Experimento: se estampa la boca contra el volante metálico recubierto de plástico duro, a la velocidad de sesenta kilómetros por hora, aproximadamente. Se abre un canal desde la parte exterior del labio superior hasta el interior del paladar. Se desprenden astillas de dientes y muelas, y se aflojan algunas piezas dentales. Se sangra de forma abundante. Se escupen sangre y astillas de dientes y muelas. Se siente una presión extraña en la zona, pero no precisamente dolor. Se espera un rato, entre una cosa y otra. Se escupe en un envase plástico, mientras se prepara la sala de operaciones. Se abre la boca y se recibe una gasa que facilitará el trabajo del especialista. Se estremece el cuerpo de dolor con la aguja que inyecta la anestesia primero en el interior del labio, luego en la encía, y finalmente en el paladar. Se acelera el pulso. Se humedecen los ojos de lágrimas mientras la herida del labio es cosida. Se escupe en un envase plástico, periódicamente. Se salta de dolor cuando una aguja con forma de anzuelo cose la herida de la encía. Se aprietan los puños cuando se recibe una nueva dosis de anestesia. Se siguen irrigando los ojos abundantemente. Se siente con precisión la entrada de la aguja con forma de anzuelo por delante y su salida por detrás de la encía, sobre los dientes. Se siente que la anestesia no sirve para nada. Se salta de dolor, de vez en cuando. Se escucha al traumatólogo decir “tranquilo, tranquilo, que ya falta poco”. Se siente el hilo corriendo de un lado a otro de la encía, sobre los dientes.
Con este experimento se demuestra que una sensación vale más que doscientos ochenta y dos palabras. No se demuestra nada más.
1 comentario:
En mi modesta opinión, una sensación vale más que doscientas ochenta y dos palabras sí, y sólo sí, somos capaces de convertir esa sensación en experiencia propia, y única, y hacedora de uno mismo. Esto es: la palabra como puente hacia la sensación, la emoción, la experiencia de lo real íntimo o no tanto. Y también al revés: la palabra como fijación de la sensación, de la emoción, de lo volátil y lo inefable, fijadora de lo inalcanzable en lo real. Silvestre Calavera diría: la palabra siempre es fallida porque la naturaleza simbólica del ser humano es un error: toda vida, a la postre es un fracaso. En cuanto al París onírico: me gusta mucho la foto de la niña ante el escaparate del demonio. También la de la boca del gato hamletiano: ¿fue Hamlet algo más que un devorador de basura? Silvestre Calavera diría: Shakespeare es una de las voces más imponentes que jamás adoptó el basural humano: si no podemos ordenar el caos, hagámoslo recorrer los desagües: el escritor como fontanero.
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