WORK IN PROGRESS

sábado, 23 de diciembre de 2006

Selección

PROSA EXPERIMENTAL (de una novela recién acabada):


Nunca te dejes montar la pata en la escuela. Escupe, araña, grita y traga tierra. Encuentra un protector. Haz lo que te diga. No te le despegues. Jode siempre a los pequeños. Rómpeles la boca. Entra a una pandilla. Maltrata, sé agresivo, no tengas miedo. Ráspate las rodillas con la bicicleta. Mata iguanas. Pégale candela al monte. Orínale la cama al vigilante de la construcción. Quiébrale los vidrios al vecino. Dale con el palo al perro callejero. Espíchale los cauchos a los carros de los estacionamientos. Sácale dinero a tu madre. Si no te da, quítale de la cartera. Dile a tus amigos lo que has hecho. Repite conmigo «todos los pobres son mierda, todos los negros son mierda». Cállate si tienes familiares pobres o negros. Ignóralos, desprécialos. Aprende a decir mentiras. Haz creer a tus padres que te maltrata la maestra. Culpa a tu madre, frente a la maestra, de tu pobre desempeño. Envidia, pon tus mierdas sobre los otros. Nunca mires para adentro. Maltrata a los pendejos. Haz que la gente se pelee. Sé violento. Practica kárate. Mantente a la moda. Cuida tu corte de pelo. Emborráchate. Aprende a bailar. Rómpele la cara al bonito de la fiesta.
Cógete a la mujer de servicio. Dile a tus amigos lo que has hecho. Llévate escondido en la noche el carro de tu madre. Quítale plata y vete de putas. Compra drogas. Compártelas. Roba reproductores de carro y véndelos. Acostúmbrate a tener dinero. Cógete a las changas mostrándoles el dinero. Rómpele la cara al bonito de la fiesta. Empátate con alguien de tu clase social, aunque sea fea. Métele mano. Cógetela si puedes. Dile a tus amigos lo que has hecho, aunque no lo hayas hecho. Haz que tus padres te compren un carro nuevo. Deja a la tipa fea. Vete a la capital a estudiar la carrera que tu padre elija. Sácale todo el dinero que puedas. Estudia poco. Emborráchate. Fuma y esnifa toda la mierda que encuentres. Cógete a quien se resbale. Haz saber que tienes dinero. Rómpele la cara al bonito de la fiesta. Utiliza a la gente. Desprecia a los pendejos. Aprende de tu padre. Fíjate mejor en tu tío, el que trabaja con el gobierno. Búscate una novia rica. Escucha a tu madre, ella sabe quién te conviene. Acaba la carrera.
Olvídate de las palizas. No destruyas más carros. No uses tanta droga. Acomódate el pelo. Usa corbata. Trabaja donde te ponga tu tío. Encuentra a un protector. Haz lo que te diga. No te le despegues. Jode siempre a los pequeños. Rómpeles la boca. Entra a una pandilla. Maltrata, sé agresivo, no tengas miedo. Compra un carro grande. Busca la ganancia rápida. Relaciónate con gente del gobierno. Persigue algún contrato público. Mójale la mano a quien convenga. Mueve tus contactos, no pierdas el tiempo. Cásate. Sácale a tus suegros un tremendo piso. Abre una empresa. Pide préstamos bancarios. Mójale la mano a quien convenga. Quiebra la empresa. Cómprate una casa grande. Reprodúcete. Monta una venta de motos. Lava narcodólares. Compra un carro importado. Abre cuentas en el extranjero. Busca una amante. Construye un centro comercial. Lava narcodólares. Entra en el negocio de la multipropiedad. Lava narcodólares. Deja a medias los proyectos. Quiebra la empresa.
Regresa a la coca. Deja a tu mujer y lárgate con la modelo. Alquila un apartamento de lujo. Emborráchate. Vete cada noche de fiesta. Pelea con tus hijos. Recórtales el dinero. Monta un restaurante. Desatiéndelo. Quiebra. Busca otros negocios. Mira cómo los amigos te cierran las puertas. Amenázalos, insúltalos, maldícelos. Vende tu carro importado. Esnifa toda la coca que puedas. Deja de pasarle dinero a tus hijos. Gástate lo que te queda. Sobregira las tarjetas de crédito. Pide dinero prestado. Vende tu reloj de oro. Usa películas porno ahora que no puedes pagar mujeres. Empléate. Trabaja mal. Acepta las condiciones del despido. Arruínate. Enférmate. Olvida a tu familia, que no te quiere. Muere solo, pero muere ya, porque se te ha acabado el tiempo.





