WORK IN PROGRESS

miércoles, 31 de octubre de 2007

sin titulo: fragmento

Llegamos a la cama cogidos de manos. Nos acostamos, creo que le acaricié la cara, los brazos, las tetas, y quizá le dije, por primera vez, que tenía el cuerpo de las mujeres de Modigliani.

Cuando por fin me acosté sobre ella, e intenté penetrarla, me di cuenta de que lo de su virginidad no había sido una mentira sudaca, sino que era real: allí estaba yo, sin poder follarla, su entrada dura, jodidamente cerrada, y mi polla al frente, sin saber qué hacer.

*

Experimento: una manzana filmada va río abajo; un río turbulento, con rocas, remolinos, etc.; por eso la manzana no se detiene, sigue río abajo, siempre, mientras suena, de fondo musical, no el ruido del agua, sino un jazz antiguo; una música alegre que pretende congeniar con la manzana, que va río abajo, siempre. El espectador se pregunta cuántas cámaras fueron usadas para filmar la manzana o si, más bien, fueron pocas, llevadas por camarógrafos atletas, dispuestos a ir río abajo persiguiendo a la manzana, ubicándose en relevo, filmando unos segundos, cogiendo la cámara, volviendo a correr (lógicamente, para que esta opción sea válida, se necesita que la velocidad de la corriente del río sea menor a la velocidad media de desplazamiento del camarógrafo, algo improbable, por lo que muestra la manzana que va río abajo, siempre); mientras tanto la música, que tampoco parece querer detenerse, se alarga con el río, quizá manipulada electrónicamente. El espectador se pregunta cómo la manzana llegó hasta el río, porque cuando entró a la sala ya la manzana existía. La manzana sigue río abajo, siempre. El espectador quisiera saber si no lo estarán timando. La manzana parece detenerse en un remolino, pero finalmente sigue río abajo, siempre. El espectador compara el asunto de la manzana con otro que verá luego, en el que un bebé filmado duerme en una cuna durante diez minutos, sin música de fondo. La manzana sigue río abajo, siempre. El espectador se pregunta si la manzana acabará llegando a algún lado, pero nunca lo sabrá, porque se levanta, echa un ojo al público, y sale, mientras la manzana sigue río abajo, siempre.

Con este experimento se demuestra que origen y destino son, siempre, una incógnita, por más vueltas que se de al tema. Se demuestra, también, que con una idea mediocre, pocos medios, y muy buenos contactos, se puede ocupar un espacio en uno de los grandes centros del arte contemporáneo.

*

No sé si fueron tres o cuatro noches que dormimos juntos sin tener sexo. Cuando me ponía en el tema del desvirgamiento a ella le daba hambre, o ganas de ir al baño, o yo qué sé. Pasábamos el día hablando desnudos en la cama, acariciándonos, besándonos; a veces bajábamos a comer pizzas junto al hotel.

Por fin, la última noche, cuando le comenté que me parecía gracioso haberla tenido desnuda todos esos días sin poder hacer el amor, me pidió que volviera a intentarlo.

Me empalmé en un momento (era joven, por suerte) y me coloqué sobre ella, que me abrazó. Poco a poco fui empujando, y ella fue gimiendo, ¿te duele mucho?; no importa, sigue; ¿seguro?; sí, sigue; y así hasta que por fin estuve adentro. La abracé con fuerza, la besé, y le dije que me daba orgullo que hubiera decidido dejarme a mí ser el primero en estar dentro de ella. Comencé a moverme pero volvió a gemir adolorida. Me salí y me corrí frotándome contra la cama, mientras la abrazaba y besaba.

barcelona: gente





sin titulo: fragmento

Por fin Dali, pero llegamos mal. Había dos Dali, la de verdad, y la otra. Como en Europa, pero distinto: en el centro el asentamiento viejo, convertido en escaparate turístico; y alrededor la ciudad de la gente que tiene trabajos de verdad. El problema es que aquí el asentamiento viejo estaba por un lado y la ciudad nueva por otro, aunque se llamaban igual, se supone que eran la misma población. A nosotros nos tocaba el lado del desplume, claro. De la ciudad nueva sólo vimos algunas calles. No estaban mal. Obreras, pero con personalidad. Tenían algo distinto a los típicos urbanismos comunistas, grises y cuadriculados. Aquí había plazas y jardines, y la gente casi sonreía. Yo me senté en una esquina con el equipaje mientras mi amigo averiguaba qué coño pasaba, por qué las calles que habíamos caminado no coincidían con las de la guía. Había que coger un taxi, estábamos lejos, más de veinte minutos de autovía. Era más grande de lo que parecía, Dali, la de verdad. Luego, el escaparate turístico, no estaba mal. Las clásicas calles de restaurantes y negocios, falsamente auténticas pero, no muy lejos, había vida, saliendo de la muralla; calles con negocios para los aborígenes. Además, me tomé un té de mantequilla de yak, que no tiene nada que ver con lo que estoy hablando, pero es que le tenía ganas (había estado leyendo un buen libro de viajes donde nombraban a estos bichos y sus subproductos y caí víctima de la curiosidad; también vendían la carne en tiritas, azucarada, la probé, pero era intragable).

