Y ahora entra la novelita del robo con allanamiento, esa que escribí cuando estaba desempleado y andaba de mal rollo. La novelita comienza con el personaje justificando por qué nunca se insertó en el mercado laboral como el resto de la gente, y para eso cuenta la historia de su primer empleo:
Al cumplir los dieciocho años recibió un carro como regalo. Mostaza, barato, latonudo y feo. Cogió las llaves sin dar las gracias, las puso sobre una mesa, y se fue a pedirle a su madre el coche que ella le había prometido, uno plateado, caro, nuevo y ostentoso. Su madre, que lo había sobornado ofreciéndole su propio coche para que estudiara derecho y no periodismo, le dijo que se conformara con el carro que le habían dado, porque muchos estarían felices, bailando en uno o dos pies, por tener un carro, aunque fuera ese.
Y es que en la jungla casi todo el mundo se mueve apelotonado en autobuses, compartiendo sudores y empujándose para llegar a una puerta desde donde se salta a una calle que es igual al autobús pero sin ruedas.
Pero para el personaje eso de que cualquier carro daba lo mismo era una insensatez. Dentro del grupo social al que creía pertenecer todos sus amigos y conocidos tenían un coche último modelo al cumplir los dieciocho años.
El tema es que sus padres no iban de ricos y él sí, estaba jodido, comiendo mierda.
*
Se dio cuenta de que no iba a estudiar la carrera que quería ni podría usar el carro para intercambiar fluidos. Ninguna mujer decente se dejaría meter mano en el trasto de mierda que le habían dejado. La gente, en el mundo donde quería moverse, en vez de tener apellido tenía modelo de coche. Por ejemplo, cuando se hablaba de alguien, se decía "X, el del (modelo del vehículo) azul"; y así, por el carro, se catalogaba a la persona: ubicación social, perspectivas de futuro, atractivo sexual, esperanza de vida, etc.
Entonces, su futuro pintaba mostaza, latonudo, barato y feo.
*
En algún momento, hacia los veintitantos años, hice un pacto, no sé con quién, no me di cuenta. Un acuerdo por el que alargaba mi juventud unos años y, a cambio, entregaba mis referencias personales, esas que uno pone en el CV, todas: la otredad, aquello de saber quién eres por tu ubicación en la manada, por lo que piensa de ti tu entorno (básicamente, dejé de tener entorno, en mi cabeza, fue el precio del pacto, que yo pagué feliz, ligero). Ese contrato, quizá mefistofélico, me obligó a apuntalar el egoísmo, endurecer la coraza, tapar vulnerabilidades. Seguir un camino revuelto, donde los pasos van y vienen según tira el viento. El pacto, mientras se disfruta de la juventud prolongada, del cuerpo que parece no envejecer, de los treinta y muchos con cara de treinta, va muy bien. Pero luego caerá la vejez de golpe, supongo, sin ahorros, sin un trabajo estable, sin buenas perspectivas de empleo; porque a un tipo de cincuenta años, sin nada entre las manos, ¿quién lo puede querer? Es el problema de negociar con el diablo, siempre, necesariamente, debes acabar jodido. Si no, qué mal ejemplo para los prudentes, los mezquinos, los moderados, los avariciosos, los bien pensantes, los conformistas, los apagados, los currantes, los mediocres, los comunes, los desilusionados, en resumen, para todos los sumisos que se portan bien, ¿no?, la hormiga y la chicharra, el cerdito de la casa de paja y el de los ladrillos, el hijo pródigo y el otro... o no, ese no es un buen ejemplo... Vainas del pimpollo de Jesucristo, que le daba por fabricar argumentos para Satanás.
WORK IN PROGRESS
sábado, 22 de noviembre de 2008
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