WORK IN PROGRESS

martes, 26 de febrero de 2008

sin titulo: fragmento

Ocupando toda la pantalla los ojos enrojecidos de un hombre con muy mala cara. La cámara baja hasta su boca. Vemos que repite frases, compulsivamente, aunque sólo escuchamos un susurro que parece pronunciado en una lengua extranjera (¿rumano, quizá?). Pantalla en negro. Voz en off: "¿nerviosismo, estrés, problemas con el sueño?". Vemos la cara del mismo hombre, duerme plácidamente. Pantalla en negro, logo. Voz en off: "Policía del Estado, trabajamos para tu tranquilidad". El plano se abre y nos damos cuenta de que el hombre de la mala cara duerme dentro de un calabozo.

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Se supone, ¡oh generosos lectores!, que tendría que haber escrito la huida de nuestro héroe en formato guión para televisión, pero no he podido, no se me ha ocurrido nada. He pensado hacerlo en la forma de una publicidad de veinte segundos, plagiando a un amigo. Me ha salido otra cosa. Imaginé la mirada angustiada de nuestro personaje y, en vez de sacarlo del cybercafé, lo he puesto en una celda. No es mi culpa, es un niño que le da con una pelota a la silla de al lado (recordar evitar los Jardines de Luxemburgo los domingos soleados). Cuando comienzo a buscar opciones, no sé, hacer que a nuestro héroe, con la muerte en los talones, se lo lleve la policía por alguna estupidez,¡toma ya!, la pelota. Lo de la estupidez me ha hecho recordar a un gran tipo. Le ponía el mechero en el culo a los vecinos de barra en el bar cuando quería pelea. Los vecinos de barra se volteaban con el calor y el tipo escondía el mechero y la mirada, haciéndose el pendejo. Era joven, decía, y esas eran sus historias. Cuando lo conocí tenía unos cincuenta años, era corredor de seguros, compartía oficina con su sobrino, el abogado para el que yo trabajaba. Bailaba, cantaba, perseguía sonriente y libidinoso a las secretarias que entraban a la oficina, no se quedaba nunca tranquilo. Tenía dos caras, la que usaba en los campos de golf, con su mujer y sus clientes ricos, y la suya. Me contó que una vez quemó la plaza de un pueblo porque no lo habían dejado entrar a no sé qué fiesta. El Bolívar de la plaza ardiendo y el tipo gritando ¡Hijos de puta! ¡Muéranse todos!, rociando con gasolina. Como ésta, un par de historias cada día. Me decía que debía escribir un libro sobre él. Y tenía razón, sería mucho mejor que seguir con la mamonada de la huida. Pero parece que no va bien desmadrar la línea principal, porque el lector primero se pierde, y después se aburre. No sé, a ver quién se lo explica al niño de la pelota, el futbolista. Es su culpa, todo este fragmento. Si se quedara tranquilo con la madre nuestra novelita avanzaría, torpemente, como los barquitos de vela de la fuente, pero avanzaría. Pero no, patada a la pelota, silla, apaga y vamonós. Y los comerciales de televisión, mejor, para el próximo capítulo.


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