WORK IN PROGRESS

jueves, 27 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

Me gritó (usó signos de exclamación) que no quería un bebé, pero que si algún día tenía uno, le gustaría que se pareciera a mí (trampas femeninas, mentiras bondadosas), con mis ojos. Luego hicimos el gilipollas un rato hablando de niños, de nuestras preferencias. Yo le dije que quería una niña inteligente, independiente, avispada, con su boca y su expresión maquiavélica. Ella dijo que quería un niño bohemio. Yo un yuppie. Que yo criaría al bohemio y se lo daría a los nueve años; que ella criara al yuppie para dejármelo cuando el niño cumpliera los cuarenta y dos, que alguien tiene que cuidarme en la vejez, coño, porque para eso son los hijos. Me mintió asegurándome que me cuidaría ella. Le respondí que estaría demasiado vieja, y que mejor será buscar a una enfermera, que me dará más confianza. Me mandó a la mierda.

*

Que seas incapaz de sostener una historia; que no puedas desarrollar un personaje; que te compliques para mantener el ritmo; que el estilo se te rompa a cada rato; que, en fin, no sepas escribir un buen libro, no significa, como crees, que seas un escritor posmoderno, no, simplemente, eres un escritor malo.

*

Primero dudé de que fuera ese el camping. Después, suponiendo que sí (no tenía otra opción), me encontré con el chiste de encontrar mi tienda de campaña, ahora que había más de cien, apretadas, estaba oscuro, y yo iba cada vez peor con la intoxicación de la droga.
Me lancé a buscar. Primero llegué a las duchas en el área de las caravanas. Otra vez el tipo del espejo al que le mojé el pelo.
Luego llegué hasta la reja que separaba al camping del mundo exterior. Detrás de mí, unos chavales preparaban la cena. Dando traspiés entre los cables hundidos en el suelo, y justo cuando estaba a punto de sentarme, a esperar, simplemente, que pasara lo que tenía que pasar, vi, no muy lejos, mi tienda de campaña.
Tropezando apurado llegué hasta ella, como si se pudiera alejar de mí. Miré a los vecinos, reconocí a uno, abrí la cremallera, entré, me quité los zapatos, los dejé afuera, cerré la cremallera, y me dije “no abras hasta que amanezca, concéntrate, gilipollas, en no salir de aquí”.
Me metí en el saco de dormir, me doblé sobre mí mismo, y cerré los ojos, sin saber que lo peor estaba por venir.

*

ESCENA 14. AMANECER. INTERIOR DE LA CASA. EL PROTAGONISTA, LA CONTRAFIGURA, LA CHICA, GRUPO DE HOMBRES, VIEJA

Los tres protagonistas están acostados, cada uno en su saco de dormir, dentro de la misma habitación. La chica se despierta, silenciosamente se levanta. Se toca el vientre como si necesitara orinar. Sale de la habitación y pasa a un pasillo largo, con varias puertas. Camina un poco dudando qué puerta abrir. Se decide por la última, a mano derecha. La abre muy lentamente, se asoma; adentro, a pesar de que hay poca luz, se distinguen varias siluetas humanas, son hombres, hombres desnudos, acostados con los ojos cerrados y una expresión tranquila que puede ser de sueño o de muerte. La chica mira como atrapada. Abre un poco más y se da cuenta de que,hacia el fondo, hay más hombres desnudos, pero están puestos unos encima de otros, como apilados. Sorprendida, la chica cierra la puerta. En su expresión hay terror, pero también curiosidad. Se aleja lentamente, caminando hacia atrás, gira y abre otra puerta, encuentra lo mismo que en el primer cuarto, hombres desnudos apilados. Cada puerta que abre le muestra la escena: hombres desnudos apilados. La chica vuelve a su habitación con pasos rápidos, se da cuenta de que la contrafigura no está, tampoco su mochila ni su saco de dormir. Se inclina sobre el protagonista y lo despierta. Le dice que tienen que buscar a la contrafigura para irse de allí. El protagonista le pregunta qué ha pasado. Ella le contesta que nada, que después le cuenta. El protagonista se levanta y nos damos cuenta de que, durante todo este tiempo, la contrafigura los ha estado espiando por una pequeña ventana. La chica y el protagonista salen de la habitación. En el pasillo la chica le pide al protagonista que abra una de las puertas. Él pregunta por qué y ella le pide por favor que lo haga. El protagonista abre la puerta y encuentra a la señora que los recibió la noche anterior preparando, en una vieja hornilla, un café. Lo invita a pasar ofreciéndole una taza. El protagonista le hace gestos a la chica para que entre, ella duda, él sale, se para junto a ella, le pregunta qué ha pasado; ella, confundida, le contesta que nada. El protagonista dice que va a buscar a la contrafigura, que ahora vuelve. La chica se queda sola con la vieja, sin atreverse a sentarse, y sin decir nada.

venecia: san marcos





lunes, 24 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

Se abrió la puerta del tren y estuve a punto de bajar. El novio me dijo que aquí no, que esperara, que él me avisaría.

Miré al boleto y el reloj. La hora coincidía. ¿Cuánto falta? Todavía no, faltan dos estaciones. Volví a sentarme.

Seguí con los ruidos y las ráfagas de alucinaciones paranoicas.

Cuando vi que preparaban sus maletas supe que íbamos a llegar. Estaba tratando de funcionar sin pensar, sólo lo inmediato, como los animales, supongo; desechaba todo lo que tuviera más de dos segundos de edad, era la única forma de mantenerme más o menos sereno, de no salir corriendo con un ataque de pánico. El novio me dijo que era aquí.

