



Casualidad: Hace un par de meses una compañera de liceo me contactó por correo después de veinte años. Hemos estado escribiéndonos porque ha usado mi fantasma, ese que he fabricado con fotos de viajes y con este librito, para evadirse, a ratos, de una enfermedad muy grave. Ella vive no muy lejos de aquí, en un país vecino, pero ha estado del otro lado del mar, en la ciudad donde coincidimos, visitando a su familia y a los médicos. Como mi fantasma le sirve, no sé por qué, para alimentar sus ganas de vivir, me mantiene en su cabeza. Visitando a un tío suyo escritor, le habló de mí y el tío le dejó un número de una revista que él dirige donde aparece un cuento mío. Al volver a su casa me envió la revista, me llegó hace un par de días. Mi cuento juega con un poema de San Juan de la Cruz, que termina, cada estrofa, con el verso "aunque es de noche". Al cuento no lo recordaba (tampoco sé cómo lo consiguieron para la revista), y de San Juan no había vuelto a saber casi nada desde hace más de diez años. Ahora estoy en una exposición que recoge los trazos de lo sagrado en el arte del último siglo, parado incrédulo, sorprendido, frente al panel de una sección titulada Malgré la nuit / Although it is Night, por el poema de San Juan. Intento explicarme la casualidad del reencuentro con el verso, a diez años y dos días de distancia, pero no sé, no veo por dónde.
*
Los amables lectores: Disculpe usted, simpático joven.
El autor: ¿Sí?
Los amables lectores: ¿Podríamos preguntar, más bien, señalar, otro detalle que nos preocupa?
El autor: Por supuesto, para eso estáis aquí, ¿no?
Los amables lectores: Sí, eso nos ha dicho usted, muy gentilmente.
El autor: Por favor, ¿qué queréis señalar?
Los amables lectores: Tiene que ver con la manera como trata usted a las personas cuando escribe.
El autor: ¿Sí?
Los amables lectores: Nos parece injusta, muchas veces, discúlpenos usted, incluso ofensiva.
El autor: ¿Ofensiva?
Los pacientes lectores: Sí, no es usted respetuoso con la gente.
El autor: ¿Con los personajes?
Los pacientes lectores: Perdone usted que nos metamos en sus cosas pero, sinceramente, nos parece muy desagradable la forma como trata a las personas en sus textos. A veces da la impresión de que odiara usted a la Humanidad, y que está tomando venganza por algo que le ha pasado, pero actúa usted agresivamente, contra todo, sin distinción, y eso no es correcto.
El autor: ¡Por favor, no penséis eso de mí! Mi concepto de la Humanidad es de lo más alto; cada día me sorprendo más con la gente, me maravillo; aunque como lector, tengo que decirlo, admiro el humor negro y, quizás, sí, la desfachatez, pero…
Los amables lectores: No se trata de humor, y perdone que le interrumpamos, es usted despectivo, y eso no tiene ninguna gracia.
El autor: Para mí sí, creo que cuando se llega a una desnudez absoluta, y…
Los amables lectores: Nada, presentando de esa manera a las personas que le quieren bien, cómo decirle, de esa forma, ¿desgraciada?, no creo que consiga usted nada.
El autor: Quizá es que no quiera conseguir.
Los amables lectores: Para que sus libros despierten algún respeto o admiración tiene usted que saber crear lazos con los lectores, y así no lo está consiguiendo, más bien al contrario, nos parece. Así no va a llegar usted a ningún lado, y por favor perdone que se lo señalemos de esta forma tan cruda.
El autor: Puede ser.
Los amables lectores: No es que pueda ser, perdone usted, es, seguro.
El autor: Puede ser que no quiera llegar a ningún lado, quiero decir.
Los amables lectores: Discúlpenos, pero ha hablado usted de honestidad y ahora nos dice esto. Si, como señala, usted no quisiera llegar a ningún lado, ¿qué sentido tiene dedicar tantas horas a sus escritos?
El autor: Esa es una buena pregunta.
Los amables lectores: Pues, joven, creo que tendría que contestarla, antes de proseguir.
El autor: Supongo que tenéis razón, y sí, lo intentaré.
Los amables lectores: Eso quisiéramos ver, por favor.
¿La enfermera? Con ella hubo Francia, Albi primero, París después. Se supone que también habría unos días en Marruecos, pero no, no fue; dijo que por falta de pasta, yo creo que había algo más.
De París no voy a hablar (me parece que llenará mi próximo librito), de Albi puedo, sí. Descripción del pueblo y etcétera, podría ser, pero supongo que para eso sirven las guías turísticas o las páginas de internet. Los libritos como éste, en cambio, deberían ocuparse de las aventuras de los personajes, de lo que dicen y piensan, gilipolleces así. El lugar, como no sea protagonista, sólo sirve de marco, y como marco, en este caso, más bien poco, porque la mayor parte de las cosas interesantes pasaron dentro de la habitación del hotel. Cuando digo “cosas interesantes” hablo de las conversaciones, porque el sexo duro (que todavía no sé si es interesante para los pacientes lectores) venía donde nos pillara, que para lo del exhibicionismo la enfermera no tenía cura, ni falta que le hacía.
