WORK IN PROGRESS

jueves, 29 de marzo de 2007

guia de barcelona para sociopatas (fragmento)

Corrección editorial. Llamé y me inscribí, fui a clases, y el curso se adaptó al programa repartido el primer día hasta que le dejé un capítulo de este engendro a la jefe del garito. Porque «escribes con mucha gracia» me pidió preparar «una novela sobre internet que se pueda leer en el metro». Consciente de la calidad del encargo y del nivel de la editorial escribí en tres meses una novelita light creyendo que saldría publicado «a mediados de mayo».
La editora leyó el trabajo. «Pasé el fin de semana enganchada, me gustó mucho». Le cedí todos los derechos y, a cambio, recibí suficiente dinero para sobrevivir diecisiete días y nueve horas (500 dólares). Tres meses de trabajo a cambio de diecisiete días y nueve horas de vida, buen negocio.
El libro nunca salió. Parece que es un truco habitual de algunos editores: te compran barato y esperan que OTRO editor, más ingenuo, publicite y apueste por tu primer libro, que será OTRO. Si hay éxito, imprimen el texto secuestrado.

Al acabar el curso y la novelita light la editora me contrató en negro como «traductor».
En realidad, lo que necesitaba era un traditore, porque había montado unos cursos fantasmas para timar a la Generalitat de Cataluña y a la Unión Europea, y necesitaba gente capaz de hacerse pasar por cuatro personas diferentes, según la hora. Paga uno y lleva cuatro, como dicen. Y para rentabilizarnos un poquito más, esperando el momento del plagio, nos hacía traducir o corregir textos encargados a la editorial.
El primer día de «trabajo» me pidieron, como a todos los demás, memorizar los seudónimos que debía soltarle al supervisor correspondiente en caso de que visitara el garito.
La supervisora correspondiente apareció el último día del curso y me preguntó mi nombre. Lo había olvidado. Tuve que quitarle de las manos la lista de asistentes y señalarle lo que me sonaba parecido a mi apodo poniendo cara de gilipollas, acentuando la que ya tengo de natural.
Oficialmente la supervisora correspondiente no notó nada distinto que mi incipiente esquizofrenia. De todos modos los otros traductores fantasmas respondieron medianamente bien y la estafa tuvo un final feliz, para la editora, que lo celebró repartiendo entre todos los cómplices una botella de cava barata.
Desde este día no he sabido nada de la editora ni de su editorial ni de sus cursos fantasmas ni, mucho menos, de mi libro.

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