WORK IN PROGRESS

martes, 29 de abril de 2008

sin titulo: fragmento

El desayuno muy bien, gracias, con frijoles y tacos y enchiladas y guacamol y no sigo, que me está dando hambre; mejor que la mayoría de los hoteles, aunque nada comparado con lo que descubrí después, comiendo en los mercados populares.
Caminé los diez minutos que me separaban del lugar de la Feria. Entré con un pase que me había dejado el contacto la noche anterior. Gente, por todos lados. El gran business del libro, con mesas para negociar y los stands de las editoriales exhibiendo en metros cuadrados su peso en el mercado. Algunas editoriales usaban tipas buenas con falda corta y mariachis para las presentaciones de las novedades. En resumen, mamonadas, nada interesante.
Compré un libro de José Roberto Duque; compré también una historia de México; busqué la editorial donde publicaron una antología que tenía un texto mío, que nunca me llegó; el tipo que atendía no me quiso dar un ejemplar porque no estaba la señora no sé quién, su jefa, y yo me negué a soltar pasta para comprarme; conseguí, después de mucho insistir, que los de la organización de la feria me dejaran entrar a mi cuenta de correos para imprimir tres hojas con los textos que pensaba leer al día siguiente, porque mi maleta, con los papeles adentro, seguía por allí paseando, como me dijeron los del aeropuerto, por teléfono, en el hotel; me di cuenta, otra vez, de que los escritores son el eslabón menos importante en este negocio; di un par de vueltas; y cuando comencé a sentir gentefobia me largué; tenía que hacer tiempo mientras llegaba la hora de reunirme con el contacto, que me quería invitar a almorzar y mostrarme no sé qué.
Salí a caminar por los alrededores. Entré a un centro comercial amplio, abierto, estilo ranchero, supongo, con aire de parque temático, como les gusta a los norteamericanos y a los sudaquitas del patio trasero, “una raza unida, la que Bolívar soñó”, como dice Rubén Blades; estaba casi vacío, las tiendas comenzaban a abrir. Compré un cepillo de dientes en un supermercado. Me senté a coger sol, hojear los libros que había comprado, y mirar a la gente que, aburrida, movía su cotidianidad frente a mí.

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Publicidad gráfica: panes pequeños con formas fálicas, cuerpos de mujeres con tetas gigantes, parejas copulando en distintas posturas, todo un catálogo de obscenidades, una junto a otra, sobre una tela teñida de púrpura, hechas de pan. Abajo, en letras clásicas: "La vida cotidiana en el Imperio Romano. Exposición", lugar y fechas.

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Publicidad gráfica: trastos viejos, inútiles, plásticos y metálicos, oxidados, extendidos sobre un amplio suelo de parquet. Los colores puros de los cacharros plásticos acompañan a las líneas firmes de los trastos metálicos, en un diseño que recuerda a Kandinsky, o algo así. Abajo, en letras de tipografía indefinible, un nombre comercial de una agencia de interiorismo.

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