Lo mejor de la enfermera era su vocación. Estaba convencida de que podía enderezarme, hasta que abandonó y por eso, junto a otras cosas, lo de Marruecos, pero esa es otra historia. Sin saberlo era socrática, y pensaba que, a frases, mi cordura tendría que salir. Era buena interrogando, preguntas justas, inteligentes, pero creo que, en realidad, nunca tuvo mi patología muy clara. Yo me dejaba llevar, porque era divertido ver cómo lo intentaba, y cuando me daba oportunidad pasaba yo al otro lado, a interrogar. Un juego simpático.
Mi diagnóstico: una cabeza muy rápida para sus circunstancias (familia trabajadora con valores de posguerra, y prioridad para la estabilidad económica, por vía laboral), así que para no aburrirse se mantenía haciendo mil cosas (cursos de idiomas, viajes cortos, cine, salidas con amigas, natación). El remedio le funcionaba bien, era una mujer feliz, que drenaba su overbooking mental ayudando a la peña sin contemplaciones. Su diagnóstico sobre mí, no sé, tendré que preguntarle, de todos modos no creo que lo pondría aquí.
La segunda parte, la del sexo duro con exhibicionismo, siguió como siempre, pero para no repetirme sólo agrego un manoseo, de regreso a Barcelona, no sé si en Perpignan, con orgasmo para ella, detrás de una columna en una catedral gótica que quedó inacabada por falta de presupuesto, en la Edad Media. A cinco metros la calle y la gente. Olor a Senegal y un muñeco de Cristo mirando, estuvo bien.
Y entonces, ¡oh, pacientes lectores!, quisiera, antes de seguir avanzando, saber si estáis a gusto con nuestro librito.
El autor: ¿Estáis?... Perdón, ¿no hay nadie, entre todos vosotros, que quiera hablar? ¿Por favor?
Los pacientes lectores: Bueno, es que quizá no sea cosa nuestra, entrar en vuestros asuntos.
El autor: Por favor, quisiera que lo sea.
Los pacientes lectores: ¿Qué es lo que usted, amable joven, quiere saber?
El autor: Quiero conocer vuestros sentimientos en relación con nuestro librito.
Los pacientes lectores: ¿Está seguro?
El autor: Lo estoy.
Los pacientes lectores: ¿Aunque esos sentimientos no sean de su agrado?
El autor: Sí, aunque no me agraden.
Los pacientes lectores: Bueno, hablaremos por su bien, para que mejore usted, si es que quiere continuar con este oficio tan duro de la escritura.
El autor: Por favor, no os calléis nada, os lo agradezco muy sinceramente.
Los pacientes lectores: Antes que nada, quisiéramos preguntarle, ¿por qué escribe usted de manera tan confusa?
El autor: ¿Confusa?, intento escribir con claridad cada una de mis frases.
Los pacientes lectores: Sí, eso es cierto, a veces, incluso, con tanta claridad que pierde todo estilo, pero… vuestro libro, perdone que se lo señalemos, es bastante confuso, no es fácil de leer.
El autor: ¿Eso piensan?
Los pacientes lectores: Sí, creo que todos pensamos igual en ese punto. Se hace usted, a veces, un poco… cómo decirlo, ¿agotador?
El autor: ¡Ah, tengo que pedir disculpas, nada más lejos de mi intención! ¡Yo sólo he intentado escribir un librito divertido!
Los pacientes lectores: Pues, disculpe que se lo señalemos, pero puede que no lo haya conseguido.
El autor: Debo pedir, otra vez, perdón… sólo intentaba variar la lectura, para darle más vida.
Los pacientes lectores: Lo que ha conseguido, perdone usted, es crear confusión. Por ejemplo, ¿qué ha pasado con aquella señorita que, tan amablemente, intentaba aconsejarle a usted bien sobre la forma de vivir y el trabajo?
El autor: ¿La enfermera?
Los pacientes lectores: Sí.
El autor: precisamente pensaba hablar ahora de ella.
Los pacientes lectores: Pero tiene usted ya tantas páginas sin decir nada sobre esta persona que apenas la recordamos ¿Entiende usted ahora lo que intentamos decirle?
El autor: Creo que sí.
Los pacientes lectores: No queremos ser duros pero, si quiere usted cosechar algún éxito con las letras, tendrá que aprender a trabajar. No es que ahora lo haga del todo mal, no, hay que reconocer que tiene usted cierta gracia cuando escribe, pero leerle así es, en realidad, bastante farragoso.
El autor: Mis más sinceras excusas, intentaré cambiar.
Los pacientes lectores: Eso queremos ver.