WORK IN PROGRESS

sábado, 9 de mayo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Notas:
O usar un recurso gastado: que el narrador vea, en un viaje a África, colgado de una pared en el techo casi vacío de unos pescadores de tiburones estacionales, un lienzo al estilo de y firmado por Picasso. Extrañado por la gracia, le pregunta a los pescadores cómo llego esa pintura allí. Los pescadores le cuentan de un tipo que estuvo con ellos el año anterior hasta que se lo llevaron a un hospital porque deliraba de fiebre y tenía una diarrea bestia; que en el hospital el tipo murió. Días después, un poco por azar, uno de los pescadores recuerda que, además del cuadro, el muerto dejó un cuaderno escrito. El cuaderno es este librito, claro. Se supone que el Picasso es original y toda la pollada.

Buscar Duane Michaels.

Revisar el capítulo de China, aligerarlo.

*

Y así el hotel revuelto por la chorrada de arriba y otra que colgué después, donde hablaba de mis relaciones con algunos colegas; de lo fácil que me gano el odio de ciertas personas, por Momo.
--Yo no sé qué se cree la gente, me llaman a cualquier hora para preguntarme gilipolleces, no me pases ninguna llamada sin decirme quién es, ¿vale? –el jefe de restaurante. Y yo lo miraba, y se me quedaba la sonrisita afuera. No lo podía evitar, se me salía sola. Supongo que el tipo pensaba que mi gesto era de sarcasmo, de arrogancia, algo así. Y claro, no le cuadraba, siendo yo, para él, un gilipollas perdido, siendo nadie, ¿cómo era posible que lo mirara con cara de que no me importaba una mierda quién era él?
Algo parecido pasaba con la jefa de recepción. No entrar a su despacho para hablar mal de los compañeros de trabajo, en este hotel, está muy mal visto. Como no hay ascenso posible ni beneficios salariales, aquí los premios y castigos sólo tienen que ver con los horarios y las vacaciones. Y eso, la verdad, no es mucho. Entonces la jefa de recepción, necesitada de poder, no encuentra el cómo. Y para sublimar, busca que le hagan la corte. Como Luis XIV, aunque sin tener puta idea de quién es él. En su ordenador alguien puso hace unos meses una pegatina que dice “la jefa”. La pegatina sigue allí.
Yo, cuando estoy en estos ambientes donde no pinto nada, me cierro, trato de hacerme el pendejo, saco lo mejor de mí para convertirme en un buen cero a la izquierda, porque no tengo idea de cómo meterme en las conversaciones, cómo jugar a las intrigas, y para ser sincero, todo esto me importa un carajo, y de las tripas me sale una vocecita que dice “que se vayan a la mierda, esta gente no existe, no vale nada, no me interesa”, y no la puedo callar, a la vocecita, y entonces mi cero a la izquierda se me daña con los ojos, creo, mi miradita jode toda la actuación, y los jefes, que para las cosas de manada tienen buen olfato (por eso son jefes), se sienten poco respetados, mal subordinados; además de que algunas veces completo con la lengua; por ejemplo, cuando, medio pedo yo, en la fiesta de fin de año de una agencia de publicidad prestigiosa, gigante y corporativa, donde hacía prácticas eternas, el jefe del departamento de creativos me preguntó por qué no participaba en los “juegos” que se habían organizado para la fiesta, a mí sólo se me ocurrió responder “es que no me educaron para hacer el ridículo”; a las dos semanas estaba fuera, claro.
Y entonces es cuando los colegas comentan, con toda razón, "este gilipollas, ¿qué se cree?, ¿de qué va?, ¿no se entera de que no es nadie?, casi cuarenta años y mira dónde está, recepcionista de hotel. Ya ves. El tipo ni siquiera tiene para comprarse un coche, viene cada día en tren. ¡Hala! Es rarillo, ya ves. Sí, seguro, no es normal. Yo creo que está enfermo. Sí, seguro es eso, está enfermo, no es normal. Ya ves".
Luego vino el despido. En la oficina entendí que a la directora del hotel el ambientillo de la recepción le importaba un carajo. Su punto era dejar del lado del hotel la mayor cantidad de dinero posible y, cuando vio que para mí eso no era un problema, se portó bien. Sólo me dijo que de mí no se hubiera esperado “eso”. Le solté que el texto, así como se lo dieron, estaba descontextualizado, que era parte de una novela que voy colgando en un blog, que me sentía raro teniendo que explicar el por qué de un escrito de ficción. Dijo que había detalles, muy precisos, que afectaban a mis compañeros de trabajo. Insistí en que no había nombres, y que era un texto de ficción. Me preguntó por qué, si no estaba a gusto con el trabajo, no hablé con ella para arreglar el despido y el paro. La verdad es que no se me ocurrió, ni siquiera lo pensé. Entonces trató de sacarme información, primero sobre los robos, preguntándome cuánto había de verdad en mi caricatura; le respondí que yo no estaba allí para delatar a nadie, aunque por la forma como me miró a los ojos supo que sí, que lo que yo contaba era verdad, o casi. Luego pasó a tratar de descubrir hasta qué punto soy escritor, supongo que para ver si puedo hacerle daño al nombre del hotel. Me comentó, y me hizo gracia, que ese texto, en su opinión, de literario no tenía nada; en el contexto sí, me defendí, no sé por qué.
Mientras imprimía los papeles de la renuncia-despido hablamos de libros, de lo que está leyendo ahora; de un hermano suyo, periodista económico, que vivía en Londres; y de si era cierto lo de mi mudanza a París. Sí. Me comentó que ella prefería Italia, porque a los franceses los encontraba insoportablemente pedantes. Italia quizá después, le dije. Me preguntó en qué pensaba trabajar, y olí que iban a ponerme, o ya me habían puesto, en una especie de lista negra o, por lo menos, que me enterrarían siempre que pudieran.
El chaval uruguayo me había dicho que, para calmar a las bestias, la directora le había dado al jefe de restaurante el privilegio de decidir cuál debía ser mi castigo; el tipo pidió que me renovaran el contrato, para joderme lo de París. Lástima que no se haya podido; no sé, con un poco de suerte, quizá la próxima vez.

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