Me levanté, me acerqué a la puerta, esperé que el tren se detuviera, que se abriera la puerta, y bajé. Comenzaba a hacerse de noche.

Bajé del tren sintiendo que flotaba. Atravesé la estación concentrado en no atender a nada que pasara los dos segundos. Vi un taxi con una puerta que se abría, y subí, pasando frente a las caras incrédulas de dos vejetes turistas.

Le pedí al taxista que me llevara al camping. Me preguntó cuál. Eh... El que está más cerca. Los dos están más o menos igual. Ese que cuando uno viene tienes el lago a mano izquierda. Los dos son así. El que está más cerca, creo, solté en mi último balbuceo. Arrancó.

El taxista, conduciendo, no paraba de mirarme por el espejo retrovisor. Mientras tanto, yo luchaba con mi boca para se callara, pero alguna incoherencia soltaba, de vez en cuando. Entonces me atraparon los números rojos y brillantes del taxímetro. El taxista se detuvo en una carretera estrecha y me señaló la entrada al camping, que no recordaba de nada, claro, porque en la mañana había salido por la puerta de atrás. De todos modos le pagué y le dije que se guardara el cambio, casi lo mismo que la carrera. El taxista volvió a mirarme por el retrovisor.

Atravesé la puerta metálica y llegué a la zona de las tiendas de campaña, flotando mejor aún que en la estación de trenes. En la mañana, cuando salí, el camping estaba casi vacío; ahora estaba lleno.

normandia: cementerio norteamericano




domingo, 23 de marzo de 2008

Aparte del cybersexo intercambiábamos recuerdos, historias, cosas del día a día, fotografías… Las mías, siempre eran de viajes (descubrí que no tengo una sola foto de familia, y apenas una docena de fotos del país donde nací, casi todas de árboles: puto desarraigado de los cojones); las suyas, en cambio, recorrían los momentos oficialmente importantes de sus veintiséis años. Le envíe una foto que me hice junto a las pirámides, con el amigo que me acompañó a China. ¡¿Has perdido diez kilos o qué?! En la India perdí diez kilos con una diarrea, justamente. Me alegra no haber ido a la India contigo. ¿Por qué?, a mi ex no le dio nada. ¿Estaba tu ex contigo en la India? Sí, nuestro último viaje… o no, mentira, luego estuvimos en México, creo. ¡Qué suerte ha tenido! También Benín, Francia, Egipto, Italia, Turquía, Rusia, Chequia, Grecia, Alemania, Inglaterra, Estados Unidos, Mónaco y ya no me acuerdo qué más. ¡Qué zorra!, me da envidia. Era feliz cuando viajábamos. ¿Cómo pudo dejarte después de todo eso? No sé, pero estoy contento de que se acabara. Y yo también. Sólo viajando estábamos bien. ¿Por qué? Supongo que le gustaba ver cómo resolvía nuestras necesidades, se sentía protegida; además la divertía y le explicaba gilipolleces, yo qué sé. Yo prefería viajar con grupos de amigos, no me gustaba viajar sola con mi marido; la envidio de verdad, por haber vivido ocho años contigo, y yo tengo que hacer tanto para volver a verte, para estar sólo ocho días contigo; es tan complicado para mí, y era tan fácil para ella. Sí, pero cuando alguien no quiere estar bien no se puede hacer nada. ¡Yo puedo estar bien, no te preocupes por eso! Ya lo sé; mira esta foto, creo que se ve un poco su lado depresivo. No se ve depresiva… ¡se ve hermosa!; es un tipo delicado de tristeza. Sí, ese es el problema, una tristeza atractiva. ¿Estás intentando ponerme celosa o qué? ¿Por qué lo dices? ¡Ella es tan guapa! Bueno, no es mi culpa; y tú también eres muy guapa, ¿cuál es el problema? No, no hay comparación, ella es muchísimo más guapa que yo. Pero tú eres lista, divertida, aristocrática, autosuficiente, segura de ti misma… Sí, quizá yo tenga más vida. Sólo quería que supieras por qué me casé con ella hace ocho años, era una de las mujeres más guapas que había conocido, y además violonchelista, parecía perfecto; supongo que me cegué. No puedes cegarte con la belleza por más de seis meses; yo he estado con chicos guapos, pero a los dos meses me doy cuenta de que no quiero verlos nunca más; seguramente encontraste algo dentro de ella, no sé, a veces la tristeza es hermosa, y el dolor también, te hace sentir sabio, pero estas cosas no te hacen más feliz; nosotros tenemos un dicho en árabe: “Quien carece de algo no te lo puede dar”; es cultura egipcia; sabiduría popular. Sabiduría popular cairota, veinte millones de personas pensando tonterías cada jornada, algo bueno tiene que salir. Veinte millones de personas y siete mil años de historia; así es como hemos sobrevivido a la pobreza. Ustedes han sobrevivido a todo, a los asirios, los persas, los griegos, los romanos… a todo. También hemos sobrevivido a los árabes, a los turcos, a los franceses, a los británicos; ¡oh Dios! ¿Qué fue lo peor? Creo que los británicos, fueron muy crueles. ¿Aunque dejaran los trenes, el canal, y alguna otra tontería?, ¿los demás no fueron tan malos como ellos? Todos fueron malos, pero los británicos son recordados por su crueldad.

