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jueves, 30 de abril de 2009

londres: pintura







la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

La noche que la princesa árabe me llamó hablamos hasta que su móvil se quedó sin batería, después seguimos por el chat. Por teléfono no paraba de reírse, inocente, con cualquier tontería, mientras yo, luchando con su inglés de erres árabes, intentaba descubrir qué decía, y encontraba frases del tipo “lo que no mata fortalece”, “la valentía no es la ausencia de miedo, sino el convencimiento de que hay algo más importante que el miedo”, “el valiente puede que no viva mucho tiempo, pero el cobarde, en cambio, no vive nunca”, y así, un catálogo.
Para mí, hablar con ella era como viajar por Arabia metido en los ojos de una niña pija; para ella, no sé, supongo que hablar conmigo era como salir de Arabia en los ojos de un payaso sin circo.
Me llamaba cada dos o tres días; me usaba para dormir. Le contaba películas, historias de viajes, cosas sacadas de los libros, mientras ella ronroneaba o se reía. Cuando notaba que había dejado de sonar, yo colgaba.
Así siguió la historieta hasta que apareció la aristócrata egipcia, y como yo no sabía que sería una tormenta de verano en plena primavera, le conté el affaire a la princesa árabe. Agua fría para su ego. Desapareció.

*

Después de la escena de acción toca la parte romántica de la novelita del robo con allanamiento. La mujer del velo llegó con nuestro héroe hasta un coche que esperaba fuera de las murallas de Marrakech para llevarlos a una aldea de barro en el medio del Atlas. Estos cambios de escenario, en cada capítulo, no sé si funcionen. Me acerco a la mitad en El Código Da Vinci y todavía no han salido del Louvre (en serio, yo esperaba otra cosa). Pero bueno, qué puedo decir, siempre me ha ido el rollo James Bond, y hacer que nuestro héroe salte de México a Marruecos me parece más divertido que meterlo en un museo. Da igual, sigo. En el camino la mujer del velo interrogó a nuestro personaje. Quería saber por qué el gobierno había intentado matarlo. Nuestro héroe, que a estas alturas, después de leer buena parte del Código Da Vinci ya sabe que puede hacer las cosas sin verosimilitud, le contó lo que le pasó en España, en Suiza, y en México, y acabó diciéndole lo que le explicó el periodista de las historias fáciles de vender. Pero parece que para la mujer del velo esto no fue suficiente, porque siguió interrogando. En cambio, cuando nuestro héroe quiso saber quién era ella y por qué lo había sacado de Marrakech así, la mujer del velo no respondió.
En el caserío de barro del Atlas la mujer del velo le presentó algunos amigos a nuestro héroe. Para que el lector vaya entendiendo de qué va esto, todos tenían cierto aire de Che Guevara. Nuestro héroe durmió en la casa de uno de ellos, que además le dejó algo de ropa berebere, para que no llames la atención, le dijo. En la madrugada la mujer del velo y dos hombres lo despertaron. A pie dejaron la aldea. Un par de kilómetros más allá salieron de la carretera y siguieron por un sendero de pastores que, bajando por la montaña, los llevó hasta un río. El paisaje pedregoso y árido, las inmensas montañas, los niños que se acercaban saltando, las antiguas fortalezas y las casas de barro, las mujeres de vestidos coloridos sobre las mulas, todo hace el escenario perfecto para cuando mi librito se vuelva película.
Por fin, a mediodía, cuando nuestro héroe estaba mareado por el calor, en un caserío perdido en el medio de las montañas fue guardado en una pequeña mezquita de barro. Un megáfono colgaba de una estaca, junto a la puerta. La mujer del velo le dijo a nuestro héroe que no saliera, y así quedó, inmóvil, rodeado por el olor a oscuridad vieja.

*

Notas:
Un tipo, con un megáfono, promociona a una modelo que, a su lado, lleva una especie de camisa/caja; la caja tiene dos agujeros con cortinillas y, justamente, el tipo del megáfono anuncia que cualquiera puede venir a meter las manos para tocar las tetas de la modelo durante no sé cuántos segundos. Al principio nadie se atreve a meter las manos, claro, por vergüenza con los otros mirones callejeros, hasta que por fin aparece un voluntario con cara de no conocer más sexo que sus pajas. Después de este personaje viene un adolescente, y luego un viejo.
Al rato, una voluntaria se ofrece para usar otra camisa/caja, demostrando, se supone, que las mujeres por fin están sexualmente liberadas, o quizá, simplemente, porque quería salir en el video, no lo sé.

