A las diez de la noche, mientras mi mamá me acariciaba la cabeza sacándome trocitos de vidrio como si fueran liendres, mi papá entró al cuarto gritando:
--¡Qué bolas tienes tú! ¡¿Estás loco?! ¿Y ahora qué pasa si alguien choca contra la camioneta y me demanda? ¿Y si hay heridos? ¿Y si hay muertos? ¿Me van a meter preso por tu culpa?, (parece que el embotellamiento se disolvió y otros carros se reventaron contra la ambulancia, que había quedado atravesada en una curva de la autopista).
"Por lo menos podrías preguntarme si estoy bien, cara de culo". Pensé, pero no dije nada, pendejo yo.
*
Aún no se me habían inmovilizado los dientes cuando ya llevaba en la cabeza qué vehículo/apellido iba a tener: un rústico descapotado; viejo y barato, porque sabía que mis padres no me ayudarían a comprar un tipo de carro fabricado, según ellos, para que la gente se mate.
Para completar el dinero del coche comencé a trabajar en una venta de hamburguesas de un centro comercial al norte de la ciudad. Estuve sólo dos días porque me fastidiaba la prohibición de sentarse durante las ocho horas del turno y, sobre todo, no aguantaba el espíritu solidario de los compañeros de trabajo. Era demasiado fuerte tener que escuchar sus historias y sentir sus risas, inventar excusas para evitar sus invitaciones, porque sentía vergüenza de estar entre ellos. Por eso, apenas supe de una vacante en un puesto de comida vecino, salté, feliz, al otro empleo. Ni siquiera me molesté en cobrar las horas que pasé abriendo en zigzag los panes de las hamburguesas.
*
El nuevo local, con un nombre que tenía algo que ver con lo "criollísimo", o el "criollismo", o algo así, vendía, casualmente, comida criolla.
El trabajo tenía dos cosas buenas: el horario diurno (después de la universidad); y la encargada, y jefe inmediato, hija del dueño, que aunque era pequeñita tenía buenas tetas.
Pero también había una cosa mala, que yo no vi: la verdadera autoridad del sitio era la cocinera, escondida en la parte de atrás del tugurio porque tenía cara de oler mal.
En algún momento, no sé por qué, la hija del dueño decidió tener una historia conmigo, entonces siguió el método clásico: la estimulación sexual. Primero me mostró las instalaciones. Me señaló la escalera que llevaba al depósito y comenzó a subir:
--Ven a ver --dijo, y cuando levanté la cara tenía todo el contenido de la falda corta de jean a un metro de los ojos. La ropa interior blanca se hundía entre sus nalguitas redondas y una zona oscura servía para imaginar un monte sin afeitar, porque eso fue a finales de los ochenta y todavía no se habían puesto de moda los afeitados.
Claro que no me fijé en la cocinera, parada a mi lado, oliendo el próximo intercambio de fluidos.
*
Una amiga dirá, un par de capítulos más adelante, que no le gustan mis escritos porque siempre hablan de mí, y no sabe qué interés puede tener mi vida; que eso de hablar de sí mismo está bien para la gente importante, pero un tipo como yo, ¿para qué?, ¿a quién puede interesarle?… ¡Claro!, tiene razón, el juego es intentar engañar a la peña con historias vistosas. Con gesto travestido, convertirse en creador de personajes de cartón. Usar frases que suenen a libro y escribir "bien", novelas que parezcan novelas, cuentos que parezcan cuentos, cosas así. Nada de textos "poco literarios", como dicen los editores de España.
Desaparecer, como autor. Dejar que el libro sea, simplemente, un vehículo de información, siguiendo el catálogo de no sé qué artista plástico. Alejarse uno todo lo posible. El espectador recibe el código con el mensaje, sin mezclarse con el emisor. Esterilización autoril, supongo, algo así:
WORK IN PROGRESS
sábado, 29 de noviembre de 2008
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3 comentarios:
Para huir de biográfias ,hay que tener un buen carro o pegarle fuego...piromania existencial je,je.
A mi me gusta escuchar al autor,aunque no siempre entiendo lo que dice,se que tiene pagados derechos de publicación...vidilla.
un abrazo.paula
pagados los derechos de publicacion? no hay por dónde; los últimos pedí que los convirtieran en libros; así que me enviaron una caja desde méxico y la mitad de la caja me la llevé a la presentación dentro de una mochila; el tipo, que digo, el autor, caminando saint-german des pres disfrazado de gente, pero bajo la lluvia y con una mochila en la espalda; todo por no coger un taxi con el cuento de que el sitio me quedaba "a mano" (media hora, a pie). Aquí el carro, la verdad, me hubiera ayudado, aunque tener carro en estas tierras sí que es piromanía existencial
Ja,ja me referia a otros metafóricos derchos de autor a esos,que da lo vivido .Pero me ha encantado imaginarte,imaginar al autor,cargadito ,con su camada paridas.
Pd)La inquisición,es la solución...te hubiera aliviado el peso del embrujo,incluso de la existencia...manejaban el fuego como nadie je,je.
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