*

Problema: aunque Gershwin sea Hemingway, y Stravinsky sea Picasso, y Kurt Weill sea Brecht, y Prokofiev sea Chagal, y Schostacovich sea Kandisky, y Debussy sea Matisse, y Hugo Wolff sea Van Gogh, y Wagner sea Nietzsche, y Tchaikovsky sea Victor Hugo, y Beethoven sea Goya o Goethe, y necesites andar alardeando, pedante cara de culo.
Pregunta: ¿tienes que interrumpir, capullo, el polvo con tu amiga?

venecia: entradas




sábado, 22 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

Les dije a los malagueños, ¡oh mis crédulos lectores!, que una chica me había dado un porro para dejarme gilipollas y secuestrarme, que desde España me viene persiguiendo una organización que está detrás de un museo, y que ya han matado a mis dos empleados, el indio y el marroquí. Les expliqué que había llegado ayer, usando trenes regionales, y no sé cómo, los de la organización ya estaban aquí. ¿Ustedes podrían, cuando bajemos del tren, acompañarme a coger un taxi?
El novio me pidió que me sentara tranquilo, la novia puso mala cara. Me senté a oír los ruidos cada vez más precisos, amplificados. Comenzaron las ráfagas de alucinaciones paranoicas.
Al rato, el novio me preguntó cómo me sentía. Le dije no sé qué de los ruidos y de las alucinaciones. Me mandó a lavarme la cara. Me ayudó a levantarme y me acompañó hasta la puerta del baño, al fondo del vagón. Entré, había un tipo que me parecía conocido, en el espejo. Le mojé el pelo.
Regresé al asiento cerca de los novios. Estaban discutiendo mi caso, sin importarles que yo estuviera allí (ya se ve dónde estaba mi cara). La novia decía que no me conocían de nada, que no sabían si yo era un drogata, y que no tenían por qué buscarse problemas con la policía por culpa mía, que si me había puesto así ellos no tenían la culpa y, en resumen, que me las arreglara yo solo. Tenía razón. El novio dijo que no tenía cara de mala persona, pero nada, su defensa en saco roto.
Me preguntó otra vez a dónde iba. Le dije que al pueblo donde estaban ellos. No, nosotros no vamos allí, vamos al pueblo siguiente, pero yo te digo dónde bajar. Vale. Nadie iba a ayudarme.

*

Problema: la fuente del paseo principal del pueblo escupe hacia afuera, azarosamente, un chorrito. Un chorrito delgado y breve, pero suficiente para cambiar, por un instante, la vida de los transeúntes. Una pequeña sorpresa, casi un juego, se podría decir, pero.
Pregunta: ¿cuántos pensamientos cortados? ¿Cuántos versos caídos? ¿Cuántas especulaciones filosóficas evaporadas? ¿Cuántas frases de amor rotas? ¿Cuántas propuestas de matrimonio interrumpidas? ¿Cuántas negociaciones replanteadas? ¿Cuántos suicidios arrepentidos? ¿Por qué, frente a semejante amenaza, no se ha hecho nada? ¿Qué retorcida mente puede estar interesada en que esto continúe?

bayeux: dos figuras y un arbol




jueves, 20 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

La chica que subió al tren era uno de esos ejemplares de mujer perfecta, cara de muñeca y cuerpo de gimnasio, ojos claros y piel bronceada por rayos ultravioleta. Llevaba un vestido corto de color negro y unas bolsas de boutiques caras, como si hubiera estado de compras. Al sentarse volvió a cruzar la mirada con el autor, que para romper el hielo le preguntó si sabía la hora en que el tren llegaba al pueblo del camping. Sí, se la dijo, y además le respondió cuáles eran los pueblos más interesantes de la zona, el suyo, por supuesto, donde dijo vivir, era el mejor de todos. Después dijo que trabajaba como administrativa en una clínica de viejos, ¿y cómo es que siendo tan guapa, hablando cinco idiomas, y teniendo tanta gracia, no eres la dueña de la clínica o, por lo menos, la viuda del antiguo dueño? Qué risa, qué cómico soy, cuás cuás.

Me pidió un cigarrillo, sacó una bolsita plástica con marihuana, desmadró el cigarrillo y se preparó un canuto. No, no hay ningún problema, se puede fumar marihuana en el tren, ¿quieres una calada?, sí claro, dije, para no quedar por menos, gilipollas yo. Seguimos hablando mientras ella se acababa el canuto.

Le estaba preguntando si en su pueblo había hoteles cuando me dijo espera, dame otro cigarrillo, y se lió otro petardo. Se lo encendí y ella me preguntó si quería, vale, ¿por qué no?; cuando intenté devolvérselo me dijo que no, que me lo quedara. Vale.

Al poco tiempo se me secó la lengua.

-Are you stoned?

-A little.

-It's your face.

Poco a poco los ruidos del tren comenzaron a sonar con mucho detalle, demasiado, tanto, que me dolían los oídos, con el martilleo rítmico, desgranado.

Quise ver la hora pero mi brazo no respondió, se quedó sobre la pierna, tan tranquilo, como si no le hubiera pedido nada. Volví a decirle a mi brazo que se levantara y nada.

La chica del bronceado artificial me miró risueña, cogió su teléfono móvil, llamó, y habló en voz muy baja. Puta mierda, había caído con el truco más viejo del mundo, qué desastre. Comencé a sentir pánico, no me podía mover, completamente drogado, el cuerpo dormido, aunque podía pensar más o menos lúcidamente. Unos chavales vecinos comenzaron a burlarse de mí, por mi cara, supongo, de lo jodido que estaba.