Ese atardecer nos alejamos del escaparate turístico. Entramos a un caserío vecino y encontramos una pagoda, justo cuando Hemera le cedía el puesto a Nix, algo así. Sublime, etéreo, cojonudo. No había nadie, la estaban restaurando, a la Pagoda. En realidad sí, si había alguien, el vigilante, que nos mandó al carajo. Hice un par de fotos desde la puerta y nos quedamos, petición mía, esperando que terminara de anochecer, mirando cómo la pagoda cambiaba de color.

Ya de noche, regresamos. Encontramos a un grupo de viejas con unos abanicos sobre la muralla. Era un poco raro, lo de los abanicos. Se movían estilo artes marciales, como un katá de kárate, las viejas. Los abanicos convertidos en armas blancas. Un manoseo seboso en el autobús y, zás, el abanico y sale volando un ojo del agresor sexual artesmarcialmente agredido. Esta gente te puede descuartizar con el pétalo de una rosa. Ya se ve que, desde siempre, han tenido que arreglárselas con poco, para matarse.

*

En la mañana caminar. Hasta un pueblito cercano, a varios kilómetros en dirección al lago. Algunas fotos buenas, de aquí. Después llegamos, no sé cómo, a la principal atracción de Dali, la pagoda del no me acuerdo celestial, creo que era. Más de una decena de autobuses turísticos en el estacionamiento. El precio de entrada equivalente a tres días de vida en hoteles y restaurantes de nuestra categoría. Y una mierda, aquí no vamos a entrar. De todos modos, nos asomamos a la puerta. Adentro, dos pagodas gemelas y un lago. Un guía levantaba una banderita y ochenta y siete burócratas retirados, todos opiómanos, bailaban una danza ancestral en la que, cada quién, perseguía a su sucesor como si en una carrera de obstáculos trabajasen. Los obstáculos eran todos etéreos: el ojo zurdo de Mao, un dedo meñique de Mao, el pijama de la mujer de Mao. La policía intervino para requisar a la turba, porque eso no podía seguir así, tanto desorden. Llaveros de Disneylandia, papeletas con LSD, un ejemplar de un libro de Burroughs. Material peligroso, por todos lados. Pero lo que más molestó a las autoridades militares que, al mismo tiempo, eran dueñas del Museo de la Ciencia (donde se vendía el mejor té de amapolas de la zona), y de un negocio de dardos para los bares irlandeses que proliferaban gracias a los turistas rusos, fue encontrar al hombre que expolió la momia de Mao, años atrás, cuando los disturbios de la Plaza de la Paz Celestial de Beijing. El tipo le había arrancado a la momia de Mao el ojo del culo. Más de quince años llevaban las autoridades tratando de descubrir al autor de la fechoría, con el agravante de tener que desarrollar toda la investigación en secreto, porque, en ningún caso, podía salir a la luz pública el asunto. Un problema de Estado, uno de los más graves heredados de un gobierno a otro porque, ¿qué credibilidad puede tener un sistema que ha permitido el saqueo de las partes íntimas de su fundador? Así que todas las pistas y sus fuentes eran inmediatamente destruidas después de ser analizadas. Eso quiere decir que, hasta la fecha, más de setecientos veintidós interrogados habían sido suprimidos tras los interrogatorios; más de mil cuatrocientos cuarenta y cuatro interrogadores habían sufrido el mismo destino, y más de cuarenta y seis inspectores y miembros del cuerpo de inteligencia habían sido muertos e incinerados, también. En resumen, a estas alturas nadie sabía nada y el ojo del culo de Mao seguía por allí, tan campante, en el bolsillo de quién sabe donde. Fue por eso que, después de requisar a los visitantes de la pagoda, intervino el ejército para salvar el buen nombre del gobierno comunista de la República Popular, masacrando a los presentes y convirtiendo al lugar en un parque de atracciones. Cuando el Secretario General del Partido llegaba en helicóptero, usando altavoces para repartir un discurso que luego transcribiré (primero tengo que traducirlo), nosotros decidimos seguir, en taxi, hasta una pagoda que quedaba a la orilla del lago, una hora más allá. Por suerte, la Revolución Cultural no trabajó duro, por la zona.

