WORK IN PROGRESS

jueves, 31 de julio de 2008

sin titulo: fragmento

Después del tiburón encendieron un fogón y cocinaron pescado. Después del fogón nos acercamos a la costa y, a unos trescientos metros, subimos una red: un par de langostas, varios pulpos, peces de muchos tipos que acompañaron al tiburón en el piso de la barca; y cada vez que aparecía enredado un cangrejo, con una maza lo machacaban y lanzaban los trozos al mar.
--En Europa las patas de cangrejo son un plato caro.
--A nosotros no nos gustan, sólo comemos cangrejo cuando no queda nada más.
En la playa separaron lo que iba para los hoteles, vendieron casi toda la pesca, y creo que trocearon al tiburón, porque no volví a verlo. El que hablaba francés me había llevado a la casa porque el jefe me invitaba a almorzar.
Una cerca de hojas de palma, un patio amplio, una peste fuerte a pescado. Las mandíbulas de tiburón, después de pasar por una paila gigante, eran puestas al sol; habría una docena, más o menos, de distintos tamaños.
La casa tenía dos construcciones cerradas por paredes de bloque y techadas de zinc, una al lado de la entrada, la otra en el extremo opuesto; en el segundo espacio, el más grande, dormía el jefe, su mujer, y sus dos hijos; en el primer espacio dormían cuatro pescadores, el que hablaba francés, y un viejo.
La mujer del jefe me dio una silla y un plato de espaguetis con salsa picante de pescado. Cuando acabé, me preguntó, usando al que hablaba francés, si no me había gustado (estaban las espinas con carne en la arena y en el plato, no sé comer pescado); le dije que sí, seguro, muchas gracias; me miró con mala cara.
El que hablaba francés me preguntó si quería quedarme a dormir; sí, seguro, muchas gracias; monté la tienda en el patio. El que hablaba francés me llevó hasta una construcción en ruinas que se usaba como lavabo (una habitación con suelo de arena, un bidón de agua de pozo y una pequeña pala), y ducha (otra habitación con suelo de arena, un bidón de agua de pozo y una palangana). Usé el lavabo, la ducha, me cambié la ropa, me sentí como nuevo.
Cuando regresé a la casa del jefe estaban repartiendo el dinero de la pesca. Habían separado mi parte (creo que entre uno y dos euros, no me fijé bien), que no acepté, insistieron, no acepté, no insistieron.
En la tarde me quedé con el que hablaba francés, dos pescadores, y el viejo, que reparaban las redes en el patio con olor a pescado. Ellos conversaban no sé qué y yo miraba. Luego, el que hablaba francés me explicó que se comunicaban en fon, pero que en Benín había, por lo menos, quince idiomas (Ouidá fue un punto fuerte de exportación de esclavos, en la época del reino de Dahomey, hasta el siglo XIX, y como los esclavos llegaban de sitios muchas veces alejados, acabaron mezclando gente de toda África occidental y central en un pequeño espacio).
En la noche le pedí al que hablaba francés comer lo mismo que ellos (la mujer del jefe me miraba mal, yo era trabajo extra, y conmigo ella no ganaba nada); en una bandeja grande estaba la "pâte", un redondel de harina gelatinosa que se cogía con los dedos para mojar en dos salsas de pescado, una muy picante, la otra no tanto.
En algún momento el jefe me comentó que un blanco les había dicho que las estrellas las habían puesto los norteamericanos.
--¡No, no! Sólo algunas de las que se mueven, que son satélites artificiales.
--¿Y entonces?
--Están allí desde el Big bang, más o menos, como el sol.
Cara de "qué carajo es eso".
--Se supone que cuando comenzó el universo todo lo que hay ahora estaba concentrado en una bola gigantesca de fuego, que luego explotó y se enfrió y fue apareciendo todo lo que vemos.
Cara de "qué coño hablas".
--Las estrellas no las pusieron los norteamericanos, están allí desde siempre.
Cara de "mejor cambiamos de tema"; sí, es verdad, mejor cambiamos.
Al rato, el jefe dijo que era la primera vez que un blanco comía con ellos del mismo plato. Un pescador me miró un momento y luego dijo "he is a free man". "Muchas gracias".
Y así me bautizaron, al día siguiente, "Akue cacá", que significaba "Muchas gracias", monsieur Akue cacá.
Pasé el día conociendo pescadores. El que hablaba francés me llevaba de casa en casa. Cada vez la bienvenida venía con un vaso de aguardiente de palma, un líquido transparente y amargo muy difícil de tragar. A las diez de la mañana ya estaba casi borracho. Por la zona había dos tipos de pescadores, los que iban por cuenta propia y los de la cooperativa. Yo estaba del lado de los que iban por cuenta propia; los otros, los de la cooperativa de una ONG alemana, por lo que olí, eran algo así como pescadores “artificiales”. Entre los pescadores por cuenta propia y los cooperativos no había contacto.
El que hablaba francés me presentó a un buen amigo suyo, otro pescador por cuenta propia que estaba pasando una mala racha: un barco de pesca industrial de arrastre le había desaparecido todas las redes; estaba esperando que el gobierno le reconociera parte de las pérdidas para poder comprar otras redes; mientras tanto, su barca se secaba en la playa.