*

Pregunté quién iba a Marrakech. Tres, conmigo cuatro, faltaban dos, otra vez. Una, dos, tres horas sentados, nada. Los de Marrakech dijeron que lo mejor era llegar a otro lugar, más grande, porque había con quien llenar un taxi y salir, que en esa ciudad podríamos buscar algún restaurante que no hubiera cerrado la cocina, y comer pollo en brasas, y hablar de la universidad donde estudiaban informática los dos chavales, y del trabajo misterioso del tercer hombre, y de las ganas de visitar Europa que tenían los chavales, y de las pocas ganas que tenían de vivir allí donde, según ellos, no podrían casarse, porque las europeas no son buenas mujeres, follan con cualquiera (“¡ojalá y fuera así!”, quise pensar en árabe). Entonces subí al hotel con el tercer hombre, el silencioso, que se fue a rezar y yo a dormir, pero no pude, por el ruido de un matrimonio que celebraron junto al hotel hasta la madrugada. En la mañana temprano nos fuimos a buscar un taxi para llegar a Marrakech, y entonces, en la terminal, por fin lo entendí todo: los chóferes tenían un sueldo fijo, los coches no eran suyos, sino de otros que tenían el capital; para los conductores la mejor opción era no conducir, quedarse hablando y en la noche regresar con sus familias; por eso los taxis funcionaban como baldes de agua con agujeros.

miércoles, 29 de abril de 2009

lisboa: collecting people






la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Notas:
The bin laden big band
The bin laden big bang
The bin laden big gang

*

Notas: hay un juego curioso en los textos que dicen "x cantidad de palabras valen menos que una imagen": si escribo el número real de palabras entonces es incorrecto, y si escribo el correcto, no es real. Por ejemplo: Texto de 188 palabras que quiere incluir la frase "ciento ochenta y ocho palabras valen menos que...", y para que la frase sea real, tendría que subir el número de palabras a 190; pero si escribo "ciento noventa palabras valen menos que..." entonces bajo a 188.
No sé si me explico, supongo que no, es como tratar de llenar de agua un balde con agujeros.

Todo esto es un enorme chiste masón

*

Notas:
Posible título para este librito: Dentro de las aguas congeladas del cálculo egoísta; visto en el Pompidou, no recuerdo dónde.

O éste: Si el silencio es más hermoso que tus palabras, entonces calla; es un pensamiento árabe, visto en otra exposición.

*

Escrita la escena de acción en la novelita del robo con allanamiento doy por hecho que el lector ha estado de culo enviando correos y llamando por teléfono a sus amigos, recomendándoles mi librito, feliz, exaltado, fascinado por las fuertes emociones que éste deja. Luego vendrán las editoriales, las ventas, y todo eso. En resumen, que estoy a nada de volverme multimillonario. Supongo que merezco un descanso, una tarde de relax. Por eso, en el pueblo perdido del Atlas adonde llegó nuestro héroe huyendo de Marrakech con la mujer del velo, para relacionarme con los nativos entré al billar anexo a una bodega donde sólo se puede beber refresco de piña hecho a base de colorante amarillo, enfriado en un balde de agua, la nevera berebere, como me dijo el que atendía, pero de nevera sus nalgas, el refresco estaba caliente. El billar tenía una puerta pequeña que daba a la carretera y las paredes mugrientas estaban tan cerca de la única mesa que había un taco corto, como de niño, para poder golpear la mitad de las veces. Supongo que corrió rápido la noticia de que el turista había entrado al billar, porque el tugurio se llenó en un par de minutos con los gárrulos del pueblo. Veinte gárrulos, más o menos; quizá demasiados, para las pocas casas que hay.
Perdí la primera partida. Gané la segunda. La tercera preferí mirar. El garito se vació. Volvió a llenarse cuando regresé a la mesa. Jugué contra uno que iba de crack. Perdí, pero la partida estuvo buena. Luego jugamos en equipo, el crack y yo contra otros dos. Y entonces me dio el clic, ese que me viene cuando veo que se están tomando el juego en serio. Cuando me da el clic involuntariamente comienzo a desmadrarlo todo con generosidad. Lo peor es que sé cuándo me viene, reconozco la sensación, pero es como si estuviera poseído y no puedo hacer nada. La embarro aunque trate de hacer las cosas bien; o hago las cosas bien, como un maestro, deliciosamente, pero al revés. Por ejemplo, puedo meter una bola por banda, con un tiro limpio y perfecto; pero la bola que entra no es la mía, sino la del otro equipo o, mejor todavía, meto la bola ocho, matando la partida, como hice esta vez. Estoy seguro de que si me lo propusiera, y lo practicara mil veces, no podría conseguir un tiro tan perfecto; pero cuando me da el clic, no sé cómo, me vuelvo un maestro. Y entonces pienso, claro, ¿es el espíritu antigrupal?, ¿la vaina contra la competencia?, ¿la necesidad de demostrar que funciono distinto? No sé, pero todos estos temas a mi compañero de equipo, por supuesto, le importaban un carajo. Se cabreó. Después de mi tiro perfecto sobre la bola ocho me dijo adiós con cara de vete a la mierda, puto guiri, me has hecho perder, y yo nunca pierdo. Sentí vergüenza, claro; de haber sabido que se pondría así hubiera jugado, haciendo equipo con él, mucho peor desde el principio.

