En la mañana le dije a la administradora que me largaba, que me iba a trabajar a otro hotel. Me respondió que sería penalizado, la buena mujer. Tendrías que haber avisado con quince días de antipación. Vale. También tienes que hacer una carta de renuncia. ¿Con el ordenador o a mano? A mano.
Mi cambio yo lo sabía desde el día anterior. No dije nada porque al entrar a trabajar supe que había renunciado un compañero. Un buen tipo, él. Grande, calvo, bastante corto de luces, que vivía con su mamá. Bastante corto, de verdad. Supongo que por eso era bueno, el tipo, no tenía más opciones, no sabía buscarlas, no le venían ideas. Para ser hijo de puta, para ejercer, se necesita una inteligencia mínima, y éste no la tenía. El hecho es que la administradora le dio tan duro que acabó con él. Tenía mérito, lo de la administradora, porque el tipo le metia todo su buen corazón al trabajo. Comenzó a currar con toda su ilusión, era bueno y tonto, ya se ve. Pero la administradora es una verdadera profesional, de las mejores. El primero que lo sabe, su marido, es el hijo del dueño. La mandó al hotel para que dejara de joder en casa (tenía a una hija visitando semanalmente al psiquiatra y a la otra con cara permanente de tristeza y depresión). La mujer, por supuesto, cuando comenzó a trabajar, no tenía puta idea de nada. Hizo lo propio en estos casos: lo "mejoró" todo. Consiguió producir una admirable obra de arte, reflejo fiel de sus manías. Un ingenio diseñado, al detalle, para que siempre, algo, estuviera hecho mal. Un esfuerzo impresionante, de verdad, levantado a base de muchos papeles, un enorme libro que cada día había que borrar y reescribir, dato a dato, número a número. Sísifo, no a pedradas, sino con una goma de borrar. Era cojonuda, aquella máquina de la equivocación. Fábrica de placer para la administradora que, al detectar algún fallo (un numerito no borrado y reescrito, un segundo apellido no anotado) se iluminaba y se lanzaba a machacar. La gente, cuando no folla, se busca placeres sustitutos, es normal. Y el de ella era éste, el del regañito.
Conmigo, en realidad, no se explayaba, yo no le daba mucho placer. De todos modos, cuando el dueño del hotel me preguntó por qué me iba, le dije que por lo mismo que se va todo el mundo, ¿por qué se va todo el mundo?, me preguntó, no muy sorprendido. Por el trato de la administradora, y cuando comencé a dar detalles me cortó con un vale vale que significaba caso perdido, la mujer. En realidad no me fui por ella, pero no quise despedirme sin joder. La verdadera putada la hice luego. Había estado en tres entrevistas de trabajo. Me llamaron de un hotel tres estrellas. Cuando acababa el entrenamiento me llamaron del otro hotel, uno cuatro estrellas, que se veía mejor en el cv. Con un poco de vergüenza les dije que los dejaba, a los del tres. Me sentía un poco mal, se habían portado bien conmigo. Al rato se me ocurrió una solución: arrastré a un colega del hotelito cutre, el de la administración de regañitos, para ocupar el puesto que yo dejaba colgado.
En una semana, de los cinco recepcionistas que había, sólo quedaron dos. Duro golpe para la administradora, jornadas intensivas de silencio, nadie a quien machacar. Me imagino sus veladas familiares, con todos los regañitos acumulados, listos para salir.
A estas alturas el hijo del dueño debe de estar cagándose en mi madre.
WORK IN PROGRESS
sábado, 9 de junio de 2007
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