WORK IN PROGRESS

miércoles, 31 de enero de 2007

martes, 30 de enero de 2007

microrrelato

Durante décadas dos vendedores trabajaron uno al lado del otro en un mercado. Invierno, primavera, verano y otoño, los dos vendedores trabajaron uno al lado del otro, sin dirigirse, nunca, más que una mirada de reojo. Cada uno de los vendedores sólo sabía del otro la región apartada donde había nacido.
Desde siempre la gente de estas dos regiones se odiaba. No se sabía por qué, pero se odiaban. Estos dos vendedores, compañeros obligados de un destino incauto que los había reunido en el mercado, durante los primeros años, como es natural, se odiaron. Luego, con el paso de las estaciones, el odio se diluyó, y se convirtió en una simple repulsión; un rechazo instintivo, por supuesto, pero soportable, no muy distinto al asco que provocan, en algunas personas, las ratas o los sapos.
Con el tiempo, la repulsión se transformó en indiferencia, aunque el odio volvía, a ráfagas, si uno de los vendedores sentía la mirada del otro sobre la espalda cuando algún cliente se iba molesto, protestando por la mala calidad del servicio, o del producto, da igual, por la mala calidad de lo que sea que el vendedor le haya estado tratando de ofrecer. En estos momentos volvía a quedar claro por qué el odio existía entre la gente de las dos provincias desde tiempos inmemoriales.
Por fin, durante un invierno excepcionalmente frío, o un verano inusualmente caliente, da igual, con las calles vacías, sin clientes durante días y días, uno de los hombres comenzó a preguntarse por qué, en realidad, él y el otro vendedor nunca se habían dirigido la palabra. Y una noche, ya tarde, a punto de llegar la hora de cierre, entrando ya la primavera, o el otoño, es igual, uno de los vendedores se giró hacia el otro y, levantando tímidamente los dedos de la mano derecha, se dispuso a pedirle un cigarrillo al otro vendedor, porque los suyos se habían acabado y no quería abandonar su lugar de trabajo, pues con una temporada tan mala no podía permitirse el lujo de abandonar ni un minuto su puesto en el mercado, dejando escapar la posibilidad de que, en ese momento, apareciera un potencial cliente. Pero entonces tuvo una especie de revelación, se dio cuenta de que, justamente, eso era lo que el otro vemdedor quería, verle dejar su puesto de trabajo para disponer él de todos los clientes potenciales que por allí pudieran pasar, y entonces previó la respuesta que el otro vendedor le daría: “no, disculpa, no fumo, lo he dejado”.
Lo maldijo en silencio mientras sentía una vergüenza terrible por lo que había estado a punto de hacer, pero por suerte, y gracias a la educación esmerada que recibió de sus padres, pudo recuperar su odio, ese odio provincial, ese odio seguro, cómodo, tranquilizador, intenso, que le había permitido vivir tan bien durante todos estos años.

domingo, 28 de enero de 2007

guangzhou exquisiteces




guangzhou gente




guión escena uno y dos

ESCENA 1. NOCHE. INTERIOR DE UN AVIÓN DE CARGA DE LOS AÑOS CINCUENTA. AÑOS CINCUENTA. MAESTRA, VOCES DE DOS TRIPULANTES, SEIS NIÑOS

Con pantalla en negro se escucha un canto coral de niños. Siempre en negro, aumenta el volumen de la canción y se incorporan ruidos de motor y llantos. Una pequeña luz roja y una silueta de cabellera de mujer se sacuden al compás de los ruidos. Muy brevemente se enciende una luz blanca, está la maestra llevando la canción con las palmas mientras llora, acompañada por seis niños, todo el grupo sentado contra la pared del avión. De nuevo todo en negro. Escuchamos a los pilotos que intentan controlar el avión y mandan a hacer callar al niño que llora. De nuevo, brevemente, se enciende la luz blanca. Los ruidos de las sacudidas del avión se intensifican. Uno de los pilotos grita que no responden los mandos, que nos vamos. Se enciende la luz, los niños cantan, la maestra mueve las palmas, el niño del extremo derecho sonríe, como si no estuviera pasando nada. Escuchamos un fuerte ruido de metal simultáneamente a la oscuridad absoluta. Varios segundos de silencio, todo en negro.


