WORK IN PROGRESS

lunes, 26 de febrero de 2007

guia de barcelona para sociopatas (fragmento)

Y es que el sistema, en el Viejo Continente, está diseñado para el beneplácito de los vejetes. Vivir en Europa es como estar dentro de un enorme museo geriátrico donde los jóvenes trabajan y producen y se joden y los viejos cobran la pensión y mandan y joden. Así, se cree que todo funciona correctamente, y la región se piensa convertida en un ejemplo para el mundo: altos niveles de esperanza de vida, estabilidad macroeconómica, aumento de la incidencia de cáncer en la próstata, popularización de los planes privados de retiro y vejez, porque el sistema público de pensiones cada día será más mierda y cuando yo esté viejo no habrá manera de cobrar un duro.
Por eso la gente busca la forma de envejecer rápidamente, viviendo sin alteraciones, basándose en el trabajo rutinario de oficina o el desempleo, la prensa rosa y el fútbol, acumulando esa monotonía que convierte a los años en meses, a los meses en semanas y a las semanas en días, para sacar la impresión de que nunca pasa nada interesante y acabar diciendo «qué rápido pasa el tiempo» o alguna gilipollez así.

Todo el tinglado favorece a los viejos. Por ejemplo, en el 3º 3ª de Castillejos 252 vive una parejita de abuelitos cuyo miembro masculino grita al televisor, cada día, entre las nueve de la mañana y las dos de la madrugada, «¡Calla, puta! ¡Calla, cabrón!». No hay manera de hacer que se calle porque los viejitos son inimputables, comunal, penal, o mentalmente. Debajo de ellos, en el 2º 3ª, cada mediodía, una ancianita coja, alcohólica y con las encías saltonas escoge entre insultar y amenazar con un cuchillo a su marido o cantar Lola Flores con su voz desvencijada. Ambas parejas pagan cinco mil pesetas mensuales de arrendamiento. Los nuevos inquilinos pagamos quince veces más. Subsidiamos el canon de los vejetes para poder vivir con ellos.
Mientras tanto, alrededor de doscientas mil personas emplean un promedio de dos horas diarias para transportarse desde sus residencias de mierda, en la periferia de la ciudad, a sus trabajos de mierda, en la ciudad. Lo hacen porque no pueden pagar el precio de los alquileres en Barcelona. Lo lógico sería invertir la situación, poniendo a la gente que trabaja en la ciudad, en la ciudad, y a los vejetes, con sus televisores, sus botellas y sus cuchillos, en las afueras. Pero al que diga esto lo cuelgan por facha e hijo de puta, por atentar contra la tranquilidad y el bienestar de los pobres viejos, que ya se merecen ser dejados donde están, arraigados en su cutrería, su desesperanza y su alcoholismo. Parece que los millones de horas/hombre y las toneladas de combustible que se gasta la población activa dentro del tren, el autobús, o el coche, no afectan a nadie.
Supongo que es un tema electoral, porque los jóvenes, que son minoría, o no votan, o lo hacen por partidos minoritarios, así que nadie va a romperse el culo por sus necesidades.

Otro ejemplo: debido al problema del excesivo número de ancianos que circula por algunas zonas de Barcelona, la Generalitat se ha visto obligada a colocar en las esquinas unos depósitos verdes donde se deja a los abuelos que fallecen sobre las aceras.
Los depósitos miden un vejete de largo, dos de ancho, y tres de alto; es decir, los depósitos están hechos para guardar a seis ancianos de tamaño medio.
Una vez encontré un depósito con ocho cuerpos y tres cuartos de otro, pero seis cadáveres eran ancianitas que, en general, son más bien pequeñas.
Cada año, el sistema de recogida de estos depósitos es más complicado. Hay poca gente que, así porque sí, quiera encargarse del trabajo. Para resolver el asunto la Generalitat importó, justo después de las Olimpiadas, algunos vecinos de las riveras del Ganges.
Durante la primera mitad de los años noventa la idea pareció funcionar, pero cuando los del Ganges se enteraron de que, en estas tierras, el orden y la función de las castas depende sólo del dinero, dejaron el negocio de la recogida de cadáveres para montar cadenas de badulaques.
Ahora el problema es doble. Por un lado, los depósitos se llenan y, en verano, los turistas regresan diciendo que la ciudad apesta. Y por el otro lado, los badulaques de los del Ganges están desplazando a las botigas de esquina tradicionales, no sólo porque venden los productos frescos, sino por su asombrosa flexibilidad horaria.
Desde que se levanta, el del Ganges ya está en su puesto de trabajo. Como no sabe ni contesta en catalán (creo que desconoce la existencia de esta lengua), carece de vida social y no entiende nada de lo que dice la televisión. Se aburre. Por eso, a las ocho de la madrugada abre la persiana metálica del badulaque y se sienta en la caja registradora a mirar el mundo usando los espejos convexos de los pasillos. Hacia la medianoche, cuando le entra el sueño, baja la persiana metálica, descorre la cortina, y se acuesta a dormir. De lunes a domingo, cada día del año.