La chica del bronceado artificial miraba por la ventana satisfecha, tranquilamente. A veces le daba un vistazo a su reloj o recibía alguna llamada.

No sé de dónde saqué las fuerzas pero pude levantar la mano, girarla, y mirar mi línea de la vida, cortada en dos. La chica del bronceado artificial me miró extrañada, y creo que volvió a usar su teléfono. No sé si envalentonado por haber movido la mano, o por puro instinto de supervivencia, conseguí levantar todo el cuerpo y, diciendo no sé qué, me fui caminando pasillo atrás.

Comencé a notar que también la cabeza se me estaba yendo al carajo.

Mientras caminaba veía a las viejas sentadas que se asqueaban conmigo. Entonces notaba, un par de segundos después, que las viejas debían de estar saltando como monos, armando tal pedo que no sé cómo no viene el revisor a poner orden.

En ese momento me di cuenta de la única verdad que he conseguido descubrir en toda mi vida: la realidad sólo dura el instante anterior a la conversión en palabras; cuando crees entender las cosas, a partir de ese momento, justamente, es que comienzas a cagarla, a transformar la realidad en fantasía. Pero esto no importa, lo interesante es que también se me estaba jodiendo la cabeza, y las viejas del tren saltaban como chimpancés y yo me sentía como en una orgía carnavalesca dentro de un circo.

Sólo podía confiar en lo que acababa de ver, porque todo lo que tenía más de dos segundos de edad era mierda.

Seguí avanzando por el pasillo dejando a las viejas arañando el aire y, en algún momento, creo que estuve tratando de mover unas palancas en un cambio de vagones.

Hacia el final del tren escuché a una pareja que hablaba mi idioma. Me acerqué a comentarles no sé qué y, por casualidad, me dijeron que eran del sitio donde nació el autor del lienzo que yo escondía en el pecho; me dijeron también que estaban de luna de miel, que se estaban quedando en el mismo pueblo donde estaba mi camping, y entonces les pedí ayuda.

venecia: entrada




martes, 18 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

Así que nuestro héroe, ¡oh hermanos, lectores!, después del parque vacío siguió hasta el pueblo, buscando algo barato para comer. Entró a una pizzería, pidió una con salami, y masticó escuchando, de una mujer cercana, esta historia: hija mayor de una familia donde la figura dominante era la madre, vivió una adolescencia complicada, por los altibajos económicos y el abandono del padre, con quien siempre mantuvo una relación bipolar. Introvertida, sentimental, melancólica, atractiva pero distante. Después de acabar la carrera de arquitectura con uno de los mejores promedios de su promoción trabajó como azafata de vuelo porque necesitaba dinero.
Con sus ahorros se fue a México por un postgrado. Conoció y vivió con un hombre parecido a su padre: enérgico, derrochador, trabajador, irresponsable, emotivo, imprevisible, irracional. También trabajó para una mayorista de viajes donde pronto le dieron un cargo con responsabilidades.
Las cosas parecían funcionar bien pero la lejanía de su madre y la inestabilidad de su pareja la deprimieron. Renunció a su trabajo y regresó a su país, donde la crisis política y la ruina económica la empujaron otra vez fuera. Con la excusa de visitar a su hermana llegó a Barcelona y se reunió, poco después, con un hombre que había conocido en una página web de encuentros amorosos. Comenzaron un affaire apasionado y, poco después, ella se mudó a vivir con él, en un pueblo pequeño de Galicia.
Allí supo que el hombre de la web estaba incrustado a su familia, y la familia, desde el principio, la miró mal, porque para los pueblerinos las latinoamericanas sólo servían de putas. El mundo del hombre de la web estaba hecho, básicamente, de trabajo duro, de instalaciones de calefacción de la empresa familiar. En el pueblo el hombre de la web estaba bien ubicado: el negocio familiar era próspero, se creían importantes.
El hombre de la web la ubicó en un pequeño escritorio, frente a un ordenador, al fondo del galpón usado como taller de reparaciones de los aparatos de calefacción. Allí se ocupaba de recibir las llamadas de los clientes, que se ponían hostiles al ser atendidos por una sudamericana que no hablaba gallego y no los reconocía por sus nombres de pila.
El hombre de la web perdió el entusiasmo del primer mes y ya no habló más de matrimonio; ella comenzó a sentirse parte del mobiliario.
Aguantó unos meses hasta que un día no pudo más, y subió a un avión que la soltó donde su hermana, en el medio de una depresión nerviosa.

*

Se quedó un par de meses con la hermana, buscando trabajo, y llegó a la conclusión, deprimida y tras fracasar en la búsqueda, de que los catalanes no le gustaban, que eran cerrados, secos y fríos.
Entonces se fue a buscarse a sí misma en El camino de Santiago. Lo acabó y decidió establecerse en el destino, a una hora en coche del hombre de la web, que no tardó en buscarla (ya lo había intentado en Barcelona), y poco a poco retomaron el contacto.
Cedió y regresó al pueblo gallego y aquí es donde viene la parte interesante de la historia: la familia del hombre de la web había cambiado, no en el trato, no en el carácter, no, habían cambiado los individuos, y todo lo que rodeaba al hombre de la web también; ya no era el heredero de una empresa familiar de instalaciones y mantenimiento de aparatos de calefacción, ahora era empleado de una pequeña oficina bancaria; el padre muerto, sólo tenía una madre anciana, medio ciega ya, y una hermana que la recibió contenta de volver a verla, aunque ella la veía por primera vez.
Al principio pensó que era un teatro simpático, una forma del hombre de la web de decirle que ahora las cosas iban a ser diferentes, pero el supuesto teatro comenzó a prolongarse más de lo normal, de lo lógico, aunque de lógico y normal, claro, no tenía nada. Intentó averiguar qué estaba pasando en realidad, buscando, sin encontrar, caras conocidas en un pueblo que sí seguía siendo el mismo. Mientras más buscaba más lo encontraba todo normal. Sólo podía ser ella, pensó, su cabeza, algo dañado adentro, pero en una consulta privada, en Santiago de Compostela, aparte de las tendencias depresivas, el psicólogo no le encontró nada fuera de lo normal. Finalmente decidió dejarlo todo como estaba, total, mucho mejor ahora que antes.