barcelona: sagrada familia












viernes, 26 de octubre de 2007

sin titulo: fragmento

Experimento: el tipo se ganó una pasta y se encerró a leer, pensar y fumar durante dos años. Mucho Foucault, Barthes, la invención del lenguaje, cosas así. La primera obra: dos actores mueven objetos, traídos de la casa del tipo, de un sitio a otro del escenario, durante una hora. Segunda obra: tres mujeres y un bailarín, todos en bolas, escriben en una pared pizarra: Thomas Edison [la luz], Stravinsky Igor [la música], los nombres de los bailarines [la danza]. La desnudez se propone no sexual, una llamada de alerta por el SIDA, a mediados de los ochenta. La mujer que escribió Stravinsky canta la Consagración. La bailarina se estira el pellejo. A continuación, el bailarín se cubre el pito con el escroto y pasa a enseñar sus lunares; se peina los pelos del brazo con una uña mordida; pone el cabello de la bailarina sobre su cara; hace formas con el cabello de la bailarina alrededor de su polla. La bailarina se sienta, y con lápiz labial se escribe en una pierna: Christian Dior; en la otra pierna escribe el precio. Con el pintalabios la bailarina se rodea de dos líneas que representan una camisa. El bailarín cierra la cremallera en la espalda de la bailarina uniendo con el pintalabios las dos líneas. El bailarín pinta equis en las plantas de sus pies y en sus sobacos. Luego escribe su fecha de nacimiento alrededor de su ombligo. El público comienza a dejar la sala. La mujer escribe la fecha de su desfloración alrededor de su coño. Luego se pintan otras cosas. Pasan todos a quedarse quietos. En algún momento el bailarín comienza a orinar, se agacha y se moja las manos con su orina y borra lo que ha escrito en la pizarra, dejando sólo unas letras sueltas que hacen su nombre. La cantante, primero con su sudor y después con la orina del bailarín, convierte, en la pizarra, a Stravinsky Igor en Sting, y lo canta. La bailarina, usando también la orina del bailarín, borra algunas letras de Thomas Edison para ordenar, por escrito, al bailarín que cante. La mujer de la luz se va con el foco. Oscuridad. Voz cantante del bailarín. Fin de la obra.

Con el experimento se demuestra que la creación es el lenguaje, y no al revés. Se demuestra, también, que un churro intelectualoide puede dar de comer si has nacido en el lugar adecuado.

*

No sé cuánto tiempo pasó, creo que no mucho, unos días quizá, hasta que me llegó la siguiente carta de mi amor recurrente. Me pedía disculpas por su reacción, porque ella no tenía ningún derecho a exigirme nada, pero se molestó al ver que no había sido honesto.

Así seguimos hasta que, no muchas cartas después, hace trece años, decidimos encontrarnos en la misma ciudad andina donde fue el congreso de estudiantes.

neuchatel





sin titulo: fragmento

Otra manera de desaparecer, como autor, sería narrando experimentos científicos.

Experimento: dentro de una jaula en cuyo centro cuelga un racimo de bananos se introducen varios chimpancés. Cada vez que un chimpancé intenta coger un banano se activa un sistema automático que baña a todos los chimpancés con agua fría. Los chimpancés no tardan en mantenerse lejos del racimo. Un nuevo chimpancé es introducido en la jaula. El recién llegado, como es natural, se acerca al racimo de bananas. Los demás chimpancés lo alejan a gritos y amenazas, para evitar el baño de agua fría. El recién llegado aprende a mantenerse lejos de los bananos. Uno a uno los chimpancés originales son sustituidos, pero la costumbre de alejar a gritos y amenazas a quien se acerque a los bananos persiste, aunque ninguno de los presentes haya recibido, jamás, un baño de agua fría.

Se demuestra que las instituciones humanas se prolongan en el tiempo aunque ya no sirvan para nada. Se demuestra, también, que los chimpancés prefieren, en el desayuno, los frutos secos.

*

El resto del congreso de estudiantes fue más o menos igual: ella era el centro de atención de su grupo de amigos y yo daba vueltas casi siempre solo.

Algunas veces ella se dignaba, se tomaba la molestia, de hablar conmigo un rato. Pero se acordaba de que tenía que complacer a su fanaticada y yo me quedaba mirando el techo, bastante plano, ahora que me acuerdo. Me di cuenta de que estaba haciendo el pendejo, yo; pero no sé qué intuición, qué gancho mudo, me hacía seguir detrás de ella.