martes, 20 de febrero de 2007

dali gente





dali viejos




dali cosas





boxeo

20:03 h. El entrenador de boxeo venezolano, que lleva un rato hablando del clientelismo que el gobierno ha montado eliminando los puestos de trabajo porque no hay actividad privada y repartiendo parte del dinero del petróleo a quienes siguen la línea oficial, pasa a hablar, ya no recuerdo por qué, de cuando estuvo preparando a alguno de sus boxeadores para que sirvieran de mulas en el tráfico de drogas. La cosa va así: el que servirá de mula, junto con el entrenador, se van a vivir a un hotel una semana antes de la fecha del viaje. Durante esta semana, la mula sólo puede comer sopa y cosas muy ligeras, para limpiar el estómago. Mientras tanto, se entrena tragando uvas sin masticar, para que luego pueda meterse los dedales de droga, que son dedos de guantes de cirujano amarrados y recubiertos con una cera protectora, una vaina negra que el entrenador no sabe bien de qué está hecha, porque todo eso se lo traen ya listo, ya preparado para tragárselo. El día del vuelo la mula se toma unos medicamentos contra la diarrea, las náuseas, y tranquilizantes, y entonces se traga los dedales, ocho o diez, más o menos. Luego, en el aeropuerto y durante el vuelo, la mula no consume nada. En aduana, en Estados Unidos, cuenta el entrenador que un policía puertorriqueño le dijo a un boxeador “tú tienes droga”, y el boxeador respondió que no, que él no llevaba nada, el policía de aduanas soltó “te voy a dar una gaseosa a ver si es verdad”, el boxeador le respondió que se la diera, que cuál era el peo. El policía lo dejó pasar. El entrenador explica que si te tomas una gaseosa los dedales explotan y te mueres como un pendejo. ¿Y eso por qué? No sé, es así. Qué raro que no hayan encontrado una manera de que eso no pase. Después de la aduana, la mula tiene que estar varios días en un hotel. Comienza a comer cosas sólidas, para que los dedales vayan bajando, y durante los próximos días tiene que ir revisando sus heces hasta que salen todos los dedales. A veces se hacen dos entregas, una parte de los dedales primero y otra después. Sí, a una dirección que ya le han dado, tiene que llevarlos, después de limpiarlos bien, porque no te imaginas cómo huele eso después de salir del estómago. Cuando ya está toda la mercancía entregada le pagan. Unos ocho mil dólares, y tres mil más para los gastos en Estados Unidos. Si se hace bien no te tiene por qué pasar nada, cuando se rompen los dedales es porque la cosa no estuvo bien llevada, cuando la persona no se preparó bien, tú sabes, gente que hace las vainas a los carajazos. A veces pasan vainas, claro, como otro boxeador que se había metido veinte dedales por el recto para pasarlos a República Dominicana, uno detrás de otro, y en el aeropuerto le vinieron unas ganas tremendas de cagar, el tipo no sabía qué hacer porque sentía que se le estaba saliendo uno de los dedales. ¿Y entonces? Pues nada, que tuvo que viajar apretando el culo.

jueves, 15 de febrero de 2007

sin titulo (fragmento)

El personaje nos diría que al cumplir los dieciocho años su padre le regaló un carro, mostaza, barato, latonudo y feo. Cogió las llaves, pero se fue a pedirle a su madre el coche que ella le había prometido, uno plateado, caro, nuevo y ostentoso. Su madre, que lo había sobornado ofreciéndole su propio coche para que estudiara derecho, y no periodismo, le dijo que se conformara con el carro que le habían dado, porque muchos estarían felices, bailando en uno o dos pies, por tener un carro, aunque fuera ese.
Y es que en la jungla casi toda la gente se mueve apelotonada en autobuses, compartiendo sudores y empujándose para llegar a una puerta desde donde se salta a una calle que es igual al autobús pero sin ruedas.
Para él, eso de que cualquier carro ya va bien era una insensatez, porque dentro del grupo social al que creía pertenecer lo de tener un carro bueno era algo normal, y todos sus amigos y conocidos recibían un coche último modelo al cumplir los dieciocho años.
El tema es que sus padres no iban de ricos; el tipo estaba comiendo mierda.