martes, 28 de abril de 2009

antibes







la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Fue una carta de la Seguridad Social que me abrió los ojos; y las llamadas del banco, cada mes, me abrieron los oídos. Hasta quince mil rupias europeas me deja el banco con un préstamo personal, y hasta cuatro meses de salario, me podría dejar el paro. Por mi lado, con los extras como redactor, ya he guardado unas tres mil rupias. Por eso Marruecos será el último viaje antes del salto a París. En dos meses mi historia en Barcelona se acaba, y mi librito con ella. Pero para cobrar el seguro de paro forzoso me tienen que echar del hotel, renunciar no vale. Me gusta la idea, encontrar una cagada limpia, elegante, perfectamente legal e imperdonable. Estoy pensando en ella, dándole vueltas, aquí sentado en la terminal de taxis, esperando que se acabe de llenar uno que me saque de Marrakech para ponerme en las montañas. Más de cuatro horas en el tema y todavía nada. Cuando aparece un nuevo pasajero ya hay otro que se fue, cansado de esperar; entonces siempre faltan dos; es como intentar llenar de agua un balde con agujeros. Mientras tanto la peña en la terminal se pelea. A veces a gritos, a veces a gritos y golpes. La turba va y viene, rodeando a los luchadores. Abrazos y golpes al aire y rodar por el suelo y toda la vaina ridícula de las peleas callejeras. La última trifulca, hace diez minutos, podría haber acabado en tragicomedia: un taxista con ganas de camorra vino a buscar un cuchillo al lado de donde estoy sentado, otro lo cogió por el brazo para que no regresara a la pelea; en eso aparecieron dos policías aburridos y al tipo, instantáneamente, se le quitaron las ganas de ir a matar a no sé quién. Yo le pregunté a un vecino por qué se peleaban, hizo un gesto con los hombros como de "da lo mismo" y dijo que por el calor, señalando al cielo con un dedo. Vale. Entonces vuelvo a pensar en mi despido, cada quien a lo suyo.

*

Más de cuatro horas en el tema y todavía nada. Cuando aparece un nuevo pasajero ya hay otro que se fue, cansado de esperar; entonces siempre faltan dos; es como intentar llenar de agua un balde con agujeros. Mientras tanto la peña en la terminal se pelea. A veces a gritos, a veces a gritos y golpes. La turba va y viene, rodeando a los luchadores. Abrazos y golpes al aire y rodar por el suelo y toda la vaina ridícula de las peleas callejeras. La última trifulca, hace diez minutos, podría haber acabado en tragicomedia: un taxista con ganas de camorra vino a buscar un cuchillo. Un movimiento violento, nuestro héroe levanta la cabeza, el taxista cae al suelo, el ruido de un tubo metálico rebotando contra el asfalto, un hombre se aleja corriendo, el taxista, en el suelo, se lleva una mano a la cabeza sangrante, la mujer que está al lado de nuestro héroe lo coge de la mano diciendo “venez avec moi!”; nuestro héroe, confuso, se deja llevar por la mujer. Cruzan la calle moviéndose entre los taxis parados. Entran a la ciudad vieja por una puerta que es un agujero en la muralla. Avanzan por una calle populosa que es un mercado. Nuestro héroe siente la mano de la mujer que lo lleva, va dejando atrás las miradas curiosas de los vendedores, los trozos de carne que cuelgan, las cajas de verdura, los cacharros plásticos, las moscas, el pescado en las bandejas. Entran a un callejón. La mujer le dice a nuestro héroe, en un español con acento árabe, “no te apartes de mí”. Lleva la cara velada. Toca una puerta. Se entreabre y una voz de mujer dice algo muy bajo. “Por aquí”, la mujer del velo. Un laberinto de callejones, perros, algún pequeño patio donde una niña levanta unos baldes de agua. Nuestro héroe se da cuenta de que ha olvidado el bolso de viaje con su ropa. Se ve robado.
--Mis cosas, mis cosas se quedaron allá.
La mujer del velo continúa caminando apurada.
--Tengo que ir a buscar mis cosas.
--¿Quieres que te maten? Regresa.