miércoles, 30 de julio de 2008

amsterdan: art deco







sin titulo: fragmento

Esa noche, y la siguiente, dormí oculto de la carretera en una caseta con parrilla. Un tipo que vivía cerca, diciéndome que era “el vigilante”, me hizo pagarle medio euro cada noche; también tumbó media docena de cocos que me vendió por casi nada. Pasé el día caminando y haciendo ejercicios, para ocupar el tiempo, porque me cansa mucho pasar el día sin hacer nada. En la mañana regresé a caminar.
Casetas de cemento con banderas, de vez en cuando. Al final de la tarde llegué a un hotel de playa. Quería bañarme con agua dulce y pregunté cuánto me cobraban por montar, en la arena del espacio cercado de las tumbonas, mi tienda de campaña.
--Tres euros.
--No, tres no puedo, puedo pagar uno.
--Dos.
--Uno.
--Bueno, uno --el hotel estaba vacío.
Cuando acabé de montar la tienda el tipo con el que había negociado se acercó. Cuando quise pagarle me dijo:
--Tres.
--¿No me habías dicho uno?
--No, son tres.
--Perfecto, no pasa nada.
Desmonté la tienda de campaña mientras el tipo me miraba como sin entender por qué no pagaba tres en vez de uno.
Comenzaba a oscurecer, tenía que encontrar rápido un sitio para dormir. Entonces, sorprendido, vi aparecer el arco gigante de cemento, con figuras de bronce, de la Porte de non retour; estaba en Ouidá, mucho antes de lo que esperaba.
Doscientos metros más allá comencé a montar la tienda de campaña. Cuando estaba por acabar se me acercaron unos tipos a decirme que no era muy seguro dormir allí, que mejor ponía la tienda cerca de su casa. Okay. En el camino les pregunté qué hacían. Pescadores de “requein”, me dijo el que hablaba francés. Yo no sabía qué era “requein” pero igualmente me llamaba la atención ir de pesca. Les pregunté cuándo salían, me dijeron que al día siguiente. Les pregunté si podía ir con ellos. El que hablaba francés se rió, me miró curioso, habló con los otros dos en no sé qué idioma africano. Me dijo que estuviera listo a las seis. Llegamos, me señalaron dónde montar la tienda, junto a su barca. Nos despedimos. Me instalé.
A las seis estaba listo, la tienda recogida y todo en la mochila guardado. Comenzaron a llegar, cargando combustible y redes. El jefe me dijo, en un inglés difícil de entender, que guardara la mochila en su casa. Intenté ayudarlos a cargar pero no me dejaron.
Empujamos la barca al mar usando unos rolos de madera. Antes de llegar, me pidieron que subiera. ¿Por qué? Es mejor. Me trataban como a una señorita. Entró la barca al agua. El que hablaba francés subió. Esperaron el momento y empujaron la barca hasta pasar el segundo lugar donde rompían las olas. El que hablaba francés intentaba encender el motor. Los otros, con el agua al pecho, sostenían la barca para que no regresara a la playa. Cuando el motor encendió, subieron. Estuvimos esperando un espacio entre una ola y otra para poder entrar al mar. Por fin, con el motor al máximo, nos fuimos contra el primer sitio donde rompían las olas. No pudimos pasar, una ola saltó casi encima de la barca. Otra vez a esperar. Los pescadores, mientras tanto, achicaban el agua que había entrado. En la orilla, el jefe gritaba no sé qué. Segundo intento, igual, una ola casi nos voltea. Al tercer intento, por fin, pudimos pasar. El jefe gritó, ellos gritaron de vuelta. Fuimos dejando la costa atrás.
Cuando ya la tierra era apenas un hilo nos detuvimos. Comenzaron a recoger una red. El que hablaba francés cantaba y los demás halábamos la red siguiendo el ritmo. La red estaba rota, no había nada. Soltaron una de las redes que habían traído. Encendió el motor, seguimos. El que hablaba francés me preguntó si estaba mareado. No, para nada. Le pregunté qué decía la canción, porque noté que había nombres de lugares. Me explicó. Me preguntó qué hacía allí, le dije que había estado con un grupo en una aldea cerca de Posotomé, en un supuesto proyecto de cooperación que era el tinglado de unas vacaciones exóticas. Entonces, a unos veinte metros, salió del agua la cola de una ballena, y volvió a caer. Yo estaba feliz, sintiéndome como en un documental de la National Geographic, pero los pescadores, asustados, golpeaban el fondo de la barca con los remos. Luego, el que hablaba francés me explicó que era para alejar al mal bicho, porque si golpeaba la barca nos hundíamos.
--Las ballenas son malas --me dijo.
--Pero si golpean la barca es sin intención.
--Son malas.
Me explicó que eran las ballenas quienes rompían las redes. La ballena quedó atrás, resoplando, de vez en cuando, su chorro de agua, y golpeando el mar con la cola, no sé por qué.
Segunda parada. Canto y red. Esta vez, la red estaba pesada, había pesca. Primero, una concha esférica, más grande que un balón de fútbol. Luego, uno de los pescadores se asomó a la barca y me hizo gestos para que me acercara. Del azul oscuro, casi negro, del mar, vi aparecer una silueta primero difusa, luego elegante y perfecta, que poco después se volvió un tiburón, que subieron, entre todos, a la barca. Estaba muerto, se ahogó en las redes, durante la noche, porque los tiburones necesitan moverse para respirar. El tiburón me llevaba una cabeza, de tamaño. Yo estaba feliz, tocando su piel de ida y vuelta con los pulgares de mis pies.
--¿Cómo se llama, qué tipo es?
--Puntiagudo, requein pointú.
El que hablaba francés me dijo que ése era pequeño; que muchas veces hay que cortarlos para subirlos a la barca; que a ellos les interesan, sobre todo, las aletas, que hay un tipo de Hong Kong que paga muy bien por ellas; que la mandíbula también, se la venden a los hoteles; que ahora era la temporada, y por eso estaban allí.

