WORK IN PROGRESS

jueves, 29 de noviembre de 2007

sin titulo: fragmento

Experimento: se dispone a sentarse y se encuentra unas gafas de sol, marca Ray-Ban, clásicas, en perfecto estado; alguien que las encontró en el suelo y las puso allí, por si el dueño volvía. Se limpian las gafas y se cuelgan al cuello, a la vista, por si el dueño vuelve. Poco a poco va ganando la sudaquería, hasta que se cambia de asiento y se guardan las gafas en un bolsillo. Se huele que hoy será un día de suerte. Una hora después, se llega al pueblo donde comienza la caminata hacia los molinos medievales. Se necesita información para llegar, porque no se sabe cómo. Se encuentra la oficina de turismo cerrada, hasta las dos. Para hacer tiempo, se persigue un cartel que apunta a una iglesia del siglo XIII. Se camina de espaldas al sol y se saborea a Billie Holiday. Se huele el pino de los bosques, el azul del cielo, escaso desde hace días. Se pasea entre mansiones del siglo XIX, neogóticas de estilo. Se da la media vuelta, porque la iglesia no aparece, para perseguir al cartel que habla de un castillo, mientras se hace tiempo. Se camina con el sol de frente, se huele, con gusto, al sol de otoño. Se persigue el cartel del castillo diez, veinte, treinta minutos, mientras se sigue saboreando a Billie Holiday. Se llega al pueblo vecino y, contra toda lógica (ya la oficina de turismo debe haber abierto), se sigue adelante, persiguiendo el cartel. Se atraviesa una avenida larga y arbolada, se piensa en regresar en autobús. Se llega al pueblo vecino del pueblo vecino. Se entra a un pequeño restaurante familiar, de esos que sólo hay uno, recomendado ostentosamente por la Guía del Routard en el medio de la acera. Se ocupa una silla. Se hace el pedido. Se cruzan pequeñas miradas y comentarios con los ocupantes amistosos de una mesa vecina. Se saborea un terrine (ese paté granuloso que no se puede untar) como no se consigue en París a un precio humano. Se disfruta el vino y el resto de la comida. Se encuentra que abundan las copias cutres de un pintor machacado a destiempo por el merchandaise. Se pregunta la razón a los vecinos de mesa que comienzan una conversación encantados. Se huele la hospitalidad desesperada. Se piensa que esta gente se aburre, y les va perfectamente pasar la tarde con un tipo que trae noticias frescas del mundo exterior. Se agradece, de todos modos, aunque se ignoran cordialmente las invitaciones para quedarse a tomar con ellos un café y revisar lo que internet dice sobre el pueblo. Se saca la información necesaria y se pide la cuenta. Se paga, dieciocho en vez de doce cincuenta, se huele la avaricia de la dueña, se le deja el cambio como propina y se sale saludando sonriente a los de la mesa hospitalaria. Se colocan los audífonos para continuar saboreando a Billie Holiday. Se mira un panel a la vuelta de la esquina. Se pregunta a una mujer joven que pasea con su niño cómo llegar al cementerio. En el camino, se disfruta de una reproducción metálica de una pintura de la iglesia, en el mismo punto en que se pintó. Se llega al cementerio. Se pregunta a una vieja por las tumbas. Se camina y se encuentran, cubiertas por la hiedra. Se suspira feliz, una exaltación calma, agradeciendo al no-azar por todas las casualidades que llegaron hasta aquí, nubes doradas y cielo con sol lejano incluidos. Se descubre que no huele a nada, la hiedra, ni las flores secas, ni siquiera los insectos que suben y bajan, volando, mecánicos, sobre la tumba de Theodore Van Gogh. Nada, están allí los dos hermanos, y no huele a nada. Seguramente es así también, del otro lado, aunque el de la izquierda haya dicho que la tristeza durará para siempre.

Se continúa persiguiendo el castillo, como un agrónomo desubicado. Se entra a una oficina de turismo que se atraviesa en una callejuela. Se huele que las viejitas informantes están allí para no aburrirse. Se espera que, en cualquier momento, saquen su único ojo, ese que comparten. Se les compra un paquete de cartulinas con rutas a pie por la zona. Se agradece un mapa que propone perseguir reproducciones de pinturas impresionistas, in situ. Se desciende de un número a otro, mientras oscurece, lentamente. Se camina con un sabor fresco en la boca. En algún punto, mirando dos viejas casas aún paradas como las pintó Van Gogh, se saborea la felicidad, la buena, esa que sella los días que saldrán de repente a la conciencia, en el medio de un almuerzo, parado en la calle, después de follar, cuando menos se espera. Más adelante, una venta de vestidos horribles, incluyendo uno de novia, incrustados dentro de la montaña en una especie de cueva escaparate. Es el salto surreal que acaba de dar atrapar la memoria de la caminata. Muchos pasos más allá, de una docena de reproducciones, y justo cuando se acaba el sexto y último disco de Billie Holiday, se llega a una ciudad más bien anónima, de esas clásicas de la Francia profunda: veinte iglesias antiguas, trozos de murallas, un castillo, ocho torres, tres paseos comerciales, un par de buenas vistas sobre el río, lo de siempre, que hoy se deja pasar, porque es de noche, y porque se sigue hasta la estación de tren.

