Hay un vendedor de crucigramas fotocopiados. Hay un hombre que pone cartones en los parabrisas de los coches estacionados. Hay un tipo que se cubre la cabeza con un pañuelo y la cara con un cartoncito. Hay un aire muy raro en este tipo, un aire a cárcel, a crimen, a degradación. Hay un ejemplar de la prensa que pasa de mesa en mesa. Hay un cliente que ha cogido la silla que estaba frente a mí, sin preguntar. Hay una foto en el periódico mostrando a unos tipos con cara de políticos comiendo de una parrilla gigante. Hay cafés donde, simplemente, no atienden a los turistas. Hay que saber cuidar a la clientela local. Hay que proteger el buen nombre, la imagen. Hay que reconocer lo cabrones que fueron los franceses, por aquí. Hay un vecino diciéndole al camarero que me atienda. Hay un camarero preguntando si el té a la menta lo quiero azucarado. Hay una voz que le dice sí. Hay otro vecino intentando leer lo que escribo. Hay una vieja pidiendo con un pan en la mano. Hay quien piensa que, más bien, tendría que dar. Había un niño siguiéndome, medio escondido, aunque le dijera “me puedes perseguir toda la noche, pero no te pienso dar, ¿me entiendes?” Hay una tetera hecha para quemar. Hay un autobús cargado con una piara de turistas. Hay un té a la menta sobre la mesa, el té a la menta ideal. Hay un diseño de ciudad que me tuvo perdido, anoche, durante cuatro horas. Había la posibilidad de que durmiera en la calle, y no en la habitación que alquilé en la casa familiar. Había que ubicar bien la casa en el mapa, antes de salir a pasear. Hay un par de blancas caminando al otro lado de la calle, no están mal. Hay un museo etnográfico, por aquí cerca, con un jardín muy grande y una exhibición muy pequeña. Hay un limpiabotas a los pies del vecino. Hay otro vecino tosiendo sobre mi té. Hay un limpiabotas que se mueve más de lo necesario. Hay muchos así. Hay un vaso con té hirviente a punto de caer. Hay un limpiabotas que puede acabar quemado. Hay un ciego vendiendo cigarros detrás de su bastón. Hay quien piensa que es muy fácil timarlo. Hay un niño que suma clínex a su mano. Hay algunos que están a punto de caer. Hay quien piensa que la mercancía hay que enseñarla bien, si quieres vender. Hay pruebas de que es justo lo contrario. Hay un aborigen sentándose en una mesa con una europea. Hay un mesero que también pasa de él. Hay que agradecer en estas ciudades del desierto la falta de mosquitos. Hay moscas, eso sí, por todos lados, no sé por qué. Hay un tipo paseando con la camiseta levantada y el cuerpo cruzado de cicatrices. Había un vendedor de zumo de naranja natural que tenía la nariz carcomida por una herida de cuchillo. Hay una cantidad de tipos que se van a las manos por cualquier mamonada, aquí. Hay gatos que limpian los callejones de basura. Hay un par de zapatos que me acompañan desde hace ocho años, que huelen a perro muerto, que acabarán mañana sus días olvidados junto a la puerta de la muralla. Hay un tipo vestido de shjelaba y babuchas blancas explicando con cara de entendido el yo qué sé. Hay cierto encanto en esto de escribir sobre la mesa de un café. Hay gente alrededor conversando, sin desconcentrar a nadie, porque no entiendo un carajo de lo que dicen. Hay que dejar pasar todavía una hora para recoger la mochila y salir a la estación de tren. Había muchos judíos viviendo por aquí cerca, pero ya no hay. Habrá, en Rabat, un personaje cantando el Corán a las tres de la madrugada, por la ventanita abierta de mi habitación. Habrá, a las cuatro, un llamado general de todas las mezquitas a la oración. Hay un gusto en la religión musulmana por despertar de madrugada a la peña, no sé por qué. Hay un tipo que no sabe lo que le espera, sentado en la mesa de un café de Fez.
WORK IN PROGRESS
lunes, 6 de agosto de 2007
sin títulos: fragmento
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