WORK IN PROGRESS

sábado, 16 de mayo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Togo
A mediodía pasamos en una canoa de madera un río que era la frontera con Togo. Fuimos al mercado donde la mujer del que hablaba francés vendía pescado salado. En un puesto murciélagos secos, serpientes, raíces, escorpiones, hojas.
--¿Y eso qué es?
--Medicinas.
También las vendía un showman que mostraba láminas con dibujos planos de hombres con manchas en la piel, mujeres con zonas del cuerpo hinchadas, viejos y niños en cama, todos con cara de desgracia. A cada lámina una píldora y un guión.
Por ejemplo, tras una de las láminas, el showman recitó este poema:

La ola se retira:
algas, ramas, papeles
historias, despojos

­Aquelarre
Cuando volvimos a Ouidá los pescadores nos recibieron nerviosos. El que hablaba francés me explicó que esa noche había aquelarre; los brujos de la casa vecina tenían una fiesta. Me preguntó si quería dormir donde el jefe en vez de usar la tienda de campaña. No, no importa. Me preguntó si no tenía miedo. No, más bien curiosidad. Me hizo prometer que no saldría, por aquello del fusil africano.
Estaba dormido cuando comenzó el espectáculo. Un ruido fuerte, como un silbido animal, pero amplificado. Silencio. Al rato, el mismo silbido, pero en otro sitio. Al silbido se unió un ruido fuerte, como un crujido gritado, quizá producido por alguna especie de matraca. Todos los ruidos parecían amplificados, pero allí no había electricidad; quizá alimentaban la amplificación con una batería de coche. La frecuencia de los silbidos animales aumentó progresivamente y daba la impresión de que se movían muy rápidamente de un extremo a otro de la casa vecina. El que hablaba francés, los pescadores y el viejo corrieron a esconderse en la casa del jefe. Yo aproveché para sacar medio cuerpo e intentar ver; nada, estaba la pared. Los silbidos frenéticos, el crujido y otros ruidos cada vez más violentos. Una especie de clímax y entonces, violentamente, el silencio.

*

Encontré piso en París, por internet, en Montparnasse, como los clásicos, junto a la estación de tren, en una calle que, además, se llama Rue de l'Arrivée. Está a diez minutos de los jardines de Luxemburgo; a doce de Saint-Germain-des-Prés; a veinte, caminando, de la Sorbona; a treinta, a pie, de Notre Dame y de la Torre Eiffel; a media hora, saltando, del Louvre; a un poco más del Pompidou; a cinco horas, gateando, de Montmatre; a siete, a la pata coja, del Bois de Boulogne; a veintiocho, con los ojos cerrados, del Bois de Vincennes. Pues eso, que se puede ir a cualquier parte de cualquier forma. Son 16 metros cuadrados en un sexto sin ascensor. Absténganse de visitas los obesos y los cardíacos; los primeros porque no caben, los segundos porque no llegan. Todos los demás serán bienvenidos, previo aviso, claro, para que no me encuentren en estado de descomposición.
Saludos cordiales,

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