En el tren, de vuelta, mientras la felicidad pone todavía la sonrisa en la cara, una negra se sienta al lado. Llega su olor y, por un momento, se abandonan tren y civilización, al mismo tiempo. Entonces viene esa hambre muda que aprieta el estómago, las ganas de perderse y desaparecer, no se sabe por qué, en el interior de África, como ya se ha hecho, a medias.

Con este experimento se demuestra que, con un poco de buen gusto, se puede explotar un tipo de turismo que no atrae prácticamente a nadie, pero queda bien. Se demuestra también que el gusto y el olfato, a pesar de ser el sentido menos usado, sigue siendo el más profundo, mejor guardado en las tripas, recordando a las madres cuadrúpedas que, hace años, parieron a nuestras madres bípedas, hasta que se pruebe lo contrario.

paris: blanco y negro





sábado, 24 de noviembre de 2007

sin titulo: fragmento

Experimento: se estampa la boca contra el volante metálico recubierto de plástico duro, a la velocidad de sesenta kilómetros por hora, aproximadamente. Se abre un canal desde la parte exterior del labio superior hasta el interior del paladar. Se desprenden astillas de dientes y muelas, y se aflojan algunas piezas dentales. Se sangra de forma abundante. Se escupen sangre y astillas de dientes y muelas. Se siente una presión extraña en la zona, pero no precisamente dolor. Se espera un rato, entre una cosa y otra. Se escupe en un envase plástico, mientras se prepara la sala de operaciones. Se abre la boca y se recibe una gasa que facilitará el trabajo del especialista. Se estremece el cuerpo de dolor con la aguja que inyecta la anestesia primero en el interior del labio, luego en la encía, y finalmente en el paladar. Se acelera el pulso. Se humedecen los ojos de lágrimas mientras la herida del labio es cosida. Se escupe en un envase plástico, periódicamente. Se salta de dolor cuando una aguja con forma de anzuelo cose la herida de la encía. Se aprietan los puños cuando se recibe una nueva dosis de anestesia. Se siguen irrigando los ojos abundantemente. Se siente con precisión la entrada de la aguja con forma de anzuelo por delante y su salida por detrás de la encía, sobre los dientes. Se siente que la anestesia no sirve para nada. Se salta de dolor, de vez en cuando. Se escucha al traumatólogo decir “tranquilo, tranquilo, que ya falta poco”. Se siente el hilo corriendo de un lado a otro de la encía, sobre los dientes.

Con este experimento se demuestra que una sensación vale más que doscientos ochenta y dos palabras. No se demuestra nada más.

viernes, 23 de noviembre de 2007

paris: surreal





jueves, 22 de noviembre de 2007

sin titulo: fragmento

Cerca de Baisha, después de visitar un pequeño y antiguo monasterio budista de madera donde sólo vivía un perro, un viejo y su aprendiz, entre olores de madera húmeda y comida preparada al fogón usado también como chimenea, decidieron desprenderse de las rutas turísticas y avanzar, directamente hacia el este, en el mapa. Allí se veía un lago, entre las montañas, y más arriba la carretera continuaba hasta llegar a una ciudad con línea de tren. Les venía bien, pensaron, mezclarse con la China real, dejar ya los pueblos escaparates para turistas.

Un autobús que salía de Lijang a las siete y media de la mañana era la única manera de llegar al lago. Diez horas de viaje, aproximadamente. Dentro y fuera del autobús la China profunda, esa que estaban buscando. Como vecino, en el pasillo, un gallo negro amarrado de patas, asustado, dentro de una cesta. Afuera, por la ventanilla, las cosas cambiaban de tamaño, hasta desaparecer, a medida que el autobús se acercaba, lento, serpenteante, a la cresta de unas montañas cortadas, de manera increíble teniendo en cuenta la inclinación, por las terrazas de los sembradíos de arroz. Las primeras horas siguieron, aproximadamente, el curso del valle de un río que, en algún momento, se detenía, paciente, en una represa hidroeléctrica.

Hacia las dos de la tarde el autobús hizo la parada para el almuerzo. Una casa con un patio interior, los baños detrás de la cocina. Regresando del baño encontró a su amigo intentando conversar con dos chicas jóvenes, compañeras de viaje en el autobús. Su amigo repetía algunas frases en chino que había memorizado y ellas reían, tímidas, sin entender nada. Siguió de largo, sonriendo, pero sin ganas de participar en ese juego repetido ya tantas veces. Se acercó a mirar la cocina, aprovechando que la mayor parte de los pasajeros del autobús se habían ubicado en las frágiles mesas del patio arbolado y suelo de cemento. Se entretuvo mirando los platos que salían de la cocina.

