WORK IN PROGRESS

martes, 31 de julio de 2007

sin titulo: fragmento

El padre de Fabián, ginecólogo prestigioso, era el encargado de revisar las intimidades de las señoras bien de la ciudad. El tipo tenía cara de sádico, se veía de lejos. Por eso su prestigio entre las señoras bien, supongo. También militaba en el Opus Dei, como supernumerario, algo así.

En público, el ginecólogo se dedicaba a sanar, pero en privado, le molaba la violencia. Por ejemplo, podía darle una paliza a Fabián delante de los colegas de escuela con cualquier excusa pendeja. Supongo que eso le hacía sentirse poderoso y respetado, cojonudo, lleno de autoridad. Las palizas eran constantes, hasta entrada la adolescencia.

Y en la adolescencia, justamente, Fabián comenzó con las drogas. Salía con chavales de dieciocho, cuando él tenía catorce años. Para intentar descubrir el por qué de su conducta antisocial alguna vez le hicieron una batería de tests. Le encontraron más de ciento sesenta, creo, de cociente intelectual. Nivel genio. Un psicópata de libro.

Fabián ganó fama como repartidor de hostias. Alguna vez desarmó a un policía y lo dejó apaleado en el suelo. Acabó unas cuantas fiestas a piñas, y destartaló más de un sitio de moda. Aunque era flaco y pequeño nunca encontró quien lo apaleara a él.

Para ir a repartir hostias Fabián se movía en un carro entonado. No sé qué carajo tenía en el motor, pero iba siempre a más de ciento veinte kilómetros por hora dentro de la ciudad. La policía lo conocía pero no lo molestaba. Para qué, si el padre, con una llamada, lo regresaba a la calle al día siguiente. Hasta que se cansó, el padre, de las llamadas. Lo hizo arrestar en casa, a Fabián, siendo menor de edad. Después del correccional lo ingresaron en un instituto de rehabilitación para drogodependientes. Fabián se escapó, por supuesto.

Estos fueron los años dorados de Fabián, hasta los diecisiete, más o menos.

Después vino la decadencia o, según se mire, la plenitud.

*

Murió la madre. Creo que de cáncer. O fue un accidente de tránsito en un coche conducido por el ginecólogo feliz, no me acuerdo. El hecho es que el tipo, el ginecólogo, viéndose libre, consiguió crear la casa de sus sueños.

Frente a la ira desatada del padre, Fabián desapareció. Su hermana se fugó con un malandrín, colega de Fabián, de quien tuvo un hijo que pronto se quedó huérfano, porque el malandrín se estrelló en una moto. Y el hermano menor comenzó con las drogas, siguiendo el ejemplo de Fabián.

No sé qué haría Fabián en esta época. Quizá fue el chulo de Consuelo, mientras continuaba con la venta de drogas al detal. Algo así debía de ser su cotidianidad.

Para mejorar su vida criminal comenzó a estudiar leyes. Allí lo conocí, en la universidad. Antes sabía quien era, un poco. De una vara larga, de cuatro metros, con la que pretendía pegarme en el culo, en un concierto. Quería hacerse el gracioso frente a unas compañeras de clase. Ellas le pidieron que me dejara tranquilo y, viendo que no les hacía gracia, dejó la vara en el suelo. Yo seguí parado, como si no me hubiera dado cuenta de que el mamón había cogido la vara, aliviado por no tener que ir a recibir hostias de Fabián. Tenía ganas de romperme la cara, el capullo, no sé por qué.

En la casa de nuestro amigo común, el que vive en Australia, Fabián me habló de la cárcel y de las llagas en las comisuras de los labios; en la noche, las cucarachas se alimentan de las bocas de los presos, y sueltan un líquido que deja llagas. También me mostró algunos poemas suyos. Eran bastante malos, los poemas, pero le dije que estaban bien, que siguiera escribiendo. Le recomendé leer no sé qué, porque yo de poesía no sé prácticamente nada. Ahora me pregunto para qué iba a seguir escribiendo, si era tan malo. ¿Como catarsis? No sé, no creo que la necesitara. Él se sentía de puta madre consigo mismo, se hacía el feliz. Se reía mucho, la risa del sádico de las golosinas, como decía; andaba siempre de cachondeo.

Pero estaba hecho para el mundo criminal, allí estaba su talento, no en la poesía. No hubo que decírselo, de todos modos, para que siguiera en el tema, él mismo lo vio.

En segundo año Fabián dejó la carrera de leyes. Se necesitaba demasiado tiempo para sacarle provecho. Había formas más rápidas de dar el salto, en el ambiente hampón.

