Para relacionarme con la población indígena entré al billar. El billar, es un decir. Más bien entré a la habitación, estilo cueva de cíclope, pero enano y negro, dónde estaba la mesa. Al lado, la venta de refrescos. Las paredes tan cerca que había un taco corto, como de niño, para la mitad de los golpes. Al momento aparecieron los gárrulos del pueblo. Unos veinte. Muchos, para las treinta casas que hay. Vinieron a ver cómo jugaba el turista español, más bien sudaca, pero quién se entera. En diez minutos el agujero estaba lleno. No era difícil, el espacio libre era mínimo. Perdí la primera partida. Gané la segunda. La tercera preferí mirar, dejar que jugaran ellos. El garito se vació. Volvió a llenarse cuando regresé a la mesa. Jugué con uno que iba de crack. Perdí, pero la partida estuvo pareja. Luego jugamos en equipo, el crack y yo contra otros dos. Y entonces me dio el clic. Ese que me viene cuando veo que se lo están tomando en serio. El clic que me lleva, inconscientemente, a cagarla con generosidad. Ya conozco la sensación, sé cuando estoy poseído, y no puedo hacer nada. La cago, a troche y moche, aunque trate de hacer las cosas bien. En realidad las hago bien, pero al revés. Por ejemplo, puedo meter una bola por banda; un tiro limpio y perfecto; pero la bola que entra no es la mía, sino la del contrario o, mejor, la bola ocho, como hice en este juego. Algo que no haría, por más que pusiera empeño, si quisiera jugar bien. Ese volverme diestro, genial, pero invertido, sólo para desmadrarlo todo, a veces me hace pensar. El instinto, el que me sale en las competencias. Mi espíritu antigrupal, supongo. A mi compañero de equipo, por supuesto, mi clic y todo esto le sabía a mierda. Se cabreó. Me dijo adiós de una forma que significaba vete a la mierda, puto guiri cara de huevo, me has hecho perder, y yo nunca pierdo. A mí me dio algo de vergüenza. De haber sabido que se cabrearía así, hubiera jugado mucho peor, en equipo, desde el comienzo.
WORK IN PROGRESS
domingo, 2 de septiembre de 2007
sin titulo: fragmento
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