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miércoles, 13 de mayo de 2009

la fama, o es venerea, o no es fama (continuacion)

Requin Pointú
Segunda parada. Canto y red. Esta vez pesaba. De entre las olas suaves apareció, colgada de las cuerdas de la red, una especie de caracol con la forma y el tamaño de un balón de fútbol, al que se había pegado una medusa que tenía adheridos trozos de coral y algo que parecía un diente. Luego, uno de los pescadores se asomó a la barca y me hizo gestos para que me acercara. Del azul oscuro, casi negro, del mar, vi aparecer una silueta al principio difusa, después elegante, que finalmente se convirtió en un tiburón, montado a la barca por tres pescadores. Había muerto ahogado por la inmovilidad.
El que hablaba francés me dijo que el tiburón era pequeño, aunque tenía mi estatura más una cabeza. Muchas veces hay que cortarlos para poder subirlos a la barca, me dijo el que hablaba francés. Pescan a los tiburones porque hay un hombre de Hong Kong que paga muy bien por las aletas. La mandíbula seca la venden a los hoteles. Mientras deslizaba el pulgar del pie por la piel del tiburón, de ida y vuelta, encendieron un fogón y pusieron a cocinar un pescado.
--¿Cómo se llama, qué tipo es?
--C’est un requin pointú.
En ese momento, del humo del fogón salió este poema:

¿Puntiagudo, dices?
Sí, pero el nombre debe ser
visto a la inversa

Pesca
Después de apagar el fogón nos acercamos a la costa; próximos a ella subimos otra red: peces, langostas, pulpos, acompañaron al tiburón en el piso de la barca; y cada vez que aparecía enredado un cangrejo, con una maza de madera un pescador lo machacaba y lanzaba los trozos al mar.
--En Europa las patas de cangrejo son un plato caro.
--Nosotros sólo comemos cangrejo cuando no hay otra cosa.
En la playa separaron la pesca que iba a los hoteles y vendieron el resto a la gente aglomerada alrededor de la barca.
Luego, el que hablaba francés me dijo:
--El jefe quiere que almuerces con nosotros.
--Claro, ¿por qué no?
Alrededor de la casa había una cerca de hojas de palma trenzadas. Dentro de la cerca un patio amplio, cubierto por hedor fuerte a pescado. Esparcidas por el patio, las aletas y las mandíbulas de tiburón se secaban, blancas, al sol. Junto a la casa, en un pequeño anexo donde estaba el fogón, dentro de una paila gigante varias mandíbulas perdían la carne.
Al final del patio estaba la casa del jefe, donde dormía con su mujer y sus dos hijos, y en el otro extremo la casa pequeña donde dormían los pescadores. Construcciones de bloques y techos de zinc.
La mujer del jefe me dio una silla y un plato de espaguetis con salsa picante de pescado. Cuando acabé, me preguntó, usando al que hablaba francés, si no me había gustado (estaban las espinas con carne sobre la arena, junto a mis pies); le dije que me había gustado mucho, y era verdad, porque era el primer plato caliente que comía desde que salí de Cotonou, pero que no estoy acostumbrado y no sé comer pescado.
De la mirada de la mujer escuché este poema:

Pies delicados
míratelos: ¡cuánto te falta
de verano y montes!

Y sonriendo, mis dientes respondieron:

Mi choza es amplia, sí
pero adentro
aire

Dinero
El que hablaba francés me preguntó si quería quedarme a dormir en la casa. Claro, ¿por qué no?; monté la tienda en el patio. El que hablaba francés me llevó hasta el lavabo (una habitación con suelo de arena, un bidón de agua de pozo y una pequeña pala, en una construcción vecina que quedó a medias), y ducha (otra habitación con suelo de arena, un bidón de agua de pozo y una palangana). Usé el lavabo, la ducha, me cambié la ropa, perfecto.
Cuando regresé a la casa estaban repartiendo el dinero de la pesca. Habían separado mi parte; creo que entre uno y dos euros, no me fijé porque no acepté; insistieron; no acepté; no insistieron.
En la tarde estuve sentado en el patio con el que hablaba francés, dos pescadores, y un viejo, que reparaban las redes recogidas en la mañana y conversaban, yo miraba.

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