normandia: playa




lunes, 17 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

Me dices que haga como tu amigo no sé quién, famoso a fuerza de ganar concursos. Yo te pregunto si ese amigo sale en televisión, si lo persigue la prensa rosa. No, me respondes. Yo te pregunto si se ha acostado con la mujer de un conocido torero, o con el conocido torero. No, me respondes. Yo te pregunto, insistente, si la fama la contrajo, por contacto sexual, de alguien que sale en televisión, que es perseguido por la prensa rosa. No, me respondes. Entonces no es famoso: la fama, o es venérea, o no es fama.

sin titulo: fragmento

Y sí, !oh pacientes lectores!, nuestro personaje dejó España, en tren, y llegó hasta la frontera germano-helvética (joder, qué palabra), sin que le pasara nada de lo anunciado en los comerciales de televisión.

Constanza, un pueblo con lago, que tuvo sus días de gloria hacia el fin de siècle (aquí mataron, creo, al príncipe de no sé dónde, que vino para cambiar las reservas del Estado de rojo a negro, de impar a par, de manque a passe o, mejor, a ponerlas todas en el mismo numerito, el cero), un pueblo que había caído, como Capri o Mallorca, Mónaco o Biarritz, Acapulco o Bariloche, Guacara o Tucupita, bajo el azote bárbaro del turismo masificado, ese que le permitió a nuestro amigo encontrar un camping, a unos veinte minutos, caminando, desde el centro del pueblo, poco después de atravesar un parque naturista, es decir, alemanas en bolas, que le metieron sus culos blancos en la cabeza, y le hicieron montar su nueva tienda de campaña rápidamente, para regresar al parque nudista, pero nada, vacío, ya estaba oscureciendo.

*

Problema: si la obra literaria es un juego de inhibiciones y reacciones, un proceso de transición que va de la situación 1 a la situación 2, pasando por un ciclo de estímulo-crisis-espera-satisfacción-vuelta al orden.

Pregunta: ¿dime por qué, payaso, en vez de escribir un librito que ni estimula ni inhibe, ni plantea ni resuelve, no te vas por allí, mejor, a buscar con quien echar un buen polvo?

normandia: canones alemanes




viernes, 14 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

Problema: una vaca cuesta entre cien y ciento cincuenta. El precio de un fusil-ametralladora es menos de la mitad. Con un fusil-ametralladora se pueden tener muchas vacas, pero con una vaca no se puede tener un fusil-ametralladora. Pregunta: ¿desaparecerán las vacas del mercado antes de que los fusiles-ametralladora acaben de matarse?, o, dicho de otra forma, ¿cuál es el punto de equilibrio entre ambos bienes?

*

¡¿Qué tal tipo?!, creo que encontré el inicio del film, a ver qué piensas:

ESCENA 1. NOCHE. INTERIOR DE UN AVIÓN DE CARGA DE LOS AÑOS CINCUENTA. MAESTRA, VOCES DE DOS TRIPULANTES, SEIS NIÑOS

Con pantalla en negro se escucha un canto coral de niños (una pieza sencilla pero con un toque macabro, como en El bebé de Rosemary). Siempre en negro, aumenta el volumen de la canción y se incorporan ruidos de motor y llantos. Una pequeña luz roja y una silueta de cabellera de mujer se sacuden al compás de los ruidos. Muy brevemente se enciende una luz blanca, está la maestra llevando el ritmo de la canción con las palmas mientras llora, acompañada por seis niños, todo el grupo sentado contra la pared del avión. De nuevo todo en negro. Escuchamos a los pilotos que exigen hacer callar al niño que llora. De nuevo, brevemente, se enciende la luz blanca. Los ruidos de las sacudidas del avión se intensifican. Uno de los pilotos grita que no responden los mandos, que nos vamos. Se enciende la luz, los niños cantan, la maestra mueve las palmas, el niño del extremo derecho sonríe, como si se divirtiera con lo que está pasando. Escuchamos un fuerte ruido de metal simultáneamente a la oscuridad absoluta. Varios segundos de silencio, todo en negro.

Escuchamos, en el negro absoluto, el ruido de jarras de vidrio que entrechocan.
--¡Por los muertitos!
Es el inicio de la segunda escena. Vemos a un grupo de cuatro jóvenes que parecen sacados de un anuncio publicitario, guapos y sonrientes, tres chicos y una chica, están brindando en la mesa de un bar.

Creo que si se logra reproducir correctamente el accidente de aviación sería un inicio duro, contundente. Luego vendría la escena del bar, donde quedarían retratados los personajes a partir de una conversación sobre los espíritus de los muertos: el del protagonista curioso, su novia escéptica/racional, y el amigo escéptico/burlón.