Aunque la sensación de ser un completo extraño todavía no había pasado, ya comenzaba a diluirse. Ocurría hacia la tercera semana de viaje, ya lo había sentido varias veces. Al principio, el sentimiento de ser un cuerpo invasor deambulando por las calles acompaña a cada paso. Luego, hacia la segunda semana, ya empezaba a sentirse como un grano indoloro, pero algo molesto, para ese organismo mayor que son los pueblos y las ciudades. Con la tercera semana llega la impresión de que el organismo mayor no siente repulsión por la presencia, como si, de alguna manera, ya hubiera asimilado al cuerpo extraño, aunque sin incorporarlo. Para la definitiva incorporación no sabía cuánto tiempo se necesitaba. En realidad, nunca la había sentido, ni siquiera en el lugar donde había nacido.

Alguna vez leyó una novela donde alguien explicaba qué diferencia a los turistas de los viajeros. Los primeros sólo son capaces de permanecer unas pocas semanas en los lugares (¡semanas!, está claro que eran otros tiempos, que los medios de transporte funcionaban a otra velocidad), mientras el viajero podía pasar meses, incluso años, moviéndose de un sitio a otro, sin sentir que pertenecía más a un lugar que al próximo o al anterior. Era una buena definición.

Por el momento, mientras pasaba de un estado a otro en su vida de cuerpo extraño, no le quedaba más que observar. Seguir, con detalle casi científico, los gestos de sus compañeros de viaje. La forma de comer, el tono de voz, las sonrisas y las miradas, el tiempo que tardaban en pasar de una actividad a otra. Mirar, tratando siempre de no interpretar. Funcionar, en lo posible, como una cámara de cine que, además de captar sonidos e imágenes, atrapara olores y, sobre todo, sensaciones, impresiones e intuiciones de lo que había alrededor.

Vio a su amigo acercarse. El juego de las frases ya había dado lo que podía (no mucho, en realidad, pero lo suficiente como para pensar que estaba intercambiando algo con las locales). Cuando lo tuvo al lado le comentó lo que había visto salir de la cocina. Esa información se convirtió, poco después, en almuerzo.

NOTA ACLARATORIA

Se supone que tendría que abrir un vínculo al blog de Alejandro Caja. Creo que no puedo. Mi blog está viejo y gastado (sigue mi ejemplo) y ya no me da la opción. Abrir otro blog es un rollo. Así que, la única manera de conectar con el personaje y su mundo, es vía entrada, y al carajo. De todos modos, es importante hacer saber que, sea lo que sea, no estoy de acuerdo con nada de lo que expresa, difunde, promociona, afirma, despotrica, etc.

del blog alejandrocaja@blogspot.com

NOTAS SOBRE PARÍS


El clima: el clima en París es “qué puto frío, joder”, pisotones violentos contra el suelo de los Jardines de Luxemburgo.

Concierto de Lucinda Williams: pide mucho más espacio.

Paseos peripatéticos con el bueno de Armando: no se me ocurre mejor cicerone en París que un verdadero escritor sudamericano. Primero: porque a los verdaderos escritores sudamericanos que se mudan a París les gusta pateárselo de punta a punta. Después: porque a los verdaderos escritores sudamericanos que se mudan a París les encanta hablar de música, mujeres y literatura mientras se lo patean. Al hilo de todo esto: no sé, me da por pensar que París supone para él algo así como aceptar cierta tradición, la de los escritores sudamericanos que gustan de respirar la calle y escapan de la atmósfera de miseria intelectual que callejea en las capitales de sus países de origen. Quiero decir: alguien que, como Armando, ha hecho temperamento literario de la intuición, parece sentirse ya lo suficientemente maduro como para decidir qué es lo que toma y qué lo que deja de lo que se le ofrece en herencia. Y el lugar idóneo para realizar esa elección es una gran ciudad europea. Y la gran ciudad europea idónea para un detective salvaje como Armando es París. Sé que él no estaría de acuerdo en lo de la herencia, lo sé, me parece que ni siquiera se considera un escritor sudamericano, aunque sí se sabe ya un escritor verdadero. Pero bueno, creo que Armando y yo nunca estaremos de acuerdo en nada, ni siquiera en aquello en lo que estamos de acuerdo, como pueda ser la literatura de Bolaño o la fotografía de Avedon.

Les closchards: lo monumental y lo pintoresco saltan a los ojos a cada paso en París. La comida basura parisina es monumental. Los pordioseros, sin embargo, son pintorescos: parece que el ayuntamiento dispusiera de una brigada de estilistas para elegir y vestir a los que son aptos para formar parte del mobiliario urbano parisién. Las calles que recorrí las había recorrido minutos antes que yo una estilista de pordioseros municipal doctorada en Rembrandt: les closchards no sólo parecían haber escapado de una pintura flamenca: había algo en su sentido del decoro que sólo sé calificar de "pincelada femenina".