*

Entonces tocaría escribir sobre la chica de Arabia Saudita, una historieta rosa para hablar de la “fantasía” en el apartado “tipo de relación” que corresponde a este capítulo.
El cuento comienza con una página web para colgar y comentar fotografías de viajes. Mirando retratos de fotógrafas (las que ponen en el perfil, no las que hacen de terceros, que no me interesan para nada) encontré una chica muy guapa, de ojos verde gato y boca de escultura griega. Miré algunas de sus fotos y le escribí no sé qué. No vi respuesta, me olvidé.
Unas semanas después entré a una cuenta que casi no uso y encontré un correo simpático e inocente: now i know why you are very good with photos of people , because ur a writer , you capture lives not people in your photos .. I checked your website and sadly I dont know spanish but thanx to babel fish i translated your biografia..the translation was not accurate but I did understand it ...I loved your smooth way of writing and how you put everything in such a simple way yet sophesticated becouse i related to it somehow .. I always use to think that a good writer is a one who makes the reader feel he is a part of what he reads ..and i felt that in your biography and i wished that i can read spanish so i can read the secreat voices book you wrote; le di las gracias sin saber quién era.
Al siguiente correo supe que era la de las fotos, y al siguiente que la chica necesitaba conversación. Me volví todo oídos. En esa época, además, mi amor recurrente me estaba dejando, así que me venía bien un poco de compañía, aunque fuera virtual.
El problema con la chica es que me hacía sentir un poco como el lobo feroz: ella tenía sólo veintitrés años y casi ninguna experiencia con hombres, escondida en alguna mansión de Jiddah, aunque venía una o dos veces al año a Europa; pero el juego era divertido, yo la llamaba princesa árabe, ella me decía pirata del Caribe, y así íbamos haciendo el gilipollas. De los correos pasamos al chat, y del chat, una noche, al teléfono.

sábado, 25 de abril de 2009

londres: canal






la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Notas:
Tótem: un garabato canadiense del que cuelga de todo, desde señales de tránsito hasta críticas de conciertos para violín y piano

Romper el huevo,

Ulises y los pretendientes. En el centro, un tipo con el puño alzado está a punto de reventarle la cara aterrorizada a un negro inmóvil en el suelo bajo las rodillas del que le pega. Detrás un par de mirones, ligeramente inclinados. A la derecha del cuadro brochazos también en negro, quizá un motor. Un poco más arriba (la composición es en diagonal) una chica lee tranquilamente lo que parece un cuento ilustrado y, sobre ella, un David decapitado. Lo demás, brochazos negros, pero lo que dicen no está muy claro.

Tótem, o fetiche: la ascensión del futbolista, ¿Maradona como la Virgen María?

Una palmera de cartón moviendo sus hojas por un ventilador instalado en el marco del cuadro, pintura de paisaje, isla paradisíaca, la misma idea, claro, pero cutre, burlándose.
Aprovechando los dibujos animados fabricar diálogos tipo la Alicia de Carroll.

Retrato del enano de Velázquez pero con cara de Dalí y lleno de chapitas con logos de grandes empresas españolas y del principal partido de derechas.

Buscar eduardo arroyo

El carro de heno con un comercial de anzuelos, el pez arriba, el carro abajo, con las figuritas de cardenales, recaudadores, campesinos

Buscar gianni bertini

Interior americano: un grupo de guerrilleros vietnamitas está del otro lado de la ventana, ya a punto de entrar a un apartamento con tres habitaciones dos baños recibo comedor cocina americana tendedero armarios empotrados piso de parquet flotante por estrenar
y dos chinos matan a un soldado norteamericano en una habitación azul cielo lamparitas de noche calefacción cortinas color crema con estampados lilas diseños de cisnes voladores
y un tipo con cara de chungo está enterrando una mina antipersona en el baño con bidet y bañera con hidromasaje baldosas italianas espejos color caramelo iluminación indirecta piezas de fontanería de la mejor calidad

Las banderas de holanda, alemania, bélgica, estados unidos, italia, francia, reino unido, españa y japon con el rojo, allí donde lo tienen, chorreado, como si fuera sangre (olvidaron, no sé por qué, las de la unión soviética y china, que chorrearían bien).

*

Y para cerrar el sexto capítulo toca explicar qué pasó con nuestro héroe en el Hilton del Paseo de la Reforma. Para eso tengo que encender la televisión, o más bien recordar la televisión por cable de Sudacalandia, y hacer zapping, una vuelta y otra, y otra, y otra, y apagar el aparato de mal rollo, y levantar al personaje de la cama, hacer que mire alrededor, que encuentre sobre la mesa una botella de tequila Don Julio sobre una carpeta, que abra la carpeta, que lea un mensaje del periodista de las historias fáciles de vender “Salud, bienvenido al mundo, aquí hay una lista de concursos literarios, escoge el que te parezca y envía lo que quieras, no te preocupes, nosotros hacemos el resto”, que saque una tarjeta American Express que lleve su nombre, que mire un catálogo de viajes puesto detrás de la tarjeta, que recoja del suelo un papel con un número de teléfono, presumiblemente de la chica del tren, que lo ponga todo sobre la mesa, que se desnude, que entre al baño, que cague, que se limpie, que se meta a la ducha, que se enjabone, que se masturbe, que use el potecito de champú, que se quede un rato con los brazos apoyados de la pared, recibiendo el agua sobre la cabeza, que cierre el agua, que se seque, que salga del baño, que revise su maleta, que haga ver que no tiene ropa interior limpia, que se ponga el pantalón directamente, que se termine de vestir, que salga de la habitación, que espere al ascensor mirándose las uñas, que salude brevemente, que en el lobby del hotel entre a una tienda de ropa para caballeros, que recorra la tienda recogiendo cosas, que las pague con la nueva tarjeta, que salga de la tienda cargado de bolsas, que entre a una agencia de viajes que está dentro del propio hotel, que se siente, que hable con la vendedora, que vea revisar a la mujer la pantalla de su ordenador, que pague con la nueva tarjeta, que reciba un sobre de la empleada, que le de las gracias, que salga de la agencia de viajes y se acerque a la recepción, que hable con el recepcionista, que entre al baño de caballeros, que se meta en un lavabo, que se desnude, que abra las bolsas, que saque ropa interior, traje, medias, zapatos, un bolso de viajes, que guarde el resto en el bolso de viajes, que ponga en la papelera todos sus documentos menos el pasaporte, que salga del baño, que se acerque a la recepción, que espere a que el recepcionista le haga una seña, que salga del hotel, que suba a un taxi.