Haré lo siguiente: después de preparar el esqueleto, escribiré cada escena como narración y luego las traduciré al lenguaje técnico de los guiones. Creo que tendré la construcción narrativa a principios de abril y la traducción a lenguaje de guión unos diez días después.
Dime qué te parece este arranque, yo pienso que puede ser muy bueno.

*

Problema: si la lucha de las especies por la supervivencia sigue la metáfora de una superficie capaz de recibir un número limitado de cuñas, que expulsa unas cuando recibe otras.
Pregunta: ¿Cuál es el tamaño de la cuña humana, que ya ha hecho saltar, de las otras cuñas, a más de la mitad?, o, ¿no es mejor cambiar de metáfora?

normandia: camino






jueves, 13 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

El viernes la bailarina me pidió que la acompañara a un concierto del guitarrista de tango. Era un lugar muy pequeño, atestado de fotos y trastos viejos, un punto de encuentro, supongo, del gueto porteño. No estuvimos mucho rato; después de saludar al guitarrista y escuchar el primer set corto, la bailarina me pidió que la acompañara a una milonga que organizaba una amiga.

No era lejos. En el camino, la bailarina me resumió su vida: era hija de un médico, divorciado cuando ella estaba por cumplir los doce años. A los quince, por las peleas con su madre, se fue a vivir en una casa okupa de Buenos Aires (en esa época era punk, no bailarina de tango, claro). Su madre la obligó a regresar pero no consiguió que continuara los estudios. La bailarina pasaba el día sin hacer nada, o sí, tocando los huevos, cada vez más, hasta que la policía la cogió atracando una farmacia a mano armada, "estaba jugando con una amiga". En el correccional comenzaron los ataques de ansiedad y la medicación.

*

Después de salir del correccional la bailarina de tango estuvo haciendo no sé qué. Nada muy bueno, supongo, porque tenía una quemadura en el hombro, grande, que venía de un incendio en una discoteca.

Trabajando en la calle, rollo hippie, fabricando artesanías con hilos de bronce, conoció a su ex y, enamorada, se fue a vivir con él en el medio de las montañas, cerca de Bariloche, donde mataron a la madre de Bambi, me parece. A varios kilómetros del pueblo más cercano, en una cabaña construida por su ex sin agua ni luz eléctrica, como dos ermitaños precolombinos, casi prehistóricos.

Al principio todo bien, cagar en el monte y buscar el agua en el arroyo, se le acabaron los ansiolíticos y sin problemas; pero después de un invierno duro, donde tuvo que quedarse sola, encerrada, un par de días, muriéndose de frío, sin poder salir por los senderos tapado por la nieve, le volvieron las crisis de ansiedad y regresó a la ciudad.

Pero en Buenos Aires no se sentía a gusto, demasiados recuerdos, me dijo, así que aprovechando la nacionalidad española de su marido decidieron venir a probar suerte en Zaragoza, donde estaba viviendo una de sus hermanas.

Cuando estaba por contarme la aventura aragonesa se resbaló y cayó de espaldas al suelo, plana, como una patinadora sobre hielo en mal estado. No pude ayudarla a levantarse, ya estaba de pie.

Acabamos de llegar a la milonga de su amiga riéndonos de su caída, pero en la milonga, en cambio, nadie se reía. Sólo seis o siete personas, aburridas. Me presentó como su compañero de piso, el escritor (?), y yo dejé claro que, de tango, no sabía nada, para que a nadie se le ocurriera sacarme a bailar

sin titulo: fragmento

Te angustias, veo, porque malgasto mi vida en un trabajo indigno, donde, aparte de estar sentado, prácticamente no tengo que hacer nada. No es así, sin saberlo, mis empleadores me pagan mientras escribo; y mejor, porque si lo supieran, seguramente no me pagarían.

*

Problema: a un grupo de ciudadanos se le pide escoger de entre un conjunto de paisajes naturales y urbanos. Las fotos de sabanas, al estilo de África oriental, fueron las preferidas, lo que sugiere el impulso atávico hacia el entorno natural que ocuparon nuestros ancestros lejanos. Se repite el ejercicio con un grupo de cazadores/recolectores, habitantes de las sabanas africanas, que prefirieron las fotos de ciudades superpobladas.
Pregunta: ¿en cuál megápolis vivieron los ancestros lejanos de los cazadores/recolectores actuales?

bayona: catedral






domingo, 9 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

Problema: un ladrón escapa de una ciudad dentro de un tren de larga distancia. Para evitar a sus perseguidores, que quizá lo esperan en la ciudad de destino, el ladrón deja el tren cuando ha recorrido las tres cuartas partes del camino. Luego sube a un tren de media distancia, del que baja al llegar a la mitad del recorrido. Entonces entra a un tren de cercanías, del que sale rápidamente, tras andar una cuarta parte del trayecto.

Pregunta: ¿qué probabilidades hay de que el ladrón, siguiendo la ley de las novelas policiales, haya regresado a la escena del crimen?