Las tías: están buenas, la verdad, así en general, y caen con cierta facilidad dentro de los compartimentos del prejuicio ideal con que se equipa un turista de medio pelo como yo en visita de fin de semana a París, prejuicio hecho de tres lecturas, cuatro pelis de la “nouvelle vague” y un estudio etnológico del esprit de la France digno de Hommer Simpson: boinas, foulards enrollados en cuellos frágiles con científica naturalidad, medias de costura, lunares, citas fallidas de Partre, taza de té en terraza a pesar de los cinco euros y el bajocero ambiental, y bragas, por fin, bragas-nunca-tanga que yo imagino del color del humo, con ribetes de encaje y a 200 euros o más la unidad. Diosssss, mi idea de la sofisticación es de lo más garrulo, joder: tengo que culturizarme, me asoma por debajo del abrigo la camisa seudointelectual...

paris: autorretratos





viernes, 16 de noviembre de 2007

sin titulo: fragmento

Experimento: un recital poético con guitarra. Música primero y poemitas después. Denuedo de sirocos sobre ciudades cimbreantes. Lo del denuedo, vale, pero cimbreantes, ¿por qué? Ir bajando por las armas hasta llegar a las orillas, ¿o dijo hojillas? Hojillas queda mejor, creo, por lo de las armas, aunque, de todos modos, lo importante es el cantadito, el tono de voz, esa cosa medio lastimosa o trágica que supone ser tan visceral y tan profunda. Lees cualquier cosa así y ya tienes espacio en los ateneos y centros de cultura. Cuando digo cualquier cosa es cualquier cosa, hasta el periódico. Pruébalo, frente a un espejo, lee el periódico lastimoso y con cara trágica, y te sentirás poeta, de verdad. Primero escucha un par de recitales, claro, para que aprendas cómo es el rollo, para que puedas ser parte del gremio, para que te crean poeta de vanguardia, noticias de prensa con voz poética, sublime ready-made. Tienes dos opciones: pedos trágicos, mujeres víctimas de la violencia doméstica o negritos muriéndose de hambre, cosas así, éxito asegurado, poeta duro, comprometido, irónico, profundo, yo que sé. La segunda opción, la buena, leer noticias del mundo de la cultura, por ejemplo, o de las páginas sociales, o anuncios publicitarios, que desubiquen y toquen los huevos, siempre con el tonito acentuado, ridiculizando. Al próximo recital no te dejarán entrar, no te dirán cuándo; o sentirás una pared de odio y silencio, alrededor de ti. Entonces te podrás levantar, decirles que como poetas son todos unos comemierdas (incluyéndote), e irte a tu casa a cascártela mirando actrices desnudas en internet. Eso sí, siempre con la voz triste y profunda. Jamás lo olvides. Es lo único que te distingue de un tipo común, el tonito. Porque del resto, eres la misma vaina que cualquiera. El tonito.

Con este experimento se demuestra que un sonido vale más que trescientas nueve palabras. No se demuestra nada más.

jueves, 15 de noviembre de 2007

barcelona: varios





lunes, 12 de noviembre de 2007

sin titulo: fragmento

Baisha. Entrada al monasterio reconvertido en museo por la voluntad popular. Popular por el partido, no por el pueblo. Seguir hasta el fondo, veintisiete metros, atravesando patios y habitaciones rectangulares. Y entonces los frescos de Buda, nueve por tres. Buda rodeado por sus acólitos, en el fresco, desde hace más de quinientos años. Buda rodeado por los turistas, en el museo, desde hace unos veinte. Buda rodeado por los vigilantes, en el jardín, desde hace nada. Para los vigilantes, Buda mudo. Un muñeco pintado, allí, cada mañana, al abrir el museo, junto a los muebles, las puertas, las ventanas, siempre madera policromada, roja, azul, verde, colores chillones, también los árboles, escandalosamente rojos verdes amarillos.

Una vereda larga atraviesa un bosque delgado. Un patio cuadrado tiene clavada en su centro humano y simétrico una fuente circular y, asimétricamente, con toda naturalidad, cientos de hojas secas.

Un templo a su libre albedrío, el vigilante se estará riendo, del otro lado. Esculturas en bronce representando los estados de ánimo. En cada momento de tu vida eres alguno de ellos. Acércate al que se te acerque y ora.

El alegre, [coloca una frase en cada estado de ánimo; con ingenio, trata de sacar un trozo de sonrisa con las lecturas]

El reflexivo, [sugiere una línea distinta por cada estado de ánimo; un ejercicio de escritura no escrita, de poesía muda; la idea, la información que (no) se transmite, dando vueltas por el aire, y detrás, rollo entomólogo, el lectorautor, fabricando el mensaje, algo así]

El piadoso, [deja que el no-azar, con los días, haga llegar una idea para llenar los LLENAR; confía en el inconsciente que rumia, en las musas que susurran al oído, en las imágenes que vienen de la calle, en esas cosas que casi siempre terminan funcionando, o no]

El sarcástico, [eso, alardea, exhíbete, haz el malabarista, preséntate como el experimentador ingenioso, joven promesa de la narrativa venezolana desde hace veinte años, comemierda]

El desesperado, LLENAR

El dubitativo, [¿usar, más bien, una enumeración caótica de objetos encontrados, todos chinos, una enumeración que, por libre asociación de ideas, llegue a cada estado de ánimo?, o mejor no, difícil que se entienda la idea, mejor, no sé, buscar otra cosa]

El iracundo, LLENAR

El bondadoso, [¿por qué complicarlo todo?, usa un texto plano, algo directo, claro, que se digiera y se recuerde; esto no tiene por qué ser otra versión del timo de las bolitas de la Rambla, aquello de adivina dónde lo escondí y entonces ganas]

