WORK IN PROGRESS

sábado, 25 de agosto de 2007

sin titulo: fragmento

La historia va así: está por acabar agosto, en un par de días cobro el sueldo del mes, y crecen las esperanzas de no cobrar el próximo.

Anoche una colega del hotel, una uruguaya pequeña de mirada brillante, me dijo que había leído el blog, que muy bien, se divirtió mucho, pero que sobre todo le gustó el trozo del once de agosto ¿Ese cuál es? Donde cuentas lo del hotel. ¡Ah, vale, claro! Joder, pero eso lo colgué hace tiempo. Es que me pasé la mañana leyéndolo todo, hasta el currículum, que me pareció muy ingenioso. Es de cuando trabajé en una agencia de publicidad; qué bueno que te gustara, gracias.

La noche anterior ella me preguntó si yo era escritor. Le dije que no, porque no vivo de eso, pero que escribo, y me han publicado alguna cosa. Me dijo que quería leer un libro mío. No se consiguen, si quieres te doy la dirección del blog, que allí hay textos colgados. Vale.

Ella supo de mi vida oculta por otra compañera del hotel, que me conocía por una amiga suya con quien alguna vez chatee. A mí me avisó la de Castelldefels. Hace un par de semanas me dijo que me estaba haciendo famoso en el pueblo; que la chica del chat leía fielmente las gilipolleces que cuelgo en internet, que decía no sé qué de nuestras conversaciones, de cuando chateamos. Pues de puta madre, pensé, hoy dormiré bien, con el ego inflado.

La de Castelldefels conoce a la del chat, no sé de qué. Yo, por supuesto, no me acuerdo de ella, ni sé cómo se llama. La de Castelldefels se ofreció a llevarme a un bar donde podía encontrarla. Yo, con mi horario de mierda, le dije vamos a ver. La de Castelldefels me dijo que era rubia, pequeña, guapa de cara, aunque un poco pija, pero como a ti te gustan las pijas, ya te va bien. Después me dijo que la pija era amiga de una chica que acababa de entrar a trabajar en el hotel, y que esta chica fue compañera de trabajo de su vecina, la de arriba, que como me conoce le preguntó por mí a la que entró en el hotel, y fue ella quien le soltó el cuento de la pija de los chats y mi novela en internet, algo así. Una cadena larga y complicada. Resumiendo, que Castelldefels, por dentro, es un pueblito de mierda, casi una aldea, o que la gente habla muchas pendejadas.

Equis, la uruguaya se leyó el trozo sudacoanarquista y me lo comentó, riéndose, anoche, frente al compañero de turno, otro uruguayo, un chaval grande, gordo, tan rápido de entendimiento como corto de luces (y es que vivió los últimos diez años en Norteamérica, y sólo tiene veinte, eso le quita las luces a cualquiera). Hay buen rollo, entre él y yo, somos buenos colegas. Hemos repartido el trabajo y todavía no se cree que nos quede tanto tiempo libre, en el turno. Trabajamos rápido y ya tenemos cuatro meses de experiencia, así que él pasa la noche chateando y hablando con su familia, y yo acomodando fotos, revisando esta vaina, y haciendo un curso de pronunciación del inglés. Y todos contentos.

Pero a mi compañero de turno le gusta juguetear con las autoridades. Necesita que la maestra lo tome en cuenta, como en la escuela, cuando era el mejor alumno de la clase. Así que, creo yo, no tardará en soltar, como al descuido, la noticia del texto, para que llegue a oídos de la jefa de recepción y ver qué pasa, cómo me va a castigar.

*

De todos modos ya soy el más odiado de la corte. Me lo gané, sin hacer nada. Por Momo. Ayer mismo, una compañera, cuando me entregaba el turno, me salió con una respuesta agresiva, por sorpresa, al yo comentarle no sé qué. Pues de puta madre, mi trabajo funciona, está casi garantizada mi no renovación.

Tengo buena suerte para ser odiado por las mujeres neuróticas. Me pasa mucho. No sé qué proyectan en mí pero, si pudieran, me tirarían piedras en la calle, y yo tendría que correr. Es odio puro, de verdad, del bueno.