La última noche le pregunté si podíamos hablar solos un momento, ella dijo sí, y yo le solté que desde hacía tiempo no iba detrás de nadie, que me sentía como un quinceañero, que me daba risa la situación; ella no supo qué responder; le pregunté si quería que le escribiera y me dejó su dirección.

No saqué nada más.

*

Experimento: se escogen dos grupos de jóvenes con el mismo rango de edades. Al grupo A se le muestra la foto de un bebé que llora, se le pregunta por qué llora. Las respuestas del grupo A son: está molesto, furioso; necesita expresar su malestar; es su forma de llamar la atención, de que lo atiendan, de conseguir alimento. Al grupo B se le muestra la misma foto, diciéndole que es una beba, y se le pregunta por qué llora. Las respuestas del grupo B son: pobre, necesita cariño; se siente solita, quiere que la cuiden; está llamando a su madre, para que la alimente.

Se demuestra que los bebés son acomodaticios y cambian de expresión en las circunstancias más extrañas, incluso, cuando no se puede, engañando de la manera más vil a quienes los rodean. Se demuestra, también, que la gente es un poco gilipollas, y proyecta en los bebés sus prejuicios sobre el género.

*

Acabó el congreso de estudiantes y regresé a mi ciudad. Allí estaba mi vida de pasante en un escritorio internacional, clases de tenis, fiestas en el club hípico, novia aristócrata, estudiante de economía y bisnieta de un tipo que había sido presidente de la república, testaferro de un dictador ilustrado, un siglo atrás.

Pasaron dos o tres semanas y decidí escribirle una carta light a mi amor recurrente, aunque pensaba que no me iba a responder.

Pero la respuesta llegó a los pocos días; una hoja simpática donde mi amor recurrente me hablaba de no sé qué, del congreso, de su vida, ya no recuerdo, sólo sé que comenzamos a escribirnos cada semana, a esperar las cartas del otro cada vez con más impaciencia.

Al mes, más o menos, se me ocurrió soltarle algo de mi novia. Me respondió rabiosa, llamándome mentiroso, infiel, por qué no le había dicho antes que tenía novia, qué pensaría yo si me entero de que a ella le ha dado por escribirse cada semana con un tipo que conoció en un congreso, etc.

La cagué, pensé, se me fue la lengua. Supuse que se había acabado la historia de mi amor recurrente.

barcelona: exposicion





miércoles, 24 de octubre de 2007

sin titulo: fragmento

Este es un libro de ficción. Todos los personajes y hechos que aparecen en él son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con la realidad es puta casualidad. Culpa de la realidad aberrada, quiero decir, no mía.

