WORK IN PROGRESS

domingo, 23 de septiembre de 2007

sin titulo: fragmento

En algún momento, hacia los veintitantos años, hice un pacto, no sé con quién, no me di cuenta. Un convenio por el que alargaba mi juventud unos años y, a cambio, entregaba mis referencias personales, esas que uno pone en el CV, todas: la otredad, aquello de saber quién eres por tu ubicación en la manada, por lo que piensa de ti tu entorno (básicamente, dejé de tener entorno, en mi cabeza, fue el precio del pacto, que yo pagué feliz). Ese contrato, quizá mefistofélico, me obligó a apuntalar el egoísmo, endurecer la coraza, tapar vulnerabilidades. Seguir un camino revuelto, donde los pasos van y vienen, según donde tira el viento. El pacto, mientras se disfruta de la juventud prolongada, del cuerpo que parece no envejecer, de los treinta y muchos con cara de treinta, va muy bien. Pero luego caerá la vejez de golpe, supongo, sin ahorros, sin un trabajo estable, sin buenas perspectivas de empleo; porque a un tipo de cincuenta años, sin nada entre las manos, ¿quién lo puede querer? Es el problema de negociar con el diablo, siempre, necesariamente, debes acabar jodido. Si no, qué mal rollo para los prudentes, los mezquinos, los moderados, los avariciosos, los bien pensantes, los conformistas, los apagados, los currantes, los mediocres, en resumen, para todos los sumisos que se portan bien, ¿no?, la hormiga y la chicharra, el cerdito de la casa de paja y el de los ladrillos, el hijo pródigo y el otro... o no, ese no es un buen ejemplo. El pinche Jesucristo, fabricando argumentos para el diablo.

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