PROSA MÁS O MENOS NORMAL (de la misma novela):


Ocurre que nuestro piso era un prostíbulo. Antes de nuestra llegada, se entiende. La mujer que nos mostró el asunto había dicho que los inquilinos anteriores se habían largado porque hacían mucho ruido; sus hijos, principalmente. Concluyo, entonces, que al lupanar llegaba la prole buscando a sus madres y, de acuerdo con las reglas de todas las casas de cita, pagaba para estar con ellas (en horario de trabajo); de ese modo, madres e hijos podían hablar, ayudarse moral y materialmente, echar un polvo y largarse llorando escaleras abajo, los hijos, víctimas de los remordimientos, molestando a nuestros vecinos que, después de cartas y quejas, lograron desmantelar el edípico burdel.

No necesitamos mucho tiempo para intuir que los ocho mil dólares iniciales, de los que ahora sólo quedaba la mitad, no serían suficientes para sobrevivir hasta la llegada del dinero de mi crédito de estudios (tardaría casi ocho meses, el hideputa).
Nos vimos entonces frente a 3 opciones:
1) Practicar actividades ilícitas (siguiendo las costumbres del local).
2) Pedir dinero a la familia de Antonia (la mía no tiene).
3) Buscar trabajo.
Aunque, desde todo punto de vista, las opciones más lúcidas eran las número 1 y 2, preferimos intentar la opción 3, porque 3 circunstancias nos empujaban en esta dirección:
1) El padre de Antonia es gallego y tan ahorrador que es avaro; por lo que sus envíos de dinero vendrían condicionados, y a nadie le gusta que le condicionen el uso del dinero.
2) Mi visado (reagrupación familiar, porque Antonia tiene la nacionalidad española) me permitía trabajar legalmente.
3) Desconocíamos los detalles prácticos del mercado laboral español.
Así que iniciamos la búsqueda de empleo, de acuerdo con los 3 principios básicos del oficio:
1) Comprar las publicaciones con las ofertas de trabajo.
2) Preparar los CV para llevarlos a los lugares donde se cree puedan ser de interés.
3) Visitar las oficinas de colocación públicas y privadas.

Precisamente estaba buscando en las páginas amarillas los nombres y las direcciones de los escritorios jurídicos cuando ocurrió el primer hecho extraordinario.
Sonó el teléfono y adentro apareció la voz de Antonia:
—Encontré unos libros puestos en la calle aquí en la avenida de Mallorca al lado de la Sagrada Familia vente corriendo que ya agarré una enciclopedia de la música y los poemas de amor de Neruda y otras cosas buenísimas vente ya que aquí hay un gentío.
Pensé que Antonia mentía: había dicho «un gentío» y en esta ciudad sólo hay viejos y autómatas. A los primeros los distingues porque caminan la calle con la muerte al lado, que los lleva del brazo. Los segundos, tienen siempre las caras fijas, pálidas y automáticas; los reconoces porque puedes sacarles los zapatos, si caminan frente a ti, y jamás te dirán nada; también puedes coger las cosas de sus carritos metálicos en los supermercados y, sin mirarte, se irán con sus carritos a reponer las cosas recogidas; puedes patear, simulando descuido, a sus perritos mientras cagan las aceras, y los autómatas apenas dejarán salir una mirada de odio.
Volví a concentrarme en mi tarea, pero no avanzaba; no sabía dónde se escondían los escritorios jurídicos en las páginas amarillas: busqué como Despachos de Abogados, Bufetes y Casas de Empeño sin encontrar nada.
Volví a creer que la solución al problema laboral estaba en pararme en Las Ramblas, desnudarme, pintarme con betún negro, agarrarme el gusano como los niños de Bruselas y poner el sombrerito para las monedas. Orinar un poco cuando los turistas dejen caer en él algo de su buena voluntad. Orinar sobre los turistas espléndidos.