*

Sanchi. En el medio de la selva, un centro de peregrinación budista, aunque a la hora en que llegamos sólo había un grupo de escolares y un monje de Sri Lanka, creo que gay. Lo digo por sus modales, y porque pidió retratarse conmigo, en vez de usar a mi ex. Nos mostró unas fotos de sus familiares, guardadas en su billetera, y nos pidió nuestra dirección de mail. Después del monje le dimos vueltas a la estupa principal, dentro y fuera de las puertas y del corredor de piedra blanda. Viendo el lugar, absolutamente calmo, creí entender por qué para algunos budistas el sufrimiento es vano, las creencias ilusorias, y el orgullo una estupidez, lo mismo que diría un semiólogo actual, supongo, por aquello de la irrealidad, la inconsistencia y la petulancia de las palabritas, y del pensamiento, que viene pegado detrás, etc. Nos alejamos del templo y bajamos por unos escalones, llegamos a otra estupa, más pequeña, pero relajante igual. En el suelo dos insectos luchaban, desmembrándose; iban a morir ambos, seguro, pero seguían luchando trágica, aparatosa, indecorosamente. Por un momento lo pensé, pero no me atreví a hacerlo: aunque era lo mejor para todos, no los pude pisar. En cambio, quise fotografiarlos, pero en ese momento la batería de mi cámara, la analógica, decidió decir adiós. No hubo más fotos, con mi cámara, en todo el viaje. Ni los frescos de las cuevas de Ajanta, ni el templo esculpido en una sola roca de Ellora, ni el remedo boliwoodiense de Bombay, nada, como la vida de los insectos, todo se disolvería. Da igual: muchas ganas de decir, pero en realidad, muy pocas cosas que escuchar.

india: sanchi




sábado, 8 de marzo de 2008

sin titulo: fragmento

Publicidad para televisión: la estación de trenes (supongamos, porque viene a cuento, que se trata de Sants, en Barcelona). La cámara se aleja, la estación va quedando al fondo, y en primer plano, una plaza. Gente caminando apurada, como es normal alrededor de una terminal de transporte. Vemos a un hombre que intenta avanzar, trabajosamente, pero en vez de ir hacia adelante, va hacia atrás. La gente pasa alrededor de él, como si nada. El protagonista agarra del brazo a una mujer joven, pero poco después el brazo de la mujer se queda en su mano. La mujer, ahora manca, se gira molesta; el protagonista, nervioso, saca su billetera y paga lo que suponemos es el precio del brazo de la mujer. La mujer continúa su camino intentando abrir su cartera con una sola mano. El protagonista, agotado, cae al suelo, avanza a gatas, entre las piernas de una muchedumbre. En algún momento vemos que se ha convertido en un bebé lloroso, desolado. Poco después es una liebre, que a saltos busca llegar a una estación de trenes lejana, tras la plaza abierta, cubierta ahora por una tenebrosa oscuridad. Con estrépito, por sorpresa, un búho se lanza sobre la liebre que, milagrosamente, escapa. Dentro de una estación de trenes desierta, la liebre, nerviosa, levanta la mirada. La cámara enfoca un panel de horarios escritos con signos irreconocibles, números invertidos, caracteres volteados, cirílico, reunión azarosa de letras. Pantalla en negro, voz en off: "Al viajar, deja los detalles molestos en nuestras manos". Logo de la agencia de viajes, con un número de teléfono y una dirección web.

*

Ni tú te ocupabas de mí, ni yo de ti. Siendo tan equitativos, tan justos, tan iguales, aún no entiendo por qué no funcionamos.

*

En la mañana le dije a la administradora que me largaba, que me iba a trabajar a otro hotel. Me respondió que sería penalizado, la buena mujer. Me pidió una carta de renuncia. ¿Con el ordenador o a mano? A mano.
Desde el día anterior ya sabía que me largaba. No dije nada porque al entrar a trabajar supe que había renunciado un compañero. Un buen tipo, grande, calvo, corto de luces, que vive con su mamá. Bastante corto de luces, de verdad. Supongo que por eso era bueno, el tipo, no tenía más opciones, no sabía buscarlas, no le venían ideas. Para ser hijo de puta, para ejercer, se necesita una inteligencia mínima, y éste no la tenía. El hecho es que la administradora le dio tan duro que acabó con él. Tenía mérito, lo de la administradora, porque el tipo le metía todo su buen corazón al trabajo. Comenzó a currar con la mayor ilusión, como bueno y tonto que era, ya se ve. Pero la administradora es una verdadera profesional, de las mejores. El primero que lo sabe, su marido, es el hijo del dueño. La mandó al hotel para que dejara de joder en casa: tenía a una hija visitando semanalmente al psiquiatra y a la otra con cara permanente de depresión. La mujer, por supuesto, cuando comenzó a trabajar, no tenía puta idea de nada. Hizo lo propio en estos casos: lo "mejoró" todo. Consiguió producir una admirable obra de arte, reflejo fiel de sus manías. Un ingenio diseñado, al detalle, para que siempre, algo, estuviera hecho mal. Un esfuerzo impresionante, de verdad, levantado a base de muchos papeles, un enorme libro que cada día había que reescribir, dato a dato, número a número. Sísifo, no a pedradas, sino con una goma de borrar. Era cojonuda, aquella máquina de la equivocación. Fábrica de placer para la administradora que, al detectar algún fallo (un numerito no borrado y reescrito, un segundo apellido no anotado) se iluminaba y se lanzaba a machacar. La gente, cuando no folla, se busca placeres sustitutos, es normal. Y el de ella era éste, el del regañito.
Conmigo, en realidad, no se explayaba, yo no le daba mucho placer. De todos modos, cuando el dueño del hotel me preguntó por qué me iba, le dije que por lo mismo que se va todo el mundo, ¿por qué se va todo el mundo?, me preguntó, no muy sorprendido. Por el trato de la administradora, y cuando comencé a dar detalles me cortó con un vale vale que significaba caso perdido, la nuera. En realidad no me fui por ella, pero no quise despedirme sin joder. La verdadera putada la hice luego. Había estado en tres entrevistas de trabajo. Me llamaron de un hotel tres estrellas. Cuando acababa el entrenamiento me llamaron del otro hotel, uno cuatro estrellas, que se veía mejor en el cv. Con un poco de vergüenza les dije que los dejaba, a los del tres. Me sentía un poco mal, se habían portado bien conmigo. Al rato se me ocurrió una solución: arrastré a un colega del hotelito cutre, el de la administración de regañitos, para ocupar el puesto que yo dejaba colgado.
En una semana, de los cinco recepcionistas que había, sólo quedaron dos. Duro golpe para la administradora, jornadas intensivas de silencio, nadie a quien machacar. Me imagino sus veladas familiares, todos los regañitos acumulados, listos para salir.
A estas alturas el hijo del dueño debe de estar cagándose en mi madre.

