WORK IN PROGRESS

lunes, 11 de mayo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Quiosco
Hacia mediodía sentí sed; busqué una carretera que se escuchaba a la derecha, paralela al mar. La encontré y seguí sobre ella. Apareció un quiosco; entré, pedí un refresco.
--¿Militar?
--¿Cómo?
--¿Eres militar?
--¿Yo?, no, ¿por qué?
--No sé, pareces.
--No, para nada, ni siquiera hice el servicio militar, no me gustan los militares.
--¿Y qué haces por aquí?
--Camino.
--¿A dónde vas?
--A Ouidá.
--¡Eso está muy lejos!
--Leí que está a cincuenta kilómetros de Cotonou.
--¿Cotonou? ¡Eso está lejos!
--Está a menos de diez kilómetros de aquí.
--¿Por qué no coges un taxi?
--Prefiero caminar.
--¿Por qué?
--No sé, la verdad es que no lo había pensado… pero prefiero caminar.
El hombre del quiosco me miró curioso. Pagué y volví a caminar.

Cuerda
Al rato llegué a un pueblo. No me gustaba la forma como los niños veían mi cuchillo, con miedo, pero tampoco quería dejar de mostrarlo. En la plaza del pueblo los niños jugaban fútbol. Me senté a mirar. Desordenadamente, todos los niños buscaban al mismo tiempo tocar el balón. Por fin, un gol. Los dos equipos gritaron celebrándolo. Me levanté sonriendo y bajé a la playa para seguir mi camino.
A media tarde encontré a una aldea halando una cuerda gruesa. Para saber por qué halaban puse la mochila en la arena y me uní. Una mujer y unos niños me dejaron espacio mirándome extrañados. Alguien, cerca del mar, cantaba y, según la canción, había que halar. Lentamente la cuerda corría. Al rato la cuerda hizo llegar a la playa una red cargada de pesca; detrás venían unas barcas. La aldea que halaba soltó la cuerda y se fue a buscar. Yo me senté a mirar. Poco después un anciano vino con un pescado grande, del tamaño de mi antebrazo, y me lo ofreció. Le dije que no se preocupara, le di las gracias. El hombre no hablaba francés, con gestos insistió. Le dije que no y volví a agradecer. Con señas él me dio a entender que podían cocinarlo para mí.
De sus gestos escuché este poema:

¡Mira, brilla!
bajo estas escamas
de la luz se ha ocultado la carne

Agradeciendo me despedí del hombre, me colgué la mochila, y volví a caminar.

Vigilante
Cuando el sol buscaba desaparecer me pregunté dónde dormiría. Necesitaba un lugar para esconder la tienda de campaña. Aparecieron varias casetas con parrillas incrustadas en estructuras de cemento. Las casetas se abrían hacia el mar y me ocultaban de la carretera; monté la tienda. Un hombre se acercó, me dijo que era el vigilante, que vivía en una casa vecina, junto a la carretera. Le pregunté si podía pasar la noche allí, me dijo que sí, pero pagándole medio euro, acepté; además, por unos céntimos, tumbó con una vara varios cocos.
En la noche me despertó un ruido fuerte, seco, vivo, cerca de mi cabeza, del otro lado del tejido plástico. Cogí la linterna, el cuchillo, abrí la cremallera de la tienda de campaña. Saqué medio cuerpo. Sonido de olas, azul de noche, quietud, estrellas. Debió ser un perro, pensé, o un sueño.
Entonces el viento me silbó este poema:

Áspero llego
atiende, cabeza negra:
si no te mueves, te cubriré de arena

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