martes, 23 de octubre de 2007

sin titulo: fragmento

Tiempo de despedidas y buenos deseos. Uno, con un buen amigo publicista (acabó en apretón de manos y promesa de volver a vernos antes de irme). Dos, con un amigo músico (acabó en apretón de manos y promesa de volver a vernos antes de irme). Tres, con [CENSURA] (acabó en beso largo). Cuatro, con un buen amigo periodista (acabó en mensaje al móvil: gracias por la invitación, muy buena la cantautora cubana, dulce voz, dulces canciones, dominio de escena, huí por la muchedumbre, preferí la tranquilidad de un hotel) y otra vez con [CENSURA] (acabó en sexo duro, en una habitación con dos literas, pasando de una cama a otra según las posiciones, me hizo follar cuatro veces, no me dejó dormir). Cinco, con la de Castelldefels (acabó en episodio de impotencia). Seis, con una veinteañera excolega en un trabajo cutre de ferries (acabó en muchos abrazos y un beso, con un momentito de lengua, ella haciéndose la ofendida, pero riéndose, fuiste tú quien abrió la boca, me defendí yo, y después un mensaje en el móvil: otra tarde maravillosa, como siempre; espero que tus escrúpulos no nos impidan volver a vernos, pimpolla encantadora). Siete, con un amigo venezolano bien pensante y su mujer recién parida (acabó en buenos deseos mutuos) y al rato, con la de Castelldefels, que me quiso mostrar a sus amigos, digo mostrar a mí, como si fuera una barbie, yo, no ella, a pesar de que es ella la rubia flaca (acabó en negativa a tener sexo, de parte de ella, que se quedó durmiendo conmigo, con la libido baja, que no le venían ganas, que ya esto lo hemos hablado, que yo qué sé; muéstrame tus libros, me pidió, para cambiar de tema, supongo, porque siempre me ha dicho que no le gusta lo que escribo, que no tiene interés, se los mostré; los revisó, con mirada crítica; es muy triste lo que escribes, siempre, ¿triste?, coño, se supone que son divertidos, se llama humor negro, no tristeza; al rato me regañó porque nunca me quejo de nada, que cómo puedo vivir así, con tanto pasotismo; le dije que paso de darle vueltas a las cosas que me molestan, las obvio, dejo de pensar en ellas, no existen, y lo de pasotismo no sé, yo voy haciendo mi vida, tampoco paso el día fumando marihuana, tirado en la cama mirando el techo, creo que más bien es al revés, no me puedo quedar tranquilo; bajamos a desayunar; frente al taxi, quedamos en ir a la playa el martes; me lo estoy pensando, no me apetece volver a verla). Ocho, con [CENSURA], que me traía parte de las películas (acabó en polvo rápido, corriéndome sin esperarla, en mi habitación, y promesa de volver a vernos antes de irme). Nueve, cita con la enfermera, para el viernes. Diez, otra vez mi amigo publicista y una desconocida (acabó en apretón de manos y promesa de volver a vernos antes de irme, y con las tetas, las desconocidas, rozando mi mano, la que sostenía la cerveza, y mi amigo publicista diciéndome que me dejaba con la chica, muy simpática, yo respondiéndole que simpática sí, pero un poco gilipollas, bueno, tampoco lo pidas todo, es verdad, si me voy a poner exigente ya me puedo ir arrancando para la casa, la chica que vuelve, las tetas que siguen rozando mi mano, mientras le digo que no uso drogas, nada, que nunca he usado, lo más fuerte que he probado es la marihuana, ¿de verdad?, de verdad, tendrías que probar el éxtasis, con el éxtasis el roce de un dedo en el cuello --ejemplificación, su dedo en mi cuello--, te hace sentir enamorado, aunque al día siguiente te des cuenta de que todo ha sido una puta mierda, ¿y no te malacostumbras?, digo, después, ¿no te parece aburrido follar sin usar éxtasis?, tus besos sin éxtasis, ¿cómo son?, ¿me estás pidiendo que te de un beso?, puede ser, sí, yo te puedo comer la boca ahora mismo, y me gustaría, pero hoy no vamos a echar un polvo, tengo la regla, aunque eso no me importa, pero ayer me dejaron muy dolida, ¿sexo duro, por detrás y por delante?, no, con los dedos, a mí me da igual si no follamos, si quieres comerme la boca y no follar yo no tengo ningún problema, ¿estás seguro?, ¿no prefieres buscarte a otra pava?, no, prefiero un beso tuyo, no me importa que no follemos, de verdad, hoy mismo dormí con una chica que no quiso tener sexo, toda la noche juntos y nada, ¿de verdad?, ¿y los toqueteos?, yo comencé a toquetear, pero ella me dijo que no estaba de ánimo, algo malo le tienes que haber hecho, ¡qué va!, soy sudaca, ¿no ves?, me toca ser caballeroso, es una chica dura, no por el sexo, que ya hemos follado, sino de personalidad, es complicada, pero bueno, probamos lo del beso sin éxtasis, ¿no?, vale, pero hoy no vamos a follar, ¿cuándo me dijiste que te ibas?, el lunes, ¿el próximo lunes?, sí, en una semana, ¿eso quiere decir que para echar un quinqui tiene que ser esta semana?, o en París, ¿te sirve el jueves o el viernes?, el jueves, el viernes lo tengo ocupado, ya te mandaré un mail, pero hoy sólo besos, ¿vale?, vale, bueno, haz lo que tengas que hacer; cogerla por la cintura, y acariciarle la espalda, y lamerle un poco el cuello, la oreja, mientras ella movía su cuerpo contra el mío, la pelvis, apretando mi polla, después las bocas, las lenguas, eres buena con esto, bastante buena, volvió a los besos, veintidós, veintidós besos y veintidós años, con experiencia de cincuenta, con una mano seguí el sujetador, desde la espalda, por el lado de adentro, lentamente, hasta que llegué al pezón, lo acaricié, y sentí la mirada del barman, demasiada luz, muy a la vista; deberíamos irnos a otro sitio, yo afuera no voy, ¿por qué?, porque no, porque vamos a acabar follando, ¿por qué lo dices?, porque sí, porque lo sé, ¿y si nos vamos para allá atrás?, vale, yo te sigo; me metí entre la gente y, cuando llegué, Orfeo cumplidor, me giré y había desaparecido, ganas de joder. La Eurídice extasiada se llevó mi correo electrónico pero no creo que aparezca, lo más probable es que se quede en los infiernos).


