WORK IN PROGRESS

jueves, 15 de febrero de 2007

sin titulo (fragmento)

El personaje nos diría que al cumplir los dieciocho años su padre le regaló un carro, mostaza, barato, latonudo y feo. Cogió las llaves, pero se fue a pedirle a su madre el coche que ella le había prometido, uno plateado, caro, nuevo y ostentoso. Su madre, que lo había sobornado ofreciéndole su propio coche para que estudiara derecho, y no periodismo, le dijo que se conformara con el carro que le habían dado, porque muchos estarían felices, bailando en uno o dos pies, por tener un carro, aunque fuera ese.
Y es que en la jungla casi toda la gente se mueve apelotonada en autobuses, compartiendo sudores y empujándose para llegar a una puerta desde donde se salta a una calle que es igual al autobús pero sin ruedas.
Para él, eso de que cualquier carro ya va bien era una insensatez, porque dentro del grupo social al que creía pertenecer lo de tener un carro bueno era algo normal, y todos sus amigos y conocidos recibían un coche último modelo al cumplir los dieciocho años.
El tema es que sus padres no iban de ricos; el tipo estaba comiendo mierda.


*


Entendió que no iba a estudiar la carrera que quería, ni podría usar el carro para intercambiar fluidos, porque ninguna mujer decente estaría dispuesta a que le metieran mano en el trasto de mierda que le habían dejado. La gente, en el mundo donde quería moverse, en vez de tener apellido tenía modelo de coche. Por ejemplo, cuando se hablaba de alguien, se decía "X, el del (modelo del vehículo) azul"; y así, por el carro, se catalogaba a la persona: ubicación social, perspectivas de futuro, atractivo sexual, esperanza de vida, etc.
Su futuro pintaba mostaza, latonudo, barato y feo.


*


Acabé girando las cosas. Primero convencí a mi hermana para intercambiar vehículos. Ella tenía una camioneta vieja, blanca, conocida como "la ambulancia". "Por lo menos es exótica", pensé.
Después, tuve un accidente que dejó a "la ambulancia" en el desguace, que en la jungla se llama chivera, como si en vez de carros reventados los desguaces guardaran manadas de caprinos.
Hice el gilipollas: había llovido, salí en dirección a la casa de una amiga por la que me habría dejado castrar si con eso hubiera podido follar con ella; estaba en el canal rápido de la autopista, y del otro lado alguien pisó un charco de lluvia que saltó buscando ensuciarme la ropa, porque llevaba la ventanilla abierta. Traté de evitar el charco y cómo no tenía práctica conduciendo perdí el control. Pasaron los peores segundos de mi vida tratando de no desbarrancarme por la derecha de la autopista y acabé chocando contra la isla de concreto a la izquierda. Pude ver por el retrovisor el camión pequeño que me golpearía el culo y me acosté sobre el asiento vecino. Recibí el golpe con los brazos tapándome la cara.
Salí de "la ambulancia" escupiendo sangre y trocitos de dientes.


*


En el embotellamiento de mirones que se formó al otro lado de la autopista venían unos amigos de mi hermana. Reconocieron a "la ambulancia", se bajaron, me preguntaron si era el hermano de mi hermana, les dije que sí, y me llevaron a casa, donde mi mamá, después de balbucear y moverse de un sitio a otro, acabó llevándome a la clínica menos desprestigiada de la ciudad, donde un pimpollo colega y condiscípulo de uno de mis tíos (pimpollo también, dueño de la clínica veterinaria menos desprestigiada de la ciudad), estuvo tratando de cerrarme el labio leporino que me había salido con el choque, usando hilos plásticos y una aguja que era más bien un anzuelo.


*


A las diez de la noche, mientras mi mamá me acariciaba la cabeza sacándome trocitos de vidrio como si fueran liendres, mi papá entró al cuarto gritando:
-¡Qué bolas tienes tú! ¡¿Estás loco?! ¿Y ahora qué pasa si alguien me demanda por chocar contra la camioneta? ¿Y si hay heridos? ¿Y si hay muertos? ¿Me van a meter preso por tu culpa?, (parece que el embotellamiento se disolvió y otros carros se reventaron contra la ambulancia, que había quedado atravesada en una curva de la autopista).
"Por lo menos podrías preguntarme si estoy bien, cara de culo". Pensé, pero no dije nada, pendejo yo.
Mi papá era así, desde que comenzaron a oficializarse los problemas conyugales me fui convirtiendo en un escenario de guerra periférico: castigos por gilipolleces y tensión diaria, hasta que por fin se fue de la casa. De esta época me viene el asco hacia las figuras de autoridad, las jerarquías, la milicia y las peleas de perro.


*


Aún no se me habían inmovilizado los dientes cuando ya llevaba en la cabeza qué vehículo/apellido iba a tener: un rústico descapotado; viejo, porque sabía que mis padres no me ayudarían a comprar un tipo de carro fabricado, según ellos, para que la gente se mate.
Buscando completar el dinero que necesitaba para comprar el rústico descapotado comencé a trabajar en una venta de hamburguesas de un centro comercial al norte de la ciudad. Estuve sólo dos días; me fastidiaba la prohibición de poner el culo en una silla durante las ocho horas del turno y, sobre todo, no podía aguantar el fuerte espíritu solidario de los compañeros de trabajo. Era demasiado bestia tener que escuchar sus historias y sentir sus risas, y cada día inventar excusas para evitar sus invitaciones, porque sentía vergüenza de estar entre ellos. Por eso, apenas supe de una vacante en un puesto de comida vecino, salté, feliz, al otro empleo. Ni siquiera me molesté en cobrar las horas que pasé abriendo en zigzag panes de hamburguesas.

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