así porque sí, una gran otra persona.

madrid: mas trozos







domingo, 23 de noviembre de 2008

tiemposmodernos

Acabé girando las cosas. Primero convencí a mi hermana para intercambiar vehículos. Ella tenía una camioneta vieja, blanca, conocida como la ambulancia. "Por lo menos es exótica", pensé.
Después, tuve un accidente que dejó a la ambulancia en el desguace, que en la jungla se llama chivera, como si en vez de carros reventados los desguaces guardaran manadas de caprinos.
Un accidente tonto: había llovido; salí en dirección a la casa de una amiga por la que estaba obsesionado; iba por el canal rápido de la autopista; del otro lado alguien pisó un charco de lluvia; el charco saltó para ensuciarme la ropa, porque llevaba la ventanilla abierta. Traté de evitar el charco y, como no tenía práctica conduciendo, perdí el control. Pasé los peores segundos de mi vida tratando de no desbarrancarme por la derecha de la autopista y acabé chocando contra la isla de concreto a la izquierda. Tuve suerte. Pude ver por el retrovisor el camión pequeño que me golpearía el culo y me acosté sobre el asiento vecino. Recibí el golpe con los brazos tapándome la cara.
Salí de la ambulancia escupiendo sangre y trocitos de dientes.

*

Al final tiene que ver, sobre todo, con un tema económico. Por un lado, el coste de oportunidad, qué hacer con el tiempo que te toca, lo que consigues por dedicarte a unas cosas y no a otras, en un plazo dado, el que te corresponde hasta palmarla, ese que no sabes cuál es, que apenas imaginas cuánto. Y por el otro lado, y como una continuación de lo anterior, el problema de la falta de datos sobre el comportamiento de los mercados de vidas posibles.
Te ves obligado a tomar decisiones, racional o irracionalmente, bajo la sombra de estas dos variables, con una falta de información que puede provocar terror o euforia, según se mire. La mayoría opta por continuar la situación heredada, dejarse llevar, aprovechar la inercia. Algún retoque, de vez en cuando, pero poca cosa más. No interesa que la herencia sea opaca, lo importante es no calentarse la cabeza trabajando sobre incertidumbres, asumiendo riesgos sin garantías, invirtiendo sin conocer el posible retorno. Presión del medio y miedo al cambio. Es lo que hay y te jodes, no rebusques. Mejor malo conocido que bueno por conocer, hijo de gato caza ratón, a caballo regalado no se le mira el colmillo, o tanto se rasca la cabra que se daña, no sé, refranes de estos. Después, pasados los años, ya sólo queda el lamento, echarle la culpa a la vida, al destino, a los padres, el gobierno, las Parcas, la mujer, Dios, los hijos, el cigarrillo, la hipoteca, el jefe, el vecino, la amante, el perro, el hijo del dueño, el aseo urbano, el amante, la suerte, el puto destino, yo qué sé. Echarle la culpa a quien sea, pero nunca pensar en el miedo frente a la ruptura y el cambio.
La otra opción, efectivamente, es la de invertir en un mercado a futuro sobre bienes que se negocian fuera de los mecanismos tradicionales: el devenir, la esperanza de vida, lo que puede pasar. Meter el capital en una empresa que aún no abre sus puertas y que no ha decidido con qué negociará. Si se tiene suerte, se puede trabajar sobre expectativas ilusorias, ficticias, y así suponer que se va hacia algún lado.
Curiosamente, ambas alternativas, en realidad, se solapan. La inercia parte de la idea de que no habrá cambios, o de que serán paulatinos y se encontrará el modo de adaptarse; esto es, casi siempre, falso. La ruptura se levanta sobre una certeza: uno es lo que es, no importa cuál sea el escenario (y a Sartre, que le den).

