WORK IN PROGRESS

sábado, 9 de agosto de 2008

sin titulo: fragmento

En la tarde regresamos a Ouidá. Los pescadores nos recibieron nerviosos. El que hablaba francés me explicó: esa noche había aquelarre; los brujos que vivían en la casa de al lado tenían una fiesta, mejor dormir donde el jefe, todos juntos, no en la tienda de campaña. No, no importa, yo me quedo en la tienda. Pero no puedes salir, tienes que quedarte dentro, si los brujos te encuentran mirándolos estás muerto. Okay.
Estaba dormido cuando comenzó el espectáculo. Un ruido fuerte, como una especie de silbido animal pero amplificado. Silencio. Al rato, el mismo silbido, pero en otro lado. Al silbido se unió un ruido raro, como un crujido gritado, no sé cómo describirlo, supongo que producido con alguna especie de matraca (la impresión que tengo es que los ruidos estaban amplificados, aunque por allí no había electricidad; pero no sé, quizá algún aparato grande conectado a una batería de coche). Los silbidos animales cada vez más frecuentes y como avanzando rápidamente, de un extremo a otro del patio vecino. El que hablaba francés, los pescadores y el viejo corrieron a esconderse en la casa del jefe. Yo aproveché para sacar la cabeza e intentar ver algo; nada, estaba la pared. Los silbidos frenéticos, imitando un movimiento imposible por lo rápido y el crujido y otros ruidos raros. Una especie de clímax y entonces el silencio, hacia las dos de la madrugada. Un buen concierto, en conclusión.
Al día siguiente el que hablaba francés me preguntó cómo estaba. ---Bien.
--¿Asustado?
--¿Por qué? ¿Por lo de anoche? No, la verdad es que no, como no sé nada de brujos, no me asustan.
Como había ahorrado, viviendo con los pescadores, algunos euros, me fui el fin de semana a Posotomé. Esa tarde, caminando al azar por la selva, oí música de tambores. Siguiendo los senderos, la perseguí. Llegué a una aldea. Una docena de hombres y mujeres bailaban cubiertos por pasta de cereal y taparrabos, los tambores a un lado, los viejos de la aldea al frente, sentados en línea sobre un tronco largo, los feticheros entre los bailarines, repartiendo bendiciones escupiendo al suelo, creo yo. Baile frenético, los tambores acelerados, los bailarines con los ojos girados. Una mujer del público comenzó a gritar. Los feticheros la cogieron de los brazos. La mujer se sacudía. Gritaba. Volteaba los ojos. Convulsionaba. Los feticheros la arrastraron al otro lado de la pared, donde guardaban los muñecos que son los fetiches, los disfraces para bailar, las máscaras, y todas sus herramientas para asustar a la gente. Poco después la mujer salió medio desnuda, los feticheros masticaban cereal, cogían un buche de aguardiente de palma, y escupían sobre la mujer. La mujer se incorporó al baile. Los feticheros masticaban cereal, cogían un buche, y escupían. Se le iba formando una costra, como a los demás. Entonces, un hombre del público comenzó a gritar. Los feticheros lo cogieron de los brazos. El hombre se sacudía. Gritaba. Volteaba los ojos. Convulsionaba. Los feticheros lo arrastraron al otro lado de la pared.

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