El melancólico, [en realidad, no sé para qué tanta vaina, si al final, qué carajo importa lo que acabes escribiendo; da igual si existe o no; ya pasaron los días de juventud cuando creías estar haciendo algo original, aportando un eslabón en la cadena del bla bla bla; aquella ingenuidad pendeja…]

El comprensivo, [aunque, pensándolo bien, justamente en la inutilidad de todo esto está su gracia; te deja todo el campo abierto para desvariar, sin importar el resultado; si total, es literatura de evasión, ¿no?, y una buena forma de ahorrarte la pasta, porque el tiempo que te gastas aquí acaba siendo dinero que no sueltas en la calle, y eso está de puta madre]

El curioso, [aunque también podrías intentar sacar algo de provecho de toda esta pendejada; no sé, aprender, investigar, por ejemplo, de dónde ha salido cada representación, por qué estos y no otros estados de ánimo; buscar relaciones con otras religiones, que debe haber; arañar en el mensaje simbólico; no sé, seguir el hilo del hipertexto, cosas así]

El regenerado, LLENAR

El resignado, [dejar las propuestas sin desarrollar, nada de ejemplos, nada, que sea lo que es, pasar a otra cosa, algo más divertido, menos pedorramente intelectualoide]

Otro patio rectangular, más pequeño, con jardín, y detrás un templo estrecho con la figura de Buda iluminada, amarilla, escandalosa, como una erinia menstruando. Y frente al muñeco waltdisneyesco preguntarse, ¿por qué los budas de China son tan distintos a los de la India? Allá no había demonios cuidando las puertas, ni estados de ánimos, ni colores chillones. Buscar la respuesta en la Enciclopedia Británica, donde no estará. Preguntarle a los vigilantes risueños, donde tampoco. Mind your head, avisa un cartelito junto a un árbol de ramas bajas. Después de este aviso, lo único sensato es buscar la puerta de salida, ¿o no?

*

Detrás de la puerta de salida una calle con tarantines. Arriba, montañas nevadas. En los tarantines, antigüedades a la fuerza, cosas que llevan décadas allí, sin venderse. Muñecos de madera desnudos, huevos de piedra vidriosa opacada por los años, máscaras de ritos adormecidos, viejos cuadernos amarillentos e inmaculados, como sexos de monjas feas, curetes silenciosos, trapos ligeros estampados con formas geométricas, mandalas, pequeños adornos de bronce, el doctor no me acuerdo qué, experto en curaciones chinescas, que te recibe con una sonrisa y, en la mano, un viejo diario europeo donde hablan de él, elogiándolo, claro. Te hace señas para que te acerques y te muestra su foto y el titular en el diario de hace veinte años. Sabíamos de él, aparece en la guía y estuvo en una conversación con unos mochileros en el tren. El tipo es toda una celebridad, pero como no hay turistas, sale a buscar sus víctimas un poco a la desesperada. No se ve muy serio, esto de ir a cazar pacientes, pero da igual, él como que no lo sabe, o se hace el que no se entera. Al final, es lo mismo que hacen con las campañas de vacunación, y funcionan, más o menos. Huimos porque creemos que no tenemos nada importante que curar, excepto la carencia crónica de pasta, y este médico, para eso, parece contagioso. Caemos, al lado, en un restaurante de árboles enanos y mazorcas que pasan el rato secándose en el piso de cemento. Alrededor del patio hay cuadros y esculturas en venta. La telaraña funciona, el pegote alucinado de casa tradicional y galería de arte a lo bestia. Aparece el dueño, una sonrisa arrugada y los ojos separados y saltones. La madre tibetana y el padre marciano, seguramente. Cuando nos sentamos, nos explica lo que hay para comer. Ordena a su mujer que nos prepare la comida. La mujer nos mira feo, no sé por qué. El tipo se levanta y regresa con un álbum de fotos. Los gestos acelerados, como si se hubiera estado metiendo cocaína. Nos enseña una foto de su época en el servicio militar. Casi parecía normal, en los setenta; con el cambio de siglo los ojos se le han ido separando, como a los rodaballos. Nos explica las marchas con la mochila llena de piedra, las prácticas de tiro, la suerte de acabar cocinando, para los oficiales, lejos de Mongolia. Por eso el restaurante, claro. Desaparece y regresa con unas cajas. Viejas porcelanas ilustradas con los héroes de la época dorada del comunismo. Medio siglo de antigüedad. Lo descubre mi amigo reconociendo a Lin Piao y señalándolo, nombrándolo excitado. El marciano se emociona al ver que mi amigo reconoce al personaje. Mi amigo se pasa los dedos por el cuello, como cortándoselo, y dice Mao Mao. El marciano, con una mano es un avión y con la otra un cohete tierra-aire, después la explosión, mi amigo se caga de la risa, yo también, claro, por la cara de Lin Piao muerto, los ojos cerrados, la lengua afuera, el marciano no puede ser más feo ni más gracioso. Se va y regresa con un libro de fotografías de quién sabe cuándo, en perfecto estado. En este pueblo el tiempo como que no pasa, va a su bola, dando vueltas, como de paseo, yo qué sé, no podría saberse en qué año estamos, mirando alrededor, es como una película de Tarantino. El marciano, para cortar los desvaríos, nos trata de vender un paseo hasta un monasterio budista que nombran en la guía. Le pedimos precios. Mucho, caro, too much, we are poor, no money. El marciano no regatea. Se olvida del paseo y sigue haciendo el payaso. Parece que nos hubiera ofrecido la pendejada por obligación, quizá para que su mujer no lo machaque, acusándolo de falta de seriedad en el sitio de trabajo.

