




La crisis le dio en Jodhpur, después de que visitáramos el castillo y una niña, creo que intocablemente hija de dios, le rasguñara el brazo por no darle dinero. Que todo era muy feo, me dijo, llorando, en el hotel, y yo le respondí que el castillo estaba de puta madre, que nunca se me hubiera ocurrido encontrar una vaina así al borde del desierto, que parecía sacado de una película de ciencia ficción, con las filigranas de piedra, que... Nada, no había manera, decía que no tenía sentido viajar tanto, haberse gastado tanta pasta en el pasaje, para llegar a unas ciudades tan feas. ¡Joder, pero si allí está la gracia!, insistía yo, en ver cómo vive esta gente en realidad. ¿Cómo viven?, en la pobreza, ya lo ves, ¿había que gastarse todo ese dinero para saberlo? Coño, pero es que no es sólo eso, el chiste es intentar ver más allá... ¿Más allá de qué, si ni siquiera te pones a hablar con ellos? Y bueno, esto era verdad, soy poco dado a hablar pendejadas con la gente, tampoco viajando; a veces sí, pero no normalmente. No sé, para mí, ya las imágenes del castillo y la ciudad, con las casas azules, y después, el mausoleo de mármol, las tumbas de los reyes, el atardecer, allí, ya pagan el viaje. Pues para mí no. Fin del argumento.
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Chateando con mi hermana apareció, no sé cómo, un tipo que calza perfecto en mi novelita del robo con allanamiento: mandaba bombas por correo para publicar, en la prensa, sus manifiestos. Por desgracia, era mejor fabricante de explosivos que de pensamientos, sus escritos son una sarta de disparates, sus bombas, no tanto. ¿Por qué, buen hombre, antes de empezar con tus acciones, no tomaste un cursito de letras, o de historia, o de filosofía? Porque, me respondería, para hacer burradas se necesita un buen corazón, no un espíritu despierto.
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A mi compañera de piso española, la pequeña, la fiscal de menores, no le gustó China. Estuvo en verano y encontró a lo chinos poco interesantes, guarros, y bastante maleducados. La arquitectura no le pareció nada del otro mundo, y ni siquiera la Ciudad Prohibida o la Gran Muralla le llamaron la atención. Sólo tiene buenos recuerdos de los Guerreros de Xian. Las ciudades las encontró feas, la gente le olió mal, por no decir nada de los escupitajos. Con sus amigas participó en un rafting, de tres días, una mierda. Nunca le había atraído la cultura china y no tenía ninguna ilusión de ir allí. Fue porque había quedado en pasar las vacaciones con ellas pero, la verdad, hubiera sido mejor irse a otro lado. Hubiera sido mejor irse a otro lado, la verdad.
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Asusta no la fragilidad del techo, sino la soledad. El puto instinto gregario, soplándote detrás de la oreja, cuando tratas de dormir. Preguntándote, en susurros, qué vas a hacer si te enfermas, dónde piensas estar, cuando viejo. Cierras los ojos y te imaginas cosas que te den sueño. Nosferatus reposando, por ejemplo. Pero no, la vocecita sigue detrás preguntándote. La una, las dos, las tres de la madrugada, hasta que por fin, cansada, se calla, y entonces puedes dormir.
10:42 h. La de Castelldefels le dice al sujeto que estuvo intentando leer su blog pero no pudo, no le gustó, lo dejó, ¿qué sentido tiene hablar de su vida, así, tan directamente?, ¿para qué sirve?, ¿a quién le puede interesar?, si fuera un tipo importante todavía, ¿pero él? El sujeto se ríe, dice que le gusta oírla comentar que no le interesa una mierda lo que él escribe. La de Castelldefels pregunta por qué. El sujeto responde que le parece de puta madre que sea tan sincera.
10:46 h. El sujeto observa unas manchitas blancas en los pies de la de Castelldefels y le pregunta qué son. La de Castelldefels responde que es vitíligo. El sujeto comenta que en el Amazonas venezolano había mucho, y no se sabe cómo se transmite. La de Castelldefels, pensativa, comenta “ahora que lo dices, tuve un rollo con un tipo que vivió mucho tiempo en el Amazonas de Brasil”. El sujeto piensa en los condones, se lamenta.
10:50 h. El sujeto le pide la ducha a la de Castelldefels, para no ir donde el médico oliendo a sexo.
13:37 h. El sujeto camina apurado por la calle Balmes, mira el reloj y nota que llegará tarde.
13:52 h. El sujeto encuentra una cola de tres personas.
14:16 h. El sujeto da el nombre del urólogo con quien tenía la cita a las 13:45 h. La enfermera revisa qué dice del sujeto la base de datos de la mutua, anota no sé qué, y le pide al sujeto que por favor se siente hasta que lo llamen.
14:23 h. La enfermera llama al sujeto y le indica por dónde tiene que pasar.
14:24 h. El médico y el sujeto se dan la mano, el sujeto se sienta, el médico le pregunta al sujeto qué le trae por aquí, el sujeto responde que es algo sencillo, que tiene demasiado prepucio y eso hace que se le salgan los condones, y que como acaba de separarse y comienza a diversificar su vida sexual ha pensado que tiene que circuncidarse para poder usar preservativos. El médico comenta vamos a ver cómo está eso.
14:30 h. El sujeto se sienta en una silla especial con los pantalones en las rodillas. El médico mueve el pene del sujeto, lo descapulla, comenta algo sobre el frenillo y acaba diciendo que sí, hay que cortar.
14:39 h. El médico llena una solicitud para los exámenes de sangre y le dice al sujeto que después de la operación tendrá que pasar un mes sin ningún tipo de actividad sexual, y que los puntos se le caerán solos.