*

El hexágono pavimenta.
Zafiro. Rubí. Caparazón de tortuga. Panal de abejas. Placa de armadillo. Esponja. Coral.
Alrededor de un círculo caben seis círculos tangentes de igual radio. Una población de círculos cubre un plano, pero deja unos espacios intersticiales sin ocupar. Si la presión para aprovechar el espacio crece, los círculos se aplastan convirtiéndose en hexágonos regulares que encajan perfectamente unos con otros. Algo similar ocurre con esferas y cilindros en el espacio tridimensional. Es el caso de un panal de abejas o del ojo facetado de un insecto. Cuanto mejor se aproveche el espacio, más celdas, cuantas más celdas, más píxel de visión, por tanto, mayor probabilidad de sobrevivir. Muchas tortugas, plantas y peces lucen hexágonos en sus escudos, cortezas y pieles. Muchas losetas para cubrir suelos y paredes tienen forma hexagonal. Gaudí, por ejemplo, diseñó un famoso hexágono con el que se cubre el suelo del Paseo de Gracia de Barcelona. En suma: el hexágono, sobre todo, pavimenta.

viernes, 24 de abril de 2009

paris: gare de lyon






la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Azar: una historia de tango. Del compañero de mi compañera de piso, de ellos dos y otro, más bien. Se conocieron hace un par de meses en una milonga (claro, dónde más) y me dice ella que desde el principio engancharon, amor a primera vista y esas cosas.
El tipo vino a Barcelona con una compañía de tango donde baila como figura principal. En Buenos Aires parece que es conocido, que le va bien; pero se acaba de divorciar y anda un poco jodido con el dinero. No lo he visto bailar (y si lo viera, tampoco sabría medirlo) pero el tipo, cuando habla, parece que tuviera el genio adentro: ese pegarse como un loco, forofo, apasionado, obseso, como si todo en el mundo estuviera por allí para que exista el tango. Fuera del tema es un buen tipo, tan simpático como puede ser un argentino (hay que meterse en su rollo, claro, los argentinos no se mueven al rollo ajeno), cómicamente arrogante, hablador, exagerado, un adolescente grande. Grande, de verdad, más de uno noventa, creo.
Cuando el genio comienza con el tema (el tango; el tango nuevo que es para maricas y boludos; el tango clásico que es el serio; las milongas de tango en Buenos Aires; las diferencias de las milongas de tango en Buenos Aires; sus viajes por el mundo con la compañía de tango; los grandes maestros del tango; su papá apoyándolo para que fuera bailarín, al ver su obsesión desde que era nene; sus inicios en el baile folclórico y su salto al tango; sus canciones preferidas de tango; Gardel y el tango; no sé quién y el tango; lo que le han dicho los grandes maestros del tango; lo que le dicen los que no son grandes maestros, pero saben de tango) la bailarina de tango desaparece con cara de sobredosis. Cuando acaba, ella regresa, enamorada, al estilo sudaca, con pasión, locura y estupideces, por ejemplo:
Hace un par de días, cuando entré al apartamento, después de regresar en tren de Sant Cugat, adonde había ido caminando, me pidió que me sentara.
Tango saltó a olerme la cara.
-- ¡Fuera Tango! -le gritó al perro.
Y Tango se fue con ella.
-- Ché, estoy embarazada.
-- ¿Qué?
-- Me hice la prueba y, boludo, estoy embarazada.
-- Bueno… felicitaciones, ¿no?, y… ¿ya lo sabe?
-- No… Se fue a Buenos Aires por tres semanas, tiene que arreglar los papeles para venir; pero ché, no sé si decirle, no quiero asustarlo, ¿y si se queda allá?
-- No creo coño.
-- No sé si abortar sin decirle nada, ¿vos qué creés?
-- Mejor le cuentas.
-- Ché, ¿por qué me pasa esto a mí? Lo peor es que la semana pasada me subieron la medicación por lo de los ataques de ansiedad, ahora tengo que volver a hacer cita con la doctora.
-- Bueno, no le des tantas vueltas, llámalo y cuéntale, seguro que se lo toma bien, es un buen tipo.
-- Ya sé que es un buen pibe, pero esto…
-- Anda, llámalo, no va a pasar nada, seguro.

