¿Y entonces para qué lo pediste? Porque creía que me lo podría comer. ¿Y por qué no te lo comes? Porque no puedo, desde que me dio la diarrea no me entra la comida india, no sé. ¿Y entonces por qué lo pediste? Porque creía que hoy sí podría comer. Pues ahora te lo comes. No puedo, no me entra. ¿Y qué vas a hacer? Nada. Supongo que no irás a pedir otra cosa, ¿no? No sé, arroz blanco con sardinas enlatadas, eso sí me entra. ¿Y qué vas a hacer con esto? ¿Tú no lo quieres? No, yo ya comí, no tengo hambre. Pues nada, ¿qué voy a hacer?, no me lo puedo comer, no me entra. (…). ¿Por qué te cabreas?, no me entra, no puedo hacer nada. Me cabreo porque eres un botarate, ¡venga, otro plato! ¡Joder, pero si cuesta menos de un euro! ¿Y por eso lo tienes que tirar? Pensaba que me lo podría comer. Etc.
Salimos del restaurante y para relajar la tensión le propuse a mi ex dar una caminata. Seguimos la única calle hasta salir del pueblo. Faltaban un par de horas para anochecer. Mi idea era perdernos por los senderos del monte usando la brújula. Mi ex me siguió, sin mucha confianza.
Orchha. Ahora sí, había llegado a la India de mis fantasías infantiles. Templos en ruinas comidos por la selva: el alimento ideal para mis excentricidades. Imaginé una casa de vidrio, estilo palafito, sobre la selva, con vistas a la gigantesca fortificación levantada hace mil años, en la época dorada de la ruta de la seda. Siguiendo el sendero nos encontramos, primero, con un templo pequeño, aparentemente en uso; luego con un muro, derruido; después con un río, junto a unas murallas, y entonces, con un australiano. El tipo le estaba dando la vuelta al mundo, durante un año, como acostumbran a hacer estos antípodas al graduarse, antes de dedicar sus vidas al trabajo. Tendrían que exportar esa costumbre, los antípodas. El australiano nos recomendó visitar unas tumbas reales del otro lado del pueblo, también junto al río. Yo le pregunté por la diarrea. ¡¿Qué?! Si no te ha dado diarrea. Aquí no, en Bali. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo qué? La diarrea. Ah, no sé, uno o dos días. ¿Y después? ¿Después qué? ¿Qué comías después? No sé, lo que tocara. Mi ex me miró. ¿Arroz con sardinas enlatadas?, pregunté yo. El australiano me comenzó a ver mal.
*
Por suerte, no me han contratado como botones en el hotel cinco estrellas, creo que olieron que había gato encerrado, conmigo. Lo de pasar el día cargando maletas podría haber sido más fuerte que yo, y no estoy como para quedarme desempleado, ahora.
Alguna vez he tenido trabajos que me han vencido. Sólo tres días, necesitan, para dejarme en el suelo. El primer día lo paso mirando. El segundo intentando convencerme de que los puedo aguantar. Y el tercero diciendo que ya no más, que mejor la delincuencia o la prostitución. Entonces renuncio. Pero, pendejo yo, ni comienzo con la delincuencia ni con la prostitución.
El más jodido de estos trabajos de tres días creo que ha sido el de vigilante de sala, en el museo Picasso. Alguna vez escuché que, de los círculos del infierno de Dante, el más penoso era, curiosamente, el primero, el limbo, donde se quedan los no bautizados; sin tormentas, sin diablos, sin fuego, sin granizo, sin cuchilladas, sin enterramientos, sin maldades, sin nada de nada, sólo una aburrida soledad, per secula seculorum. En el museo, a las cuatro de la tarde, ya quería abofetear a quienes me preguntaban por el baño; y aún faltaban cuatro horas, para cerrar. Era demasiado jodido pasar el día de pie, sin poder hacer nada, contando los minutos, sintiendo los dolores en la espalda, preguntándome qué coño hacía allí, después de haber estudiado no sé qué mierdas, de haber leído no sé cuántas payasadas, de haber escrito y publicado equis cantidad de guarradas, y de haber pateado medio mundo, felizmente. Que los follen a todos, pensaba, e imaginaba al personal del museo, y a los clientes, convertidos todos en figuritas de piedra, llenando, centímetro a centímetro, las paredes de los templos de Khajuraho, con orgías, escenas lésbicas, rollos bestialistas, escondiéndose en la selva durante mil años, hasta ser descubiertas, irónicamente, por una pandilla de soldados victorianos, no muy lejos de Orchha, a unas seis horas por una carretera sembrada de vacas, media hora, supongo, por una carretera normal.
WORK IN PROGRESS
miércoles, 5 de marzo de 2008
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