14:42 h. El sujeto sale del consultorio pensando que tendría que haberse hecho esa operación mientras estuvo casado, cuando casi no tenía sexo. Escribe un mensaje en el teléfono móvil: cuando me corten el pito estare un mes sin follar. hijos de puta; y se lo envía a su amor recurrente.
Y aquí vuelve el turno, no sé por qué, de la novelita del robo con allanamiento, ¡oh hermanos, amigos!
Nuestro héroe, el disminuido, pasó su jornada laboral pensando en el robo, como es natural, intentando descubrir qué haría, ahora, con los lienzos robados.
Eso decía la novelita y, la verdad, me importa un carajo. Si pasaba o no pasaba las horas pensando en el robo, en los tres días que trabajé en el museo, no es pedo de esta novela, o sí, no me importa. Por supuesto que la idea del robo era buena, así como la he descrito, y además perfectamente practicable pero, ¿de dónde sacar los cojones para entrar, de verdad, por aquella ventana, en la madrugada? Difícil, claro, porque aunque te hagas el duro, el independiente, el puede con todo, siempre están las referencias familiares amenazándote por la espalda. Hablo de tu madre, sobre todo. ¿Cómo le ibas a explicar que te has hecho meter preso, a propósito, para hacerte famoso, porque no veías otra forma de salir del agujero proletario en el que te habías hundido? Jodido. Muy jodido, jodidísimo. Y entonces, aunque te pasaras el día raskolnikoveando, una mierda, todo se quedaba en fantasías e imaginaciones, en darle vueltas a la cabeza para pasar el rato, preguntándote dónde estaban los lienzos robados, o los originales, si en el sótano del museo, si en las casas de los altos funcionarios, o si, en realidad, más bien, todo era un simpático timo, un gran negocio montado por unos cuantos pilluelos brillantes.
Supongamos, ¡oh atentos lectores!, que el actor, perdón, el autor, el artista, ese tipo que creemos genial, superdotado, es una fabricación de los peces gordos del mercado del arte. Así como los grupos de música pop, pero en la pintura. El pez gordo, el inversionista, patrocina la carrera de un pintorcillo cualquiera con aires de original moviendo los hilos del negocio: galerías, medios de comunicación, jurados y críticos de arte. El pintorcillo, tras el salto a la fama, se tira de cabezas a la autodestrucción, lógicamente, porque eso, se supone, es darse la gran vida. El inversionista, que ya lo había previsto y, de hecho, es lo que esperaba, tiene a un equipo de copistas trabajando en los nuevos originales del pintorcillo destrozado. El inversionista va inyectando las nuevas copias en el mercado con prudencia, para mantener los precios inflados. Sólo en la última fase del negocio (que puede dar beneficios durante muchos años), cuando el pintorcillo pase a mejor vida, se descubre un número insospechado de originales en las casas de familiares y amigos del artista, cómplices, todos, del trabajo subterráneo del inversionista.
A estas alturas, digo, nadie puede creer que un tipo aislado convenza al mundo de su propia genialidad. Si no está el inversionista detrás no hay nada, seguro. Y el inversionista, que no es tonto, no va a dejar su negocio en manos de un drogadicto o, como mínimo, un borracho. Nada, imposible. Porque está claro que, apenas pueda, el pintorcillo comenzará a producir obras a troche y moche para pagarse su vida cada vez más desfachatada. No, el inversionista estará allí para cuidarlo, impidiéndole crear, financiándole una vida imbécil, autodestructiva y parasitaria. Porque el negocio, ya se sabe, es controlar la curva de la oferta y la demanda, regular el precio, manejar el mercado.
Juego: fabricarse una polla enorme, que nazca bajo el ombligo y llegue a la rodilla. Usarla, usarla un rato, y luego otro, y después seguir usándola, otro rato, hasta que ya no quede más, nada, vacío, sólo eso, por dentro. Luego, dejar que las termitas hagan su trabajo.
Y al final, darse cuenta del paso de los años y de los insectos con una grieta enorme, cojonuda, ostentosa y, según cómo se mire, también ridícula, mostrando todo lo que no hay, adentro.
Juego: convertirse en un hombre de principios, básicamente, dos de ellos. El primero y el segundo. El primero, a la altura del corazón, más o menos. El segundo, muy cerca de los huevos. Ambos principios interconectados, por supuesto. Entonces, desaforadamente, exhibir los principios, gritarlos, escandalosamente, para que todo el mundo sepa que, a pesar de los principios, o gracias a ellos, por dentro se está hueco.
Juego: se sostiene firmemente entre los dientes un hacha o un objeto filoso o punzopenetrante. Se cogen con las dos manos diferentes productos manufacturados, de distintos materiales. Con un movimiento violento se llevan los productos manufacturados a la cara, impactando con el objeto que sostienen los dientes firmemente. Así se puede descubrir, de una forma divertida, la verdadera resistencia de los materiales (hacha, dientes, frascos, labios, cables de televisión, salas de espera, etc.).
Juego: se canta y se baila saltando, mientras se mueve la cabeza rápidamente, de un lado a otro, como negando, y se castañean las muelas, y se hacen garabatos con la cara, pintada de rojo, abriendo cómicamente los ojos, y se enseñan los dientes todo lo posible, abriendo graciosamente la boca. Se sigue durante horas, con la esperanza de ser escogido, en algún momento, por una de las chicas que están paradas al frente, mirando, evaluando seriamente los caretos y los saltos, la gracia y la salud de los candidatos. Y si no se es escogido, bueno, por lo menos se ha pasado el rato.