*


Entendió que no iba a estudiar la carrera que quería, ni podría usar el carro para intercambiar fluidos, porque ninguna mujer decente estaría dispuesta a que le metieran mano en el trasto de mierda que le habían dejado. La gente, en el mundo donde quería moverse, en vez de tener apellido tenía modelo de coche. Por ejemplo, cuando se hablaba de alguien, se decía "X, el del (modelo del vehículo) azul"; y así, por el carro, se catalogaba a la persona: ubicación social, perspectivas de futuro, atractivo sexual, esperanza de vida, etc.
Su futuro pintaba mostaza, latonudo, barato y feo.


*


Acabé girando las cosas. Primero convencí a mi hermana para intercambiar vehículos. Ella tenía una camioneta vieja, blanca, conocida como "la ambulancia". "Por lo menos es exótica", pensé.
Después, tuve un accidente que dejó a "la ambulancia" en el desguace, que en la jungla se llama chivera, como si en vez de carros reventados los desguaces guardaran manadas de caprinos.
Hice el gilipollas: había llovido, salí en dirección a la casa de una amiga por la que me habría dejado castrar si con eso hubiera podido follar con ella; estaba en el canal rápido de la autopista, y del otro lado alguien pisó un charco de lluvia que saltó buscando ensuciarme la ropa, porque llevaba la ventanilla abierta. Traté de evitar el charco y cómo no tenía práctica conduciendo perdí el control. Pasaron los peores segundos de mi vida tratando de no desbarrancarme por la derecha de la autopista y acabé chocando contra la isla de concreto a la izquierda. Pude ver por el retrovisor el camión pequeño que me golpearía el culo y me acosté sobre el asiento vecino. Recibí el golpe con los brazos tapándome la cara.
Salí de "la ambulancia" escupiendo sangre y trocitos de dientes.


*


En el embotellamiento de mirones que se formó al otro lado de la autopista venían unos amigos de mi hermana. Reconocieron a "la ambulancia", se bajaron, me preguntaron si era el hermano de mi hermana, les dije que sí, y me llevaron a casa, donde mi mamá, después de balbucear y moverse de un sitio a otro, acabó llevándome a la clínica menos desprestigiada de la ciudad, donde un pimpollo colega y condiscípulo de uno de mis tíos (pimpollo también, dueño de la clínica veterinaria menos desprestigiada de la ciudad), estuvo tratando de cerrarme el labio leporino que me había salido con el choque, usando hilos plásticos y una aguja que era más bien un anzuelo.


*


A las diez de la noche, mientras mi mamá me acariciaba la cabeza sacándome trocitos de vidrio como si fueran liendres, mi papá entró al cuarto gritando:
-¡Qué bolas tienes tú! ¡¿Estás loco?! ¿Y ahora qué pasa si alguien me demanda por chocar contra la camioneta? ¿Y si hay heridos? ¿Y si hay muertos? ¿Me van a meter preso por tu culpa?, (parece que el embotellamiento se disolvió y otros carros se reventaron contra la ambulancia, que había quedado atravesada en una curva de la autopista).
"Por lo menos podrías preguntarme si estoy bien, cara de culo". Pensé, pero no dije nada, pendejo yo.
Mi papá era así, desde que comenzaron a oficializarse los problemas conyugales me fui convirtiendo en un escenario de guerra periférico: castigos por gilipolleces y tensión diaria, hasta que por fin se fue de la casa. De esta época me viene el asco hacia las figuras de autoridad, las jerarquías, la milicia y las peleas de perro.


*


Aún no se me habían inmovilizado los dientes cuando ya llevaba en la cabeza qué vehículo/apellido iba a tener: un rústico descapotado; viejo, porque sabía que mis padres no me ayudarían a comprar un tipo de carro fabricado, según ellos, para que la gente se mate.
Buscando completar el dinero que necesitaba para comprar el rústico descapotado comencé a trabajar en una venta de hamburguesas de un centro comercial al norte de la ciudad. Estuve sólo dos días; me fastidiaba la prohibición de poner el culo en una silla durante las ocho horas del turno y, sobre todo, no podía aguantar el fuerte espíritu solidario de los compañeros de trabajo. Era demasiado bestia tener que escuchar sus historias y sentir sus risas, y cada día inventar excusas para evitar sus invitaciones, porque sentía vergüenza de estar entre ellos. Por eso, apenas supe de una vacante en un puesto de comida vecino, salté, feliz, al otro empleo. Ni siquiera me molesté en cobrar las horas que pasé abriendo en zigzag panes de hamburguesas.