ESCENA 2. NOCHE. INTERIOR DE UN BAR. TIEMPO ACTUAL. ANDRÉS, ALBERTO, MARTA, AMIGO MEXICANO, CLIENTES DEL BAR

Se escucha el ruido del vidrio entrechocando, y una voz con acento mexicano que brinda por los muertitos. Vemos al mexicano sentado en una mesa de bar junto a los tres protagonistas. Les dice que si estuviera en México, hoy estaría bebiendo mezcal en honor de sus muertitos, porque es el día de los muertos. Todos ríen y Alberto comenta que los mexicanos siguen siendo unos indígenas paganos, que la Iglesia ha perdido el tiempo con ellos, que habría que ir y volver a conquistarlos. El mexicano dice que no mames buey, que lo de los muertitos va muy en serio, que él conoce una cantidad de historias chingonas que harían temblar de miedo haata al más macho. Alberto dice que él no se cree nada, que esas son cosas de campesinos y de gente ignorante. Andrés interviene para decir que cada quien tiene sus creencias, y que en los muertos creen en todas partes, y que eso no tiene nada que ver con el nivel cultural. Marta se pone del lado de Andrés, y Alberto pregunta por qué en Europa dejaron de aparecer los muertos cuando comenzaron a iluminar las calles con luz eléctrica, por qué los muertos no salen de día, y caminan por el medio de las Ramblas. El mexicano le responde preguntándole cómo sabe él que no hay muertos paseándose por el medio de las Ramblas. Alberto le contesta que no diga mamonadas, que el único muerto que todavía está por allí es el abuelo de Andrés, que le van a hacer una exposición de fotografía, y le pide a Andrés que le muestre las fotos al mexicano, que están cojonudas. Andrés abre su mochila y coje una carpeta. Saca una foto y le dice que son en los Andes venezolanos. Marta se inclina también a ver. Andrés aclara que estas son algunas fotos, las que no estarán en la exposición. Vemos una foto de un hombre rodeado de niños, en un paisaje de montañas. Hay algo inquietante en las expresiones, como si estuvieran fosilizadas. Marta pregunta quienes son esos niños, Andrés responde que no lo sabe. Pasamos a otra foto y Marta señala a un niño y comenta que es extraño, pero a ninguno de los niños que aparecen en las fotos se les ve sombra, mientras que al abuelo sí. Alberto comenta, irónicamente, pues será que están todos muertitos, el mexicano dice que ya vez, guey. Todos se ríen.

jueves, 25 de enero de 2007

guanzhou comida





microrrelato

Cured of a nervous breakdown
but without a job,
he leaves the hospital
to start life anew.

Tiempos Modernos

hong kong gente





hong kong carteles




domingo, 21 de enero de 2007

hong kong de noche




microrrelato

Que un día sea igual al anterior se acepta. Que una semana sea igual a la anterior se aguanta. Que un mes sea igual al anterior comienza a ser grave. Pero que un año sea igual al anterior ya es demasiado, no se puede permitir.
Si hablamos de décadas, es igual que estar muerto, exactamente igual.

microrrelato

Un viajero, mochila en la espalda, pasa frente a un campamento nudista en un bosque a orillas de un lago. El viajero, mochila en la espalda, sabiendo que se acerca la caída del sol, se pregunta qué hacer, si continuar caminando hasta llegar al camping donde piensa pasar la noche, o esconder mochila y ropa en un matorral para convertirse, silenciosamente, en nudista, ahorrándose los trámites y el precio de la entrada al campamento. El viajero, mochila en la espalda, se detiene ante la duda. Por un lado está el grupo de mujeres jóvenes, rubias y desnudas esperando, ¿por qué no?, que aparezca alguien con quien divertirse; y por el otro lado está la seguridad de un recinto cerrado, con agua, comida y luz eléctrica. El viajero, mochila en la espalda, permanece detenido ante la duda, y en ese momento cae la noche. Entonces el viajero, mochila en la espalda, viéndose solo en la oscuridad, rodeado por el lúgubre silencio del bosque, se ve detenido, ya no por la duda, sino por ese miedo ancestral, terrible, incontrolable, inevitable, que recogen los cuentos infantiles desde el principio de los tiempos.

lunes, 1 de enero de 2007

autorretratos




En un hotel de Túnez

Viejas chinas




Cerca de un parque, en una montaña ocupada por los monjes taoístas, no muy lejos de Chengdu