[...]

Mientras me estaba preguntando a qué se debía la feria alguien dijo:
—Es un desahucio —algún tipo de embargo, supuse yo.

Llegaron a la casa del moroso, hundieron el interfono sin sacar respuesta, entraron gracias a la portera, subieron, rompieron la cerradura forzando la puerta, escogieron lo que parecía tener valor, y lo demás lo pusieron en la calle.

En economía, como en religión, el bienestar de uno es el malestar de otro, dijo Adam Smith, me parece, mientras nosotros gritábamos:
—¡La Navidad! ¡Ha llegado la Navidad!

—Mira Armando —Antonia levantó unas revistas pornográficas para mujeres.
«¿Serán desahuciados maricas o maricas desahuciados?», pensé.
—¿Hay de mujeres?
—¿Cómo?
—¿Hay revistas con mujeres desnudas?
—Sí, pero no te las vas a llevar.
Por supuesto que no me las iba a llevar, si cada vez que Antonia encuentra que he visto fotos de actrices desnudas en Internet le viene una crisis de locura furiosa, y maldice y grita y se da golpes contra las paredes y hace un espectáculo que los vecinos agradecen por traer interés a sus vidas y me acusa de las infidelidades de hace más de cuatro años, cuando éramos novios, y se tira a la cama a llorar y a largar insultos, generalmente contra mí o contra ellas, las «putas» (todas las mujeres, menos nuestras madres, supongo), y se sigue golpeando contra las paredes arañándose la cara y yo creo que eso no es normal y que Antonia está un poco desequilibrada y no sé si llamar a una ambulancia, para que le dé calmantes, a la policía, para que me proteja, o a un taxi, para irme a la mierda... bajo ese contexto, ¿cómo pudo pensar Antonia que yo quería coger las revistas si, además, me gustan las modelos y las actrices y no las mujeres que normalmente follan con esas caras indecentes en las revistas pornográficas cochinas?
De todos modos las revistas demostraban que los inquilinos no eran maricas. Una suerte, porque así nos evitaban a todos tener que ver los juegos completos de penes plásticos, los látigos azules, las correas de cuero, los instrumentos metálicos de tortura, y las demás cosas que aquí, en la calle, pudieran hablar peor de ellos: ¡morosos y pervertidos, los hijos de puta!





DIÁLOGO (de la misma novela):


—¡Que sí! ¡Que la felicidad en este mundo la da el dinero!
—¡Que no, que lo importante es hacer lo que uno quiere!
—¿Y cómo vas a hacer lo que quieres si no tienes dinero? Ni siquiera podrías tomarte una puta birra, nada, no podrías hacer nada.
—¡Hombre, pero no seas extremo, yo lo que te digo es que no se necesita ser rico para ser feliz!
—¡Pues claro que sí! En nuestra sociedad las cosas se consiguen con dinero... y si no tienes pasta, no tienes nada.
—Tienes libertad.
—¿Libertad? ¿Tú crees que los ricos son menos libres que nosotros? No seas gilipollas... Ser libre es hacer lo que te da la gana cuando te apetece. Y eso sólo te pasa si tienes dinero. ¡Los ricos son mucho más libres que nosotros!
—Pero los ricos tienen que estar currando todo el día.
—¡Es al revés, ingenuo! ¿Tú has visto alguna vez al jefe de un local trabajando como un perro? Los que curran de verdad son los empleados. Mientras más arriba estás menos trabajas.
—Vale, pero nosotros nacimos sin dinero, y tenemos que acostumbrarnos a eso.
—¡No, tío, allí está el error! Uno tiene que estar dispuesto a hacer lo que sea para forrarse de dinero...
—¿Cualquier cosa?
—Lo que sea.
—¿Y si alguien te quiere dar por el culo también lo dejarías?
—Si me paga bien, claro que sí. ¿Tú no te dejarías follar por el culo si alguien te ofrece diez mil?
—Yo no.
—¿Y cien mil?
—No.
—¿Y un millón?
—(...)
—Dime sinceramente... Si alguien te ofreciera un millón, ¿no te dejarías follar por el culo?
—Debe doler mucho.
—Te vas al médico para que te acomode el ojete y el dolor se te quita en tres días... en cambio, con ese dinero vas a vivir como un rey toda la vida.
—Acordándote cada noche de lo que has tenido que hacer para ganarlo.
—Los remordimientos te duran una semana. Hasta que te compras el coche último modelo y te follas a las tías guapas que siempre te habías querido follar y nunca te habían hecho caso por no tener pasta.
—(...)
—(...)
—De todos modos, eso nunca va a pasar... no hay nadie que te pague un millón para darte por detrás.
—Desgraciadamente... pero siempre hay que intentarlo, estar atento, siempre buscándolo.