*

Once, otra vez con [CENSURA] (empezó en atracón de comida mexicana y acabó en un banco del parque detrás del monasterio de San Cugat, riéndonos, burlándonos uno del otro, y con promesa de volver a vernos antes de irme). Doce, con mi amigo publicista, mi amigo periodista, y otro buen amigo escritor tránsfugo al catalán, cazador de premios con subsidios, gloria de ateneos y ayuntamientos comarcales, que presentaba su último premio, en formato libro, novecientas rupias, en el Ateneo Barcelonés (acabó en muy buenos deseos y promesa de volver a vernos, uno a uno, o todos juntos, en París). Trece, conmigo mismo (pasé el día fotografiando Barcelona, tenía años sin hacerlo, acabó en promesa de seguir viéndome, antes y después de irme). Catorce, con la enfermera (acabó en abrazos y buenos deseos, no quiso besos; está enrollada con un policía, qué cómico, claro, era eso, si no un policía, un bombero). Quince, con mi ex (acabó en reunión con su nuevo grupo de amigos, pianistas, uno de ellos su actual rollete, que tiene novia, él, y estaba allí, ella, violinista, amor por las cuerdas frotadas, y acabó en abracito, frente al edificio donde vivo, y en buenos deseos). Dieciséis, con [CENSURA] (acabó, después de un orgasmo compartido en mi habitación embalada, en muchos te quiero y me harás falta y ojalá algún día, quien sabe si…


FIN

barcelona: gente






lunes, 22 de octubre de 2007

guia de paris para sociopatas: noche blanca. la madeleine

Como el tártaro, dentro de la Madeleine. Iluminadas sólo las figuras del fondo y los comediantes, levantados sobre unas plataformas. Con unos tubos largos, que tenían no sé qué fluorescente, los comediantes elegían a ciertos mortales para susurrarles. Tubo que buscaba, lentamente, al elegido, y el elegido que se lo ponía en la oreja. Y todos los demás preguntándose qué pasaba dentro del tubo. Entre cinco y diez minutos, duraba cada mensaje. La iglesia llena. Por probabilidades, podías pasarte horas hasta que te tocara. La masa levantaba las manos, un poco desesperada. A la masa no le llegaba el tubo. Había que flotar sobre la masa, me di cuenta rápido. Poner cara de aquí estoy, pero si no me hablas no pasa nada, esto es un juego, ya lo sabemos, que quizá... el tubo me llegó, lentamente, después de desprenderse de una mano molesta, delante de mí. Suavemente, la comediante, aspecto virgen renacentista, me susurró, a ratos en francés, a ratos en inglés, un poema de amor metafísico:

Primero, besaré tu boca, suavemente, mi lengua recorriendo tus labios, lentamente. Después, penetraré tu boca con mi lengua, poco a poco, imitando el coito, cada vez más profundo, mi lengua moviéndose dentro de tu boca. El olor que sale de mí me recuerda a ti, me dijo. El olor de tu sexo es el mejor perfume que he conocido, le respondí, y continué. Mientras te beso, desabotono tu camisa, para recorrer tu cuerpo con la punta de los dedos. Te pongo boca abajo, y con la punta de la lengua subo y bajo por tu espalda. Desengancho tu sujetador y continúo recorriendo tu cuerpo con la punta de la lengua, desde el nacimiento de las nalgas hasta el cuello. Estoy muy mojada. Eso es lo que quiero. Sigo. Entonces me pongo junto a tu oreja y te digo cuánto te amo, la forma obsesiva como me has hecho falta y, al mismo tiempo, meto mi mano en tu pantalón. Llego, con mis dedos, a tu vagina, tú abres tus piernas, para dejarme espacio. Tus dedos, cómo me gustan, escribió. Dejo tu vagina y coloco tu cuerpo sobre mí, mirando el techo, los dos. Te abres el pantalón, y yo uso una mano para tocar tus senos y la otra para tu vagina. Tu sueltas pequeños gemidos, como un animal, y luego, cuando estás realmente mojada, te saco el pantalón, y la ropa interior, lentamente, y uso mi lengua para besar tus pies, cada dedo dentro de mi boca. Beso poco a poco tus piernas, acercándome a tu vagina, hasta que mis labios están a un centímetro de ti, y puedes sentir mi respiración sobre tu clítoris, pero no te toco. ¿No? Sólo un poco, con la punta de la lengua, por un instante. Luego recorro con la lengua toda tu vagina, y te huelo; pongo mi boca sobre ti, para sentir tu calor, y lamer tus fluidos. Al mismo tiempo uso mis dedos para acariciar tus pechos, a la misma velocidad que mi lengua juega con tu clítoris. Quiero que me toques en público, me pidió. Lo haré, seguro. Quiero un orgasmo en público. Sí, podemos buscar un lugar tranquilo, quizá los jardines de Luxemburgo, la gente caminando hacia sus casas mientras tú y yo hacemos el amor con los dedos; ¿aún no te has corrido? No. ¿Quieres que siga con la narración? Sí.