martes, 29 de julio de 2008

cotonou: gente





lunes, 28 de julio de 2008

sin titulo: fragmento

Quince euros para quince días, esa era la base.
El grupo con el que había pasado el último mes en una aldea perdida se había ido en la mañana. Mi dinero se había convertido, el día anterior, en un yambé y siete máscaras africanas. Por un arranque de orgullo, después de una discusión con una compañera con quien había estado enrollado las últimas semanas, no quise que me prestaran nada; decidí descubrir cómo podía sobrevivir, sólo, sin dinero, en el medio de África. Con un euro al día no me podía quedar en Cotonou, la ciudad, y decidí irme a Ouidá, donde habíamos estado un día, un pueblo con un aire extraño que me había gustado.
Dejé las máscaras en la ONG que nos había recibido, les dije que regresaría a buscarlas en un par de semanas; seguí hasta la zona de blancos, no compré un frasco de chocolate que me habría quitado la mitad del capital, y caminé hacia el sur, siguiendo la brújula de mi navaja. Atravesé unos barrios de calles de arena, en el camino compré galletas y naranjas, y llegué al mar. Me descalcé, colgué las sandalias en la mochila, y con el agua mojándome los pies comencé a caminar.
Cincuenta kilómetros, un par de jornadas. Buscar donde poner la tienda de campaña y luego regresar a recibir a mi ex. En eso estaría pensando cuando me di cuenta de que dos chavales venían detrás de mí; me giré, los detallé, no me gustaron. La guía de una compañera decía que había que evitar caminar por la playa, cerca de los hoteles, porque es relativamente normal que haya atracos. Puse la mochila en la arena, saqué el cuchillo, me acerqué al mar, esperé; los chavales llegaron, bonjour, me miraron, miraron la mochila, miraron el cuchillo, siguieron; dejé que se fueran adelante, me colgué el cuchillo del cinturón, caminé detrás de ellos, un rato, hasta que desaparecieron.
A mediodía me senté a comer, galletas y naranjas. Sentí ganas de cagar, estaba enfermo desde hacía dos semanas, una amibiasis, disentería, yo qué sé. Algunos días había tenido que quedarme en cama, sudando, a veces delirando, pero ya estaba casi bien, aparte de la diarrea líquida. El problema es que casi nada me entraba; o sí, me entraba, pero inmediatamente me salía. Para ahorrar papel entré al mar. Las olas rompían dos veces, era el océano, golpeando fuerte contra la tierra. Entré alejándome de la orilla y estuve nadando un rato. Regresando una ola me estampó contra la arena y salí mareado y aporreado, había que tener cuidado con el mar, porque además la resaca era fuerte. Me vestí, me colgué la mochila, regresé a caminar.
Sentí sed y busqué una carretera que se escuchaba a la derecha. Iba paralela al mar. Seguí por la carretera. Apareció un chiringuito donde me senté a tomar un refresco. Un décimo de euro.
--¿Militar?
--¿Cómo?
--¿Eres militar?
--¿Yo?, no, ¿por qué?
--No sé, pareces.
--No, para nada, ni siquiera hice el servicio militar, no me gustan los militares.
--¿Y qué haces por aquí?
--Camino.
--¿A dónde vas?
--A Ouidá.
--¡Eso está muy lejos!
--Leí que está a cincuenta kilómetros de Cotonou.
--¿Cotonou? ¡Eso está lejos!
--Está a menos de diez kilómetros de aquí.
--¿Por qué no coges un taxi?
--Prefiero caminar.
--¿Por qué?
--No sé, la verdad es que no me lo había preguntado… pero prefiero caminar.
Me miró curioso. Pagué y seguí.
Al rato, atravesé un pueblo. Como no me gustaba la forma como los niños veían mi cuchillo, con miedo, y tampoco quería dejar de mostrarlo, regresé a la playa.
A mitad de tarde encontré a mucha gente, una aldea completa, halando de una cuerda muy gruesa. Para saber por qué halaban puse la mochila en la arena y me uní. Una mujer y unos niños me dejaron espacio mirándome extrañados. Alguien, cerca del mar, cantaba, y según el ritmo de la canción había que halar. No era fácil el tema, pero la cuerda corría. Al rato las redes comenzaron a llegar a la arena cargadas de pesca, con unas barcas detrás. La aldea que halaba soltó la cuerda y se fue a buscar. Yo me senté a mirar. Un hombre vino con un pescado grande, del tamaño de mi antebrazo, y me lo ofreció. No no, no se preocupe, gracias. No hablaba francés. Insistió. No, de verdad, gracias, le dije en señas. Con señas él me dio a entender que podían cocinarlo para mí. No, gracias de verdad. Sonriendo, me despedí del hombre, me colgué la mochila, y regresé a caminar.