Según mi amigo el de Australia Fabián dijo que había llegado a un punto en el que debía decidir si seguir siendo un delincuente menor, vendedor de drogas al detal y ladrón de minicadenas de coches (por lo que ya le habían metido un tiro que le atravesó un brazo, un dueño de coche con vocación asesina), o profesionalizarse.

*

Se profesionalizó, claro. La gente siempre quiere progresar, ya se sabe. Atracó farmacias y distribuyó drogas, a los vendedores al detal. Se planteó el salto a las grandes ligas, atracando bancos.

Aunque comenzó a ganar dinero en serio, los ambientes en que se movía fueron cada vez más marginales. Nunca más se le vio en las fiestas de la high ni en los locales de moda donde, de todos modos, no lo dejaban entrar.

Lo último que supe de él es que podía haber estado implicado en un caso duro, relacionado con la hermana de un gilipollas que era corredor de bolsa.

*

En esa época yo jugaba a la bolsa, me creía rico, y el gilipollas bursátil me manejó las acciones por un tiempo, antes de que un golpe de Estado provocara el descalabro de la bolsa y yo me quedara, otra vez, con el culo al aire.

Parece que al gilipollas bursátil le gustaba la coca. Le gustaba mucho, no podía parar. Consumía más de lo que podía pagarse, y acumuló deudas, claro, economía básica, no hay que conocer las finanzas para saberlo. No había forma de cobrarle y, truco viejo entre los narcos colombianos, pagó por él alguien de su familia.

La hermana del gilipollas bursátil era una chica plástica de las mejor clasificadas en la ciudad. Su familia tenía pasta; ella, en sus ratos libres, era modelo, y sus novios, todos, eran hijos de industriales.

Apareció violada y asesinada, con una cuerda y un nudo corredizo entre el cuello y los pies. Ponen a la víctima boca abajo, las manos amarradas en la espalda, pies y cuello unidos por la cuerda. A medida que la víctima se va cansando, el peso de sus propios pies la va ahorcando. Una muerte lenta y dolorosa, ya se ve. Así amaneció la chica plástica, la hermana del gilipollas bursátil, en una montaña donde los pijos locales se iban a hacer footing.

El caso nunca se resolvió. Su hermano el gilipollas desapareció; parece que lo enviaron a los Estados Unidos, cuando se destapó el tema de sus deudas por drogas. Fabián, su distribuidor, se fue, creo, a la capital. Y de los presuntos colombianos nunca se supo nada.

Sólo dejaron su obra, nada más.

mogador gente





jueves, 26 de julio de 2007

sin titulo: fragmento

Como trabajador ilegal mi amigo entró a una empresa de timos no ilegales. La empresa recogía ofertas de fototiendas, ventas de colchones, agencias de viajes, servicios de limpieza, fábricas de sillas, etc., y hacía repetir a mi amigo, como a los demás empleados, encerrados en unos cubículos que imagino sucios y oscuros, o con luz de hospital, este guión telefónico:

--¡Seeee…ñora, FE-LI-CI-TA-CIO-NES! ¡Acaba usted de ganar el premio gordo de nuestro concurso de televisión! ¡Ahora mismo su nombre está titilando en la pantalla gigante de nuestro estudio! Un fin de semana para dos personas en Las Vegas, seis fotografías de treinta por cincuenta acompañada por su querida familia, un colchón tamaño king size con cobertor, un juego de sillas para el jardín. ¿Qué no tiene jardín, dice? No importa, lo tendrá pronto, se lo garantizo. ¡Su suerte acaba de cambiar! Y todo esto, COM-PLE-TA-MEN-TE GRATIS! ¡¿Qué le parece, señora?! Sólo tiene que responder correctamente a la pregunta del concurso y después confirmarme su dirección para hacer entrega del premio.

Y aquí estaba el truco, en el mensajero. Treinta dólares, costaba el servicio. El mensajero era la propia empresa, en realidad. Los regalos eran ofertas disponibles para cualquiera, promociones, y todas tenían truco. El fotoestudio, por ejemplo, sólo te daba las fotos si pagabas la sesión: maquillaje, vestuario, iluminación, doscientos dólares. O el fin de semana en las Vegas lo regalaban sólo si el candidato llenaba un perfil de edad y de ingresos. La empresa de timos recogía estas promociones y se fabricaba la ficción del concurso.

