WORK IN PROGRESS

miércoles, 6 de mayo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

El protagonista de la novelita del robo con allanamiento miró alrededor, en el café. Sólo turistas, sentados al sol como panes untados con mantequilla. Un mendigo se acerca y nuestro héroe le pide que se siente, que se tome su té, que él se va. El mendigo ocupa una silla encantado. Cuando nuestro héroe se aleja escucha y se gira para ver cómo el mesero espanta al mendigo, que se queda sin té.
Nuestro héroe no sabe qué hacer. La mujer le ha pedido que la espere en el café, pero nuestro héroe supone que lo están siguiendo, y por eso tampoco quiere ir al hotel. Entrar a otro café significa mantenerse bajo la mirada de sus perseguidores y desaparecer para la mujer. Con miedo, se decide a entrar al laberinto de callejuelas para tratar de perder a sus perseguidores y entonces sí, volver al hotel y esperar a la mujer.
Aquí tengo que escribir otra escena de persecución, con nuestro héroe caminando apurado, luego corriendo, por callejones silenciosos y solitarios, deteniéndose de vez en cuando para escuchar los pasos que lo siguen. Entonces, en algún momento, nuestro héroe se oculta y ve pasar corriendo a la mujer del velo acompañada por dos hombres. Feliz, sale de entre las cajas. Ella se gira, grita en árabe, y uno de sus compañeros saca un arma y dispara. Nuestro héroe, incrédulo, echa a correr, ahora sí, desesperado. Un segundo disparo y un zumbido y un golpecito suave adelante, sobre unas bolsas. Nuestro héroe entra a un callejón que lo lleva a una pequeña plaza donde está una mujer lavando. En el medio de la pequeña plaza mira a ambos lados sin saber por dónde seguir.

*

En Marrakech la voz del Profeta me susurró al oído: “Sigue tu camino, no mires alrededor"; y eso he hecho. Iluminado, he dejado de atender a las motocicletas; los niños que corren detrás gritando vainas; las carretas de mano; los vendedores; los burros; los mendigos; las pirámides de pezuñas de vaca; los que esparcen agua frente a los tarantines; los charquitos verdes; los ¡Amigo, amigo! ¿Barcelona? ¡Hola hola cocacola! ¡Amigo! ¿España? ¿Italia? ¡Amigo! Esputo y maldición árabe; los guías espontáneos; los conatos de peleas callejeras; los vendedores ambulantes; los que te dicen que la plaza es por allá, aunque nadie les haya preguntado; los que van en las bicicletas sonándote la campanita en el culo… que se apañen, para mí, como que no están; si me van a golpear, que me golpeen; si me van a estampar contra el suelo, que me estampen; yo a mi bola, me da lo mismo; un paso de cebra gigante cubre toda la ciudad, en mi cabeza; yo soy sordomudo, autista, tirésico, como una virgencita alegre paseando por un prado primaveral… desde que escuché la voz del Profeta mi vida es otra, he encontrado la paz, y así camino Marrakech por encima de la tormenta de la vida, hasta que, mundano, un camión acabe de aplastarme el culo.

*

Nuestro héroe, en la plaza, ve una puerta abierta, entra, y sube unas escaleras oscuras, llega al último piso y trata de abrir la puerta de lo que tendría que ser la terraza. Está cerrada. Y aquí, como los libros para niños, se bifurca el sendero del jardín: o la mujer del velo y los perseguidores suben las escaleras y, después de una conversación rápida, se bifurca otra vez el sendero, se llevan vivo a nuestro héroe, o lo matan. La otra opción es que nuestro héroe se agache, escuche el silencio, deje pasar el tiempo y joder, qué chorrada.
Nada, hay que seguir. Supongamos que nuestro héroe deja Marruecos y llega, no importa cómo, supongamos que en avión, vía DAkar, hasta Benín, para acabar sus aventuras en el último capítulo de este librito, el que viene. Pero antes termino la historieta de la princesa árabe, a quien le dedico el último (por fin, ya no más) coito interrumpido, y luego cierro el capítulo con la fiesta que monté en el hotel.

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