A toda velocidad, derrapando en la carretera de granzón, el taxi los llevó bordeando el lago. Fue un buen paseo, con frío, música pop china, miedo a un accidente, y pequeñas casas rurales iluminadas tímidamente por focos amarillos; ese tipo de viajes raros que luego saltan como recuerdos, por sorpresa. Cuando llegaron al pueblo del otro lado del lago la calle estaba vacía. El taxista insistía en que era allí pero, después de la experiencia del timo del barquero en Guilín, desconfiaban. Preguntar, queremos preguntar; trataban de explicarle. Apareció un cuchitril abierto; adentro, tres chinos jóvenes turistas y media docena de locales. El de las frases chinas se bajó; volvió diciendo que sí, que era allí; cogieron sus mochilas y le pagaron al taxista.
En el cuchitril preparaban desayunos: masa frita dulce y refresco embotellado.
Cuando el de las frases chinas se sentó para comer se fue al suelo, su sillita rota. Los tres turistas jóvenes, la cocinera, su amigo y los locales soltaron las carcajadas; él se levantó haciendo gestos de Bruce Lee, saludo al público, y se sentó en otra silla de escuela, contento por su entrada triunfal. En un momento comenzó a conversar con los tres turistas jóvenes. Con la chica, que era la líder y quien mejor hablaba inglés. Iban a la misma ciudad, en el autobús, para después usar el tren. Perfecto, el mismo itinerario.
Del cuchitril pasaron a una pequeña plaza, junto al autobús estacionado y vacío. El de las frases chinas hablaba largamente con la chica y sus amigos, explicándole de su vida en Australia. Ella quería ir allí, el año siguiente, para aprender bien inglés y vivir la experiencia. El amigo se fue a sacar fotos aprovechando la luz del amanecer que comenzaba.
Al fin, la hora de salida del autobús. Se sentaron en puestos vecinos. Cuando gente, fardos, gallinas y cestas estuvieron ubicados, el conductor intentó poner en marcha el motor. Nada. Lo intentó varias veces. Nada. Quizá tenía algo que ver con el frío, pensó el de las fotos, habían estado bajo cero, según los charcos congelados. El de las fotos le comentó a la chica, como chiste, que tendrían que empujar para arrancar el autobús. Su chiste se hizo realidad. El conductor, con gestos y frases, hizo salir a la gente que, abajo, comenzó efectivamente a empujar el autobús. El de las fotos se dedicó a lo suyo, con su amigo y los chicos chinos en el centro del encuadre.
Escupiendo por el escape una nube de humo negro que dio en la cara de los pasajeros el autobús encendió. Una de las pocas oportunidades en que vio a la gente reír abiertamente, fotos. El de las frases chinas lanzaba gritos de triunfo, como un héroe homérico mal plantado.
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