*

Azar. Que sí, que lo quería tener. Le dijo el genio del tango a mi compañera de piso, después de que la hermana del genio le pidiera a la bailarina de tango que se lo llevara rápido, que no paraba de hablar de ella, allá en Argentina, locamente enamorado.
Entonces el genio del tango llegó, de urgencia, a Barcelona, sin haber podido arreglar los papeles para pedir la residencia en España.
En esa época, en la otra habitación, se quedaba otra pareja de bailarines que estaban de gira por Europa, pero hacían tango nuevo. La chica era amiga de mi compañera de piso, y su esposo, el genio del tango nuevo, era todo lo contrario al genio del tango: pequeño y más bien frágil, muy culto, educado, tranquilo, venía de haber trabajado como bailarín de danza contemporánea y, además del tango, tenía una compañía de teatro.
Pero nada, siguiendo con la historia, la bailarina andaba iluminada, y el genio también, comenzando su instalación en el piso de la bailarina de tango, comprando una Playstation a la que andaba pegado día y noche, adicto como un chaval. Mientras el genio iba pasando niveles matando monstruos en la pantalla, la bailarina de tango iba y venía, esperando los resultados de unos análisis que le harían saber, por el tema de las medicaciones contra la ansiedad, si podría o no podría tener el hijo.

*

Los firmes lectores: Disculpe joven, ¿podemos molestar otra vez?
El autor: Por supuesto, vosotros nunca sois una molestia, para nada.
Los firmes lectores: Es que hay algo que queremos saber.
El autor: Ayudaré en lo que pueda.
Los firmes lectores: Hemos visto que usted ha realizado progresos, hay que reconocerlo; ahora muestra algunos buenos sentimientos hacia sus personajes, aunque todavía no es suficiente, tiene usted que abrirse más, ser más expresivo; usted pareciera que quiere dar a entender que no tiene sentimientos, y eso no es bueno; pero no es de eso que queremos hablar, sino de sus historias.
El autor: ¿Qué pasa con ellas?
Los firmes lectores: ¿De dónde saca esas historias tan raras?
El autor: ¿Raras?
Los firmes lectores: Es que nos parece, cómo diríamos, que las historias no son de gente normal.
El autor: Bueno, las historias son reales, o casi, salen de lo que veo y de lo que me cuentan.
Los firmes lectores: Pero, perdone usted, ¿en su novela no hay nadie normal?
El autor: ¿Normal?
Los firmes lectores: Sí, gente correcta, que tenga un trabajo serio, que críe a sus hijos. Fíjese usted, por ejemplo, en lo que cuenta sobre esos bailarines de tango. El joven pareciera que no hiciera nada, y ella, la pobrecita, dice usted que se está medicando por algún problema nervioso.
El autor: Él es bailarín profesional y ella se medica, sí, porque ha tenido ataques de ansiedad, ¿qué tiene de raro?
Los firmes lectores: Pues que ser bailarín no es un trabajo. ¿Qué piensa hacer ese joven cuando ya no sea joven?
El autor: No sé, supongo que ese será el material para una buena historia dentro de unos años.
Los firmes lectores: Ya ve usted; ¿no le parece mejor hablar de gente que lleve una vida honesta?
El autor: Creo que me aburriría. Las cosas demasiado cotidianas no son llamativas. Aunque siempre hay excepciones, nadie se dedica a hacer una sesión de fotos a un lavabo a menos que esté en muy buen o en muy mal estado. Siempre ha sido así. El arte es un catálogo de excentricidades, rarezas, anormalidades, de…
Los firmes lectores: No nos está entendiendo usted, no. Lo que le pedimos es que escriba sobre cosas que dejen una buena impresión, una enseñanza, historias constructivas, que enseñen a la gente a vivir mejor.
El autor: ¡Joder, si justamente eso es lo que intento! Estoy convencido de que cuando uno llega a una desnudez absolu…
Los firmes lectores: Por favor, le agradeceríamos que no diga usted groserías, nosotros nunca hemos sido groseros con usted.
El autor: Es verdad, pido disculpas.
Los firmes lectores: Bueno, haga usted lo que quiera, al final, es su novela.
El autor: Eso también es verdad.
Los firmes lectores: Sólo que así, con estas historias raras, no va a convencer a nadie con sus escritos, se lo decimos por su bien.
El autor: Claro, ya lo sé.
Los firmes lectores: Escriba sobre cosas más sencillas y le irá mejor, estamos seguros.
El autor: Eso, seguramente saldrá un best seller.
Los firmes lectores: Puede ser, joven, puede ser.
El autor: Seguro.
Los firmes lectores: Pues sí, eso quisiéramos ver.

