WORK IN PROGRESS

martes, 5 de mayo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Paseando por las callejuelas de Essaouira, junto a la muralla, cerca de la plaza que se abre al puerto pesquero, la mujer del velo y nuestro protagonista pasan junto a una librería.
--Ven, te quiero dar algo –dice la mujer.
Bajan las escalinatas y entran. Al fondo hay un hombre sentado, leyendo, parece francés. La mujer del velo se acerca, le habla, el hombre se levanta, le entrega un libro, la mujer regresa con el protagonista, le deja el libro y sigue hasta la puerta.
--¿Dónde está el precio, cuánto hay que pagar?
La mujer del velo sonríe y le responde:
--Nada.
En la plaza la mujer del velo le pide al protagonista que la espere sentado en una de las terrazas de los cafés ocupados casi en exclusiva por los turistas. El protagonista mira el libro, Mohamed Choukri, Le pain nu. Lee. Una revuelta en Tánger lleva a una turba frente a la casa de un personaje oficial. La turba entra a la casa después de matar al guardia. El personaje oficial trata de alejar a la turba con una pistola pero no tiene suerte, lo arrastran fuera de la casa. Lo golpean, lo descuartizan, lo queman. Saquean la casa, la queman. Hay linchamientos, ahorcados, e incendios por toda la ciudad. Son los últimos días del dominio colonial español. El olor de la carne humana quemada es lo que más recuerda el autor con una prosa tan vívida que el protagonista de la novelita del robo con allanamiento lee con la boca abierta, incrédulo.
--Joder, qué bueno –reflexiona en voz alta.
Llega el mesero sosteniendo sobre una bandeja el té con piñones que pidió nuestro héroe. Al ponerlo sobre la mesa el camarero levanta la mirada y por un brevísimo instante hace un ligero gesto, como preguntando, ¿es aquí? Nuestro protagonista, discretamente, se gira para saber con quién ha sido el gesto. Hay un hombre grueso, de traje y gafas oscuras. Nuestro héroe paga y se queda inmóvil. Vuelve a girarse. El hombre de las gafas oscuras ya no está.

*

Hay un vendedor de crucigramas fotocopiados. Hay un tipo que pone cartones en los parabrisas de los coches estacionados. Hay otro que se cubre la cabeza con un pañuelo y la cara con un cartoncito. Hay un aire muy raro en este tipo, un aire a cárcel, a crimen, a maldad. Hay un ejemplar de la prensa que pasa de mesa en mesa. Hay un cliente cogiendo la silla que está delante mío, sin preguntar. Hay una foto en el periódico mostrando a unos políticos gordos tragando de una parrilla gigante. Hay cafés donde, descaradamente, los turistas no deben estar. Hay que cuidar a la clientela local. Hay que proteger el buen nombre, la imagen. Hay que reconocer lo cabrones que han sido los franceses, y los españoles, por acá. Hay un vecino diciéndole al camarero que me atienda. Hay un camarero preguntando si el té a la menta lo quiero azucarado. Hay una voz que le dice que sí. Hay otro vecino intentando leer lo que escribo. Hay una vieja pidiendo con un pan en la mano. Hay quien piensa que, más que pedir, la vieja podría dar, al menos pan. Había un niño detrás medio escondido, recorriendo la ciudad, cruzándome de vez en cuando y poniendo cara de lástima, hasta que me cansé y le dije “me puedes perseguir toda la noche si quieres, pero no te pienso dar”, y fue como hablar con el aire, porque continuó acosándome, buscando por insistencia lo que no soltaba yo por bondad. Hay una tetera puesta frente a mí para quemarme los dedos. Habrá un té con piñones alegrándome la lengua, dentro de un momento. Hay un autobús cargado de turistas. Hay un diseño de ciudad que me tuvo perdido, Teseo deshilachado, entre nueve de la noche y dos de la madrugada. Había la posibilidad de que durmiera en la calle, y no en la casa familiar, donde tan amablemente me dejaron la habitación grande al ver que ya me iba a buscar en otro lado. Había en la casa un padre con cara de profesor de matemáticas, dos mujeres, y cinco o seis niños. Hay la suposición de que el alquiler de habitaciones es más rentable que la docencia, porque me trataban mejor que al profesor. Había que ubicar bien la casa en el mapa, antes de salir a caminar. Hay un par de europeas al otro lado de la calle, parecen modelos, ¿de dónde vendrán? Hay un museo etnográfico, por aquí cerca, con un jardín demasiado grande para una exhibición tan pequeña. Hay un vecino tosiendo sobre mi té. Hay un limpiabotas que se mueve exagerado. Hay muchos así. Hay el sudor, quizá, que se convierte en propinas. Hay un vaso con té hirviendo a punto de caer sobre él. Habrá un limpiabotas quemado. Hay un vecino a quien no le importa la consecuencia de su vaso. Hay un ciego vendiendo cigarros detrás de su bastón. Hay quien piensa que es muy fácil timarlo, como dice el refrán. Hay posibilidades de que el ciego no sea tan ciego. Hay probabilidades de que se arme el pedo, si alguien lo quiere timar. Hay un niño que lleva ocho paquetes de toallitas en una mano y una bolsa con más paquetes en la otra. Hay algunos que están a punto de caer. Hay quien piensa que la mercancía debe exhibirse toda, para vender. Hay pruebas de que es al revés. Hay un marroquí sentándose en una mesa con una europea. Hay un mesero que también pasa de él. Hay que agradecerle al desierto que no haya mosquitos. Hay moscas, eso sí, en el desierto y en la selva, a las moscas todo les da igual. Hay un tipo paseando con la camiseta levantada, mostrando el cuerpo cruzado de cicatrices. Había un vendedor de zumo de naranja, junto al cementerio de la montaña, que tenía la nariz rota por una herida de cuchillo. Hay un par de zapatos que me acompañaron desde hace ocho años. Hay quien los encontró esta mañana junto a la muralla, abandonados, oliendo a perro sin bañar. Hay un tipo vestido de shelaba y babuchas blancas explicando con cara de entendido el yo qué sé. Hay cierto encanto en esto de escribir en público, cuando lo que dicen alrededor habla y no puedes entender. Hay que dejar pasar todavía una hora para recoger la mochila y llegar a la estación de tren. Hay algunos judíos viviendo por aquí cerca, y antes parece que había muchos más. Habrá, en Rabat, un personaje cantando el Corán a las tres de la madrugada, por la ventanita abierta de mi habitación. Habrá, a las cuatro, un llamado general de las mezquitas a la oración. Hay un gusto coránico en no dejar dormir a la gente, no sé por qué. Hay un tipo que no sabe lo que le espera, sentado en la mesa de un café de Fez. Hay que visitar a Proteo, quizá, para saber.

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