WORK IN PROGRESS

lunes, 24 de septiembre de 2007

sin titulo: fragmento

La recepcionista del hotel de Guilin dijo, en voz baja, que sólo tiene un día de descanso al mes. En el autobús la gente mueve calmada, paciente y resignadamente sus bultos para dejar sitio a los que acaban de subir. En el transporte público la gente duerme agotada, igual que los dependientes en las tiendas, a mediodía; en realidad, mucha gente dormita en todos lados, vi uno con la cabeza sobre la mano, el codo sobre la rodilla, el pie sobre el cuerpo de la bicicleta, la bicicleta apoyada en la pared. En una “agencia de viajes” un hombre explicó que la educación y la salud, cuando no es muy básica, hay que pagarlas; que el gobierno le da poco a la gente; que si te quedas sin trabajo lo tienes mal, porque ya ni las familias se mueven para ayudarte. En la calle hay mendigos, pero mucho menos que en Delhi o en Manhattan. Los mendigos de China no son mano de obra aprovechable, son viejos, chuecos, y enfermos; en Occidente, en cambio, los indigentes vienen en todos los tamaños, sabores y colores. Hay dos tipos de expresión facial: la típica de la era comunista, cansada, vapuleada, amargamente domesticada, en la gente mayor de cuarenta años, y la expresión de los jóvenes, intranquila, insegura, vivaz, poco sofisticada, modernilla a la fuerza. Todos los autobuses de larga distancia llevan un televisorcito colgado sobre el conductor; videos o películas chinas; aquí Hollywood no entra. La arquitectura oficial es dura, ostentosa, líneas rectas, grandilocuente, falta de gracia, lo típico de las dictaduras del siglo veinte a partir los nazis (esa parodia del neoclasicismo afrancesado, pseudo imperio romano, que tanto atrajo a los dictadores del diecinueve); la arquitectura privada, en cambio, es caótica, sobrecargada, chillona, norteamerimecanizada. En las avenidas principales comienza a haber un horror vacuum publicitario: no hay espacio libre sin un cartel. Las ciudades tienden a ser dobles: por un lado, zonas que parecen recién bombardeadas, salidas de una película postapocalíptica; y por el otro lado, zonas recién fabricadas, con centros comerciales atragantados, ventas de coches de lujo, y edificios ultramodernos de cristal. Los empleados públicos de limpieza urbana llevan una mascarilla cubriendo boca y fosas nasales; supongo que, para el gobierno, es mucho más rentable repartir estas vainas que frenar la polución. Muchos viejos también van con mascarillas, y mucha gente adulta; los jóvenes, no, no conocen el aire fresco. Los templos budistas son rentables: sostienen en los alrededores infinitos tarantines donde se vende incienso y barajitas. La estructura de los templos es siempre la misma: tres edificios muy parecidos, uno detrás del otro; el último es el más importante; en realidad no sé para qué están los otros dos, si todo el mundo acaba ubicándose en el templo grande. El taoísmo, en cambio, parece pasado de moda, sus templos tienen más de museo que de feria de pueblo. Al té los chinos se lo toman en serio; lo digo porque son serios, en general, los chinos, y cuando toman té lo siguen siendo; serios y tranquilos, llevando siempre su envase plástico de té verde, arriba y abajo, a un lado y al otro; el síndrome de abstinencia que produce el té debe de ser jodido, peor que el del opio.

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