Por fin Dali, pero llegamos mal. Había dos Dali, la de verdad, y la otra. Como en Europa, pero distinto: en el centro el asentamiento viejo, convertido en escaparate turístico; y alrededor la ciudad de la gente que tiene trabajos de verdad. El problema es que aquí el asentamiento viejo estaba por un lado y la ciudad nueva por otro, aunque se llamaban igual, se supone que eran la misma población. A nosotros nos tocaba el lado del desplume, claro. De la ciudad nueva sólo vimos algunas calles. No estaban mal. Obreras, pero con personalidad. Tenían algo distinto a los típicos urbanismos comunistas, grises y cuadriculados. Aquí había plazas y jardines, y la gente casi sonreía. Yo me senté en una esquina con el equipaje mientras mi amigo averiguaba qué coño pasaba, por qué las calles que habíamos caminado no coincidían con las de la guía. Había que coger un taxi, estábamos lejos, más de veinte minutos de autovía. Era más grande de lo que parecía, Dali, la de verdad. Luego, el escaparate turístico, no estaba mal. Las clásicas calles de restaurantes y negocios, falsamente auténticas pero, no muy lejos, había vida, saliendo de la muralla; calles con negocios para los aborígenes. Además, me tomé un té de mantequilla de yak, que no tiene nada que ver con lo que estoy hablando, pero es que le tenía ganas (había estado leyendo un buen libro de viajes donde nombraban a estos bichos y sus subproductos y caí víctima de la curiosidad; también vendían la carne en tiritas, azucarada, la probé, pero era intragable).
Ese atardecer nos alejamos del escaparate turístico. Entramos a un caserío vecino y encontramos una pagoda, justo cuando Hemera le cedía el puesto a Nix, algo así. Sublime, etéreo, cojonudo. No había nadie, la estaban restaurando, a la Pagoda. En realidad sí, si había alguien, el vigilante, que nos mandó al carajo. Hice un par de fotos desde la puerta y nos quedamos, petición mía, esperando que terminara de anochecer, mirando cómo la pagoda cambiaba de color.
Ya de noche, regresamos. Encontramos a un grupo de viejas con unos abanicos sobre la muralla. Era un poco raro, lo de los abanicos. Se movían estilo artes marciales, como un katá de kárate, las viejas. Los abanicos convertidos en armas blancas. Un manoseo seboso en el autobús y, zás, el abanico y sale volando un ojo del agresor sexual artesmarcialmente agredido. Esta gente te puede descuartizar con el pétalo de una rosa. Ya se ve que, desde siempre, han tenido que arreglárselas con poco, para matarse.
*
En la mañana caminar. Hasta un pueblito cercano, a varios kilómetros en dirección al lago. Algunas fotos buenas, de aquí. Después llegamos, no sé cómo, a la principal atracción de Dali, la pagoda del no me acuerdo celestial, creo que era. Más de una decena de autobuses turísticos en el estacionamiento. El precio de entrada equivalente a tres días de vida en hoteles y restaurantes de nuestra categoría. Y una mierda, aquí no vamos a entrar. De todos modos, nos asomamos a la puerta. Adentro, dos pagodas gemelas y un lago. Un guía levantaba una banderita y ochenta y siete burócratas retirados, todos opiómanos, bailaban una danza ancestral en la que, cada quién, perseguía a su sucesor como si en una carrera de obstáculos trabajasen. Los obstáculos eran todos etéreos: el ojo zurdo de Mao, un dedo meñique de Mao, el pijama de la mujer de Mao. La policía intervino para requisar a la turba, porque eso no podía seguir así, tanto desorden. Llaveros de Disneylandia, papeletas con LSD, un ejemplar de un libro de Burroughs. Material peligroso, por todos lados. Pero lo que más molestó a las autoridades militares que, al mismo tiempo, eran dueñas del Museo de la Ciencia (donde se vendía el mejor té de amapolas de la zona), y de un negocio de dardos para los bares irlandeses que proliferaban gracias a los turistas rusos, fue encontrar al hombre que expolió la momia de Mao, años atrás, cuando los disturbios de la Plaza de la Paz Celestial de Beijing. El tipo le había arrancado a la momia de Mao el ojo del culo. Más de quince años llevaban las autoridades tratando de descubrir al autor de la fechoría, con el agravante de tener que desarrollar toda la investigación en secreto, porque, en ningún caso, podía salir a la luz pública el asunto. Un problema de Estado, uno de los más graves heredados de un gobierno a otro porque, ¿qué credibilidad puede tener un sistema que ha permitido el saqueo de las partes íntimas de su fundador? Así que todas las pistas y sus fuentes eran inmediatamente destruidas después de ser analizadas. Eso quiere decir que, hasta la fecha, más de setecientos veintidós interrogados habían sido suprimidos tras los interrogatorios; más de mil cuatrocientos cuarenta y cuatro interrogadores habían sufrido el mismo destino, y más de cuarenta y seis inspectores y miembros del cuerpo de inteligencia habían sido muertos e incinerados, también. En resumen, a estas alturas nadie sabía nada y el ojo del culo de Mao seguía por allí, tan campante, en el bolsillo de quién sabe donde. Fue por eso que, después de requisar a los visitantes de la pagoda, intervino el ejército para salvar el buen nombre del gobierno comunista de la República Popular, masacrando a los presentes y convirtiendo al lugar en un parque de atracciones. Cuando el Secretario General del Partido llegaba en helicóptero, usando altavoces para repartir un discurso que luego transcribiré (primero tengo que traducirlo), nosotros decidimos seguir, en taxi, hasta una pagoda que quedaba a la orilla del lago, una hora más allá. Por suerte, la Revolución Cultural no trabajó duro, por la zona.
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