Después de Guilin el destino que nos interesaba era Dali, pero quedaba bastante lejos, en la frontera con Birmania. Decidimos usar el tren litera y hacer dos paradas. La primera en Nanning, la segunda en Kunming.
En Nanning lo más interesante fue un niño, de unos doce años, que estuvo haciendo el tonto con nosotros en un garito cerca de la estación de trenes. Sacó su cuaderno de la escuela y comenzó a darle clases de mandarín a mi amigo. Cada vez que mi amigo acababa la frase el chinito se desesperaba y le decía que no, así no, y repetía, sílaba por sílaba, cómo tenía que decirlo. Mi amigo lo intentaba otra vez, el chinito se desesperaba, sus familiares se reían, y mi amigo le decía, “¡ahora sí, ahora sí!”, y volvía a cagarla, una y otra vez. Nada, ni una sola frase buena, según el maestro, Quirón desbocado. Con la cuarta cerveza me vinieron ganas de mear. Pregunté dónde estaba el baño. El maestro se ofreció a llevarme. Llegamos al fondo del garito, me abrió una puerta, y me mostró el agujero donde tenía que apuntar. En eso estaba cuando el maestro volvió y se puso a orinar junto a mí, en el mismo agujero. Acabó, se sacudió, y se agachó a mirarme la polla. Dijo no sé qué y regresó a sus clases. Tenía que saber cómo eran las pollas extranjeras, para enseñar a sus condiscípulos. Y es que a estos tipos lo de orinar y cagar no les preocupa. Los baños públicos, los de la calle, además de que no esconden mucho a los usuarios, no tienen separaciones, cada quien se agacha junto al vecino, y se caga hablando. Entré una vez y salí espantado. No entiendo cómo pueden cagar así, oliéndose y mirándose. Yo he conseguido aprender muchas cosas con los viajes, pero en lo de cagar, de verdad, no he podido dejar de ser occidental. Es una mierda, ya lo sé, pero necesito sentirme a gusto con ella, necesito que siga siendo mía, ella y yo, juntos los dos, hasta el final, en nuestra intimidad. Estos tipos, en cambio, son absolutamente prácticos, lo demuestran cagando.
WORK IN PROGRESS
viernes, 14 de septiembre de 2007
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