De todos modos, lo del monasterio nos queda. Decidimos regresar al día siguiente, y subir a pie.

barcelona: dialogos




jueves, 8 de noviembre de 2007

correspondencia

Qué hay Juan Pablo, coño, del jazz en vivo mucho, como todo el pedo cultural, en esta ciudad. Ayer, por ejemplo, estuve en dos conciertos, el primero un trío con un artilugio parecido a un laúd pero con manivela, violín y contrabajo, un asunto de ruiditos que se acercaba, más bien, a la música contemporánea (pero que me dio para escribir un fragmento que ya colgaré en el blog) y el segundo en un lugar cerca de mi piso, el Café Universel, al que me he hecho casi asiduo. El grupo, en vivo, es excelente, ya lo conocía, aquí está el link:
http://profile.myspace.com/index.cfm?fuseaction=user.viewprofile&friendID=173609644
Está más cerca del rock progresivo, un poco fusión, que del jazz, pero suena del carajo, en verdad, me entra el efecto carlos lage, de quedarme hipnotizado cuando los oigo.
Hay lugares con jazz más tradicional, hay una calle clásica, con varios garitos, a la que aún no he ido, y hay sitios más tranquilo rollo generación viejos, de jazz vocal fácil pero bien hecho, en el propio Montparnasse. En resumen, hay jaleo.
Sobre la portada de la muñeca en la guía para sociópatas yo tampoco sé qué significa. Supongo que, como en Un perro andaluz, lo mejor es no interpretar, y suponer que se trata de una simple asociación de ideas, sin más. De todos modos me resulta bien, porque choca con la palabra sociópata incrustada en el título. Sobre la manera de hacerte llegar el libro ya veré, lo de Alejandro es un poco rocambolesco, por lo que cuentas. Mi ida a Barcelona el dieciocho de diciembre puede que no sea, me fastidié de jalar bolas para trabajar gratis en alguna agencia de relaciones públicas y he comenzado a meter el cv en hoteles, para recepcionista, mañana tengo la segunda entrevista [al momento de colgar ya he comenzado a trabajar, de día, en un hotel a veinte minutos de distancia a pie; es cojonudo, esto de trabajar en hoteles, es como un seguro de vida, consigues trabajo en una semana; haberlo descubierto antes, coño, y ya me habría pateado medio mundo]. Más adelante ya veré qué hago, pero por el momento, creo que no queda más que trabajar en esto donde puedo demostrar experiencia y siempre hay puestos abiertos.
Sobre tu libro por publicar esperemos que salga antes de navidades, y los inéditos y en progreso, ¿dónde están? Luis me envió un archivo con su novela casi acabada, a ver si sigues el ejemplo.
Lo de Bucarest, bueno, era esperable, ¿o pensabas que los rumanos se vienen a gitanear por puro gusto? De todos modos está bien conocer la zona, es uno de los viajes que tengo pendientes, los Balcanes, quizá sea el próximo, pero en bus y tren, unas tres semanas, por lo menos, a ver cuando comience a tener ingresos. Además, aquello de los hombres feos y las mujeres espectaculares suena del carajo, pensando en términos neoliberales de mercado y competencia.
Y sobre Galactus, ya le pediré a Alejandro que me explique cómo es que no se pierde un concierto de esa banda proscrita, a riesgo de mandarlo a dormir a la puta calle.
Y sobre la escritura, he descubierto algo que no sé si es muy malo o muy bueno (ya lo sospechaba): mientras más tiempo libre tengo, menos escribo, y cuando voy de culo escribo como un poseso. Supongo que tiene que ver con la sensación de aprovechar el tiempo, aquí cada día me invento una pendejada nueva, así que la escritura y la lectura van quedando postergadas. Ahora, por ejemplo, tengo que salir a ver una serie de galerías que tienen exposiciones sobre fotógrafos sudamericanos, africanos y asiáticos que viven por donde nacieron, más o menos; la exposición la organiza un museo de culturas no occidentales que está de puta madre y al que me asocié, el quai branly, la pendejada se llama photoquai y está por toda la ciudad, así que saldré con mi cámara y será una buena excusa para patear parís y sacar fotos. Lástima que esta situación no pueda durar toda la vida (el capullo de mi padre, que no trabajó lo suficiente para dejar una herencia digna, coño, ganas de joder).

