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jueves, 22 de noviembre de 2007

del blog alejandrocaja@blogspot.com

NOTAS SOBRE PARÍS


El clima: el clima en París es “qué puto frío, joder”, pisotones violentos contra el suelo de los Jardines de Luxemburgo.

Concierto de Lucinda Williams: pide mucho más espacio.

Paseos peripatéticos con el bueno de Armando: no se me ocurre mejor cicerone en París que un verdadero escritor sudamericano. Primero: porque a los verdaderos escritores sudamericanos que se mudan a París les gusta pateárselo de punta a punta. Después: porque a los verdaderos escritores sudamericanos que se mudan a París les encanta hablar de música, mujeres y literatura mientras se lo patean. Al hilo de todo esto: no sé, me da por pensar que París supone para él algo así como aceptar cierta tradición, la de los escritores sudamericanos que gustan de respirar la calle y escapan de la atmósfera de miseria intelectual que callejea en las capitales de sus países de origen. Quiero decir: alguien que, como Armando, ha hecho temperamento literario de la intuición, parece sentirse ya lo suficientemente maduro como para decidir qué es lo que toma y qué lo que deja de lo que se le ofrece en herencia. Y el lugar idóneo para realizar esa elección es una gran ciudad europea. Y la gran ciudad europea idónea para un detective salvaje como Armando es París. Sé que él no estaría de acuerdo en lo de la herencia, lo sé, me parece que ni siquiera se considera un escritor sudamericano, aunque sí se sabe ya un escritor verdadero. Pero bueno, creo que Armando y yo nunca estaremos de acuerdo en nada, ni siquiera en aquello en lo que estamos de acuerdo, como pueda ser la literatura de Bolaño o la fotografía de Avedon.

Les closchards: lo monumental y lo pintoresco saltan a los ojos a cada paso en París. La comida basura parisina es monumental. Los pordioseros, sin embargo, son pintorescos: parece que el ayuntamiento dispusiera de una brigada de estilistas para elegir y vestir a los que son aptos para formar parte del mobiliario urbano parisién. Las calles que recorrí las había recorrido minutos antes que yo una estilista de pordioseros municipal doctorada en Rembrandt: les closchards no sólo parecían haber escapado de una pintura flamenca: había algo en su sentido del decoro que sólo sé calificar de "pincelada femenina".

Las tías: están buenas, la verdad, así en general, y caen con cierta facilidad dentro de los compartimentos del prejuicio ideal con que se equipa un turista de medio pelo como yo en visita de fin de semana a París, prejuicio hecho de tres lecturas, cuatro pelis de la “nouvelle vague” y un estudio etnológico del esprit de la France digno de Hommer Simpson: boinas, foulards enrollados en cuellos frágiles con científica naturalidad, medias de costura, lunares, citas fallidas de Partre, taza de té en terraza a pesar de los cinco euros y el bajocero ambiental, y bragas, por fin, bragas-nunca-tanga que yo imagino del color del humo, con ribetes de encaje y a 200 euros o más la unidad. Diosssss, mi idea de la sofisticación es de lo más garrulo, joder: tengo que culturizarme, me asoma por debajo del abrigo la camisa seudointelectual...

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