paris: edificios





miércoles, 5 de marzo de 2008

sin tiulo: fragmento

¿Y entonces para qué lo pediste? Porque creía que me lo podría comer. ¿Y por qué no te lo comes? Porque no puedo, desde que me dio la diarrea no me entra la comida india, no sé. ¿Y entonces por qué lo pediste? Porque creía que hoy sí podría comer. Pues ahora te lo comes. No puedo, no me entra. ¿Y qué vas a hacer? Nada. Supongo que no irás a pedir otra cosa, ¿no? No sé, arroz blanco con sardinas enlatadas, eso sí me entra. ¿Y qué vas a hacer con esto? ¿Tú no lo quieres? No, yo ya comí, no tengo hambre. Pues nada, ¿qué voy a hacer?, no me lo puedo comer, no me entra. (…). ¿Por qué te cabreas?, no me entra, no puedo hacer nada. Me cabreo porque eres un botarate, ¡venga, otro plato! ¡Joder, pero si cuesta menos de un euro! ¿Y por eso lo tienes que tirar? Pensaba que me lo podría comer. Etc.
Salimos del restaurante y para relajar la tensión le propuse a mi ex dar una caminata. Seguimos la única calle hasta salir del pueblo. Faltaban un par de horas para anochecer. Mi idea era perdernos por los senderos del monte usando la brújula. Mi ex me siguió, sin mucha confianza.
Orchha. Ahora sí, había llegado a la India de mis fantasías infantiles. Templos en ruinas comidos por la selva: el alimento ideal para mis excentricidades. Imaginé una casa de vidrio, estilo palafito, sobre la selva, con vistas a la gigantesca fortificación levantada hace mil años, en la época dorada de la ruta de la seda. Siguiendo el sendero nos encontramos, primero, con un templo pequeño, aparentemente en uso; luego con un muro, derruido; después con un río, junto a unas murallas, y entonces, con un australiano. El tipo le estaba dando la vuelta al mundo, durante un año, como acostumbran a hacer estos antípodas al graduarse, antes de dedicar sus vidas al trabajo. Tendrían que exportar esa costumbre, los antípodas. El australiano nos recomendó visitar unas tumbas reales del otro lado del pueblo, también junto al río. Yo le pregunté por la diarrea. ¡¿Qué?! Si no te ha dado diarrea. Aquí no, en Bali. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo qué? La diarrea. Ah, no sé, uno o dos días. ¿Y después? ¿Después qué? ¿Qué comías después? No sé, lo que tocara. Mi ex me miró. ¿Arroz con sardinas enlatadas?, pregunté yo. El australiano me comenzó a ver mal.

*

Por suerte, no me han contratado como botones en el hotel cinco estrellas, creo que olieron que había gato encerrado, conmigo. Lo de pasar el día cargando maletas podría haber sido más fuerte que yo, y no estoy como para quedarme desempleado, ahora.
Alguna vez he tenido trabajos que me han vencido. Sólo tres días, necesitan, para dejarme en el suelo. El primer día lo paso mirando. El segundo intentando convencerme de que los puedo aguantar. Y el tercero diciendo que ya no más, que mejor la delincuencia o la prostitución. Entonces renuncio. Pero, pendejo yo, ni comienzo con la delincuencia ni con la prostitución.
El más jodido de estos trabajos de tres días creo que ha sido el de vigilante de sala, en el museo Picasso. Alguna vez escuché que, de los círculos del infierno de Dante, el más penoso era, curiosamente, el primero, el limbo, donde se quedan los no bautizados; sin tormentas, sin diablos, sin fuego, sin granizo, sin cuchilladas, sin enterramientos, sin maldades, sin nada de nada, sólo una aburrida soledad, per secula seculorum. En el museo, a las cuatro de la tarde, ya quería abofetear a quienes me preguntaban por el baño; y aún faltaban cuatro horas, para cerrar. Era demasiado jodido pasar el día de pie, sin poder hacer nada, contando los minutos, sintiendo los dolores en la espalda, preguntándome qué coño hacía allí, después de haber estudiado no sé qué mierdas, de haber leído no sé cuántas payasadas, de haber escrito y publicado equis cantidad de guarradas, y de haber pateado medio mundo, felizmente. Que los follen a todos, pensaba, e imaginaba al personal del museo, y a los clientes, convertidos todos en figuritas de piedra, llenando, centímetro a centímetro, las paredes de los templos de Khajuraho, con orgías, escenas lésbicas, rollos bestialistas, escondiéndose en la selva durante mil años, hasta ser descubiertas, irónicamente, por una pandilla de soldados victorianos, no muy lejos de Orchha, a unas seis horas por una carretera sembrada de vacas, media hora, supongo, por una carretera normal.

india: orchha