El espectáculo era una incitación a la profanación: la oscuridad, la voz susurrante de la mujer, el erotismo del poema, incluso, la pila de agua bendita, dos pasos a la derecha, perfecta para uno lavarse las manos después de cascársela. Una versión, elevada, literalmente, de las cabinas de vídeos porno de la Rue de Saint-Denis. Y los curas cediendo la iglesia sin enterarse de nada, claro, a ellos no les susurraban.

Salí, feliz, a buscar la próxima aventura.

fez: curtidores










martes, 16 de octubre de 2007

Guia de Paris para sociopatas: Fontainebleu

No es que me esté volviendo cursi, es que el camino es así, como sale en las fotos. Se ve que un tipo, en el diecinueve, estuvo arreglando los senderitos de todo el bosque. Y el bosque es grande. Se pasó años, creo, toda la vida, más o menos, acomodando los senderitos. Mandando a arreglarlos. Subráyese mandando. No creo que llegara a levantar una piedra con sus propias manos en toda su vida. Un millonario excéntrico, tenía que ser. De esos que heredan no sé qué y, para no aburrirse, se inventan mamonadas como estas; y así justifican sus existencias, gracias a Dios, a la Virgen y, sobre todo, a la propiedad privada y la no equitativa repartición de las riquezas. Unas escaleras aquí, unos muritos allá, un par de bancos y una placa y unas letras grabadas y un pozo de piedras mohosas en los lugares donde salían los manantiales de la montaña. Y todo eso en pleno romanticismo, por eso quedó tan cuchi. Además del otoño, claro, que tampoco es culpa mía. El hecho es que, para seguir el rollo, me puse a oír Debussy, en el MP3. Así pasé de hortera a exquisito. Sudaca comemierda, más bien. En eso andaba, haciendo fotos, disfrutando del camino, comiendo mierda con el impresionismo francés. Si me hubiera encontrado a una horda de chavistas hubiera sido violado in situ. Con arrechera, además, con mucha arrechera; porque estas hordas, seguro, sentirían piquiña, envidia, en su interior guachafo. Quisieran ellos estar aquí, vueltos locos, paseando con sus noviecitas. Mamita rica, tú eres mi luna, mi sol, eres más bella que una rosa, cosas de estas, usarían para endulzarles el camino. Yo, en cambio, iba solo, pensando en yo qué sé. En este fragmento, entre otras cosas. No tenía mucho en que pensar, ya se ve. A veces me ponía a calcular cuánto tiempo podré sobrevivir con lo que me queda en las tarjetas y en el banco. Pero me entraba el susto y volvía a mamonear, pensando en el fragmento este, otra vez. Pensaba, también, en la forma de encontrar un poco de calor humano. Alguien a quien traer y decirle mamita rica, tú eres mi luna, mi sol, eres más bella que una rosa, cosas de estas, que usaría para amargarle el camino. Estaría bien sacarla de la Sorbona, para que detrás de mis frases me diera la patada en el culo incontinenti. Pero con la paranoia del terrorismo han puesto unos guardias en las puertas de la universidad, qué putada. Unos tipos vestiditos de azul, con gorrita y todo, que piden ver el carnet de estudiante. Y yo no tengo, claro, si sólo quiero entrar a ligar, y para eso no dan carnet de estudiante. Nada, a buscar otra opción. Los sitios con jazz en vivo, por ejemplo. Pero serán entre diez y veinte rupias por noche. Mejor una actividad diurna, colectiva, clases de danza contemporánea, aunque me tomen por maricón, siguiendo el ejemplo de un amigo, que estudió ballet porque le gustaba una bailarina (ése sí es un hombre, carajo); o senderismo, pero no sé cómo se dice en francés. Un curso de fotografía, eso, para ligar mientras aprendo; y si no ligo no importa, por lo menos aprendo; y si no aprendo tampoco importa, por lo menos ligo. Pero me masacrarán, seguro, con el precio del curso. En esta ciudad todo es histéricamente caro, sobre todo si no trabajas. Quinientas rupias, por lo menos, me costará la gracia, entre inscripción y mensualidades adelantadas, más o menos. Así que otra vez los cálculos y la angustia, joder. Mejor pensar en este texto. Literatura de evasión, ya se ve. Es gratis.

