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martes, 24 de junio de 2008

sin titulo: fragmento

Marrakech. Ni museos ni hostias, La Plaza. Fue lo primero que vi, al buscar hotel donde me soltó el taxista; y fue lo último, también, la noche antes de regresar al aeropuerto.

A Marruecos llegué sabiendo que pronto dejaría España. Había sido un viaje pospuesto desde hacía años, por la cercanía, porque sabía que podría acercarme con poca pasta en cualquier momento, y así fue, pedí mis vacaciones y me largué. Pero sigo con La Plaza, es más interesante.

Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, no la plaza como arquitectura (que no hay nada, más bien un gran espacio abierto sin forma, entre un zoco techado, unas cafeterías abarrotadas, unos edificios descuidados, y una plaza en serio con árboles y caballos pegados a carrozas), sino todo lo que pasa en ella.

Desde lejos, de día, pareciera que no pasa nada. Gente caminando, gente parada, chiringuitos con naranjas. Pero cuando te acercas, después de haber dejado las cosas en un hotel barato y cercano, y de haberte pegado una ducha para engañar al calor arenoso y salado, ves por qué la gente camina, y por qué la gente está de pie: hay un comercio floreciente de bienes inmateriales, que es el chiste, justamente, de La Plaza.

De día te venden remedios milagrosos y buena fortuna; te cubren de serpientes, si te dejas; te descubren el futuro con las cartas; te explican historias moralizantes, que no entenderías aunque hablaras árabe; te tocan música con un violín desvencijado, logrando no afinar ni una sola nota; te retan la suerte con un aro colgado de una caña, que debes ensartar en unas botellas de refresco, no sé cómo; pero, sobre todo, te miran con desconfianza, por la cámara.

Y de noche, La Plaza se agita, los bienes inmateriales son mucho más ruidosos; las serpientes se han convertido en hombres antorchas; las quirománticas se han vuelto profetas del juicio final, seguramente; las historias moralizantes son ahora picantes, entre sonrisas malpensadas de miradas que entienden bien; los violines desvencijados animan a las bailarinas, que ocultan los desafinados con sus culos sinuosos; los aros con las cañas se han vuelto rayuelas que te llevan, no al cielo, sino a un tipo que grita cuánto tienes que arriesgar para ganar en la vida. Lo único que queda igual son las miradas desconfiadas, que pasan de tus ojos al lente de tu cámara.

2 comentarios:

Eva dijo...

Como va ese culo de mal asiento? En su línea, veo.

Me gusta tu descripción de la plaza. Me hace recordar lo que te comenté una vez sobre el comienzo de tu novela. Me gusta esta naturalidad simple y humana que te sale de vez en cuando -seguramente sin darte cuenta-.

Y es que a veces todo es tan simple como describir con detalle las sensaciones, las miradas, de algún lugar, que en este caso (a mi) hace que se pueda imaginar a la perfección. También es un detalle importante que de todo lo que has visto en tu paso por Marrakech, hayas dedicado tu fragmento a la gente de la plaza y no a los " ni museos ni hostias", que para eso ya existen libros de viajes.

Así es que a ver si te animas y te dejas cubrir de serpientes de vez en cuando.

Un abrazo, Armando.

Armando Luigi dijo...

el culo este mes se quedó tranquilo por tener que ahorrar para alimentar la cabeza con unos master (ya sabes, siempre acaban pagando los más pendejos).
Si a ti te gusta la descripción de la plaza, a mí me gusta la descripción del fragmento, aunque eso de que la naturalidad simple y humana solo me salga cuando no me doy cuenta supongo que no suena bien; pero tengo la excusa de que una cosa es el personaje que escribe y otra cosa mi linda persona, lo que pasa es que nadie se ha dado cuenta.
Lo de dejarse cubrir con serpientes no me molestaría, pero en este caso después había que pagar, y así, la verdad, no me apetece.
Otro abrazo, de la vega