WORK IN PROGRESS

lunes, 7 de mayo de 2007

sin titulo (fragmento)

Corren días de apasionamiento descontrolado, obsesivo, casi irreconocible, para mí. A las nueve de la mañana, cuando regreso de trabajar en el hotel, me acuesto escribiéndole un mensaje, por el móvil, a la aristócrata egipcia. Y cuando me despierto, diez horas después, tras haber dormido como el culo, lo primero que hago, destrozado, es encender el ordenador para ver si está conectada. Luego, a media noche, la aristócrata egipcia me llama desde su móvil, desde su cama, para hablar una hora y luego dormir.

Después de nuestra semana barcelonesa de sexo sin descanso las cosas no han dejado de empeorar: cada vez más enamoramiento y obsesión. Mi cotidianidad absurda, hecha de recepción de hotel durante la noche y cuarto oscuro durante el día, se disuelve en este apasionamiento casi desesperado. Nuestros proyectos de futuro sólo buscan una cosa: juntarnos. Ella, con la excusa de un master de comunicación, cambiaría El Cairo, su familia, sus amigos y su trabajo envidiable, por un pequeño piso alquilado en algún lugar de Francia. Yo, con la excusa de seguir haciendo el gilipollas, dejaría Barcelona, mi deambular sin norte por la vida, mi quien sabe, y mis proyectos de irme a Canadá o Australia, para mudarme con ella, haciendo yo qué sé, ya veré lo que se atraviesa, porque sólo me importa, obsesionado como estoy, vivir con ella.

Todavía estoy demasiado apendejado como para diagnosticar de dónde me viene el mal de amores. Creo que la aristócrata egipcia reúne todas las gilipolleces que quería encontrar en una mujer cuando era adolescente, y algunas más que fui sumando luego. También muestra (y esto me asusta), dos cosas que a mi ex le sobraban: posesividad enfermiza y celopatía. Hay algo oscuro, dentro de mí, que lo acepta y lo busca, quizá alguna necesidad malsana de provocar obsesiones, alguna debilidad vieja, de preadolescente maltratado que necesita atención a la desesperada.

A favor de toda esta locura hay un par de hechos objetivos: el primero es que si estamos cerca podemos follar y acariciarnos y hablar horas y horas sin sentir hambre, sueño o, ni siquiera, ganas de echar una meada; el segundo, es que si estamos lejos, podemos pasar horas y horas conversando, sin un momento de silencio, sin un preguntarse ahora qué digo, sin un agujero en la conversación. Es una de las poquísimas veces en mi vida que he sentido una comunicación tan fácil, tan plana, tan nivelada, y eso que debemos usar una lengua intermedia (el francés), o una lengua casi materna para ella (el inglés), que yo aún no termino de manejar.

Hay algo curioso, y es que nuestros gustos no coinciden (ella está perfectamente adaptada a la moda, yo no me entero de nada; ella tiene éxito, dinero, una posición social aristocrática, es joven, guapa, y yo, por mi parte, sigo sin enterarme de nada), pero creo que nos une algo más íntimo, más hermoso y profundo que todas estas diferencias: nuestra profunda sociópatía, nuestro sincero desprecio por la raza humana.

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