martes, 13 de febrero de 2007

de eloy fernández porta (fragmento de un libro próximo)

AFTERPOP
Eloy Fernández Porta
Extracto del ensayo Afterpop: La literatura de la implosión mediática (Berenice, Córdoba: marzo 2007)


NO-LOGO SOBRE LITERATURA Y POP, VII: TUS FILIAS SON POP : TUS FOBIAS SON PULP. La distinción entre órdenes o géneros en el marco de la cultura popular puede plantearse a partir de un esquema psiconalítico. El ámbito del pop es el de la filia, el goce del objeto y de la novedad entendido como goce obligatorio, compulsivo. Lo ejemplifican dos episodios de American Psycho de Bret Easton Ellis en que Patrick Bateman dedica varias páginas a comentar la discografía de dos de sus grupos favoritos: Huey Lewis and the News y los Genesis post-Peter Gabriel. En ambos casos su descripción del objeto de consumo como objeto de goce está recorrida por un siniestro candor: es una combinación de crítica musical blanda a lo Rolling Stone (“la mejor y la más interesante banda que surgió en Inglaterra en los años ochenta”) con epifanías sentimentales de mal gusto (“¿Acaso algún grupo ha presentado en términos más íntimos los aspectos negativos del divorcio?”) y apelaciones autobiográficas (“lo que hace que esta canción sea tan excitante es ese final con el narrador que nunca se entera de nada”). El goce naïf del Bateman-comentarista-de-rock aclara mucho sobre su papel como asesino: se comporta como un modelo ideal de consumidor que vive y siente los mensajes publicitarios al pie de la letra, con una intensidad que ni siquiera un fan podría sentir. Es una perversión parecida a la que tiene el agente Cooper de Twin Peaks, que encuentra “delicioso” y “exquisito” hasta el pastel o donut más vulgar. “¡Tiene usted el estómago de una hormiga!”, le dice su compañero de aventuras: en efecto, la filia comercial es psicótica y sólo puede redundar en el crimen. En su adaptación al cine de la novela Mary Harron tuvo una excelente ocurrencia: cruzó el capítulo sobre Huey Lewis con el del primer asesinato de un colega de trabajo, de manera que Bateman le clava el hacha en la cabeza a su víctima mientras comenta, extasiado, la canción “HipTobe Square”. El que intenta venderte un disco quiere sajarte la cabeza: paroxismo y crimen: tal es la psicosis del consumo.
Freud define la fobia como un temor irracional que causa reacciones pánicas, y cuyos orígenes cabe rastrear en la historia personal o en elementos psicosociales. El personaje literario que mejor representa la fobia de nuestro tiempo es Cayce Pollard, la coolhunter que protagoniza la novela de William Gibson Pattern Recognition (Mundo espejo). La clarividencia social y comercial de Pollard está directamente relacionada con una experiencia traumática: “El muñeco de Michelín fue la primera marca comercial ante la que manifestó una reacción fóbica. Tenía seis años.” A partir de ese trauma originario Pollard desarrolla una reacción contra todas las marcas corporativas; especialmente significativo es su ataque de Tommyfobia (de Tommy Hillfiger) en los primeros capítulos de la novela. Esta idea del pulp como inconsciente del pop se ha desarrollado también en el cómic independiente norteamericano. En un texto autobiográfico Daniel Clowes describe su reacción ante la portada de un número de la revista Strange Adventures que representaba a un matrimonio convencional con niños pasando un domingo en el jardín, jugando en la piscina bajo el sol: “me eché a llorar y empecé a darme de cabezazos contra la pared por lo angustiosa que me parecía esa situación”. Esta representación de la reacción fóbica al pop coincide con la de una historieta de la serie de Charles Burns Misterios de la carne en que una mujer huye hipando histéricamente de una sala de proyección en que pueden verse las imágenes de una hamburguesa y una cama de matrimonio. La huida fóbica –sálvese quien pueda– no lleva, en estos y otros casos, al purismo, sino a una reescritura de la línea secreta de la cultura popular contra la principal.
La aparición de una nómina o enciclopedia de referentes junto con la puesta en escena de una reacción pánica constituye el doble movimiento, de análisis y repulsión, que define a la literatura como crítica de la cultura: historizar la cultura contemporánea (por medio de un archivo seleccionado de sus casos) e histerizarla por medio de la crisis fóbica.