Las víctimas eran la población hispana, la ignorante. Cuando salía del trabajo, mi amigo, a las tantas (ganaba por comisión de ventas, así que intentaba trabajar todo lo posible, porque no se sabía a qué hora iba a caer el premio, el pendejo que creyera en el concurso y pagara el envío), se encontraba con las víctimas que habían ido al garito a buscar sus regalos. Estaban allí los que creían en las cámaras de televisión y no querían mostrar sus casitas en el programa inexistente. La gotita de sudor bajaba por la frente de los premiados, los cabellos peinaditos, el único traje rescatado del fondo del armario, color gris ratón arrugado, el traje.

*

Mi amigo, después de estudiar cómo funcionaba el negocio, decidió montar una sucursal independiente, dejar de trabajar por cuenta ajena y por comisión. Había ido a Los Ángeles acompañado por un primo suyo hijo de libaneses. El primo también trabajaba para la empresa de timos. Se montaron la historia. Buscaron ofertas (la fuerte, entre las suyas, era una de limpieza de alfombras), llamaron por teléfono, entregaron premios, limpiaron alfombras, consiguieron dinero. Les fue bien, económicamente. Vivían cerca de Beberly Hills, en un condominio con piscina climatizada. Tenían un coche deportivo, descapotado. Los clásicos símbolos de éxito californianos. Pero, a diferencia de lo que se veía en el cine, no parecían surfistas, estaban pálidos y agotados, no tenían tiempo para ir a la playa. Pasar el día con el teléfono los dejaban tan desmadrados que en el tiempo libre sólo querían descansar, dormir. Alguna vez, los fines de semana, iban a espectáculos de show-girls. Mujeres en pelotas que movían las tetas con la música. Prostitutas de lujo que, en el tiempo libre, sólo querían descansar, dormir.

Cuando unos amigos los fueron a visitar, a Los Ángeles, al verlos, les preguntaron, sorprendidos, si se estaban drogando. Esa era la cara que tenían. Acabaron convenciéndolos para que regresaran a Venezuela, con ellos.

marrakech medina





martes, 24 de julio de 2007

paris: cosas




sin titulo: fragmento

Otra vez el insomnio. Y hoy no es la comida, no cené. Me quedé frito temprano, a las ocho. A medianoche me despertó el futuro. Sin ahorros, sin trabajo, sin un sitio claro donde dormir. Me despertó el futuro, camino de la mendicidad, diogenizándome.

Para olvidar el futuro lo mejor es caminar hacia el pasado, creo yo. Aprovechar el material guardado, los buenos ratos, las pendejaditas graciosas, las gilipolleces que hacen feliz.

Por ejemplo, recordar cómo vendían, esta mañana, en la calle, pedazos secos de animales. Pieles de serpiente; cuernos de rinoceronte; caballitos de mar, a granel, miles de ellos, tiesos, tirados sobre unos plásticos azules; hongos negros, gigantes, aterradores; exquisiteces varias de la medicina china tradicional. Pero lo mejor, lo más memorable, las garras de tigre, amputadas. Tendones y huesos arriba, las garras, abajo, y la piel, mostrando que eso fue parte de un tigre de Bengala. Más de veinte garras, conté, en total. Cinco tigres, por lo menos. Reponiendo el stock semanalmente, y suponiendo otros diez mercados parecidos, como mínimo, en todo el mundo, tienen para acabar con la especie en unos cinco años, calculo yo. Después, ya no sé qué venderán. Habrá que cambiar el género, digo. Entrar a formar parte de la familia Avon, quizá, esa que vende ampollas para las arrugas y cremas contra el embellecimiento. Así no abandonan el sector, los vendedores, a su clientela ganada, con los tigres y la medicina tradicional.

Y aquí estoy, otra vez, pensando en el futuro, pinche álgebra de los tigres borgianos.

Mi amigo, medio dormido, me pregunta si está roncando.

--Deja el pedo, ya te diré cuando no me dejes dormir.

--Es para saber en qué posición ponerme.

Y es que en Australia mi amigo vive recogido por una italiana que lo quiere follar. Le ha puesto una cama dentro de su habitación, la italiana. Mi amigo no tiene habitación, su mujer también le ha dado la patada en el culo, o él a ella, más bien. Pero a mi amigo no le gusta la italiana que lo acoge, aunque alguna vez le dio unos besos, borracho, dice, para justificarse. Es raro ese desgano, porque mi amigo es capaz de follar con todo lo que le pase por delante. No le gusta la italiana, no sé por qué. Dantesca, debe de ser. El hecho es que la italiana ya le dijo algo de los ronquidos, y mi amigo no se quiere ir, porque entonces tendrá que pagar una habitación, buscarse un piso. Y él tampoco tiene trabajo, ni ahorros, aunque sí unos padres millonarios, o algo así. Con ellos, mi amigo no tiene que irse al pasado para olvidarse del futuro. Lo calla a fuerza de ronquidos.

