H. mandó el orden del día al carajo cuando le preguntó a B. qué tal te fue anoche, bien, sobre todo en la discoteca, después de que se fue (no recuerdo el nombre del novio) y llegó (no recuerdo el nombre de éste, tampoco)… me estuvo hablando tan cerca, madre, que no sé cómo me contuve.
—Pero eso no está bien, y, ¿cómo queda el pobre (no recuerdo, el novio)?
—Madre, pero, ¿y qué quieres que haga?, si (no recuerdo No 1, el que no es el novio) se me ponía tan cerca… ¿qué hace una?
—Que deberías aclarar tu situación con (no recuerdo No 2, el novio).
—¿Pero y qué voy a hacer?, yo a No 2 lo quiero, pero ya no estoy enamorada…
—Es que el pobre No 2 es tan… tan formal, que da sueño, el pobre —H., aclarándonos.
—Ah.
—Además, el pobre es tan atento…
—Es un agobio… No 2 es un verdadero agobio.
—No hables así de él.
—Pero es que es un agobio, madre, tú misma lo has dicho.
—Bueno ya, ven para que conozcas al chico del que te hablé y…
—Antonia.
—Hola ¿cómo estáis?… madre, ¿y la abuelita no iba a venir?
—Es verdad, ya tendría que haber llegado.
Se modificó el tercer punto del orden del día para que B. pudiera intervenir: la equitación.
Se resolvió que el ecuestre es un deporte caro, cosa que a H. la deja indiferente, porque todo lo paga el padre de B. Se destacó la enorme variedad de equinos, y se habló de algunas especies curiosas. B. tiene dos caballos, uno viejo y otro joven; y aunque las virtudes del segundo como caballo de salto son mayores que las del primero, B. prefiere a éste porque, con el tiempo, ha desarrollado una compenetración que no siente con el otro animal. B., inteligentemente, presta a las bestias una fidelidad que no merecen los hombres.
WORK IN PROGRESS
domingo, 29 de abril de 2007
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