nueva york: puerto






sábado, 22 de noviembre de 2008

tiemposmodernos

Y ahora entra la novelita del robo con allanamiento, esa que escribí cuando estaba desempleado y andaba de mal rollo. La novelita comienza con el personaje justificando por qué nunca se insertó en el mercado laboral como el resto de la gente, y para eso cuenta la historia de su primer empleo:
Al cumplir los dieciocho años recibió un carro como regalo. Mostaza, barato, latonudo y feo. Cogió las llaves sin dar las gracias, las puso sobre una mesa, y se fue a pedirle a su madre el coche que ella le había prometido, uno plateado, caro, nuevo y ostentoso. Su madre, que lo había sobornado ofreciéndole su propio coche para que estudiara derecho y no periodismo, le dijo que se conformara con el carro que le habían dado, porque muchos estarían felices, bailando en uno o dos pies, por tener un carro, aunque fuera ese.
Y es que en la jungla casi todo el mundo se mueve apelotonado en autobuses, compartiendo sudores y empujándose para llegar a una puerta desde donde se salta a una calle que es igual al autobús pero sin ruedas.
Pero para el personaje eso de que cualquier carro daba lo mismo era una insensatez. Dentro del grupo social al que creía pertenecer todos sus amigos y conocidos tenían un coche último modelo al cumplir los dieciocho años.
El tema es que sus padres no iban de ricos y él sí, estaba jodido, comiendo mierda.

*

Se dio cuenta de que no iba a estudiar la carrera que quería ni podría usar el carro para intercambiar fluidos. Ninguna mujer decente se dejaría meter mano en el trasto de mierda que le habían dejado. La gente, en el mundo donde quería moverse, en vez de tener apellido tenía modelo de coche. Por ejemplo, cuando se hablaba de alguien, se decía "X, el del (modelo del vehículo) azul"; y así, por el carro, se catalogaba a la persona: ubicación social, perspectivas de futuro, atractivo sexual, esperanza de vida, etc.
Entonces, su futuro pintaba mostaza, latonudo, barato y feo.

*

En algún momento, hacia los veintitantos años, hice un pacto, no sé con quién, no me di cuenta. Un acuerdo por el que alargaba mi juventud unos años y, a cambio, entregaba mis referencias personales, esas que uno pone en el CV, todas: la otredad, aquello de saber quién eres por tu ubicación en la manada, por lo que piensa de ti tu entorno (básicamente, dejé de tener entorno, en mi cabeza, fue el precio del pacto, que yo pagué feliz, ligero). Ese contrato, quizá mefistofélico, me obligó a apuntalar el egoísmo, endurecer la coraza, tapar vulnerabilidades. Seguir un camino revuelto, donde los pasos van y vienen según tira el viento. El pacto, mientras se disfruta de la juventud prolongada, del cuerpo que parece no envejecer, de los treinta y muchos con cara de treinta, va muy bien. Pero luego caerá la vejez de golpe, supongo, sin ahorros, sin un trabajo estable, sin buenas perspectivas de empleo; porque a un tipo de cincuenta años, sin nada entre las manos, ¿quién lo puede querer? Es el problema de negociar con el diablo, siempre, necesariamente, debes acabar jodido. Si no, qué mal ejemplo para los prudentes, los mezquinos, los moderados, los avariciosos, los bien pensantes, los conformistas, los apagados, los currantes, los mediocres, los comunes, los desilusionados, en resumen, para todos los sumisos que se portan bien, ¿no?, la hormiga y la chicharra, el cerdito de la casa de paja y el de los ladrillos, el hijo pródigo y el otro... o no, ese no es un buen ejemplo... Vainas del pimpollo de Jesucristo, que le daba por fabricar argumentos para Satanás.

niagara: trozos





viernes, 21 de noviembre de 2008

tiemposmodernos

--Qué corte...
--Es el noazar, seguro; bueno, si estás complicada seguimos otro día, es un poco tarde.
--Tú estás abrazándome fuerte, así como lo haces, que me estrujas.
--Oye tonta, no me he bañado, ni comido, y tendría que estar en el trabajo a las cuatro, no sé cómo, creo que tendremos que seguir haciendo el amor otro día...
--Vale, coitus interruptus. Báñate sobre todo. ¿Te dará tiempo de cascártela? A mí sí.
--Me la cascaré rápido, ya estoy a punto.
--Yo después comenzaba a comértela, a mamártela, o como quieras decirle. Pero eso es un to be continued, para terminar rápido te corrías en mi boca, yo me lo tragaba...
--Luego seguimos.
--Y en la otra parte es donde me follas con fuerza; te quiero... vete al currito.

