WORK IN PROGRESS

sábado, 2 de mayo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Hay gente jodida, por aquí. Jodida de verdad, digo, no lo que se ve en Europa, de una pierna menos, un brazo corto, temas menores, en comparación, casi siempre importados de los Balcanes, la miseria y la guerra. Los jodidos locales superan cualquier fantasía. Hace un rato vi a un monstruo más efectivo que los de las películas. Los dos pies miraban hacia adentro, se tocaban las puntas, por delante; y las manos no se quedaban atrás, en el diseño. Pero no era eso lo importante, era la cara, hinchada, tensa, como a punto de explotar. Los ojos en blanco y como con ganas de salirse. No sé el por qué de la enfermedad, pero el tipo lo debe tener difícil, esto de vivir. Creo, de todos modos, que no se da mucha cuenta de nada. Me parece que anda un poco ido, por suerte. Supongo que vendría así de nacimiento y, ya se ve, su madre, que debió de ser una buena mujer, no lo quiso esconder (Hera, tienes mucho que aprender). El monstruo circulaba por la calle despreocupadamente; ni siquiera se molestaba en pedir dinero, en rentabilizar su estado. Tampoco salía a sentarse en las rocas, entre la muralla y el mar, donde se reúne la peña chunga a esperar que llegue la noche para entrar a la ciudad, y pasear su alcoholismo, y vender hachís, y hablar con las paredes, y alimentarse de lo que hay en la basura, y oler pegamento, y orinar las esquinas, y caer inconsciente en el medio de la calle, y dedicarse a existir, igual que todos, cada uno como mejor puede.
Con la mañana el lumpen desaparece. Queda el espacio libre para los culos rosados de cabellos amarillos, los de las sandalias plásticas y las camisas chillonas, y la cara de susto y la camarita escondida, y el sobrepeso y el estrés y el acné y los problemas cardiacos, y los buses esperando fuera y los locales de comida chatarra esperando dentro, y las callejuelas de tarantines turísticos atragantadas y el tipo de la banderita levantada calculando su comisión, y los bolsillos llenos y las cabezas vacías. Hay que renovar la fauna, supongo, dejar que progrese la evolución, o que evolucione el progreso, todavía no sé.

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Disneylandia como utopía capitalista, a eso dedicó varios años el personaje. Del espacio exterior como lugar donde dejar los símbolos de la vida cotidiana (el parking); del espacio intermedio, fronterizo, donde comprar el dinero del parque, con su valor de no sé qué semiótico; del espacio interior, circular, dividido en cuatro zonas, y poblado de señales de los grandes poderes de la economía norteamericana, encargadas, según el investigador, de masticar y cagar los símbolos de las otras culturas.
Para ilustrar su tesis, el investigador ha preparado unas veinte fotografías que están colgadas de la pared. En las dos últimas el personaje sale haciendo el gilipollas con una máscara de Mickey Mouse.

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La historieta rosa con la princesa árabe continuó con unos meses de silencio, mientras la aristócrata egipcia entraba y salía; yo me iba a Francia con la enfermera y volvía; y entonces Marruecos, desde donde le escribí a la princesa árabe pidiéndole que no desapareciera, que la necesitaba para mi novela, que me hacía falta saber de ella, etcétera. Por fin, cuando le dije, no sé si en el tercer o cuarto mail, que me sentía como un cordero temblando de frío en la oscuridad de la noche, se le salió la carcajada y se le revolvieron los instintos pastoriles y me escribió quedando para chatear; me dijo que había estado muy dolida por la forma ruda como la había tratado cuando lo de la aristócrata egipcia, estilo juez que sentencia: "ya no te necesito, te puedes ir".
No tardamos en volver a nuestra rutina, y así comenzó lo que sería el segundo capítulo de la historieta rosa: en el que se invierten los papeles, yo caperucita, ella el lobo.

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Notas:
Que la primera historia, la del manoseo a la hija del dueño del local de comida rápida, sea falsa.

Que la novelita del robo en el museo sea sólo un delirio paranoide. O mejor, que todo este librito sea una fantasía fabricada en el museo, de pie, aburrido, durante mil y una jornadas de trabajo, un fragmento para cada jornada, si se puede, pero creo que no, porque a duras penas llegaré a las doscientas cincuenta páginas en el ordenador y a las quinientas jornadas en los asteriscos de separación (o sea, la mitad de 1001, que son 500.5). Que no ha habido amores, ni amigos, ni viajes en el año exacto de vida que recoge este librito. Que todo es aire, sueño, como en Calderón. Que el autor de toda esta chorrada sigue inmóvil, vigilando cuadros, atontado con la fantasía de liberarse de su vida cutre robándose una pintura a cambio de presidio y atención. Entonces podéis reafirmar gustosamente vuestras creencias, pensar que disfrutáis de la mejor de las vidas posibles, y que si no la disfrutáis no es por culpa vuestra, sino por las responsabilidades, que no os dan escapatoria, porque no se puede dejar de un día para otro el trabajo, los hijos, las propiedades, los ahorros. Que no existe mejor lugar que el hogar, y que sólo con la fantasía (como en la tierra de Oz), se puede escapar de la rutina que se lo come todo día a día.

Demostrar, usando la aritmética, la física o, no sé, la trigonometría, la incongruencia de la siguiente frase: "quiero morir joven, pero lo más tarde posible".

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