domingo, 27 de julio de 2008

amsterdam: barrio chino






sin titulo: fragmento

Cuando estaba acabando de enviar la invitación me llegó al teléfono un mensaje de mi amor recurrente preguntándome si quería que nos viéramos en un hotel. Que pregunta, coño, claro! Le envié la respuesta. Después la llamé, le dije que me bañaba, bajaba al cyber para reservar un hotel, y la volvía a llamar para decirle dónde.
Estaba un poco hecho polvo, había salido en la noche y estuve hasta tarde bailando y haciendo el tonto con una ex modelo. Luego, en casa, en la madrugada y en la mañana, me la había cascado un par de veces pensando en ella. En resumen, tenía la sensación de que no funcionaría bien con mi amor recurrente.
Caminando hacia el hotel pasé frente a una farmacia donde la mujer que atendía tenía cara de histérica; esta me va a mandar al carajo, pensé. En la segunda farmacia había una chica guapa y joven, me dio vergüenza explicarle, seguí. La tercera estaba llena de viejecitas, y como no tenía tiempo para esperar en la cola escuchando historias de artritis y hemorroides, continué. La cuarta farmacia estaba llena de turistas, pero en el mostrador había, por fin, un hombre. Me puse en la cola.
--Buenas tardes, ¿tienen algo contra los problemas de erección? Estoy hecho polvo, no dormí mucho anoche, y he quedado ahora con una amiga.
--Tenemos, pero todo es con récipe.
--¿Y no hay nada más suave?, digo, algo que no necesite prescripción; no sé, alguna de esas cosas naturales.
--Lo único que tenemos son cápsulas de gin-sen, para el agotamiento, pero eso te pondrá nervioso.
--¿Y funcionan inmediatamente o hay que tomárselas por una temporada?
--Inmediatamente.
Las compré. Me mandé dos, como dijo el farmaceuta.
Llegué al hotel. Mientras estaba con el recepcionista llegó mi amor recurrente, nerviosa. Nos saludamos sonriendo, pero sin tocarnos. Yo estaba tranquilo. Subimos. En la habitación, un abrazo suave, de pie un rato. Nos acostamos y hablamos, como le gusta a ella, antes de empezar. Me contó de un mal rato que le hizo pasar su madre por una enfermedad que le ha dado a su hija, que le hizo recordar unas cosas chungas que vivió ella, relacionadas con temas sexuales, cuando era niña, y que hace años me contó a mí, por primera vez; dice que acordándose de lo bien que me había portado con ella fue que le vino la extrañeza, y no se pudo aguantar, y como ya me voy, me llamó. Después estuvimos abrazados un buen rato, acariciándonos. Entonces nos desnudamos, la toqué, estaba muy mojada, como siempre. Un poco de sexo oral y me acomodé para que me besara ella también. Yo estaba a medias, y en la barriga, la sensación de que la cosa, para mí, estaría jodida (se siente uno como si le sacaran el aire, pero en los huevos). En resumen, que el gin-sen no había hecho efecto. Ni me puso nervioso ni nada. Me convencí: hay que luchar de frente contra los abusos y fraudes de las empresas farmacéuticas, no podemos seguir así, víctimas inocentes.

*

Las fractales colonizan el espacio.
Un fractal es una forma con partes que, debidamente ampliadas, se parecen al todo. Y lo mismo ocurre con las partes respectos de sus propias partes. Y así una vez, y otra, y otra… Es quizá el modo más simple de crear complejidad: reiterando un patrón un cierto número de veces en escenarios cada vez más pequeños. Son fractales los relámpagos, los helechos, los árboles, minerales como las pirolusitas… Las plantas suelen ser fractales por fuera y los animales suelen serlo por dentro: sistema nervioso, sistema circulatorio, sistema respiratorio… Los fractales son una buena forma de acceder a un gran número de puntos del espacio con una cierta continuidad. Fueron bautizados, estudiados y popularizados por Benoit Mandelbrot, y hoy han irrumpido con fuerza en el mundo de la creatividad humana.
Cristal. Fulgurita. Rosa del desierto. Yeso.

sábado, 26 de julio de 2008

vernont: jardin de monet





sin titulo: fragmento

Y entonces, ¡oh, refinados lectores!, voy a ofreceros aquí un resumen de la ceremonia de despido, una de las experiencias más polite de mi vida.
Por lo que vi, a la directora del hotel el ambientillo de la recepción le importaba un carajo. Su punto era dejar del lado del hotel la mayor cantidad de pasta posible y, cuando vio que para mí eso no era un problema, se portó bien.
Sólo me dijo que de mí no se hubiera esperado “eso”. Le solté que el texto, así como se lo dieron, estaba descontextualizado, que era parte de una novela que voy colgando en un blog, que me sentía raro teniendo que explicar el por qué de un escrito de ficción. Dijo que había detalles, muy precisos, que afectaban a mis compañeros de trabajo. Insistí en que no había nombres, y que era un texto de ficción. Me preguntó por qué, si no estaba a gusto con el trabajo, no hablé con ella para arreglar el despido y el paro. La verdad es que no se me ocurrió, ni siquiera lo pensé. Entonces trató de sacarme información, primero sobre los robos, preguntándome cuánto había de verdad en mi caricatura; le respondí que yo no estaba allí para delatar a nadie, aunque por la forma como me miró a los ojos supo que sí, que lo que yo contaba era verdad, o casi. Luego pasó a tratar de descubrir hasta qué punto soy escritor, supongo que para ver si puedo hacerle daño al nombre del hotel. Me comentó, y me hizo gracia, que ese texto, en su opinión, de literario no tenía nada; en el contexto sí, me defendí, no sé por qué.
Mientras imprimía los papeles de la renuncia/despido hablamos de libros, de lo que está leyendo ahora; de un hermano suyo, periodista económico, que vivía en Londres; y de si era cierto lo de mi mudanza a París. Sí. Me comentó que ella prefería Italia, porque a los franceses los encontraba insoportablemente pedantes. Italia quizá después. Me preguntó en qué pensaba trabajar, y olí que iban a ponerme, o ya me habían puesto, en una especie de lista negra o, por lo menos, que me enterrarían siempre que pudieran. No fui claro con mi respuesta, porque la verdad es que yo mismo no lo sé.
El chaval uruguayo me había dicho que, para calmar a las bestias, la directora le había dado al jefe de restaurante el privilegio de decidir cuál debía ser mi castigo; el tipo pidió que me renovaran el contrato, para joderme lo de París. Lástima que no se haya podido; no sé, la próxima vez, quizá, ojalá tenga suerte.