Algo parecido les pasa a los tipos que se creen listos, los pilas, los que se llevan a quien sea por delante para llegar a donde van, siempre hacia arriba, arrastrándose. El jefe de restaurante es así, el novio de la jefa de recepción. Con él regreso a los días del bachillerato. Cuando trabajé en la tarde me maravillaba al ver su forma de intentar volver a follarse a mi compañera de turno. Parado junto a ella pasaba la mitad de la tarde tamborileando con los dedos sobre el mueble y la otra mitad diciendo cosas al estilo “yo no sé qué se cree la gente, me llaman a cualquier hora para preguntarme gilipolleces, no me pasen ninguna llamada sin antes decirme quién es, ¿vale?”. Lo miraba, decía vale, cerraba la boca, pero se me quedaba afuera la sonrisita. No lo podía evitar, la sonrisita, me salía sola. Supongo que el tipo pensaba que mi gesto era de sarcasmo, arrogancia, algo así. Y eso no puede ser, siendo yo un gilipollas perdido, desde su punto de vista. ¿Cómo un tipo que no es nadie lo puede mirar con cara de que no le importa una mierda quién es él ni lo que dice?

Y con su novia debió pasar igual. No entrar a su despacho para hablar mal de los compañeros de turno, en este hotel, está muy mal visto. Como no hay ascenso posible ni beneficios salariales, aquí los premios y castigos sólo tienen que ver con los horarios y las vacaciones. Y eso, la verdad, no es mucho. Entonces la jefa de recepción, la pobre, ansiosa de poder, no encuentra el cómo. Para sublimar, busca que le hagan la corte. Como Luis XIV, aunque sin tener puta idea de quién es él. En su ordenador alguien puso hace unos meses una pegatina que dice “la jefa”. Allí sigue.

Pues esto, pendejaditas así, cositas de estas, batallitas para llenar los días de la peña, que se aburre, y no tiene más vida que el trabajo en el hotel.

Yo, cuando estoy en estos ambientes donde no pinto nada, donde no sé qué decir ni qué hacer, me cierro, trato de hacerme el pendejo, me esfuerzo todo lo posible para convertirme en un cero a la izquierda. Y ya no puedo cambiar, la verdad, estoy viejo; no tengo puta idea de cómo integrarme, meterme en las conversaciones, jugar a las intrigas, repartir cizaña y, para ser sincero, todo esto me importa un carajo, y de las tripas me sale una voz diciendo “que se vayan a la mierda, esta gente no existe, no me interesa”. Y es muy difícil de callar, a esa voz, aunque lo intente. Entonces, mi búsqueda del cero a la izquierda falla, por los ojos, creo. Mi pinche miradita jode la actuación. Los jefes no son tontos (por eso son jefes), y se sienten poco respetados, mal subordinados. Siempre es igual. Además, algunas veces se me salen cosas por la lengua, para acabar de cagarla. Por ejemplo, cuando, medio pedo yo, en la fiesta de fin de año de una agencia de publicidad prestigiosa, gigante y corporativa, donde hacía prácticas, el jefe del departamento me preguntó por qué no participaba en los “juegos” que se habían organizado para la fiesta, a mí sólo se me ocurrió decir “es que no me educaron para hacer el ridículo”. A las dos semanas estaba fuera, claro.

Y allí es cuando la peña empieza, con toda razón, a comentar: este gilipollas, ¿qué se cree?, ¿de qué va?, ¿no se entera de que no es nadie?, casi cuarenta años y mira dónde está, recepcionista de hotel, toda esa arrogancia, esa prepotencia, qué asco… ¿pero sabes qué es lo peor? No, qué es. Bueno, no sé si decírtelo. Anda, dímelo. No sé, es que es muy fuerte. ¡Dímelo! Vale, te lo digo, pero no se lo comentes a nadie, ¿vale? Vale, a nadie. Pues resulta que el tío… el tío ni-si-quie-ra se ha podido comprar un coche para venir a trabajar en Castelldefels; se viene cada día en tren. Qué fuerte, ¿no? Demasiado, demasiado fuerte. Yo creo que está enfermo, ese tío no es normal, ¿no te parece? Yo creo que sí, no es normal, no puede ser, está enfermo. Sí, ¿verdad?, enfermo, eso es lo que digo yo. Enfermo, no es normal.

1 comentario:

Eva dijo...

jajajajaja que bueno tio!
Es re-bueno Armando! Desde el principio hasta el final. Es que no tiene desperdicio.

No tienes ni idea de lo que me he reído.

Eva.