WORK IN PROGRESS

domingo, 12 de agosto de 2007

sin titulo: fragmento

Salimos a buscar el tren por la puerta equivocada. Debemos regresar por donde hemos entrado, pero una turba china viene en sentido contrario. Intento caminar en contradirección, pero está la pared de cuerpos chinos. Aparece un campesino (lo sé por la camisa azul, la que da el gobierno) que usa una carretilla para cortarme el paso. Le pido que me deje pasar, que mi tren está a punto de irse, pero mi voz suena como un chillido de pájaro; de gaviota, para ser exacto. Oigo a mi amigo gritar mi nombre. Me giro. No lo veo. El campesino golpea mis piernas con su carretilla, el hijo de puta. Retrocedo, me muevo a un lado, llego hasta la pared. Se asoma una cara conocida. No sé de quién, pero es conocida. Una pareja avanza haciendo figuras de bailes de salón. La música es un zumbido duro, metálico. No lo veo, pero sé que a mi amigo lo retiene una vieja. Le muerde el talón, el derecho, o el izquierdo, ya no recuerdo. Yo no puedo hacer nada. Él se lo buscó, se le olvidó pedir el depósito que habíamos dejado en el hotel como garantía. Escucho que me llaman por la megafonía de la estación. Es la voz de mi madre. Me pregunto cuándo aprendió a hablar chino, mi madre. Grito, pero nadie me oye. Y entonces alguien dice algo importante. Por lo menos, eso creo entender: mientras más gente te rodee más solo estarás. Tres chinas jóvenes, que también llevan caras conocidas, me piden que las deje pasar. ¿A dónde? Detrás de mí sólo está la pared, nada más. Hago gestos, me giro, para explicarles, y entonces me doy cuenta de que hay un agujero, abajo, en la pared. Me agacho y me asomo. Está mi amigo amarrado a un muñeco de pagoda, de esos con cara de mala leche. Mi amigo, que se parece mucho al muñeco (casi podría decir que es él), recibe azotes de una pandilla de comerciantes callejeros de pescados. Lo sé, porque lo azotan con los pescados. En realidad, los comerciantes son los propios pescados, llenos de ira contra mi amigo. Quizá tiene algo que ver con sus ronquidos, algo así. Intento pasar por el hueco abierto en la pared, para ayudar a mi amigo, para hablar con los comerciantes, para que lo dejen tranquilo. Las tres chinas me retienen, cogiéndome por la cintura del pantalón. Las golpeo con los pies, a lo burro, dando coses. Acabo perdiendo el equilibrio, y caigo sobre mi ex. Estamos follando. O no, me doy cuenta de que no. No está follando conmigo, aunque sea yo quien me mueva, y sienta mi polla dentro de ella, y cubra su cuerpo, y las cosquillas vayan del estómago a los huevos. Sigo moviéndome por instinto. Alguien me hala por los pies y regreso a la turba china, que pasa sobre mí, queriéndome pisar. Cojo un pie y lo muerdo. Pillo el talón. El derecho, o el izquierdo, ya no recuerdo. El dueño del pie me grita. Se sacude, molesto, de mi mordida. Me insulta no sé qué. Y así encuentro la manera de avanzar, a mordiscos. Mientras puedas morder no querrán pisarte. Y es que son muy cívicos los chinos. Otra vez escucho mi nombre en la megafonía…
*
...sigue el chillido nombrándome, en la megafonía. Mi nombre suena a silbido de intestino a la parrilla. Y la veo, allí, entre la turba, a la parrilla. Una señora china sonriente hace gestos con las manos para que me acerque. Atravieso la turba, no sé cómo, y cuando llego, tengo un cuchillo de supervivencia en la mano. El cuchillo es negro y bonito y uno de sus lados es un serrucho. El cuchillo está pringado por una sustancia negra. Parece petróleo, alquitrán. Llego al siguiente cuerpo y le hundo el cuchillo en el estómago. Me doy cuenta de que de aquí viene el pegote. Los cuerpos siguen cayendo, como una llovizna. Levanto la vista. Vienen de arriba de la muralla. Hay una lucha, o un baile, no se ve bien, y cada tanto se viene un cuerpo abajo. Entonces yo me acerco y lo remato. La cosa va bien mientras caen muñecos o animales muertos (casi siempre perros callejeros), pero cuando me encuentro con el cuerpo de una mujer violada, ahorcada por una cuerda que une su cuello a sus pies, no sé qué hacer. Lo primero es el terror pánico. Pero al rato, regreso, no sé para qué. Me siento junto a ella, la miro. Imagino cómo sería cuando estaba viva. Imagino qué se sentiría violarla. Los brazos cogidos por algún colega, las piernas abiertas, a la fuerza, la polla sin saber cómo entrar, con tanto movimiento, y los llantos y las suplicas y todo el pedo... En eso estoy cuando cae otro cuerpo, casi sobre mí...

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