Fontainebleu






Paris: ida y vuelta de Fontainebleu






domingo, 14 de octubre de 2007

guia de paris para sociopatas: noche blanca

Anuncios en la calle y una revista que recogí frente a un cine, la Noche Blanca, un parapeto de arte contemporáneo, parásitos plásticos exhibiendo sus paridas en varios puntos de la ciudad, toda una noche, desde las diecinueve hasta el amanecer. En la revista decía: “este año mucho teatro de calle”, “llegar al gran público”, “instalaciones”, “nuevas tecnologías”, “a todo lo largo de la línea 14 del metro”. El sábado, este mismo sábado. Coño, estás en París, ¿no vas a ir?

A pie, desde Montparnasse, lo primero que me caía era la instalación en Las Tullerías, “los jardines envueltos en fuego”, decía la revista, algo así, no me acuerdo, la dejé en la mesa de noche.

En la calle me di cuenta de que había fiesta, además, por una victoria del equipo de rugby. Los Azules, estaban de moda. En el banco donde abrí la cuenta me ofrecieron un dibujito del equipo de rugby en mi tarjeta. ¿Lo quieres? No sé, me da igual. Ojalá no se lo pongan. Fueron derrotados los ingleses la semana siguiente. Lo de siempre, Inglaterra machacando a Francia, qué vergüenza. No me gustan los dibujitos de los equipos perdedores. Tampoco de los ganadores.

Cuando llegué al boulevard de Saint German las primeras escenas del teatro de calle. Tres chicas borrachas, una de ellas mucho, que corría a abrazar y besar al primero que se atravesara, así, con toda confianza, rollo ménade deportiva. Como la india que va por el mundo haciéndose rica a fuerza de abrazos; sólo que en francés, gratis, y con aliento etílico. Lo hizo con un tipo que se asomaba a la ventana de un coche, gritando no sé qué, supongo que algo de Los Azules, claro. Después la chica regresó corriendo, porque había cambiado el semáforo y venían los coches en estampida. Un poco más adelante trató de hacer lo mismo con un coreano, japonés, o lo que fuera, que estaba sentado en una barandita. El tipo, ¡sorpresa!, no quiso ni los besos ni el abrazo. Ponía cara de asco, de déjame tranquilo, de yo le tengo grima a las francesitas locas, de a mí me gustan las chinitas limpias y sumisas, algo así. La frivolidad parisina dándose de cabezas contra el muro del budismo zen. Alegórico. Cuando pasé junto a la chica (vente paca, mamita rica, que yo soy sudaquita y sí te puedo enseñar lo que es bueno, como quien dice), no me miró, le estaba preguntando al budista zen qué coño le pasaba, un poco de mal rollo. Por eso digo, con esta vocación a la resistencia, estos tipos, los orientales, nos estarán dando machacando pronto. Lo sé, lo vi en China. Pues eso, seguí caminando y volteando, pensando que el beso y el abrazo me hubieran venido de puta madre, ahora que estoy tan solito. Pero llegué al puente y seguí. No sé en qué acabó la historia. Vaya mierda de escritor, incapaz de quedarse diez minutos para ver cómo se resuelve una escena; y mucho menos de inventárlo.

Del otro lado del puente sí, las Tullerías encendidas. Apagadas, más bien, las antorchas casi consumidas. Pero había mucha, muchísima gente. Y un olor a gofre y guarradas muy dulces para turistas de masas, cutres y azucarados. El gofre afuera. Adentro, más bien, una peste fuerte a petróleo, o eso que se usa para mantener despiertas las antorchas. No sé qué representaba el incendio, me dio pereza leer las instrucciones. Lo que sí percibí claramente era la peste a petróleo por todos lados. No se podía respirar. Quizá era éste el ejercicio: un homenaje a las cámaras de gas. El genocidio como el gran teatro, apoteosis trágica. Tomé fotos y me fui. Casi todas movidas, oscuras, una mierda.

El siguiente punto, siguiendo a la turba, estaba en la iglesia de La Madeleine. Cola larga. Me asomé al letrero para saber por qué. Susurros. En el cartel, eso decía. Entrabas, y te susurraban al oído, algo así. Sonaba bien. Estuve a punto de colearme, unos turistas lo estaban haciendo. Pero preferí hacerme el citadino, el local, el francesito, el parisino, el comemierda. Y adentro, la gloria, ahora explico por qué.

paris: noche blanca