Publicidad para televisión: la estación de trenes (supongamos, porque viene a cuento, que se trata de Sants, en Barcelona). La cámara se aleja, la estación va quedando al fondo, y en primer plano, una plaza. Gente caminando apurada, como es normal alrededor de una terminal de transporte. Vemos a un hombre que intenta avanzar, trabajosamente, pero en vez de ir hacia adelante, va hacia atrás. La gente pasa alrededor de él, como si nada. El protagonista agarra del brazo a una mujer joven, pero poco después el brazo de la mujer se queda en su mano. La mujer, ahora manca, se gira molesta; el protagonista, nervioso, saca su billetera y paga lo que suponemos es el precio del brazo de la mujer. La mujer continúa su camino intentando abrir su cartera con una sola mano. El protagonista, agotado, cae al suelo, avanza a gatas, entre las piernas de una muchedumbre. En algún momento vemos que se ha convertido en un bebé lloroso, desolado. Poco después es una liebre, que a saltos busca llegar a una estación de trenes lejana, tras la plaza abierta, cubierta ahora por una tenebrosa oscuridad. Con estrépito, por sorpresa, un búho se lanza sobre la liebre que, milagrosamente, escapa. Dentro de una estación de trenes desierta, la liebre, nerviosa, levanta la mirada. La cámara enfoca un panel de horarios escritos con signos irreconocibles, números invertidos, caracteres volteados, cirílico, reunión azarosa de letras. Pantalla en negro, voz en off: "Al viajar, deja los detalles molestos en nuestras manos". Logo de la agencia de viajes, con un número de teléfono y una dirección web.
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Ni tú te ocupabas de mí, ni yo de ti. Siendo tan equitativos, tan justos, tan iguales, aún no entiendo por qué no funcionamos.
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En la mañana le dije a la administradora que me largaba, que me iba a trabajar a otro hotel. Me respondió que sería penalizado, la buena mujer. Me pidió una carta de renuncia. ¿Con el ordenador o a mano? A mano.
Desde el día anterior ya sabía que me largaba. No dije nada porque al entrar a trabajar supe que había renunciado un compañero. Un buen tipo, grande, calvo, corto de luces, que vive con su mamá. Bastante corto de luces, de verdad. Supongo que por eso era bueno, el tipo, no tenía más opciones, no sabía buscarlas, no le venían ideas. Para ser hijo de puta, para ejercer, se necesita una inteligencia mínima, y éste no la tenía. El hecho es que la administradora le dio tan duro que acabó con él. Tenía mérito, lo de la administradora, porque el tipo le metía todo su buen corazón al trabajo. Comenzó a currar con la mayor ilusión, como bueno y tonto que era, ya se ve. Pero la administradora es una verdadera profesional, de las mejores. El primero que lo sabe, su marido, es el hijo del dueño. La mandó al hotel para que dejara de joder en casa: tenía a una hija visitando semanalmente al psiquiatra y a la otra con cara permanente de depresión. La mujer, por supuesto, cuando comenzó a trabajar, no tenía puta idea de nada. Hizo lo propio en estos casos: lo "mejoró" todo. Consiguió producir una admirable obra de arte, reflejo fiel de sus manías. Un ingenio diseñado, al detalle, para que siempre, algo, estuviera hecho mal. Un esfuerzo impresionante, de verdad, levantado a base de muchos papeles, un enorme libro que cada día había que reescribir, dato a dato, número a número. Sísifo, no a pedradas, sino con una goma de borrar. Era cojonuda, aquella máquina de la equivocación. Fábrica de placer para la administradora que, al detectar algún fallo (un numerito no borrado y reescrito, un segundo apellido no anotado) se iluminaba y se lanzaba a machacar. La gente, cuando no folla, se busca placeres sustitutos, es normal. Y el de ella era éste, el del regañito.
Conmigo, en realidad, no se explayaba, yo no le daba mucho placer. De todos modos, cuando el dueño del hotel me preguntó por qué me iba, le dije que por lo mismo que se va todo el mundo, ¿por qué se va todo el mundo?, me preguntó, no muy sorprendido. Por el trato de la administradora, y cuando comencé a dar detalles me cortó con un vale vale que significaba caso perdido, la nuera. En realidad no me fui por ella, pero no quise despedirme sin joder. La verdadera putada la hice luego. Había estado en tres entrevistas de trabajo. Me llamaron de un hotel tres estrellas. Cuando acababa el entrenamiento me llamaron del otro hotel, uno cuatro estrellas, que se veía mejor en el cv. Con un poco de vergüenza les dije que los dejaba, a los del tres. Me sentía un poco mal, se habían portado bien conmigo. Al rato se me ocurrió una solución: arrastré a un colega del hotelito cutre, el de la administración de regañitos, para ocupar el puesto que yo dejaba colgado.
En una semana, de los cinco recepcionistas que había, sólo quedaron dos. Duro golpe para la administradora, jornadas intensivas de silencio, nadie a quien machacar. Me imagino sus veladas familiares, todos los regañitos acumulados, listos para salir.
A estas alturas el hijo del dueño debe de estar cagándose en mi madre.
WORK IN PROGRESS
sábado, 8 de marzo de 2008
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