WORK IN PROGRESS

jueves, 28 de junio de 2007

sin título: fragmento

Mi amigo no sólo ronca, también hace ruiditos con la boca, como los viejos, cuando mascan agua. Lo estoy oyendo, con detalle. Tengo toda la noche para hacerlo. El insomnio es así, te pone detallista, iluminado, sublime, poético, gilipollas.

De todos modos no es necesario el insomnio para reconocer las virtudes sonoras de mi amigo. Un buen farmaceuta también puede hacerlo, de un vistazo. Lo digo por experiencia, nos pasó caminando por Hong Kong. Servía vasitos de té medicinal, el farmaceuta. La mesa llena de vasitos plásticos y el tipo concentrado escanciador. Mi amigo, sin respetar el trabajo ajeno, el esfuerzo, la constancia y la concentración, le preguntó una dirección, al farmaceuta, en inglés, claro, porque no sabe chino. El farmaceuta levantó la cabeza, pausa perra en su llenado de vasitos, y nos miró con todo el odio y el desprecio que una cultura milenaria ha acumulado al ser violada durante siglos por la barbarie occidental. Algo falló, en la pregunta de mi amigo, creo. Algo hizo mal, algo muy grave, que provocó en el farmaceuta ese rencor tan histórico pero tan vivo. No supimos qué, dónde estuvo la metida de pata. Nos miramos, "¿seguimos?, este carajo como que se arrechó", le dimos las gracias por nada y nos alejamos riéndonos de la expresión, de la ira saltarina. Yo le propuse a mi amigo regresar y repetirlo todo, preguntar la misma pregunta, conmigo detrás, la cámara preparada. Yo insistía en que había que registrar esa expresión. Mi amigo no se decidía, quizá asustado por todas las películas de kung fu, Bruce Lee, y todas esas mierdas que hacen ver que los chinos, aunque pequeños, pegan duro. Yo insistía, le decía a mi amigo que era demasiado buena, la expresión, todo ese odio en una sola cara, estaba demasiado bien. Por fin lo convencí, a mi amigo. Regresamos a la esquina de la farmacia. Vi la mesa que daba a la calle. Vi los vasitos llenos de té medicinal. Preparé la cámara. Mi amigo se acercó, expresión de aquí voy, nojoda, hasta la mesa. Yo bajé a la calle, buscando un buen ángulo para la fotografía. Composición y volúmenes y esas cosas. Preparé la cámara. Profundidad de campo y velocidad de obturación. Enfoque. Levanté la vista y no estaba, el farmaceuta xenófobo, antioccidental, antiturista y antiglobalizador. Qué putada. Qué mal. Perdimos la oportunidad. El odio chino escondido. Fuera testimonio. Occidente desprotegido, incauto, frente a la sed de venganza oriental. Como Casandra, sin pruebas, advertiremos a oídos sordos. Nos darán a todos por el culo irremediablemente, los chinos. Farmaceutas, obreros, astronautas, jardineros de escuela, todos juntos, dándonos por detrás. Son más de mil millones, la cosa dolerá. Y mi amigo y yo sin poder hacer nada, la prueba perdida. Pero pensándolo mejor quizá ya vaya bien. El mundo bajo gobierno chino. El cambio climático, la corrupción, el agotamiento de los recursos naturales, todo hecho una sopa, como ahora, pero peor. Así occidente alejará, otra vez, las culpas. Fueron ellos, diremos a nuestros nietecitos, cuando ya no quede nada, fueron los chinos, que se lo cargaron todo, que no quisieron respetar al planeta, que les importaba un carajo el dolor animal. Pero para eso todavía falta un rato. Mientras tanto, seguimos nuestro paseo, callejuelas, escaleras, turistas amarillos, no de la piel, sino del pelo, una cerveza demasiado cara en un karaoke demasiado barato, y ahora mi amigo que, además de roncar, hace ruiditos con la boca, como los viejos, qué cagada.

chartres





domingo, 24 de junio de 2007

sin titulo (fragmento)