*

Encontré piso en París, por internet, en Montparnasse, todo un clásico, junto a la estación de trenes, en una calle que, curiosamente, se llama de l’Arrivée. Está a cinco minutos de los jardines de Luxemburgo; a quince, a pie, de la Sorbona, de Saint-Germain-des-Pres, y del Quartier Latin; a veinte minutos, caminando, de Notre Dame o de la Torre Eiffel; a media hora, a pata, del Louvre; a un poco más del Pompidou; a cinco horas, gateando, de Montmatre; a siete, arrastrándose, del Bois de Boulogne; a veintiocho, con los ojos cerrados, del Bois de Vincennes. Pues eso, que se puede ir a cualquier parte de cualquier forma. Son 16 metros cuadrados en un sexto sin ascensor. Absténganse de visitas los obesos y los cardíacos; los primeros porque no caben, los segundos porque no llegan. Todos los demás serán bienvenidos, previo aviso, claro, para que no me encuentren en estado de descomposición.
Saludos cordiales,

miércoles, 23 de julio de 2008

amsterdam: cosas





sin titulo: fragmento

Notas:
Que el narrador encuentre, en un viaje a África, colgado de una pared en el techo casi vacío de unos pescadores de tiburones estacionales, un lienzo al estilo de y firmado por Picasso. Extrañado por la gracia, le pregunta a los pescadores cómo llego esa pintura allí. Los pescadores le cuentan de un tipo que estuvo con ellos el año anterior, hasta que se lo llevaron a un hospital porque deliraba de fiebre y tenía una diarrea bestia; que en el hospital el tipo murió. Días después, un poco por azar, uno de los pescadores recuerda que además del cuadro el muerto dejó un cuaderno escrito. El cuaderno es la novelita del robo con allanamiento que está en este librito, claro. Se supone que el Picasso es original y toda la pollada.

Buscar Duane Michals.

Revisar el capítulo de China, anexar no sé qué para aligerarlo.
*
Pues eso, el hotel revuelto, por la pendejada de arriba y otra que colgué después en el blog.
La segunda pendejada hablaba de mis relaciones con algunos colegas; de lo fácil que me gano el odio de ciertas personas, por Momo.
Por un lado, el odio de las mujeres neuróticas, desde siempre, que les despierto el yo qué sé. Un odio sincero, que nace en el corazón. Estoy seguro de que me tirarían piedras en la calle, si pudieran, y entonces yo tendría que correr.
Y por el otro lado el odio de los tipos que necesitan sentirse importantes, los que creen que están hechos para llevarse a cualquiera por delante, los que quieren ir siempre hacia arriba, arrastrándose; el perfil del jefe de restaurante. Con él regreso a los días del bachillerato. Cuando trabajé en la tarde, antes de irme a Marruecos, el tipo venía a cada momento a la recepción buscando volver a follarse a la compañera de turno, siempre que la jefe de recepción, su novia, no estuviera (pendejaditas, chismorreo).
Después de tamborilear con los dedos y hacer ruiditos con la boca el tipo decía:
--Yo no sé qué se cree la gente, me llaman a cualquier hora para preguntarme gilipolleces, no me pases ninguna llamada sin decirme quién es, ¿vale?
Lo miraba, y se me quedaba la sonrisita afuera. No lo podía evitar, se me salía sola. Supongo que el tipo pensaba que mi gesto era de sarcasmo, de arrogancia, algo así. Y claro, no le cuadraba, siendo yo, para él, un gilipollas perdido, siendo nadie, ¿cómo lo podía mirar con cara de que no me importaba una mierda quién era él?
Algo parecido pasaba con la jefa de recepción. No entrar a su despacho para hablar mal de los compañeros de trabajo, en este hotel, está muy mal visto. Como no hay ascenso posible ni beneficios salariales, aquí los premios y castigos sólo tienen que ver con los horarios y las vacaciones. Y eso, la verdad, no es mucho. Entonces la jefa de recepción, necesitada de poder, no encuentra cómo ejercerlo. Para sublimar, busca que le hagan la corte. Como Luis XIV, aunque sin tener puta idea de quién es él. En su ordenador alguien puso hace unos meses una pegatina que dice “la jefa”. La pegatina sigue allí.
Yo, cuando estoy en estos ambientes donde no pinto nada, me cierro, trato de hacerme el pendejo, saco lo mejor de mí para ser un cero a la izquierda, porque ya no puedo cambiar, supongo que estoy viejo; no tengo idea de cómo meterme en las conversaciones, cómo jugar a las intrigas, y para ser sincero, todo esto me importa un carajo, y de las tripas me sale una vocecita que dice “que se vayan a la mierda, esta gente no existe, no me interesa”, y no la puedo callar, a la vocecita, y entonces mi cero a la izquierda se me escapa por los ojos, creo, mi miradita jode toda la actuación, y los jefes, que para las vainas de manada tienen buen olfato (por eso son jefes), se sienten poco respetados, mal subordinados; además, algunas veces completo con la lengua; por ejemplo, cuando, medio pedo yo, en la fiesta de fin de año de una agencia de publicidad prestigiosa, gigante y corporativa, donde hacía prácticas eternas, el jefe del departamento de creativos me preguntó por qué no participaba en los “juegos” que se habían organizado para la fiesta, a mí sólo se me ocurrió responder “es que no me educaron para hacer el ridículo”, a las dos semanas estaba fuera, claro.
Y entonces es cuando los colegas comentan, con toda razón, "este
gilipollas, ¿qué se cree?, ¿de qué va?, ¿no se entera de que no es nadie?, casi cuarenta años y mira dónde está, recepcionista de hotel, toda esa arrogancia, esa prepotencia, ¿de dónde le sale? ¿Y sabes qué es lo peor? No, qué es. No sé si decírtelo. Anda, dime, ¿qué es? Es muy fuerte. Dime dime. Vale, te lo digo, el tipo viene cada día en tren, ni siquiera tiene para comprarse un coche. ¡Hala! Es rarillo, ya ves. Sí, seguro, no es normal. Yo creo que está enfermo. Sí, seguro es eso, está enfermo, no es normal. Ya ves".
Pues nada, de esto hablaba el segundo fragmento, de las batallitas con las que llena el día la peña del hotel; y me dijo el chaval uruguayo que el segundo fragmento los alborotó más que el primero. Raro, yo quería que fuera al revés.

