WORK IN PROGRESS

sábado, 16 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

El autobús nos dejó en un sitio apartado, lejos del centro turístico, del lago, comenzando a anochecer. En el autobús yo había empeorado, sudaba, temblaba, me mareaba. Le dije a mi ex que cuidara las mochilas y me fui a buscar un taxi. Hice lo de siempre: pregunté cuánto, escuché el precio, puse cara de sorpresa, de ofendido, dije que estaba loco, por pedirme ese precio, que más atrás alguien me había ofrecido el mismo viaje por un tercio, vi la sorpresa del taxista y, con ella, medí cuánto era el mínimo que podía pagar, me alejé, le dije a otro taxista que no pagaría más de tanto (entre un tercio y la mitad del precio del primer taxista), le dije que no pensaba negociar, que ese era mi precio final, me dijo que no, pasé al siguiente, que tampoco, y así hasta que encontré al bien dispuesto, pero no me había dado cuenta de que el primer taxista se había venido detrás de mí, y comenzó a pelearse con el que había aceptado mi precio. Yo, mareado y tembloroso, acabé aceptando que el primer taxista me llevara pagando la mitad del precio original. Nos regresamos a buscar a mi ex. En el camino, el taxista sacó su rickshaw, no sé cómo, de entre doscientos estacionados. Cuando encontré a mi ex estaba rodeada de gitanitas (supongo que intocablemente hijas de dios), que le pedían dinero, que la habían comenzado a rasguñar, por su cara acojonada. Se alejaron corriendo con los gritos del taxista. Subimos las mochilas, nos embutimos entre ellas. Me recosté temblando, sudando. Mi ex me preguntó cómo estaba. Bien. Sin poder comer porque, no sé cómo, todo lo que entraba por mi boca se volvía mierda líquida en diez segundos; una máquina de diarrea, perfecta, eso era yo. Disentería, según la guía. Si en tres o cuatro días no se pasaba, había que empezar a preocuparse. Llevaba dos así. Me quedaban dos. Estaba bien.



*



Escena: lo primero, las dos al suelo. Una sobre la otra. Los pies de la de abajo son las manos de la de arriba, que apoya o esconde la cara en las plantas mugrientas. Alrededor, Picasso, época Guernica, figuras torcidas, simples líneas, reformadas. El juego de taparse la cara con los pies sucios de la compañera sigue, hasta que las dos se levantan y comienzan a entrecruzarse: brazos, piernas, corbatas, nudos, en una especie de lucha grotesca que recoge bien las formas de los cuadros. Picasso, virulento, las ha contagiado. Ellas buscan, pero él, póstumo, aún encuentra.


1 comentario:

Anónimo dijo...
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