londres: pintura









la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Se supone que entonces los policías llevaron a nuestro héroe al Hilton de Paseo de la Reforma, pero como sólo lo vi por fuera no puedo entrar con él.
Estoy viendo que este entrar y salir de mi novelita del robo con allanamiento rompe la ilusión de verdad que se supone debería de tener; es como si el director subiera al escenario a cada momento para dar indicaciones en plena representación, vaya mierda, ¿así quién puede seguir mi historieta atentamente? Vale, está aquello de Bertold Brecht y todo lo que quieras; te digo algo: eso no vende. Pero joder, ¿cómo hago?, no he visitado el Hilton ni en DF ni en casi ningún sitio, ¿qué quieres?; la última vez que estuve en un hotel cinco estrellas fue por un overbooking en Bombay, donde había retrasos por las inundaciones; y aunque casi todos los hoteles cinco estrellas son más o menos iguales tendría que hacer una pequeña descripción, por aquello del fashion que se supone deja al lector satisfecho; además, dime, ¿cómo voy a dormir en hoteles así si voy haciendo malabarismos con el dinero? Mañana, por ejemplo, le devuelvo a mi amor recurrente quinientas rupias que metió en mi cuenta, sin yo saber, cuando estuve en China; le pago porque cobré lo que me debía una agencia de publicidad por un trabajo para una franquicia inmobiliaria; una publicación de un cliente que estuvo tocando los huevos con el estilo, porque parece que le iba más el rollo revista dominical femenina que usó la periodista del número anterior. ¿Qué es lo que no les gusta, cómo lo quieren? No sé, no acaban de decirlo, estos tipos son grises por donde los mires, a mí me gusta mucho más lo que has hecho tú, pero ya sabes, son grises, no te preocupes, me dijo mi contacto en la agencia de publicidad. Vale, a mí me da igual, ellos piden, yo escribo, dime si te comentan algo. Y es que para ser redactor hay que decirle sí a todo, si te pones finolis te vas al carajo. En cambio, con la cabeza gacha se puede sobrevivir, más o menos.
Otra cosa, el tipo que me encargó el guión de la Tv movie anda desaparecido. No sé, quizá leyó el borde de un correo que le reenvié. Era un mail para mi amigo el publicista, donde le pedía consejos. En la parte final decía que las ideas del tipo que me encargó el guión parecían de escuelita primaria, pero que no importaba, porque me dejaba bastante libertad. Desmadrar a los clientes es un deporte del gremio de los redactores, creo que el único. Como somos lacayos con el ego inflado es una forma de descargar la frustración de sentir al cliente arriba, supongo. Eso sirve, también, para que los clientes circulen de un sitio a otro cuando se enteran de lo que dicen a sus espaldas sus agentes de publicidad. Se enteran por errores en los correos, como el mío, por teléfonos mal colgados, o por redactores cabreados o despedidos, que les van con los cuentos a los clientes. No importa cómo se enteren, lo bueno es que siempre se ponen de muy mala leche, como si te cagaras en sus madres, en serio. Ellos tienen fábricas e inmobiliarias y compañías de transporte y cadenas de comida rápida y yo qué sé, nadie los obliga a tener bonitas ideas. Que crezcan, que se enriquezcan, que ahorquen a sus competidores, eso es lo que el mundo espera de ellos, no que diseñen campañas de publicidad. Pero no, los tipos son duros, y como ellos tienen dinero y nosotros, los creativos y redactores, estamos jodidos, entonces piensan, más bien saben, que son mucho más listos que nosotros, y quieren imponer sus ideas sobre la publicidad, que son una mierda. Normalmente hay esta guerra silenciosa entre clientes y publicistas; el redactor intentando hacer notar al cliente que es un paleto de los cojones, y el cliente que se ocupa de hacer ver al redactor que es un gilipollas fracasado, rechazando su trabajo así porque sí, sólo porque le da la gana. Como relación, es tan sana como un amor entre un viejo millonario y un niñato promiscuo, algo parecido.

jueves, 23 de abril de 2009

lisboa: collecting people






la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Azar: un tipo llega en avión a Nueva York envuelto en unas mantas gruesas de los pies a la cabeza. En una ambulancia trasladan al tipo hasta una jaula amplia que encierra a un coyote. El tipo, siempre envuelto en las mantas, sin contacto visual con el mundo, queda de pie en la jaula. El coyote lo huele asustado, le gruñe, se aleja. Al día siguiente el coyote, que ya se ha acostumbrado al tipo de las mantas, se pasea por la jaula buscando oficio. Se acerca al tipo de las mantas, lo huele, muerde el extremo de una de las mantas, hala con fuerza. El tipo se levanta, el coyote huye asustado, pero al rato regresa. Huele, muerde, hala. El tipo le suelta un zapato. El coyote coge el zapato y se aleja. Huele el zapato, se acuesta sobre el zapato, mueve su cuerpo sobre el zapato, vuelve a oler, sostiene el zapato entre las patas, destroza al zapato con los dientes. Al segundo día el coyote, ya con toda confianza, se dedica a morder y halar las mantas, hasta que deja al tipo al descubierto. El coyote, asustado, huye, gruñe, se acerca como para morder, se aleja, y luego regresa. El tipo, sentado en el suelo, busca con la mano al coyote. El coyote huye, y al rato regresa. El coyote se deja acariciar por el tipo. Cuando se cumplen las cuarenta y ocho horas, el tipo carga al coyote en los brazos, lo regresa al suelo, y luego sale de la jaula, ayudado por otros personajes que participan en el tema. Del coyote no se sabe nada más. Del tipo supongo que sí.