belgica: desde la ventana



martes, 22 de julio de 2008

sin titulo: fragmento

Hace un rato me llamó el colega uruguayo del hotel, alarmado, para decirme que uno de los jefecillos (hasta ahora, un buen tipo) había leído el blog. Se lo enseñó la uruguaya pequeña, creyendo que le haría gracia o quizá por joder, me da igual.
--¿Y qué dijo?
--Bueno, llegó buscándote, medio riéndose, nervioso, preguntando si estabas loco.
--¿Y entonces?
--Dijo que si querías que te echaran él te iba a ayudar, porque le va a mostrar el blog al jefe de restaurante; yo le dije que en aquel momento sí querías que te echaran, pero que ahora ya sólo te quedan dos semanas; che, borrá eso, no seas boludo, si la jefa de recepción lo lee te va a matar.
--Bueno, pero allí no hay nombres, con eso no pueden hacerme un despido justificado.
--¡Pero borralo!, si ya sólo te faltan dos semanas, ¿qué pasa si te renuevan el contrato?
--Pondré tal cagada que tendrán que echarme; de todos modos, cuando este tipo le cuente a la jefa de recepción lo que decía el blog es lo mismo, igual va a cabrearse tanto que no me querrán renovar.
--Sí, pero no leerá los detalles, no sé, lo del dedo en el culo, lo de decirle pendeja.
--Joder, se supone que es una novela, un texto de ficción, ¿no?
--Se va a volver loca, le va a dar un ataque de furia, no seas gil, borralo.
--Bueno, la verdad es que faltando dos semanas, y después de que me han dicho que me arreglarán el paro, es un poco pendejo todo esto; ahora bajo al cyber a borrarlo; gracias por avisar.
Bajé y el cyber estaba cerrado. Volví a subir, intenté conectarme fuera de la habitación, no encontré señal.
Pues nada, así se queda.
*
Creo que el chaval uruguayo se merece un fragmento, por ser tan buen tipo. Un fragmento que hable de él, quiero decir. De su valor, como caso de estudio. Antes de ayer estuvo contando cómo funcionaba su escuela secundaria, en Estados Unidos. Cada mañana juramento a la bandera con la mano en el pecho. Si no lo haces, te levantan una amonestación, y si insistes, te pueden expulsar del instituto. De todos modos todos lo hacían, lo del juramento a la bandera con la mano en el pecho, para no quedar mal con los compañeros, porque allá lo peor es que te acusen de antipatriótico.
Después, en clase, todo el tiempo estaba puesto CNN; la maestra le bajaba el volumen al televisor cuando hablaba, pero siempre, la telepantalla de CNN. El chaval uruguayo dice que vio el ataque de las torres gemelas allí, en directo. Y funciona de puta madre, el adoctrinamiento de CNN, por ejemplo: estábamos hablando de viajes, él me dijo que yo estaba loco, que cómo me podía ir a todos esos países cutres, llenos de gente rara y de terroristas.
--Son mucho más tranquilos que aquí.
--Pero no sé, ché, todos son pobres, y sólo hay gente sufriendo, pasando hambre; mirá, si ponemos en el Google India, mirá, todo es cutre, feo, mirá las fotos.
--Coño, el Taj Majal yo no lo veo cutre.
--Pero mirá la cara de esta mujer, está sucia.
--Joder, es una gitana del Rajastán, ¿cómo quieres que esté limpia si eso es en el desierto?
--Decime un pais de África, de esos que tú vas.
--Senegal.
--Mirá, unos niños sufriendo.
--¿Sufriendo?, yo veo que están cagados de la risa.
--Bueno, pero están desnudos, son pobres; en cambio, si ponemos Australia, mirá, todo es guay, es bonito, las playas, los canguros, guay.
--Pon Costa Rica.
--Ya, es guay, playas y palmeras.
--Pero Costa Rica es tercer mundo, hay muchos campesinos pobres.
--Sí, pero Latinoamérica se salva; Australia, Norteamérica, y Europa, todo lo demás fuera, son países problemáticos, controversiales, atrasados.
--Busca fotos de Shangai, para que veas qué atrasados.
--Bueno, pero estos son conflictivos, ¿no fueron ellos los que tiraron las bombas en Pearl Harbor?
--¿Quiénes, los chinos?
--No, fueron los de Vietnam, ¿no?, ¿no fueron los de Vietnam?, ¿fueron los coreanos?, ¿quiénes fueron?, los coreanos, ¿no?
--¿No te lo dijeron en clases de historia?
--Sí, no sé, las clases de historia las daba el coach de fútbol americano, y se pasaba las dos horas comentando los partidos; de verdad, era así, te lo juro; y entonces en los exámenes te preguntaba cuál había sido la noticia más importante de la semana en el CNN, y para responder tenías que dar tu opinión, nada más, eso fue todo lo que yo aprendí de geografía y de historia, nada más.

