Al día siguiente había que salir a pescar pero amaneció lloviendo. Tratamos de entrar al mar varias, muchas veces, y siempre las olas nos devolvieron. Una pequeña barca que también intentaba salir de pesca se volteó, las olas llevándose las redes, los remos, lo que había adentro, los pescadores nerviosos tratando de recuperarlo. El jefe desistió y devolvimos la barca a la arena. Los pescadores regresaron a la casa callados; el jefe preocupado. En un sitio escondido del patio había un pequeño fetiche; le pusieron comida y aguardiente, le dijeron no sé qué, pregunté, es para que el mar se calme.
Como la lluvia y el mal tiempo parecía que iban a quedarse un buen rato, me preguntaron si quería acompañarlos a un pueblo donde tenían familia, en la frontera con Togo. En la tarde cogimos varias bolsas grandes, el jefe un bidón de combustible, y unas moto-taxis nos pusieron en la carretera que pasaba por Ouidá. Esperamos un rato hasta que llegó una camioneta de carga que nos juntó a una docena de personas en un cuadrado metálico, sin ventanas, pero con la puerta abierta. El jefe no me dejó pagar. Llegamos acabando la tarde; el que hablaba francés me presentó a su mujer y a su hija. Pasamos a la casa del jefe que me presentó a su madre. Akué cacá. El resto de la noche compartiendo botellas de aguardiente de palma con un grupo de pescadores. Dormí en el patio de la casa del que hablaba francés, que quiso quedarse a mi lado, pero lo convencí para que se fuera a dormir con su mujer, que tenía no sé cuántos días sin verlo.
Al día siguiente, en la mañana, el que hablaba francés me llevó a conocer al alcalde; un tipo que vivía en una casa grande estilo occidental: cocina, televisión, baños, garaje, etc.; por la casa circulaba una especie de mayordomo y había una mujer en la cocina; de vez en cuando llegaba alguno a pedir favores. El alcalde me preguntó de dónde venía, me dijo que él iba a Europa casi cada año, en resumen, se hizo el importante. Después del alcalde el que hablaba francés me presentó a más familiares y, a mediodía, me llevó donde un pescador de mirada inteligente y trato agradable; su casa, la típica de bloques, techo de zinc, y piso de arena, estaba llena de gente sentaba en semicírculo mirándonos, y en la puerta un grupo de niños asomados; el pescador, usando al que hablaba francés, me dio la bienvenida hablando suave y me contó un poco sobre el pueblo; la gente escuchaba en silencio. Al salir, le comenté al que hablaba francés del contraste que había visto entre los dos hombres; la ostentación de uno contra la sencillez del otro; el desfile de gente pidiendo favores en la casa grande y el grupo de personas sentadas en silencio frente al pescador; el alcalde haciéndose el importante y el otro natural. El que hablaba francés me miró, sonrió, y no dijo nada.
En la tarde pasamos en una canoa de madera un río que era la frontera con Togo. Fuimos al mercado donde la mujer del que hablaba francés estaba sentada vendiendo. Alrededor, el movimiento del mercado. Los vendedores sentados bajo los techos plásticos sostenidos por palos, los compradores regateando precios, los vestidos de colores, el olor a pescado, los niños, los perros, y las moscas, acabando el cuadro. Afuera, de regreso, una especie de showman sostenía unas láminas con dibujos básicos de hombres con manchas en la piel, mujeres con zonas del cuerpo hinchadas, viejos y niños en cama, siempre con cara de desgracia; mostraba una píldora y decía no sé qué; bajaba el cartel, cogía otro, explicaba, mostraba la misma píldora.
WORK IN PROGRESS
jueves, 7 de agosto de 2008
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