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Para este fragmento le pedí a mi amigo el periodista de las historias fáciles de vender que me ayudara. Que tradujera a su voz lo que según mi librito dice. Él me ha pedido antes capítulos para sus libros, así que no hago trampa, sólo el mismo juego de vuelta. Pero nada, mi amigo no cumplió. Y eso que sólo tenía que escribir un diálogo donde le preguntaba a nuestro héroe qué quería saber. Por ejemplo, cómo lo ubicaron. Mi amigo el periodista de las historias fáciles de vender debía haber hablado de los transmisores GPS; decir que quizá nuestro héroe llevaba alguno en la suela de los zapatos, o en la ropa, o en la muela, que nada cuesta entrar a un piso y meter un transmisor en cada par de zapatos, por ejemplo, pero que en realidad él no sabe dónde están, los transmisores, como tampoco sabe dónde tiene los suyos, quizá en las tarjetas de crédito. Se supone que entonces nuestro héroe le pregunta si él trabaja para la gente del museo, y el periodista de las historias fáciles de vender le responde que no se trata de la gente del museo, que la cosa es mucho más amplia, más difusa, que el parapeto lo cubre todo y está muy bien montado desde hace tiempo, que quienes están arriba, en todos los sistemas, siempre han buscado la forma de manejar las cosas para mantenerse como están, lógico, y que en nuestros tiempos el control funciona cojonudamente, aunque él no conoce exactamente el mecanismo, porque no se lo han explicado, porque además no tiene a quien preguntar, porque él sólo hace su trabajo, y le reporta a alguien que está más arriba, a quien no conoce, porque se trata sólo de una dirección de mail. Nuestro héroe mira alrededor como buscando por dónde escapar, y el periodista de las historias fáciles de vender debería haberle dicho que, en este momento, podría estar muerto, que la última persona que ha sabido de él es el chaval de los tacos, y que por la forma como dejó el lugar puede que no le de muchas esperanzas de vida; que le comenta eso no para asustarlo, sino para que entienda que está tratando con gente seria; y entonces debería seguir explicado, el periodista de las historias fáciles de vender, cómo funcionan los mecanismos de control; por qué la libertad de expresión ha sido uno de los más grandes inventos, al dejar que cada quién se delate a sí mismo gratuitamente, señalando si hay o no que encender la alarma, si hay que proceder o no a su anulación; entonces el periodista de las historias fáciles de vender debería recordarle a nuestro héroe cómo se conocieron, a través de una amiga mutua que trabajaba en una ONG, que leyó unos textos míos e inmediatamente llamó al periodista, que vio algo potencialmente peligroso y se acercó a nuestro héroe para seguirle la pista; que luego se dio cuenta de que el nivel de peligrosidad de nuestro héroe es nulo, porque no tiene madera de líder y es incapaz de trabajar en grupo, y que ya como escritor lo han enterrado al publicarlo en editoriales sin distribución; que, en resumen, nuestro héroe es un cero a la izquierda, pero mantiene una cierta capacidad de contaminar que no le gusta a los que están arriba. Se supone que nuestro protagonista escucha en silencio, que el periodista de las historias fáciles de vender le explica entonces, con estadísticas, cómo funciona la rueda: la gran mayoría de la gente sigue la línea, buscando los símbolos de placer y de éxito que fabrica el sistema, y los pocos que se salen normalmente acaban autodestruyéndose, son el equivalente, en una fábrica, al material de desecho; que en este momento se vive la última etapa en la que se terminará de anular a las voces disidentes, desapareciendo de los medios a los elementos contaminantes; imponiendo, bajo el disfraz de la lógica del mercado, un estilo sobre la producción de arte; desapareciendo los puestos de trabajo que puedan estimular el pensamiento crítico, y ahogando a la investigación y a las facultades de humanidades en las universidades, que en unos pocos años el proceso habrá terminado, y que no hay nada que hacer, excepto adaptarse.
--¿Viniste a México para decirme eso?
--Sí, entre otras cosillas, claro; pero sí.
--Bueno, supongo que tengo que darte las gracias, ¿no? Supongo que es como una advertencia. ¿Qué quieres que haga con el lienzo del museo?
--Nada, lo que quieras, quédatelo de recuerdo, no es importante.
--Vale, pues… gracias.
--No hay de qué chaval, seguimos en contacto. Ah, ya no duermes en la pocilga esa donde te habías metido, te pasamos al Hilton y, si quieres, por allí te he dejado un número de teléfono de la modelo del tren, si no quieres dormir solo hoy, ¿vale?
--Sí… vale.

miércoles, 22 de abril de 2009

londres: cosas