dublin: piranesi




sin titulo: fragmento

…pongo mis labios sobre los tuyos y, lentamente, busco tu lengua con la mía. Sentimos nuestro calor, nuestra humedad, respondes a los movimientos de mi lengua con la tuya, cada vez más rápida, más apasionadamente. Llevas una de tus manos a mi cabeza, la sostienes por detrás, para continuar nuestra larga, excitante, y placentera unión, nuestro beso. Dejamos salir pequeños sonidos, sonidos animales. Uso una de mis manos para acariciar tu brazo, tu espalda, sobre la camiseta. Voy a tu cuello con mi boca. Te doy pequeños mordiscos, como un lobo, pero de mordiscos dulces. Juego con mi lengua en tu oreja y, al mismo tiempo, llevo mi mano a tu espalda, dentro de la ropa. Siento tu piel y tú mi mano, recorriendo tu espalda, tu barriga y, cuando noto que lo estás necesitando, mis dedos buscan tu pecho y, muy suavemente, juegan con tus pezones, en círculos, y los tomo entre los dedos. Mientras tanto seguimos besándonos, con las bocas muy abiertas, con un hambre extrañamente sexual. Me separo para decirte que no puedo creer lo que está pasando. Me dices que tú tampoco. Te pregunto si quieres sacarte la camiseta. Me dices que sí, lo haces, y me muestras tu cuerpo (aunque tienes los pantalones, aún). Te sientas frente a mí, acaricio tus senos con mis manos y los beso, usando mi lengua, un pezón, luego el otro. Coges mi cabeza entre tus manos y suenas, ruidos breves, animales. Te pido que vuelvas a acostarte, lo haces. Recorro tu oreja con mi lengua, te digo frases amorosas y, con la mano, recorro tu barriga y voy, un poco, dentro de tu pantalón, sólo hasta donde comienza tu pelo. Mueves tu pelvis y levantas y separas las rodillas. Saco mi mano para acariciar tus piernas. Primero el lado exterior, y luego, lentamente, el interior, cada vez más cerca de tu vagina. Así varias veces. En algún momento, coges mi mano y la llevas a tu sexo...
¿SIGO?
*
En agosto, disciplina militar, preso hasta el dos de octubre, como recepcionista de noche, no me quisieron despedir aunque llegué con tres días de atraso, según el cambio de fechas que intentó imponerme, por joder, la jefa de recepción, un día antes de mi salida a Marruecos, desde donde le escribí un correo diciéndole que no había podido adelantar la vuelta, que no encontré avión, aunque no lo intenté, claro, ya no me interesa el trabajo, no quiero seguir desmadrándome el cuerpo por la falta de sueño, no en Barcelona, no en este hotel, a una hora de mi cama en un tren que siempre va con retraso y repleto, quiero irme a París lo antes posible, pero me amarra el contrato, y no puedo renunciar si quiero chupar del paro forzoso, tengo que esperar el final, aunque dependo de que estos mamones no quieran renovarme, y por eso he comenzado a trabajar en el tema, echándome mierda encima, buscando el odio jerárquico, escribí en el libro de incidencias que no estaban dejando comida en la noche, los del restaurante, y que si ésta era una manera de impulsarnos a robarla, para diluir sus culpas, ya podían buscar algo más elegante, con más ingenio, porque desde que entré, hace cuatro meses, he visto robar botellas y comida, casi siempre por orden del jefe de restaurante, que está liado con la jefa de recepción, así que denunciarlo a él es meter el dedo en el culo de ella, y eso hice, buscando agujeros, debilidades, y las encontré, me lo demostró la propia jefa de recepción quedándose hasta mi turno para saltar, histérica, a decirme que se sentía indignada al verme usar mi portátil para bajar cosas de internet con el wi-fi del hotel, que le parecía un abuso, que ella eso no lo haría, y yo pensando qué curiosa es la naturaleza humana, si justamente por esto, pendeja, por abusos, están a punto de echarte del hotel, por tragar y beber gratis, por follar escondida en las habitaciones, es gracioso que te vayas por aquí, por el tema de los abusos, para machacarme, supongo que te traiciona el inconsciente, o tienes la cara muy dura, no sé, eso pensé, pero no dije nada, no quería entrar en una de acusaciones y peleítas, pero lo importante es que me lo dejó claro, cuando me quiera ir, con un despido injustificado, sólo tengo que correr la voz de que voy a denunciar los robos con la directora del hotel, y en uno o dos días estaré fuera, aunque por ahora sólo voy a colgar esta pendejada en el blog, para ver si pasa algo, si me echan, si por fin París, mi viejo sueño de sudaca desubicado, mi nueva excusa para huir de la rutina, aunque estos dos meses, hasta el fin del contrato, creo que los puedo aguantar, estoy aprovechando los días con mi régimen militar, me obligo a dormir de nueve a dieciséis, luego me levanto, paso por el baño, regreso a la habitación, y me encierro a trabajar sobre los capítulos viejos, porque mi vida actual no tiene interés, sólo trabajo, sueño, pajas y escritura, nada más, y así, por ejemplo, tengo un mes sin follar, desde el viaje a París, porque cuando llegué, hace unos días, crucé mensajes con un par de amigas, pero no hemos podido, o querido, coincidir, porque en el hotel sólo me dan algún día suelto, entre semana, y así es jodido quedar, el trabajo nocturno desmadra la vida social, la de cualquiera, está demostrado, y mis intentos de salir a buscar un encuentro feliz, como el de la aristócrata egipcia, han fracasado, me he encontrado con una ciudad vacía, domingo y lunes, casi sin mujeres sueltas en la calle, y he regresado sin nada que contar, lo que no me preocupa, la verdad, no sé por qué, me siento bien, esta temporada, solo, con mi novela y mi disciplina y mi vida monástica, Minotauro sin laberinto, aunque a veces me entre el desespero por echar un polvo, claro, pero poca cosa más, no me apetece enrollarme a hablar con nadie, no me nace, ni siquiera, chatear, dejé la conexión de internet, mandé al carajo a la compañía que me daba el servicio, me enviaron una factura inflada que no pienso pagar, que demanden si les es rentable, ahora mi comunicación se reduce a frases sueltas, cortas, con mis compañeros de piso, con los colegas del hotel, vivo del escapismo mental, floto sobre los retrasos y las aglomeraciones en el tren, sobre la falta de tiempo libre por las cincuenta y tantas horas de trabajo semanales, sobre el trabajo mismo, como si no fuera conmigo, cumplo mi horario, hago mis funciones, y ya, cero implicación, claro, es imposible tomarse en serio un oficio como éste, repetitivo, inmóvil, seco, supongo que por eso me desterraron a la noche, el jefecillo de la mañana, el segundo de recepción, hablándole pimpolladas a la jefa de recepción, un tipo que prometió ser, algún día, director del hotel, le ilusiona el tema, vive para esto, casi tres años en el mismo puesto, sin ascenso a la vista, una fidelidad impresionante, no sé por qué, si sobran los puestos de trabajo en el sector, y ya podría ir ascendiendo en otro sitio, aquí no hay dónde, pero todos pasan y él queda, y está claro, al verme a mi bola, dando a entender que este trabajo no tiene importancia, sin hacerle caso a él ni a la jefa de recepción, sin gestos de sumisión, medio autista, sin estresarme, sin sorprenderme, sin tomarme nada en serio, eso no puede ser, patada en el culo, directamente a lo más profundo de la noche, rollo Ixión en el Tártaro, a pasar el rato muerto de hambre, y ya va bien, que se protejan, no mola ver llegar a un sudaquita de mierda cagándose en sus cosas, no, los tipos raros a la sombra, y que dejen de joder.