Hoy en la mañana, en Hong Kong, antes de salir a Cantón, revisé mi correo electrónico. Había enviado un mail masivo de despedida, con el trozo de novela que escribí en Barcelona. Encontré más repuestas de las que esperaba. Una antigua novia me dijo que hacía bien acabando mi relación y saliendo de mi letargo: la última vez que nos vimos, en Barcelona, hace unos meses, nos fuimos a su hotel y no pude tener una erección decente; supongo que por eso usó la palabra "letargo". Un crítico literario amigo, que abre una colección de nuevos autores usando un libro mío, me escribió "qué aventura" y me pidió que no desapareciera antes de firmar el contrato editorial: le prometí no desaparecer, aunque desaparezca. Un antiguo colega me pidió que pasara por la agencia de publicidad cuando regrese a Barcelona: éste se ve que no leyó el archivo adjunto con el trozo de novela, le daría pereza, se entiende. Mi ex me escribió que soy un gran tipo y cosas de estas, útiles para mantener la amistad o sentirse mejor o yo qué sé. Mi amor recurrente me comentó que poco a poco vuelve a la normalidad, aunque acordándose mucho de mí: yo también la extraño y se lo escribo, y así mantengo vivas esta parte de mi vida y de la novela. Por un correo colectivo, y sus secuelas, supe que presentaron una antología donde fui incluido, en una editorial grande. Otro correo colectivo, de mi hermana, reenviaba un texto que alertaba sobre el avance de la dictadura en Venezuela. Curioso, lo de mi hermana, es la única que no dice nada sobre mi despedida, supongo que pasó de leer el correo o, como ya me conoce, sabe que en un rato estaré de vuelta. Que me deje de mamonadas, ya lo he hecho antes y ya lo volveré a hacer, esto de despedirme. Que no fastidie, si siempre acabo volviendo, para qué carajo andar con despedidas. Cuando me desaparezca, de verdad, no haré la gilipollez de enviar anuncios. Me iré, al culo del mundo, ni idea de mí, sin mensajes, sin autopromoción, desapareceré, algunos se acordarán de vez en cuando, la mayoría olvidarán rápido, y nada más.

*

Mi amigo es un tipo cojonudo, pero ronca. Tiene vocación de payaso, pasa el día de cachondeo, no sabe lo que es estar serio, pero ronca. Va inventando pendejadas para hacer reír, se aprende frases en chino para flirtear con las chinitas, pero ronca. Lo conozco desde hace veinte años, es como mi hermano, un poco más, porque su hermandad no es impuesta, sino escogida, pero ronca. Y no es un ronquido cualquiera, el ronroneo clásico de gato enfermo y amplificado. El suyo es un ronquido ambicioso, siempre inquieto, que busca, tenaz, cada vez mayores alturas: la perfección sonora y expresiva, el ronquido total. Y son las dos y media de la madrugada, y no puedo dormir; por eso he estado escribiendo en el ordenador de bolsillo. Esta noche mi amigo, los veinte años de hermandad, su buen humor y sus payasadas, tristemente (así somos de pequeños los seres humanos), valen mierda frente a sus grandiosos ronquidos. Le daría la patada en el culo, si no tuviera que pagar solo el resto del viaje.

china: paredes, muros, murallas, suelo





jueves, 14 de junio de 2007

sin titulo: fragmento

Me dejé el archivo con la novela en Barcelona. No sé por qué, no lo he puesto en el ordenador de bolsillo. Ahora estoy en Cantón, Guangzhou, con insomnio, después de haber cenado como un cochino, cerdo, porque no me pude aguantar, la comida y el restaurante, todo de chinos, daba gusto dejar pasar el rato metiéndose cochinadas en el estómago y mirando a los chinos, alrededor, por todas partes.
En este restaurante los chinos se desplayan, son felices, aunque tratan de ocultar este desliz inmundo, contrarrevolucionario, el de la gula que da felicidad. Piden y tragan, y siguen pidiendo y siguen tragando, hasta que piden y no tragan más. Un baile de comida sobre las mesas, cuando el jefe de familia paga la cuenta. Esta comida, la sobrante, es más abundante que la tragada. No sé a dónde va a parar, la comida de las mesas. Tampoco quiero saberlo, mientras esté en China.
Los comensales no sonríen, ésta es la norma. Se sientan, comen, y hablan un poco, pero no sonríen. Comen como si tal cosa, simulando naturalidad. Como si no pensaran en la cuenta, la que crece, plato a plato. Para muchos de ellos un duro golpe, seguro. Una semana de trabajo despatarrada en la mesa, quizá. Niños, mujer, abuela, y el padre de familia que come y actúa, como si no fuera con él, lo del precio, la tontería aquella de pagar. Eso sí, todos se guardan la propina. No vi a un solo chino soltar nada. Las meseras que se jodan, que vivan de su sueldo, o que se dediquen a putear.
Un buen baile, el de la comida, de la cocina a las mesas, de las mesas a la cocina, y de la cocina a las mesas, otra vez. En eso pensaba yo, cuando llegó, de la cocina, mi plato de cochino.