*

De todas maneras no es mal momento para comenzar una historia autobiográfica. Estoy separándome después de ocho años y en unos días me voy a China, un mes y medio. A la vuelta no tengo la menor puta idea de qué pasará conmigo.
En un par de días me encuentro con una antigua novia, la del fragmento que abre este libro. Nos estamos mezclando en una historia que tampoco sé dónde va a parar. Ella está casada, tiene una hija, y no quiere arriesgar su vida. Nos estamos portando como adolescentes. Un buen pedo.
Lo demás también está en orden: pasado mañana es mi último día de trabajo en una empresa de ferries y mi futuro como redactor freelance es bastante precario. El único encargo fijo que tengo es una revista interna de una inmobiliaria. Pero no sé si seguirán llamándome. Eso lo trataré de averiguar el próximo martes.
¿Qué más?
Puede que acabe en Australia, con un amigo que me acompañará en el viaje a China, o que al volver me las arregle para hacer algo que siempre he querido: vivir en París.
Aunque la verdad es que me iría a África, ahora mismo, a Benín. A desaparecer entre el minimalismo alegre de la gente y el paludismo triste de los mosquitos. Y es que como Kennedy, cuando estuve allí, acabé diciendo "Yo soy beninés".

madrid: expresiones





jueves, 20 de noviembre de 2008

tiemposmodernos

--Bueno, seguimos con la fantasía pero tú me ayudas.
--Claro, ¿en qué puedo servirte?
--Yo digo lo que haces tú y tú dices lo que hago yo, ¿vale?
--Vale, suena bien.
--Tú me coges la cara entre las manos y me besas.
--Tú mueves las manos por mi espalda, primero fuera de la ropa, luego por dentro.
--Tú también y comienzas a besarme el cuello.
--Gimes corto, suave, y me arañas un poco.
--Como aquella vez en el bar del teatro, ¿te acuerdas? Me empezaste a acariciar el escote.
--Claro que me acuerdo, fue nuestro reinicio, pero esto no es fantasía, así que no vale.
--Pasas tus dedos por mi cabello, lo hueles, me dices que sigo oliendo igual que siempre, que huelo a hierba o monte o yo qué sé.
--Buscas mi boca y me das un beso, primero dulce, luego intenso, con tu lengua.
--Tus manos están en mi pecho que está duro, tocas a través del escote y notas la piel suave, me susurras lo mucho que me has echado de menos, lo mucho que me amas, que no te quieres separar de mí nunca más y me vuelves a besar con delicadeza y después con fuerza.
--Me dices que tú también quieres estar conmigo, enamorada, como cuando tenías veinte años, y me pides que vayamos a algún lugar, a hacer el amor.
--Me coges de la mano y me llevas a algún lugar, cualquiera, por allí en la Rambla. Abres la puerta, me coges en brazos y me metes... de culebrón total.
--No, los culebrones no los hacen en la Rambla, y en la Rambla sólo hay hoteles de guiris, así que te llevaría a los hoteles del Paseo de Gracia, que son mejores.
--Bueno, donde quieras, yo sólo quiero estar contigo.
--Eso es lo mismo que pienso yo, aunque sea en la playa... bueno, el hecho es que llegamos a la habitación, nos acostamos, y te colocas sobre mí.
--Y tú comienzas a tocarme las nalgas por encima del pantalón, después metes tus manos y sigues tocándome por dentro, me sientas y me comienzas a desnudar con tanta suavidad como a un bebé.
--Mientras tú acaricias mi pelo, y me aprietas cuando te lamo el cuello, las orejas, el pecho.
--Según mi decálogo, ¿está bien que esté tan mojada y que teniendo estas fantasías, que ya las tengo, las comparta contigo?
--No sé, lo escribiste tú, mi decálogo sólo tiene un mandamiento: hacer lo que salga de las tripas, nada más... Mi decálogo es un monólogo, más bien.
--Bueno, tú me has desnudado, y comienzas a lamer mi clítoris.
--Joder, qué rápida, yo había pensado en el ombligo, pero ya que estamos... tú has levantado las piernas, y apoyas los talones en mis hombros.
--Estoy muy mojada y entre más lames más me mojo, tanto que siento dolor... es verdad, me está pasando.
--Bueno, ya estás hablando en primera persona, y era en segunda... yo haré trampa, gimes cuando recorro con mi dedo tu vagina, suavemente, y bajo, y voy a tu ano, mientras te lamo.
--Es que tú eras yo, y al revés, pero como no has dicho eso, lo digo yo imaginándolo.
--Bueno, da igual, sigues gimiendo mientras te lamo, abro tus piernas un poco más, y paso mi lengua alrededor de tu ano, y hundo la punta.
--¿Cómo le llamas?, ¿polla o cómo?... es que yo ya me acostumbre a los términos de acá.
--Yo ya soy un mix, dile como quieras.
--Nunca más me acosté con un sudaca.
--Buena decisión.
--La polla se te había puesto muy grande, muy hinchada y estaba como yo la recuerdo, gruesa...
--Mi polla sigue igual.
--Un momentito, estoy con mi marido al phone.
--Vale, no vayas a confundir los diálogos.