AFORISMOS (de La Crisis de la modernidad. Auto Sacramental. Memorias de Altagracia, Caracas, 1997):


Se juzga más fácilmente de lo que se obra, y muy pocas veces se obra según se ha juzgado.

Quien juzga come poco, pero come bien.

Quien juzga ama mucho, pero por ser pocas las veces que ama, pues ocupa su tiempo en andar juzgando, se juzga poco amado.

Juzga mucho quien bebe poco, aunque el borracho es gran hablador, y por lo tanto, juzga a diestra y siniestra.

El poeta mientras más juzga más destruye de su obra; y si alguna vez juzgara todo y perfectamente, nada de su obra dejaría, pues es la poesía ambiciosa y el ingenio siempre es menor que la ambición.

Juzgó uno: No había nada tan grande para los romanos como el triunfo. Y por querer juzgarse triunfador, el conejo se comió al león.
Dejando sin orden a la selva.

Juzgó uno: No debe ser molesta la novedad que es útil. Y juzgó bien toda novedad, permitiéndose a la cabra parir monos, a quienes la madre educó como ovejas.
Y ésa es la raza humana.

[...]




PEQUEÑO POEMITA A LO VILLÓN (de La Crisis de la modernidad. Auto Sacramental, Memorias de Altagracia, Caracas, 1997):


Tanto se rasca la cabra, que se daña.
Tanto da leche, que no da jugo.
Tanto se cuida, que se pierde.
Tanto canta, que termina muda.

Tanto se calienta el hierro, que se pone al rojo.
Tanto se bebe, que al día siguiente se muere de sed.
Tanto se come, que se acaba cagando.
Tanto se limpia uno el culo, que siempre está sucio.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tanto vale el hombre, cuanto se le precia.
Tanto se le precia, que se acaba despreciándolo.
Tanto se vive en sociedad, que mejor se anda solo.
Tanto se ama, cuanto no se es amado.
Tanto se quiere hablar, cuanto no se tiene quien escuche.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tan malo es, que se le desprecia.
Tan bueno, que le piden prestado.
Tanto da, que le quitan.
Tanto le quitan, que se hace malo.
Tanto crece, que no hay quien le siga.
Tan grande es, que lo pisan.
Tan rápido va, que lo alcanzan.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tan claro está, que lo tapan.
Tan seguro, que lo dudan.
Tan cierto, que lo tuercen.
Tan recto, que lo ablandan.

Tanto se tarda, que fracasa la empresa.
Tan agudo es, cuanto puya.
Tan diestro, como es siniestro.
Tan querido, cuanto es temido.
Tan admirado, cuanto es poco conocido.
Tanto destaca, cuanto a lo vulgar es parecido.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.
Tanto llega, que siempre se va.
Tanto se tiene, que se quisiera no tener nada.
Tanto sabe, que lo ignoran.
Tanto se invoca la Navidad, que al fin llega

Príncipe, tanto vive loco, que sana,
tanto va, que al fin vuelve,
tanto se golpea, que muda de parecer,
tanto se invoca la Navidad, que al fin llega.

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