barcelona: montjuic









martes, 6 de noviembre de 2007

sin titulo: fragmento

Experimento: tres tipos presentan un concierto de jazz. Violín, contrabajo, y un artilugio parecido a un laúd pero con una manivela. Ruiditos. De jazz un carajo; esto intenta ser música académica contemporánea, pero sin el folleto que explica de qué va la vaina. Se sobrentiende, por las payasadas hechas, que realizan una exploración de los sonidos que pueden sacarse a los instrumentos por todas partes, menos por donde es. La noche de ligar con la francesita, hablar con su amiga venezolana, y entre cuatro y seis vodkas, pasa factura: un sueño como un pozo. Escribir para no dormir. En el techo, en desorden, caras pintadas color rojo sangre, fotográficamente: jim morrison mozart jimi hendrix duke ellington no sé quién benny goodman edith piaf no sé quién ray charles billie holiday elvis presley no sé quiénes muchos por ese lado charlie parker cab calloway bob dylan ella fitzgerald no sé quién dizzy gillespie thelonious monk haydin scarlatti john coltraine alguien que podría ser olivia newton john pero no creo marlene dietrich john lennon, en conclusión, nadie que haya hecho nada parecido a lo que están haciendo estos tipos hoy. La mujer sentada al frente mueve los dedos como una tijera en una seña vieja; el del artilugio con manivela dice que harán una pausa corta. Para la siguiente pieza, después de la pausa, se afina, aunque no se use. La música se mezcla con la afinación, parece que intencionalmente. Se cae el papel que había puesto el contrabajo entre sus cuerdas. No pasa nada, no se nota. Hay un tipo grabando con micrófonos serios, registro histórico, para alguna biblioteca especializada en no se sabe qué. Hay una chica que sonríe siempre y a veces mira. También miró, con lascivia o amabilidad (la pregunta quedará en el aire), a uno de los músicos cuando pasó frente a ella en el descanso. En el siguiente garabato acústico el violín encuentra unos ruiditos que están bien, como electrónicos liguetianos. Del artilugio de la manivela cuelga un arco de madera, no se sabe de dónde ha salido, antes no estaba; tampoco se sabe si sirve para algo. Fin del concierto. Aplausos insuficientes para un bis.

Con este experimento se demuestra que se puede sacar música hasta de un trapo, siempre que se tengan los criterios suficientemente abiertos. Se demuestra también que la culpa no es del cochino, sino del que lo alimenta.

*

Mi amor recurrente reapareció, llamándome, llorosa, una madrugada. El hombre perfecto resultó ser un poco bestia. Se cansó de ella y, en vez de darle la patada en el culo elegantemente, como corresponde, se dedicó al maltrato psicológico. La ignoraba, la rechazaba, evitaba tener sexo con ella porque creía que podía querer salir embarazada, creyendo que ella podía querer echarle el guante a la fortuna de su familia.

Todo esto no me lo dijo por teléfono, sino poco a poco, en la cama, una mañana después de una noche que nos encontramos en un café bohemio de la capital, donde le acaricié levemente el pecho y ella me pidió que hiciéramos el amor el día siguiente. Ella estaba moviéndose a la capital frecuentemente por los trámites de un crédito de estudios y yo iba cada semana por un postgrado de derecho internacional.

Conmigo acabó deshaciéndose del maltratador y se centró en los trámites kafkeanos del crédito de estudios. La familia con quien se quedaba en la capital, una peña de nuevos ricos insoportables, parece que no aportaba mucho en su recuperación.

*

Pasamos una etapa donde, lo que más recuerdo, es la sensación de incertidumbre y provisionalidad. Nos encontrábamos casi cada semana en Caracas y nos enconchábamos en un hotelito poco respetable de una zona que, de noche, se llenaba de traficantes de droga y de putas (en realidad, de noche, eso pasa en toda Caracas, creo). Seguíamos hablando y follando mucho, como siempre, y sólo salíamos para buscar comida, como siempre, pero sabíamos que todo terminaría pronto, cuando ella acabara los trámites del crédito de estudios y se fuera del país.

Alguna vez vino a mi ciudad y conoció a mi familia. Se quedó en casa unos días. Estábamos bien, pero como descentrados.

Por esa época, creo, comencé a salir con mi ex.

barcelona: ramblas





sábado, 3 de noviembre de 2007

sin titulo: fragmento

Y fue esta sensación que la llevó, finalmente, a decidir montarse su vida por otro lado, sin mí.

No tardó en llegar un tipo aparentemente perfecto: educado, guapo, hijo del dueño de una clínica privada prestigiosa en su ciudad. Me dijo por teléfono que estaba confundida, yo le respondí que no podía ayudarla a decidir, o algo parecido.

Al día siguiente, llorando, me explicó que ella no se sentía bien sabiendo que yo tenía novia, que me quería mucho, pero no podía seguir así. Patada en el culo.

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Experimento: un tipo posa para la cámara, apoyado en su fusil, rodeado por una docena de negros muertos sobre una carretera ancha. Detrás del tipo, a varios metros, una ametralladora sobre una especie de trípode. Cerca de algunos cadáveres hay fusiles caídos. Marine posant devant son “tableau de chasse” en Haïtí, 1915. Bettman Archives; en el pie de foto.

Con este experimento se demuestra que sí, que muchas veces una imagen dice más que mil palabras. Y nada más.