*

Tenía dos opciones, escribir una novela con estructura, personajes, y todas estas polladas, al gusto del mercado local, o continuar con la payasada que comencé hace diez años, de escribir libros autobiográficos y experimentales.
Me fui por la segunda opción, claro.
De todos modos ya había escrito media novela, al gusto local. Una historieta de un robo con allanamiento practicado por un tipo que quería salir del anonimato. El tipo y yo somos lo mismo, más o menos. Compartimos opiniones, podría decirse.
Pero había un problema: cuando escribí la base de lo que sería la novela estaba de mal rollo. Por ejemplo, insultaba al lector por leer el engendro de libro en el transporte público que lo llevaba a su trabajo. Le decía que me parecía gracioso ver cómo pasaba sus días obedeciendo a un tipo que lo despreciaba o, si tenía suerte, lo ignoraba. Era una pose, porque yo en esa época estaba desempleado, no encontraba un agujero laboral, no conocía el truco de desmantelar el CV., no producía dinero, mi ex aprovechaba para machacarme, y claro, yo no estaba bien, normal.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

nueva york: edificios






sábado, 15 de noviembre de 2008

guia de barcelona para sociopatas (2007): fragmento

Mientras estuve en V., entre la violencia, la inseguridad personal y jurídica, y la crisis política, social y económica, mi sociopatía parecía dulce y amable. Como mis agresiones gratuitas eran verbales y mi desprecio por los congéneres era una conducta generalizada, pasaba por ser un tipo la mar de elegante. Pero después de casarme, e irme a vivir en una ciudad bienpensante, mi personalidad psicopática tuvo que ser encerrada. La compañía de un buen amigo indígena con una sintomatología similar, que de joven fue caso problema en una familia de concertistas que no paraban en casa, ha servido de alivio, pero no ha sido suficiente.

Para limpiarme del exceso de bienpensantismo local fui escribiendo una serie de correos electrónicos que envié a los amigos de V. En los correos satirizaba mi experiencia de este lado del océano.
Convertí los correos electrónicos en cuentos experimentales, añadiéndoles notas a pie de página como había aprendido en el doctorado, notas cargadas de sociopatía. El resultado fue un libro atascado.
Incorporé las notas a pie de página al cuerpo del texto y desaparecí los fragmentos demasiado experimentales para la media del lector local, que rechaza el experimentalismo. La estructura seguía siendo inconexa.
Por unas agentes literarias supe que debía convertir los cuentos en novela, porque éste es el único género interesante para los editores aborígenes. Por afinidad, aproveché el libro de Stevenson, The Strange Case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde, como esqueleto de mi engendro.
Se supone que Stevenson me servía para trabajar la duplicidad y los antagonismos entrecruzados de realidad-ficción, vigilia-sueño, presente-pasado, vida diaria-recuerdos, aquí-allá, yo-ellos, etc.
Pero el libro se volvió barroco, y en muchas partes no fluía. Lo suavicé acentuando la oralidad y eliminando las pretensiones y las pendejadas filosóficas.
Como la referencia a Stevenson es hermética, y no me gusta el hermetismo, decidí darle a la novela apariencia de guía de la ciudad, divirtiéndome con la idea de engañar y confundir a más de un pendejo, como hice antes con una novela que tenía título de ensayo (La Crisis de la Modernidad).
Para acentuar la dualidad, el dos por uno, he rescatado cuentos de un libro anterior, escrito en V., que junto a algunos textos escritos en Barcelona tendrían que formar los anexos de esta novela. Unos anexos que, más bien, son un libro aparte de cuentos, incorporados bastante arbitrariamente al cuerpo de la novela en esta última revisión, por sugerencia de un tipo que sabe de literatura mucho más que yo. Así, lo que antes era medio libro de anexo, ahora sólo ocupa unas pocas páginas, éstas que siguen:

niagara





viernes, 14 de noviembre de 2008

guia de barcelona para sociopatas (2007): presentacion

En la Maison de l'Amerique Latine, el lunes 24 a las 21h.
217 Boulevard de Saint-Germain.

http://culturel.mal217.org/fr/Agenda/Litterature/Ciudades-bajo-una-perspectiva-venezolana--Barcelona-y-Paris-2910.htm

madrid: calle







guia de barcelona para sociopatas (2007): fragmento

El doctor en psiquiatría Slavko Zupcic me prometió hace un año escribir un capítulo diagnóstico y conclusivo para este libro. Me lo volvió a prometer hace un mes, cuando vino a Barcelona para arreglar no sé qué de su doctorado. Slavko estuvo en Castillejos 252 algunos días porque le ofrecí el sofá/cama para que se ahorrara el hotel. La noche antes de su regreso a Italia salimos a beber.
Le propuse a Slavko ir a conocer al hombre piercing y me preguntó qué clase de huevón podía hacerse llamar así. Ocurre que Slavko siempre ha ido de irreverente por la vida, por eso le decíamos negrito de mierda y Slavko Sucio cuando estábamos en V., donde, para hacerse el irreverente, Slavko se dedicaba a publicar cuentos políticamente incorrectos. Por ejemplo, sacó uno en el principal diario del país, un cuento protagonizado por el muñón de la pata de un perro que se veía obligado a sodomizar diariamente a su amo. Éste era el tipo de material que publicaba Slavko, por eso le decíamos negrito de mierda y Slavko Sucio y cosas así. Todo con mucho cariño, siempre.
En aquella época yo también iba de irreverente por el mundo. Disfrutaba ridiculizando a la gente en fiestas y reuniones; me hacía el gracioso. También publicaba cuentos políticamente incorrectos (he puesto algunos en esta guía, como ejemplos), de manera que, no recuerdo quién, nos bautizó como la Escuela de Valencia.
Slavko dice que me conoció en la academia de música Echeverría Lozano, la única en la ciudad que otorgaba títulos reconocidos oficialmente. Ambos estudiábamos violín con el profesor Zinkevich. El profesor Zinkevich era un inmigrante alemán, gordo y rojo, que se incrustaba el violín en el cuello con el mismo arte que empleaba para atender en su ferretería de M. El profesor Zinkevich tenía dos métodos pedagógicos. El primero: insultar a los alumnos hasta que abandonaran el estudio del instrumento. Ése fue el método que siguió con Slavko. El segundo: resaltarle al alumno la necesidad de comprar anteojos y de utilizar el pie derecho para marcar el tiempo de la música, que para eso están los pies. Con ese método me formó a mí, durante medio año, porque en las vacaciones anteriores a mi segundo curso murió Zinkevich (afortunadamente, para Slavko) y la escuela oficial de música de la ciudad (la segunda población del país) se quedó sin profesor de violín durante, más o menos, tres años, así que dejé la Echeverría Lozano, siguiendo el ejemplo de Slavko, que está seguro de haberme conocido allí.

domingo, 9 de noviembre de 2008

nueva york: chinatown