Cuando llegamos, la entrada estaba atragantada de franceses. Mejor esperar hasta la hora del almuerzo, cuando el edificio estuviera digiriendo a los gabachos.
Subir, subir, seguir subiendo entre jardines bien cuidados, escaleras, un caracol en las escaleras, escaleras de caracol, subir, subir, llegar al Vivero Municipal de Barcelona, donde tuve la idea de sugerirle a Antonia que comenzara una colección de piñas de pino. Antonia recogió tantas piñas de pino como bolsillos había… en mi ropa, porque en la suya no entraban.
Me convertí, así, en el hombre piña, que era una especie de gilipollas con protuberancias en todo el cuerpo, incapaz de calentarse las manos, porque donde metía los dedos una piña lo mordía. El hombre piña tampoco se podía sentar, porque tenía piñas hasta en el culo, literalmente.
El hombre piña le preguntó a Antonia si quería llegar hasta el castillo de Montjuic, a ver qué carajo hay adentro. El hombre piña, Antonia y su caracol (recogido en las escaleras de), subieron, subieron, carretera, subieron, siguieron subiendo, hasta llegar al castillo de Montjuic, que escondía un museo militar.
Desde el castillo, una de las mejores vistas de Barcelona, para la dictadura, que dejó un cañón señalando a la catedral y otro a la Sagrada Familia.
En ese momento el caracol decidió salir de su concha y Antonia dejó de llevar un trocito de naturaleza viva entre los dedos para sostener, en cambio, a un bicho asqueroso… corrió con el hombre piña alrededor del castillo buscando un sitio donde poner esto qué asco.
En la entrada del Museo Militar un cartel con las firmas de los reyes de España calzando los escudos de los condes de Barcelona y, bajando las escaleras, la estatua ecuestre del menos ecuestre de los reyes de España, el Generalísimo F. F., promotor insigne de la hermandad opusa y la cofradía etarra.
Cientos de soldaditos de plomo desfilaban en varias salas las etapas de la decadencia militar española. En una foto aparecía Alfonso XIII preparando la última parte de la colección, con los caballitos, los cañoncitos, las bombitas, los atentaditos, los muertitos, etc.
De allí pasaron a la exposición de armas blancas más grande de la historia del hombre piña: sables, espadas, espadines, floretes, hachas, chuzos, puñales, navajas, machetes, dagas, cuchillos, culos de botella. El hombre piña, amante de estas vainas, y de lo que implicaban, prefirió salir del museo para volver otro día, sin Antonia, que ya estaba preguntando a qué hora vamos a la Fundación Miró.
WORK IN PROGRESS
miércoles, 22 de octubre de 2008
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