pared (segunda parte)





pared (primera parte)





lunes, 12 de febrero de 2007

original y copia

El museo no tiene obras originales.
Sólo hay copias en el museo.
Las obras originales no están guardadas. No existen obras originales.
Como lo original ha de ser auténtico, y toda copia es auténtica como copia, toda copia es auténtica, toda copia es original, y todo original es copia.
Lo auténtico sólo vale cuando copia lo original. Lo original, en cambio, sólo vale cuando copia lo que no es auténtico.
Porque lo valioso, necesariamente, no es auténtico.
Lo original no puede ser valorado, carece de referencias en el mercado, está fuera de sus mecanismos.
El mercado se alimenta de copias que se venden como originales.
No hay pintor de una obra, artesano de una pieza, escritor de una palabra.
Si tuvieras que reducirlo todo a una palabra abrirías la boca y, un momento después, volverías a cerrarla.
Al día siguiente harías lo mismo.
Y al otro.
Y al otro.
Y al otro.
Pero un día, cansado, harás justamente lo contrario: cerrarás la boca para no abrirla más.

un sueño

…entrar a una exposición de transatlánticos de juguete, matrículas de coches con mensajes que intentan ser cachondos, pelucas de colores chillones opacados por el tiempo, litografías antiguas, y una gran variedad de polladas hechas para alegrar la vida de una gente que, tristemente, las echaron a la basura, dentro de mi pesadilla. Recorro las salas de este museo infinito tratando de encontrar la conexión entre las cosas, pero no puedo, no la encuentro, todo parece estar desvinculado, y me doy cuenta de que eso mismo pasa con todo, en realidad, porque nada tiene que ver con nada, las relaciones sólo son palabras. En una de las habitaciones [¿]entierran[?] a un adolescente vestido de azul dentro de un féretro lleno de agua; tapan el féretro y, entre varios visitantes, lo cuelgan de una pared, les preguntas qué tiene que ver el entierro con la exposición pero salen sin decir nada. Sientes un cosquilleo cerca del ombligo y te levantas la ropa para saber por qué; de tus tripas sale un hilo azul que hala una mujer parada al otro lado de la sala; coges con una mano el hilo y con la otra te aprietas el agujero por el que te sacan la madeja; cuando vas a reclamarle a la mujer que te desmadeja encuentras que es tu madre, que con el hilo ha estado cosiendo a un perro que te persigue por un bosque de hierbas bajas y palmeras enanas donde ves colgar unas botellas de refresco vacías, alrededor de las botellas revolotean enjambres de avispas. Un negro pequeño te ofrece el licor de las botellas, pero no lo pruebas porque supones que si lo haces perderás completamente la memoria. Sientes un cosquilleo en la pierna y te das cuenta de que el perro que te perseguía te ha alcanzado y, con gusto y parsimonia, ha estado devorándote una pierna (ya se ha comido hasta la altura de la rodilla, más o menos); le preguntas al perro por qué lo hace y, aunque no te responde, entiendes que le gusta tu sabor, que le parece sabrosito. Tu madre te mira sentada en una piragua; no quieres decirle nada aunque sabes que, si no se mueve, se la va a tragar el río, pero no dices nada, para que no pase sus últimos días angustiada, tratando de salvarse, porque sabes que haga lo que haga en algún momento, igualmente, el río se la tragará...

sal, agua y aceite

En Barcelona, caminando hacia el consulado chino, crucé a un tipo que soltaba este trozo de conversación en su teléfono móvil: "pones sal, agua y aceite; revuelves; si ves que el aceite se queda debajo, y el agua arriba, pones más sal, si ves que el aceite se va para arriba, pones más agua".
No sé, hay algo en estas frases, algo, que me incomoda. Supongo que lo imagino añadiendo sal y agua una y otra vez, sin encontrar nunca el equilibrio.

formas

En el museo de la ciencia de Barcelona han dedicado casi todo un piso a las formas de la naturaleza. Junto a cada forma proponen artilugios manipulables y objetos dislocados, de origen mineral, vivo o cultural, para demostrar los principios que hay detrás de las formas.
El ángulo penetra.
El hexagono pavimenta.
La espiral empaqueta.
La esfera protege.
La catenaria aguanta.
La onda mueve.
La hélice sujeta.
Las fractales colonizan el espacio.