domingo, 22 de julio de 2007

beijing armonia y desafinado




sin título: fragmento

Habría que follar con una chinita. Una follada larga en una mujer pequeña. Mi amigo insiste en que tienen cara de coño de niña, las chinitas. Mi amigo está un poco enfermo, la verdad. En casa están mucho mejor que en el extranjero, eso sí, las chinitas. Además responden bien a las miradas. No sé si lo hacen por curiosidad, interés económico, posibilidad de encontrar papeles, o lascivia. Uno y cuatro, o dos y tres, supongo. No sé cómo averiguarlo, porque fuera de Hong Kong las chinitas sólo hablan chino, y en Hong Kong no es que miren demasiado, en realidad. Mi amigo tiene una propuesta, como decían en la escuela “a saber”: hacer gestos obscenos, con la lengua o con las manos. Yo apuesto por los dibujitos, son más universales. Una chinita sonriente y desnuda, en el dibujito, y al lado un sudaquita de mierda, como nosotros, con la polla levantada; todos encerrados en el clásico corazón. Mostrar el dibujito, a ver qué tal, cómo reaccionan las chinitas.

Pero pasa el tiempo y aún no hacemos nada. Mirar y ser mirados, como niños, inocentes. El vacío en nuestros corazones y el semen acumulándose, creo que en nuestras próstatas.

Mi amigo está bastante jodido, víctima de los instintos: casi se la casca con un partido de voleibol femenino de la televisión. Rusia contra Brasil, eso sí, todo hay que decirlo.

marrakech: mujeres




lunes, 2 de julio de 2007

sin título: fragmento

La dulce pestecita del tercer mundo. Sube por la espalda, ese olor exótico, entre ácido y dulce. Me llega, por fin, en Guanzhou (en Hong Kong casi no se siente, sólo en algunas zonas de Kowlong). El olor áspero, hecho de calles mal iluminadas; de basura; de gente sentada frente a las puertas de las casas; de motocicletas asustándote el culo, cuando cambias de acera; de bateas plásticas con pesca viva, esperando la orden de descuartizamiento, la última voluntad, la del cliente; de niños corriendo, gritándote vainas por detrás; de tenderetes abiertos a la calle vendiendo cualquier cosa, hasta cualquier hora, gestos con las manos, venga por aquí, tengo mandarinas a un precio inflado, guiri tú, quizá no te des cuenta. Esa pestecita suave, la del tercer mundo, que cambia según el sitio, pero siempre es igual. Pestecita que funciona mejor con la oscuridad.

Oscuridad negra en Oussouie, la electricidad suelta en unos pocos focos, en las casas del gobierno, mientras flotan por el pueblo las sonrisas, avisándote, a última hora, que vas a chocar con un invisible negro, negro todo, menos la sonrisa, bengala fría, en el calor húmedo de Senegal.

Luz amarilla de farolas públicas en El Cairo, sobre la plaza, porque en el día, con el sol, hubo que buscar la sombra; Ramadán climático, impuesto por el Sahara y no por Alá; plaza llena de mujeres y niños, recogiendo lo que se llevó el sol en el día: los comentarios silenciados, las carreras infantiles detenidas, la vida congelada, a cuarenta grados de calor.

Penumbra blancuzca de los focos de esquina, en Chichiriviche, la musiquita que sale del porche y se baña en el Caribe; ahora vengo mamá; ¿a dónde vas?; con los panas, un rato; umjú, no vayas a emborracharte; no, mamá; no vayas a llegar muy tarde; no, mamá, tranquila, déme la bendición; Dios te bendiga, no vayas a beber; no mamá, tranquila.

Negro gris que cae de las nubes, con ganas de llover, para hacer crecer el monte entre las piedras de las ruinas, reconstruidas, sin prisa, por orden del gobierno, que intenta convertir a Orcha en un destino turístico, a medio camino entre los frescos de Ajanta y el Taj Majal; pero la lluvia insiste en usar la selva para comerse las ruinas, ¿qué importan los turistas?, ¿qué van a cambiar?, las estaciones pasan, y los turistas, así como vinieron, se irán; un poco de pasta, eso sí, van dejando, pero al final, ¿eso qué cambia?, crecerá el pueblo, sí, un poco, hasta que, pasada la temporada, diez, cien, mil años, no importa cuánto, volverá la selva, para comérselo todo, que para eso está.

Y ahora, en Guanzhou, esta luz de tarantín nocturno.

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