domingo, 20 de julio de 2008

paris: gente





sin titulo: fragmento

Otra vez Marrakech. Me vine para usar las dos noches reservadas en el hotel finolis donde pensaba recibir a la enfermera; pero no, lo usaré solo, ella me ha escrito que no tiene pasta para venir (me suena que está enrollada o por enrollarse con alguien, ha estado rara, últimamente). Pero la reservación del hotel es mañana, hoy me toca habitación cutre. Cerca de la Plaza encontré un hotelito de precios cojonudos y aparentemente no tan guarro.
--¿Tienen habitación?
El tipo sale aburrido del agujero que se usa como recepción y se acerca a otro que está acostado en el suelo, sobre una alfombrilla, en el patio interior. Se dicen no sé qué en árabe y el recepcionista regresa.
--Segundo piso.
Me da una llave y subo los quince kilos de ropa beduina que llevo en la mochila. Arriba encuentro a una rubia que lleva un cachorro en las manos. Le pregunto, en francés, si sabe dónde están las duchas, me responde el recepcionista, que ha venido detrás. Entro a la habitación, dejo la mochila, subo a ducharme.
En la noche, después de caminar la medina, subo otra vez a ducharme. Entro a la habitación. La cama, la almohada, las paredes, el suelo, el espejo, el lavamanos, el foco desnudo de la luz, el mundo todo, está sudando el calor del día. Joder, así no se puede estar. Saco una silla, sigo con Choukri, el segundo libro, frente a mi habitación. Sale la rubia del cachorro en sujetadores. Me pregunta si he visto a su cachorro. No, pero miro sus tetas. El cachorro asoma la cabeza junto a sus pies. ¡Aquí estás! Desaparecen. Vuelvo al gran Choukri.
El cachorro sale y viene donde estoy. Cancerbero sin guardián. Lo cojo, me levanto, camino unos pasos. Aquí está vuestro perro, digo junto a la puerta. Sale otra rubia, más pequeña que la anterior, y más guapa. Un poco pasada de kilos, pero está bien. Coge el cachorro riéndose. ¿Qué hacen con él? Mi amiga lo ha visto y se ha enamorado. ¿Dónde lo encontraron? En Essaouira. Está muy bien ese sitio, vengo de haber estado cinco días allí. Sí, está muy bien. ¿Y qué van a hacer con el cachorro? Lo llevamos a Ámsterdam mañana. ¿Pudieron sacar los permisos? Sí, en un día. Yo pensaba que era más difícil. El recepcionista se asoma por la terraza y grita no sé qué, de mala gana. No entiendo, ¿qué dice? Creo que dice que no puedes entrar a nuestra habitación. ¡Pero si no he entrado!; bueno, pues nada, buen viaje. Adiós.
Regreso a mi libro y a mi silla, hasta que me da sueño.
*
A medianoche me levantan unas risas. Estoy bañado en sudor, ni siquiera un ventilador en el puto cuarto. Espero que mañana no me cobren la sauna automática que se enciende toda la noche en el cuarto. Oigo la voz de un tipo en la habitación de las holandesas. Abro la ventanita para mirar. Creo que es el de la recepción. Risas. Hablan en inglés, el del marroquí es muy malo. Les propone subir a la terraza, que hace menos calor, dice. Movimientos y puertas, suben. Me mojo la cabeza en el lavamanos, enciendo la luz, me siento a leer, se me ha ido el sueño.
Risas y voces en la terraza. Al rato, ¡No me toques! Murmullos. ¡No, no quiero que me toques! Murmullos. ¡No, no quiero!… todavía. Las voces, otro rato. Silencio. Puertas. Me asomo a ver dónde están. Nada, deben andar follando. Silencio. Salgo, con la excusa de la ducha, a intentar saber qué pasa. En la habitación está una holandesa, la pequeña, acostada con la luz encendida. Subo a la ducha. No escucho nada. Me baño. Regreso. Me encierro en mi habitación, leo sentado con la luz encendida y la ventanita abierta.
El marroquí entra a la habitación holandesa. Risas. ¡No, déjame tranquila! Murmullos. ¡No, quiero dormir, déjame! Un grito de la otra holandesa desde la terraza. El marroquí sale. La holandesa pequeña cierra la puerta y apaga la luz.
Yo cierro el libro, me levanto, lo dejo sobre la mesa, me mojo la cabeza en el lavamanos, me la casco por segunda vez fantaseando con las holandesas, y apago la luz.

sábado, 19 de julio de 2008

dublin surreal





fez