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Patada en mi culo y comienzo de su relación con el hombre perfecto. Mi amor recurrente desapareció. Yo seguí con mi vida y mi futuro prometedor, aunque cada vez menos. Menos futuro y menos prometedor, digo, porque la relación con mi novia perfecta comenzó a enfriarse, paranoicos sexuales por la supervisión agobiante de sus padres bien pensantes, y por los impulsos destructivos de mi sociopatía.

barcelona: geometrias




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Supongo que se podrá comprar por internet dentro de no mucho tiempo

viernes, 2 de noviembre de 2007

sin titulo: fragmento

Experimento: una anciana sube, ayudada por muletas, a la plataforma donde está la mesa, las sillas, la botella de agua, los vasos, el micrófono y muy pronto, la presentadora. Después de la presentación, la anciana agradece y comienza a hablar de las categorías hombre y mujer en las distintas culturas. Hombre activo y mujer pasiva. Se pregunta cómo serían las categorías de un mundo hermafrodita, un mundo de amebas pensantes. En occidente lo activo es mejor que lo pasivo; lo activo es masculino. En oriente lo pasivo es mejor que lo activo; lo pasivo es masculino. En la antigüedad clásica lo masculino era calor, vida, actividad; lo femenino era frialdad, menstruación, debilidad. Para Aristóteles el semen es superior a la leche materna. Para los cristianos el embarazo es un castigo de Dios. Para Aristóteles es el hombre quien introduce a los niños dentro del cuerpo de la mujer, ella sólo es un recipiente. No existen culturas, prácticamente, donde la mujer participe en las actividades de la caza y la guerra. Para Aristóteles el semen es superior a la leche materna. Los elementos elevados son masculinos. La menstruación y los elementos terrenales son femeninos. Para Aristóteles el semen es superior a la leche materna. Si una mujer, en la guerra o en la caza, hace correr la sangre, su propia menstruación se alargará, por un principio de simpatía. Y así, dos horas de ejemplos varios, cada uno más didáctico que el anterior.

Con este experimento se demuestra que la razón siempre la lleva quien pega más duro. Se demuestra, también, que unas muletas y una cara de vieja en el mercado pueden sostener a una conciencia lúcida, contra todas las categorías.

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Después de nuestra primera luna de miel comenzamos a usar el teléfono además de las cartas. La cosa fue cada vez a más, hasta el punto de que mi madre me obligó a pagar la factura de teléfono.

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Experimento: a un negro se le condena a morir en la hoguera por pretender hacer hablar a un muñeco de madera. El gobernador le señala, sarcástico, al negro, antes de la ejecución, que por qué no hace hablar ahora a su muñeco. El negro le responde que al muñeco no, pero sí a ese perro que anda por allí. El gobernador, con su sarcasmo habitual, ordena que suelten al negro para darle la oportunidad de hacer hablar al perro. El negro celebra unos ritos alrededor del animal y luego le pide al gobernador que se acerque. El gobernador se inclina junto al perro y, de una voz débil, pero clara, escucha ciertos detalles de la fecha de llegada y la tripulación de un barco que viene desde Francia. El gobernador ordena quemar al negro y se va para su casa, extrañado. Días después, llega el barco y el gobernador comprueba que, efectivamente, todo lo que ha dicho el perro es cierto.

Con este experimento se demuestra que no puedes huir de la muerte, aunque hagas magia. Se demuestra, también, que las gracias y los chistes a destiempo suelen traer penas, más que alegrías.

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Alguna vez me fui con la moto que le había comprado al padre de mi novia hasta una ciudad intermedia. Ella me estaba esperando en la estación de autobuses. En la moto, llegamos a un pueblo turístico y nos instalamos en un motel de carretera puesto allí para que la gente folle un par de horas, escondiéndose de padres, suegras, maridos, esposas, vecinos, conocidos y amigos, huyendo del resto de la gente, en general. El tipo de la caseta de la entrada, sonriendo, nos dejó ocupar la habitación varios días seguidos, atentando contra la moral y las buenas costumbres del hotel. Podíamos, incluso, llevarnos la llave cuando el hambre nos hacía dejar la cama y salir a buscar el restaurante más cercano, porque lo que queríamos, en realidad, era seguir en el hotel.

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Experimento: se coge un trozo de madera y, usando un cuchillo, se le da forma humana. Se deja en el muñeco un agujerito en la boca y otro a la altura aproximada del ombligo; se incrustan, en estos agujeritos, sendos cilindros de madera con cabeza redondeada, como clavijas de violonchelo. Se amarra, a la clavija del ombligo, el extremo de una cadena que da vueltas alrededor del muñeco. Además de la cadena, se rodea al muñeco con cuerdas, trapos, candados, y cuanta mierda se encuentre y pueda servir para acentuar el carácter de la talla. Se coloca, no se sabe cómo, una cerradura en el pecho del idolito, incrustada entre las cuerdas, los trapos, los candados, y cuanta mierda se haya encontrado y haya servido para acentuar el carácter del fetiche. Se deja al muñeco así como está.

Con esto se demuestra que el arte primitivo es rico en ideas, libre en su ejecución, y efectivo en sus resultados; en resumen, que el arte primitivo, de primitivo, más bien poco. Se demuestra también que el anonimato es una mala opción para los autores desde el punto de vista de los mercados del arte, pero va de puta madre como liberador en el proceso creativo.

barcelona: gotico