beijing suburbios en el centro




sábado, 9 de junio de 2007

sin titulo: fragmento

En la mañana le dije a la administradora que me largaba, que me iba a trabajar a otro hotel. Me respondió que sería penalizado, la buena mujer. Tendrías que haber avisado con quince días de antipación. Vale. También tienes que hacer una carta de renuncia. ¿Con el ordenador o a mano? A mano.
Mi cambio yo lo sabía desde el día anterior. No dije nada porque al entrar a trabajar supe que había renunciado un compañero. Un buen tipo, él. Grande, calvo, bastante corto de luces, que vivía con su mamá. Bastante corto, de verdad. Supongo que por eso era bueno, el tipo, no tenía más opciones, no sabía buscarlas, no le venían ideas. Para ser hijo de puta, para ejercer, se necesita una inteligencia mínima, y éste no la tenía. El hecho es que la administradora le dio tan duro que acabó con él. Tenía mérito, lo de la administradora, porque el tipo le metia todo su buen corazón al trabajo. Comenzó a currar con toda su ilusión, era bueno y tonto, ya se ve. Pero la administradora es una verdadera profesional, de las mejores. El primero que lo sabe, su marido, es el hijo del dueño. La mandó al hotel para que dejara de joder en casa (tenía a una hija visitando semanalmente al psiquiatra y a la otra con cara permanente de tristeza y depresión). La mujer, por supuesto, cuando comenzó a trabajar, no tenía puta idea de nada. Hizo lo propio en estos casos: lo "mejoró" todo. Consiguió producir una admirable obra de arte, reflejo fiel de sus manías. Un ingenio diseñado, al detalle, para que siempre, algo, estuviera hecho mal. Un esfuerzo impresionante, de verdad, levantado a base de muchos papeles, un enorme libro que cada día había que borrar y reescribir, dato a dato, número a número. Sísifo, no a pedradas, sino con una goma de borrar. Era cojonuda, aquella máquina de la equivocación. Fábrica de placer para la administradora que, al detectar algún fallo (un numerito no borrado y reescrito, un segundo apellido no anotado) se iluminaba y se lanzaba a machacar. La gente, cuando no folla, se busca placeres sustitutos, es normal. Y el de ella era éste, el del regañito.
Conmigo, en realidad, no se explayaba, yo no le daba mucho placer. De todos modos, cuando el dueño del hotel me preguntó por qué me iba, le dije que por lo mismo que se va todo el mundo, ¿por qué se va todo el mundo?, me preguntó, no muy sorprendido. Por el trato de la administradora, y cuando comencé a dar detalles me cortó con un vale vale que significaba caso perdido, la mujer. En realidad no me fui por ella, pero no quise despedirme sin joder. La verdadera putada la hice luego. Había estado en tres entrevistas de trabajo. Me llamaron de un hotel tres estrellas. Cuando acababa el entrenamiento me llamaron del otro hotel, uno cuatro estrellas, que se veía mejor en el cv. Con un poco de vergüenza les dije que los dejaba, a los del tres. Me sentía un poco mal, se habían portado bien conmigo. Al rato se me ocurrió una solución: arrastré a un colega del hotelito cutre, el de la administración de regañitos, para ocupar el puesto que yo dejaba colgado.
En una semana, de los cinco recepcionistas que había, sólo quedaron dos. Duro golpe para la administradora, jornadas intensivas de silencio, nadie a quien machacar. Me imagino sus veladas familiares, con todos los regañitos acumulados, listos para salir.
A estas alturas el hijo del dueño debe de estar cagándose en mi madre.

zhengzhou lago