WORK IN PROGRESS

jueves, 6 de diciembre de 2007

sin titulo: fragmento

Se me fue el insomnio y no he avanzado con la novela. Está del carajo, mi vocación de escritor. Bueno, la verdad es que casi nunca escribo cuando viajo. No lo necesito, no siento el hambre de escribir. Supongo que la literatura me sirve para huir de la rutina. Y los viajes ya son una huida. Dos huidas juntas quizá es demasiado. Pero cuando paso muchos días en un mismo sitio, en un viaje, me viene el hambre. Entonces compro un bolígrafo y un cuaderno baratos y garabateo varias páginas. Lo que sale es bastante penoso, casi siempre. Acabo tirando el cuaderno a la basura al volver. Recojo algunas ideas sueltas, pero nada más.

Cuando escribo viajando me pongo grandilocuente, una mierda. Mientras mejor es el viaje más grandiosamente pedorro soy como escritor. En cambio, cuando estoy llevando una vida gris me entra la creatividad. Qué gracia. Supongo que no se puede tener todo al mismo tiempo. Pero me pregunto por qué pendulo, por qué paso de la magnificencia pedorra al realismo sádico. No lo sé, quizá, en el fondo, son las dos caras de mi personalidad. Por suerte, como soy un tipo serio, acabo destruyendo todas las grandiosidades que salen de mis manos, dejando que se imponga, limpiamente, el humor negro. Pero eso no resuelve el problema de los viajes. Quisiera saber por qué, cuando estoy viajando, no puedo funcionar con normalidad, como en la vida real, con mi inocencia destructiva. Es curioso que actúe, con los textos, justo al revés que con la fotografía. Con la cámara me pongo espléndido en los viajes y tacaño en lo cotidiano. Creo que esto le pasa a mucha gente. Pero, ¿por qué la mayoría necesita contar a los amigos lo que están viviendo cuando viajan?... el paseo organizado, las conversaciones con los compañeros de grupo, lo mal que estaba la comida, lo sucio de las calles. No lo sé, soy impermeable a ese impulso. Quizá intuyo que todas estas pendejadas sólo emocionan al que las vive. Puede ser eso.

La única vez que escribí en un viaje casi a diario fue a los veintiún años. Me había ido de mochilero a Europa durante tres meses. Cambiaba de ciudad con frecuencia y quizá me sentía sólo. No sé, no recuerdo. Me gustaría saber qué decían las cartas, pero hace rato que deben haber desaparecido. Si no las tiró ella lo haría su madre. Yo estaba de novio con una prima de la destinataria y su madre no quería problemas con su hermana, así que interceptaba las cartas. No sé si las abriría. Espero que no, estaban pringadas de sexo, babas, y cosas personales. Cuando regresé, y no encontré a la destinataria en el aeropuerto, como esperaba en mi ilusión amorosa, sentí como una patada en el medio del pecho. Incluso le había enviado un telegrama anunciándole la hora de llegada. Intenté llamarla pero todos los teléfonos estaban dañados. Un aeropuerto sin teléfonos, de puta madre. Intenté sacar dinero para pagar un hotel esa noche y un autobús hasta mi ciudad al día siguiente, pero todos los telecajeros estaban dañados. Un aeropuerto sin telecajeros, de puta madre, otra vez. Me entró un shock tercermundista, claro. El calor, los militares, el que todo estuviera desmadrado, el no poder salir del aeropuerto en la noche, a buscar un taxi en otro lado, por miedo a que me atracaran. Lamenté haber vuelto de Europa, sobre todo, oliendo que mi historia de amor se había ido al carajo. No tenía dinero encima, los últimos dólares los convertí en vodka, en el avión. Se me ocurrió que la única forma de escapar de allí era en taxi, directamente hasta mi casa, a más de dos horas de autopista. Por suerte, mi madre tuvo para pagar; si no, a medianoche, no sé que hubiera hecho con el taxista.

Al día siguiente llamé a la destinataria de las cartas. La sentí rara, y ella me contó lo de su madre interceptando las cartas. Noté que estaba asustada, que no quería problemas, y pensé que si ella no estaba dispuesta a sacrificarse por mí entonces nuestra historia no valía la pena. Nunca más volví a llamarla, desaparecí. Típica reacción infantil, no fue la primera ni la última vez. Creo, de todos modos, que ella lo agradeció; tampoco trató de contactarme. Pero me estoy poniendo pesado con esta historia que no tiene nada que ver con el viaje a China, así que mejor salgo de aquí para seguir donde estaba.

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