WORK IN PROGRESS

domingo, 15 de febrero de 2009

si alguien te ofreciera un millón, ¿no te dejarías? (continuación)

Dejo la autoficción y regreso a mi historieta del robo con allanamiento.
He estado leyendo El Código Da Vinci. He descubierto que la novela enseña mientras divierte, como El libro gordo de Petete. El capítulo que leí está casi todo dedicado al museo del Louvre: cuántas obras tiene, cuántos metros su perímetro, cuántas torres Eiffel caben en él acostadas, cosas así. Yo, para no pasar por menos, también me voy a poner didáctico. No soltando datos del Museo Picassso que se pueden leer en la Wikipedia, sino hablando de lo que, según mi novelita, explica por qué las obras robadas por nuestro héroe han aparecido otra vez colgadas allí, como si nada. Voy:
Supongamos que el autor, el artista, ese tipo que creemos genial, es una fabricación de los peces gordos del mercado del arte. Así como los grupos de música pop, pero en la pintura. El pez gordo, el inversionista, patrocina la carrera de un pintorcillo cualquiera con aires de original moviendo los hilos del negocio: galerías, medios de comunicación, jurados y críticos de arte. El pintorcillo, tras el salto a la fama, se tira de cabezas a la autodestrucción, lógicamente, porque eso, se supone, es darse la gran vida. El inversionista, que ya lo había previsto y, de hecho, es lo que esperaba, tiene a un equipo de copistas trabajando en los nuevos originales del pintorcillo deshecho. El inversionista va inyectando las nuevas copias en el mercado con prudencia, para mantener los precios inflados. Sólo en la última fase del negocio (que puede dar beneficios durante muchos años), cuando el pintorcillo pasa a mejor vida, se descubre un número insospechado de originales, algunos en las casas de familiares y amigos del artista, cómplices inocentes del trabajo subterráneo del inversionista.
A estas alturas, digo, nadie puede creer que un sujeto aislado convenza al mundo de su propia genialidad. Si no está el inversionista detrás no hay negocio, seguro. Y el inversionista no va a dejar su negocio en manos de un politoxicómano o, en el mejor de los casos, de un borrachín. Imposible. Está claro que, apenas pueda, el pintorcillo comenzará a producir obras a troche y moche para pagarse su vida de despilfarro. No, el inversionista estará allí para cuidarlo, impidiéndole crear, financiando su autodestrucción y estimulando su vida parasitaria, dándole trabajo a los copistas porque el negocio, ya se sabe, es controlar la curva de la oferta y la demanda.

*

Un club de jazz y un restaurante de carne y un seguro médico privado; una vecina culta y un ordenador portátil y tres o cuatro billetes de avión cada año; y algunos libros, películas, discos y amigos selectos; una mujer de limpieza que venga un par de veces a la semana, para poner orden, y una chica guapa e inteligente que quiera pasar el rato. Consígueme todo eso, Rufo, aunque sea en Sudacalandia, y quédate tú con los cruceros de lujo por el Caribe.

1 comentario:

paula dijo...

Ojala el Rufo,sea un buen me -cenas...de ese menú descrito,con derecho de autor, y te lo comas todo y todo je,je.